Son las tres de la tarde de un viernes y en los canales de deportes repasan los momentos más destacados de la semana en el fútbol europeo. Messi aparece en uno de los compilados interceptando un cambio de frente y Daniel “El Indio” Bazán Vera dice: “Estaba corriendo el diez”. Lo vemos en un televisor de 60 pulgadas en el living de su casa. Hay una Coca de 2, 25 casi vacía en la mesa y su hija de once años raspa con una cucharita los restos de helado que todavía quedan líquidos en el telgopor. El salón es grande, un espacio amplio en donde también desembocan la cocina, el comedor y un gran ventanal desde donde se ve la cancha de futbol 7 del jardín. Cerca de la tele, un sillón en donde el dueño de casa se ubica de frente a la pantalla. Da la sensación de que ese es su lugar, de que no está ahí por casualidad. El volumen de voz es bajo pero no tímido, como el de alguien que no necesita gritar. Ahora está sin trabajo, pero su actitud transmite la idea de que su forma de convivir con el tiempo libre se parece más a la de un niño que está de vacaciones que a la de un desempleado.
-¿Cómo te cae Messi?
-Y… yo soy más del Diego, viste.
Bazán Vera y Maradona fueron amigos, almorzaban juntos casi todos los días en la casa de Diego mientras él era el entrenador de la selección argentina y el Indio el 9 de Tristán Suárez. “Yo creo que me quería porque, a pesar de que para mí es Dios, siempre lo traté con respeto e igualdad. Esa foto de ahí es la única que nos sacamos juntos y fue porque me la pidió él”. La foto con Maradona es una más entre las decenas de fotos de Bazán Vera que cuelgan de las paredes, dándole a la casa un toque tradicional entre tanto vidrio, blanco y modernidad. El único cuadro no fotográfico está al lado de la mesa: un retrato de arte pop con colores planos y saturados en donde Bazán Vera, con la camiseta de Unión de Santa Fe, mira hacia el horizonte.
A pesar de ser identificado como el máximo ídolo de Almirante Brown, el Indio jugó en once equipos diferentes en Argentina, uno en Chile y otro en Finlandia. Metió 340 goles en su carrera. Llegó a ser el futbolista en actividad con más goles de todas las categorías del fútbol argentino. Tiene el récord de tantos en una misma temporada del Nacional B: 36 jugando para Almirante. Y sin embargo, el Indio Bazán Vera nunca jugó en primera división. Nació en Corrientes, pero su mamá lo llevó de muy pequeño a vivir a Villa Palito, La Matanza, de donde pudo irse recién a los 32 años. Su imagen antigua, la de jugador salvaje e imponente, con pelos largos siempre mojados, vincha roja y cuerpo rústico como el de un búfalo, llevaba a pensar en que, así como para Leonardo Oyola, escritor de Kryptonita, Superman podía tener su versión tumbera y conurbana, Toro Sentado también podría haber sido un cacique peronista con camiseta de Almirante Brown.
La tele quedó prendida pero ahora caminamos por el jardín mientras siete perros de raza corretean por ahí. Al final de la cancha, una puerta en medio del alambrado conecta su casa con la de su hermano, Oscar. Allí hay armado un museo de camisetas, fotos y recuerdos. “Cuando debuté le regalé la camiseta a mi hermano y él me dijo: esta va a ir para el museo’. Yo me cagué de risa, imaginate. Él armó todo esto”. El museo ocupa casi toda la planta alta de la casa de Oscar. En una de las paredes hay 18 camisetas enmarcadas, una por cada etapa del indio en sus diferentes equipos, excepto Atlanta. Abajo, un perchero con mas de 50 camisetas que intercambió a lo largo de su carrera. En el resto de la habitación hay fotos viejas del Indio joven, teñido de rubio o abrazando a su mamá. “Yo vengo muy poco porque me da mucha nostalgia. No por los recuerdos de cuando jugaba, sino por los familiares, etapas muy difíciles de nuestra vida, Pero cuando salgo de acá y pienso en donde vivíamos digo ‘algo hicimos’”. Bazán Vera le da mucha importancia a los símbolos y es por es que no come fideos: “Cuando era chico era lo único que había: fideos con aceite, con queso, con carne cuando había plata. Si algún día lo tengo que volver a comer, lo haré. Pero hoy no. No es que me la creí, si mañana lo tengo que comer, lo voy a comer, pero primero quiero hacer todo lo posible para que no vuelva a pasar”.
Si bien Oscar es solo tres años mayor, para Daniel ocupa la figura de padre y hasta le dice “papi”. “Mi viejo estaba, vivía en Palito también. Pero éramos once hermanos y a mí me crió Oscar. Mi viejo era un tipo de los de antes, bohemio, peleador callejero, le gustaba el bar, la guitarra.”
-¿Lo recordás con cariño?
-Sí, él muy cariñoso no era. Nosotros sabíamos que si nos pasaba algo él iba a poner el cuerpo, pero no recuerdo un beso o un abrazo. Me llevó a la cancha a ver a Almirante desde los 4 años y cuando debuté nunca más fue.
Hasta acá, el Indio está entero, habla de su papá como un personaje simpático, de esos a los que se les perdona todo porque son así.
-¿Te dolió que no fuera a verte?
Su cara de roca empieza a resquebrajarse entre las arrugas que genera la tensión que hacen sus ojos al aguantar el llanto. Su voz finita hace inútil su intento de disimular: “Me dolió, me hubiese gustado mucho. Que viera que era el apellido de él el que estaba jugando. Terminar un partido, salir de la cancha y verlo. Pero esa imagen la tuve con mi hermano, que me siguió por todos lados. Pero sí, se me llenan los ojos de lágrimas, me hubiese encantado. Que me vaya a ver o aunque sea que vaya a ver a los otros jugadores con la misma ilusión con la que había ido toda la vida pero esta vez con su hijo. Pero mi papá era así, un loco lindo. “
En el año 2001, con Oscar Martínez como entrenador, Atlanta armó un plantel con los mejores jugadores de la B metropolitana. Entre los refuerzos que llegaron a aquel “Dream Team del ascenso” (así lo llamaban los periodistas antes de empezar el campeonato) estaba Daniel “el Indio” Bazán Vera, que venía de hacer 19 goles en su segunda etapa en Almirante Brown. Pero el equipo fue un fracaso y terminó siendo la peor campaña de la historia de Atlanta en el ascenso. “Empecé a errar goles abajo del arco, no sé qué me pasaba. Un día estábamos entrenando en el estadio y habían venido los de la barra. Corríamos alrededor de la cancha y ellos no paraban de putearme, sólo a mí. Entonces me harté y les dije: ‘Loco, de a uno hasta que me canse. Me dejan descansar y después seguimos’. Cuando terminó el entrenamiento voy para el vestuario y veo que empiezan a bajar de la tribuna. Me saco la ropa y me entro a bañar con las zapatillas puestas, por si venían, para no patinarme. A los dos minutos siento ¡PLUM! patadón a la puerta y me empiezan a gritar. Yo desnudo y en zapatillas. Empezamos a hablar, la conversación estaba medio picante pero no pasaba nada. Hasta que de repente sale uno y me da un tortazo a mano abierta. Y a mí pegarme un tortazo y una patada en el culo es lo peor que me podés hacer, prefiero que me duermas de una piña. Ni mi viejo me dio un tortazo. Y dije chau, que se pudra. ¿Sabés como cobré? Desnudo, parecía que estaba peleando con el Pulpo Manotas, yo tiraba una piña y volvían diez. Ahí dije ‘no puedo venir más’”.
Dos semanas después, a Atlanta le tocó jugar de visitante contra Almirante en Casanova. Bazán Vera, que ya no era tenido en cuenta por el técnico pero que todavía tenía contrato con los de Villa Crespo, los esperaba en modo hincha, parado en el para avalanchas del local. Ese fue el comienzo de una enemistad histórica del ascenso argentino. Atlanta vs. Daniel Bazán Vera, un clásico aparte con sus propias canciones: “Sólo le pido a Dios, que se muera el negro Bazán Vera, que se muera para siempre. Para toda la alegría de la gente”
-Y tu mamá, ¿ te iba a ver?
A Bazán Vera se le ilumina la cara. “Pfff, iba a la popular porque no le gustaba la platea. A veces veía un tumulto en la tribuna y era porque ella se había enojado. Cuando uno me puteaba y yo después hacía un gol, ella iba y se lo gritaba en la cara, re chispita”.
En el museo hay varias fotos de su mamá. En una de ellas, se la ve parada abrazando con un brazo a Oscar y con el otro a Daniel, que están sentados mirando a la cámara. Su físico parece pequeño pero su actitud es la de una leona que contiene con su cuerpo a dos cachorros hambrientos y listos para cazar.
- ¿El fútbol en tu cabeza era la comida de tu familia? ¿Por eso te peleabas tanto?
-No solo la comida, la alegría. Cuando empecé, si yo hacía un gol, quizás mi familia no tenía para comer, para comprar pan, pero yo llegaba a casa y habían comprado el diario para ver si había salido en una foto o si había mandado un saludo.
- ¿Cambió mucho tu forma de transitar la vida cuando murió tu mamá?
-Antes no quería morirme, dejar a mi familia, a mis hijas. Hoy te digo la verdad… fue el golpe más duro que he recibido en la vida. Y yo soy un tipo realista, lo que no veo, no lo creo. Cuando me dicen ‘quedate tranquilo que ella está’. No, yo si no lo veo...
Bazán Vera es filosóficamente materialista. “Nunca hice terapia, mi cable a tierra es ir a mi barrio o hablar con mi hermano. No hay más realidad que esa. Al psicólogo vos le hablás y él te dice lo que te pasa. O sea, somos todos psicólogos. Yo voy y veo la realidad. Veo que si me manejo de una forma puedo volver ahí y si me manejo de otra los puedo seguir ayudando. Si yo bardeo, si yo sigo de joda, me gasto la plata, podemos volver ahí. Esa es la realidad o la psicología que manejamos nosotros”. Su motor siempre fue la economía y en base a eso siempre priorizó, por ejemplo, el contrato más alto, sin importar si eso significaba nunca llegar a jugar en primera división.
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El ascenso argentino es un mundo aparte. Violento, torpe, sacrificado y por momentos tierno. Un universo en donde los ídolos se parecen más a tu vecino o a tu carnicero que a una estrella de Hollywood. Si los futbolistas de la elite mundial como Messi, Ronaldo o Neymar son los Avengers, entonces el fútbol del ascenso es Mad Max. “Antes había jugadores con los que vos, un día antes de enfrentarlos, ya te mentalizabas que ibas a morir más que a jugar. Jugadores representativos de cada equipo, muy duros, como Manteca López. A mí lo que más me servía era que el defensor juegue pegado a mí, porque yo jugaba con los brazos, yo te pisaba. Les decía a mis compañeros, ‘no me tires el centro a mí, tíráselo al defensor’, entonces yo te apuntaba y te mataba.” Mientras lo cuenta, Bazán Vera me pisa el pie derecho y en un mismo movimiento me desestabiliza con el codo. “El ascenso era otra cosa. Una vez, cuando jugaba en Rawson (1995-96) en la cancha de Cipoletti, perdíamos uno a cero y voy a sacar un lateral. El alambrado estaba al lado de la línea y cuando fui a agarrar la pelota me tiraron un baldazo de meada y mierda. Habían hecho como un licuado. Salí en el medio del partido, que seguía jugándose, a bañarme y volví en 5 minutos”.
-Cuando te fuiste a jugar a Finlandia, ¿extrañabas ese tipo de cosas?
-Sí, lo extrañas. Allá se vive diferente, te miran como diciendo ‘¿Por qué me empujás? El primer partido que jugué me echaron, no es normal. Pero bueno, a mí me sirvió mucho económicamente porque fue en el 2002, que el dólar se fue a 3 pesos y yo cada quince días les mandaba plata a mis hermanas.
La etapa de Finlandia duró casi dos años. Los primeros cuatro meses, hasta que llegó su mujer, estuvo solo. “Me preguntan si fue duro. Duro era tener que correr la cama cuando llovía en Villa Palito”. Pero ese razonamiento no sale de la nada. Fue su hermano, Oscar, quien se lo inculcó. “Antes de Finlandia tuve una prueba de un par de meses en Suiza. Yo estaba medio lesionado así que rengueaba en los entrenamientos. Cuando estaba por quedar, llegó un angoleño que no sabes lo que era, me tuve que volver. Vivíamos en la villa todavía, yo tenía 32. Cuando llego de Zurich, un viernes a la noche, llovía y Oscar me fue a buscar a Ezeiza en un remis. El auto nos dejó a tres cuadras porque por el barro no podía entrar y entonces él me dijo ‘Mirá lo que es la vida: venís de una de las mejores ciudades del mundo y volvemos a Palito’. Te juro que me dió vergüenza, porque sentí que no había hecho todo para quedarme. Decía ‘quizás si me hubiese aguantado el dolor, estaría allá’. A los cinco días me preguntan si estoy para ir a Finlandia y les dije que sí. Una semana después, fui a un teléfono público, uno de esos azules a los que les ponías 25 centavos y llamé al que me había contactado: ‘Quedate tranquilo, yo voy a ir y me voy a adaptar perfecto pero, ¿dónde queda Finlandia?'”.
El viaje fue largo: una escala en San Pablo, otra en Madrid y otra en Barcelona para llegar a Helsinki después de 28 horas. “Llegué fusilado. Supuestamente me esperaba un argentino en el aeropuerto para ir en auto hasta Turku, que eran un par de horas más. Esperé como una hora y no había nadie. Todos me miraban, yo era un negro grandote de pelo largo, imaginate. Cuando veo que los de seguridad se me empiezan a acercar, me meto a una cabina y llamo por teléfono a una vecina de mi mamá, que era la que tenía teléfono, para que me pase con mi hermano. Le digo ‘papi, no me vino a buscar nadie’. Y Oscar me contesta ‘y bueno, venite’. ¿Qué te pensás, le dije, que estamos en la rotonda de San Justo...? Al rato llegó el tipo.”
Si bien el Indio fue referente de casi todos los planteles que integró, incluso siendo el capitán de varios de ellos, está claro que en su familia el cacique es Oscar. Es él quien toma las decisiones importantes y quien marca el rumbo del clan. “Mi hermano es igual a Thomas Shelby. Me siento identificado con la serie, con como él maneja la familia”, dice en referencia al personaje que interpreta Cillian Murphy en Peaky Blinders, la serie producida por la BBC , que cautivó tanto a Bazán Vera que lo llevó durante su etapa de entrenador a ponerse la boina característica de la pandilla. “Yo soy el otro, el de bigote (Arthur). Leal y firme a los pensamientos de Oscar, sabiendo que en el 99% de los casos, tiene razón”. En la serie, Thomas Shelby es un gitano pobre, que, a principios del siglo XX en Birmingham, llega a convertirse en unos de los tipos más importantes de Inglaterra, gracias a su astucia, su habilidad para los negocios ilegales y su buena relación con Churchill. En la vida real Oscar Bazán Vera es un hombre 50 años, tres más que el Indio, que luego de una infancia difícil en Villa Palito vive en una casa muy grande en Ezeiza y es la mano derecha del “último barón del conurbano”, Alejandro Granados, intendente de ese partido desde su creación y ex ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires durante la gobernación de Daniel Scioli. Además, es el papá de Nazareno Bazán Vera, juvenil de Vélez y sparring de la selección mayor durante el mundial de Rusia. Así como los Shelby llegaron a la política de la mano de Thomas, los Bazán Vera lo hicieron cuando Oscar fue asesor de seguridad deportiva del ministerio de Granados, aunque sin un nombramiento oficial. Según una nota escrita por Gustavo Grabia para el diario Olé, en marzo de 2014, Oscar tenía relaciones muy cercanas con la barra brava de Boca y su rol sería un nexo entre las hinchadas y la provincia para “evitar problemas”. Sin duda la comparación con los Peaky Blinders tiene bastante sentido.
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Nos fuimos del museo y otra vez estamos en la cancha. El pasto está perfectamente cuidado y los arcos parecen recién pintados, dan ganas de jugar un partido. Bazán Vera tiene puesto un short de básquet y una chomba blanca. Sus brazos están tatuados casi por completo y en su bíceps derecho dice “100% aurinegro”. “Todos saben que mi deseo a futuro es llegar a la presidencia de Almirante Brown y ser el primero que lo lleve a primera división. Poder ir con mi papá y mi mamá y contarles esa historia. También me gustaría hacer un trabajo social para los chicos, nada político. Un complejo para trabajar con el deporte”.
En su última etapa como jugador, con 40 años, Bazán Vera hizo 24 goles jugando para Tristán Suárez, club del que también es máximo goleador. Tres años más tarde, en el 2016, en ese mismo club, debutó como entrenador y mantuvo ese trabajo hasta febrero de 2019. “Fue muy lindo pero vi cosas que cuando yo era jugador no las veía. Por ejemplo, hoy en un equipo de la B tenés que ser más psicólogo que entrenador. Porque hay chicos a los que les decis ‘vamos a hacer 10 pasadas de 100’ y a las 6 pasadas están fusilados. Y vos ahí, en vez de recriminar, tenés que averiguar cómo duermen, si duermen, si comen. A veces me traía 5 chicos a dormir y comer acá. ¿Y por qué tengo que exponer así a mi familia? A mi hija la tenía que mandar a lo de mi abuela porque no sabes lo que puede llegar a pasar. O mi señora tenía que cocinar para 5 chicos. Lo hice y quizás lo volvería hacer pero por ahora no quiero volver a dirigir”.
-¿Hablan sobre feminismo con tus hijas?
-Sí, con Cande, que tiene 20, charlamos mucho. Yo soy muy liberal, las voy a aceptar como sea. Sabe que no soy un tipo cerrado, que quiero que ella elija su forma de vida. Lo que Dios y ella decidan, yo lo voy a acompañar. Ahora empezó a tener novio y cuando lo conocí él me dice ‘quédese tranquilo que la voy a cuidar’. Y le dije ‘estás equivocado, lo único que tenés que hacer es respetarla. respetá a mi hija'.
Cande, la mayor, está a punto de recibirse de martillera pública y Liz, de 11, ya le prometió a su tío Oscar durante su fiesta de cincuenta y en frente de todos los invitados, que será la primera abogada de la familia. El Indio lo cuenta y saca pecho. El progreso y la profesionalización de esta nueva generación de los Bazán Vera es la consolidación de su evolución social y económica. Es eso que hará que nunca más tengan que volver a Palito. “Oscar y yo terminamos séptimo grado. Una hija de él se está por recibir de médica, otras dos son contadoras. Ya cuando las más chicas ven que sus hermanas y sus primas estudian, ellos mismos ya lo quieren hacer. Y después van a ser ellas las que sigan. Nosotros trabajaremos hasta los 55 años y después ellas se encargarán de que nosotros sigamos viviendo bien. Yo siempre les digo: a mí denme un plato de comida, gaseosa, y no quiero más nada. Si con eso me crié, morirme con eso no está mal.”
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