Una imagen, un recuerdo y una historia. El especial de Fútbol de Primera que publicó Netflix activó la memoria nostálgica de Alejandro, un joven fanático de Boca que creció escuchando las anécdotas de su padre y su curioso emprendimiento que se convirtió en furor en el mundo xeneize.
La década del noventa avanzaba y la época de pizza con champagne se afianzaba cada vez más en la Argentina. El momento de la economía atentaba contra los comerciantes locales y las importaciones amenazaban con bajar las persianas de las pymes por la falta de competitividad en el mercado.
Uno de los afectados fue Gerardo, quien por esos años se encargaba de la fabricación de pelotas e indumentaria deportiva en San Justo. Los números rojos en los balances preocupaban cada vez más al pequeño empresario y la demanda no era suficiente para cubrir los costos. Por lo tanto, cuando Diego Maradona regresó a Boca un ingenioso y desconocido hombre ingresó a su local de la zona oeste con un pedido particular: “Necesito que me hagas 1.000 camisetas con este diseño”, le dijo el misterioso personaje, mientras le mostraba la remera que reflejaba al astro mundial junto a Claudio Caniggia envueltos con los colores azul y oro.
Gerardo tomó el pedido con entusiasmo, pero cuando su cliente pasó a retirar el producto a los pocos días se encontró con otro disgusto.
—No te las puedo pagar, mi idea es que me las des a conciliación y cuando se vendan te lleves un porcentaje de las ganancias.
—¿Qué? Yo no te puedo dar todas estas camisetas sin que me las pagues. La verdad es que no te conozco y no trabajo así.
—Pero no te las puedo pagar ahora.
—Entonces, lamentablemente no te las podés llevar.
Como no hubo acuerdo, Gerardo se quedó con las 1.000 camisetas y un nuevo dolor de cabeza. Hubo preocupación e incertidumbre. El temor de la quiebra acechaba y la producción de las remeras parecía concretar el cierre definitivo de su comercio.
Su única esperanza se basó en un llamado a un conocido que tenía a la venta productos oficiales de los equipos de Primera. Tras explicarle lo sucedido y “el clavo” que le dejaron en los últimos días, logró enviarle 10 remeras para que las expusiera en sus locales.
Esa persona era allegada de Claudia Villafañe, quien se sorprendió cuando vio a su marido junto al Pájaro en una camiseta que lo único legítimo que tenía de Boca eran los colores. Parecía pronosticarse otro conflicto en puerta.
Efectivamente, un llamado telefónico de La Claudia paralizó a Gerardo. “¿Vos sabés que estás usufructuando la imagen de Maradona sin tener sus derechos?”, fue la pregunta que sonó del otro lado de línea que retumbó como una bomba de tiempo contra el pequeño empresario. La posibilidad de un juicio millonario, más endeudamiento y devastación económica parecía destruir las esperanzas del emprendimiento familiar. Sin embargo, el acuerdo que le propuso Villafañe llevó tranquilidad a todos los involucrados. Un milagro.
Pasaron 48 horas cuando Claudia se volvió a comunicar con Gerardo para pedirle las 10 camisetas que había visto en el negocio de su amigo y que también hiciera una donación de 25 pelotas especiales para invidentes a una entidad en la que ella colaboraba.
La felicidad del comerciante no tuvo comparación cuando observó a su ídolo a través de la pantalla del televisor con la camiseta que había fabricado. “No lo podíamos creer. Lo veíamos cuando iba a la Bombonera y cuando aparecía con Charly García. Mirábamos a Claudia en los palcos de la cancha con esa camiseta y no entendíamos nada”, recordó Alejandro, quien en esa época tenía 8 años.
“Mi viejo se había asustado tanto con la posibilidad del juicio que no podía entender lo que estaba pasando”, continuó en diálogo con Infobae; y aclaró que en ningún momento Claudia Villafañe materializó tal amenaza.
La historia fue furor en las redes sociales y el pedido de los hinchas de Boca para que vuelva a salir al mercado esa camiseta acaparó la atención de los emprendedores. Sin embargo, Alejandro sostuvo que “hoy los tiempos son otros, porque Claudia ya no está más con Diego y la imagen también lo involucra a Caniggia". “En aquel momento mi papá dejó de fabricarla porque mermó la demanda y porque seguía con el miedo de un posible juicio”. Sin embargo, aquella iniciativa le sirvió para salvar el negocio.
Hoy la empresa se mudó a Morón y cambió su producción a la fabricación de indumentaria y artículos “para trabajo” alejándose para siempre del rubro deportivo. “Cuando lo vi a Maradona decirle a Toresani la frase de Segurola y Habana me volví loco, porque tenía puesta la camiseta que había hecho mi viejo”, recordó a la distancia el hijo de Gerardo, quien lamentó que su padre no haya guardado ni una pieza de todos los productos. Su único patrimonio relacionado a su pasado boquense es la maravillosa anécdota que tuvo con el Diez y su esposa.
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