1992. Preolímpico de Portland. Estadio Memorial Coliseum. Marcelo Milanesio recibe de Juan Espil pasando la mitad de la cancha, mira para adelante y enfrente tiene a Michael Jordan, nada menos. Pero no se detiene. Ya tiene pensado qué hará. Es el momento de saber si su “invento” funciona contra el mejor de todos. Lo ataca, pasa la pelota entre las piernas, por milésimas la esconde por detrás y mete un gesto con el pecho que indica que saldrá hacia su izquierda. Sin embargo sale para la derecha.
La jugada, claramente, sorprende a MJ y el base se va hacia el aro. Sale Charles Barkley en ayuda y salta para meterle un taponazo, pero el crack la tira contra la vidrio y la pelota cae mansita en la red. Golazo. Insólitamente, los árbitros cobran el manotazo de MJ en la cadera y anulan el doble. Pero no importa, la jugada ha funcionado. Con un plus: de qué forma y ante quienes. La jugada sirve para resumir lo bueno que era este crack que fue un emblema del básquet argentino durante dos décadas y se transformó en la imagen histórica de nuestra Liga Nacional. Uno de los mejores bases de siempre y quizás el mayor ídolo deportivo de la historia cordobesa, ganador de 17 títulos, todos con Atenas (1984-2002), de donde nunca se fue pese a tener ofertas millonarias.
Casi 18 años después, cuando la Jordanmanía ha vuelto a instalarse por la emisión de la taquillera The Last Dance, Milanesio recuerda esa vivencia que pelea con la voladita de Juan Espil (de ese mismo juego) para ver cuál es el mejor jugada de un argentino contra Jordan. “Esa acción la había copiado de Petrovic, pero le hice adaptaciones. Drazen la pasaba entre las piernas, cambiada de mano y salía para la izquierda. Yo la hacía con la misma mano y arrancaba por derecha. Yo era de imitar mucho. Miraba y las practicaba. Y esa era una de las que adapté. Lástima que cobraron la falta porque fue una linda jugada, pero no mucho más que eso”, admite. Marcelo recuerda aquel duelo que tuvo más risas, cámaras de fotos y felicitaciones que competencia. Claro, se sabía que era imposible ganar y que, si hacías “enojar” al Dream Team, era peor. El base reconoce no haber estado de acuerdo con esa postura grupal. “Fuimos a divertirnos, a pasarla lo mejor posible, fue más un All Star que un partido oficial. Nos sentimos bien, es verdad, pero yo hubiese preferido jugarle a morir, aunque nos ganara por 100. De aquel torneo lo que más lamento es no haber podido clasificar a Barcelona. Fue uno de los tantos torneos que nos quedamos un escalón por debajo de lo que siento que podíamos dar, pero ahora ya no vale poner excusas ni quejarse”. Es frontal Marcelo. No suele dar notas, pero en los 80 minutos con Infobae, 18 años después del retiro, no andará con vueltas en sus opiniones y recuerdos.
-Jordan se retiró casi como vos, cuando todavía le quedaba nivel para mantener en el máximo nivel y diciendo que quería irse él de la cancha, no arrastrándose... Vos dijiste algo similar. ¿Ves esa similitud?
-La verdad no conozco mucho de su historia. De hecho, mucho de lo que veo en la serie es una sorpresa para mí. Me llamó la atención cómo pasó eso de desarmarse un equipo multicampeón, cómo pudieron decirle a Phil Jackson que era su última temporada… No estoy en la cocina, tampoco en la decisión de Jordan, pero sí veo que se quiso retirar dejando una buena imagen cuando está claro que podía seguir jugando varios años más. A mí me pasó lo mismo. La diferencia que yo me retiré para hacerle caso a mi papá…
-Qué bomba esa. Pensé que había sido una decisión bien tuya, meditada.
-Sí. Más allá de lo que mi viejo me sugirió, yo tuve sensaciones de que estaba bajando el nivel, que no tenía chances de mantenerme como quería. Pensé que era el momento correcto, pero es verdad que me quedé con las ganas de seguir jugando. Si era por las ganas, podría haber seguido. Fue un tema de nivel. Yo siempre fui crítico con mi juego, no me gusta verme, ni siquiera hoy lo hago… Más que nada por mi parte atlética. Cuando hacía una parata y tiro, me enterraba en el piso (se ríe). Dejaba una bandeja y pensaba que era un golazo y, cuando me veía en TV, me parecía que ni despegaba del piso…
-Y tiempo después del retiro ¿no te pasó preguntarte ‘¿y si vuelvo ahora?’?
-No, no. Sí me pasó de tener ganas de jugar. Por ejemplo, cada vez que veo algo motivante, me agarran ganas. Me sucedió en su momento con la Generación Dorada, con los Warriors de Steph Curry y el año pasado con el Mundial. Son momentos que me han tocado fibras íntimas, por el juego o por la garra. Es algo que me vuelve a correr por dentro y me reaviva las ganas.
-¿Y qué hacés cuando te pasa eso?
-Salgo al patio de mi casa y me pongo a tirar en un aro que tengo (se ríe). Me pasó en el Mundial. Luego de cada partido quedaba como loco, con mucha adrenalina, entonces agarraba la pelota y tiraba (se ríe).
-En febrero, en la noche de tu cumpleaños, te vimos en ese patio de tu casa metiendo un tiro increíble que se viralizó en las redes.
-Sí, un amigo me desafío que no la metía y le dije ‘¿vos dudás? Me di vuelta, la tiré y la metí. Pero fue más difícil por las copitas de más que había tomado que por el tiro en sí mismo. No sé por qué se hizo tan famoso…
-Quizás porque le traes grandes recuerdos a mucha gente. Y los que lo ven dicen “tiene 55 años, pero su magia sigue intacta y su pasión es la misma”.
-Sí, eso puede ser. Olvidate que esa pasión la sigo teniendo. Y no sé cómo explicarla. Sigo siendo un apasionado aunque no esté relacionado al básquet. Yo, a esta altura de mi vida, me veía dirigiendo, enseñando, porque siento que tengo mucho para dar. Sigo tratando de aprender de un deporte que ha cambiado tanto. Incluso, antes de que empezara la cuarentena, tenía pensado ir a ver el Final Four de la Euroliga, mi sueño pendiente. Siempre sentí que cada día se puede saber más Yo todos los días encuentro cosas nuevas. Pero, bueno, los caminos de la vida me han llevado para otro lado.
-Justamente la gente se pregunta qué es de la vida de Milanesio.
-Me hice un grupo de amigos que me llevaron a los negocios inmobiliarios y estoy con Sancor Seguros, que me abrió sus puertas cuando me retiré. Ahora, además, con mi hermano estoy dando clases de básquet en Córdoba, pero mi vida laboral actual no me permite mucho más que eso.
-¿Cómo hiciste para vivir sin la pasión de algo que amaste tanto?
-Tuvo que adaptarme, sin pensar, también por un tema económico y personal. No es fácil después del retiro, no muchos jugadores encontraron su lugar. Yo tuve poco estudio y eso me perjudicó. Por suerte conocí a este grupo de gente honesta y trabajadora que me abrió sus puertas y pude encaminar mi vida. Emocionalmente me costó. Es mi pasión. Pero le encontré la vuelta a lo otro. También se siente expectativa por hacer una venta o un buen negocio. Tiene su parte de motivación y preocupación.
-Pero el básquet nunca dejó de ser tu pasión. ¿Jugás picados con amigos?
-Vos sabés que no jugué más… Ahora, durante la cuarentena, salgo al patio a tirar un poco, pero casi no lo hacía hasta estos días. Cuando se terminó la carrera, empecé otra vida y el básquet no estuvo incluido. La verdad es que si al básquet no lo juego profesionalmente, no me atrapa. Pichi (Campana) y Mario me han invitado a jugar con veteranos, pero siempre les he dicho que no. No tiene que ver con los otros sino conmigo mismo. Soy muy exigente y si no estoy bien, prefiero no jugar porque, de lo contrario, me amargo.
-Me sorprende. Pensar que antes eras un loco del básquet.
-Sí, me decían Terapia Intensiva porque ni los parientes me podían ver (se ríe). Vivía con la pelota y el aro. No paraba ni para tomar agua. No sé de dónde saqué tanta pasión. Recuerdo que leía que el brasileño Oscar se levantaba a las cinco de la mañana y que Drazen Petrovic tiraba 1000 lanzamientos por entrenamiento. Entonces, yo pensaba: ¿a qué hora me debo levantar yo? o ¿cuántos tiros debo lanzar si él hace eso? Siempre tuve claro que el entrenamiento personal es lo que más te mejoraba.
-Hablaste de que pensabas que serías técnico. Pero nunca dirigiste.
-Como te decía, la vida me llevó por otro camino y hoy lo veo cada día más difícil porque los años pasan y uno va perdiendo el training. Igual, lo mío es más enseñar que dirigir. Me hubiese gustado, como me pasó con Fabricio (Oberto), poder ayudar a jugadores a mejorar sus recursos, la técnica individual, sobre todo en una época en la que el básquet cambió tanto.
-Raro ha sido que Atenas no te ha llamado para ser su DT. ¿O sí llamó?
-No, para ser técnico, no. Sólo para ser ayudante de mi hermano Mario en su momento. También es verdad que, como te dije, mis obligaciones no me lo permiten y en el club lo sabían. Y más, en mi caso, pensando en la vida del entrenador, que está todo el día analizando a los rivales, a tu equipo…
-Igual sorprende más que nada porque a Atenas no le ha ido tan bien.
-Yo no quiero opinar desde afuera. Pero a veces son camadas de jugadores. Fijate que hablamos de los Bulls y lo que les pasó. Se fue Jordan, se desmanteló ese equipo y luego les costó mucho volver a tener un conjunto ganador. Atenas los volvió a tener, con Leo (Gutiérrez) y Rubén (Magnano), por ejemplo. Con Mario se ganó la Sudamericana, pero está claro que no es sencillo lo que hicimos en nuestra época.
-Lo que ustedes hicieron casi sale en The Last Dance. En la serie apareció el McDonald’s 97, la final de Chicago (contra Olympiacos) que ustedes arañaron. ¿No pensaste ‘ahí debimos estar nosotros’?
-Sí, claro, lo pensé. Incluso te diría que todavía hoy estoy amargado, podríamos haber estado en la serie (se ríe). Estuve viendo videos en estos días, aquella bomba de Karnisovas, con falta de (Steven) Edwards, que parece que es pero él nos aseguró que no lo tocó. Esa acción de cuatro puntos nos puso en la peor situación (NdeR: abajo por tres). Distinto hubiese sido nuestro último ataque y la defensa de ellos si eran dos. Pero bueno, se dio así. No nos querían en la final. Le íbamos a amargar el último baile (se ríe). Igual, me quedo con lo que hicimos, un broche de oro para todos, jugar a ese nivel y dar la talla. Le ganamos al campeón de Italia, de Francia y perdimos agónicamente con el de Europa. No fue como un título, pero si algo muy especial. Hoy acá estoy con la pelota y la campera que me traje de recuerdo…
-En la serie a MJ se lo ve como un extraterrestre en la cancha, pero una persona que afuera tenía exigencia extrema y hasta tiranías con sus compañeros, el tema de apuestas y deudas de juego. ¿Alguna reflexión? Porque vos también sos ídolo y te endiosaron, al menos en Córdoba.
-Yo me acabo de enterar por vos, no sé cómo era ni cómo vivía Jordan, pero en mi caso no siento un endiosamiento. Sí un agradecimiento de la gente, que todavía me brinda. Soy un afortunado, por demás diría. Es increíble lo que mandan, me dicen, las alegrías que me dan. Todo me emociona. Siento que todo el esfuerzo valió la pena. Sólo tengo agradecimiento con la gente.
-Pero vos sos un mito. ¿Te pesó o te pesa serlo?
-Uno, en el momento más alto, no se da cuenta cuando está en ese lugar. Hoy tal vez más me doy cuenta. Pero no es para tanto. Quizá le pesó a Jordan o a Maradona, que no podían moverse de su casa. Yo voy al supermercado o a cargar nafta sin problemas. Y te repito: nunca me sentí endiosado. Sí muy querido. Pero no me cambió. Viví siempre como una persona común.
-¿Qué te dice la gente en la calle y hasta dónde llega tu emoción?
-De todo me dice. Más que nada te agradece. Me pide que vuelva a Atenas. Pero no recuerdo cosas puntuales, mi grabadora ya no anda muy bien (se ríe). Lo que te puedo asegurar es que me hacen llorar. Me pasó varias veces en la calle. A veces me dicen gracias y se me caen las lágrimas.
-¿Qué es lo mejor y lo peor de ser Marcelo Milanesio?
-¿Algo malo? No sé, debe haber. Pero no siento nada. No sufrí ser Milanesio. Ni siquiera cuando me han interrumpido charlas por un autógrafo.
-Tu juego, los triunfos y tu inteligencia te hicieron especial, pero seguramente el carisma, jugar con una sonrisa, aunque estuvieras bajo presión, te hizo distinto porque seguramente Pichi fue tan importante como vos como jugador, pero me parece que vos sos más ídolo.
-Primero te digo que, para mí, Pichi es el N° 1. Quizá lo único que no lo acompañó fue que tuvo que irse un par de veces de Atenas. No sé lo del carisma, tal vez Pichi pudo ser más dado con la gente pero, como mínimo, no tendría que haber diferencias entre ambos. Pichi es el Jordan del básquet argentino, un ganador, un fuera de serie. Fue una lástima que no se hubiese podido quedar siempre en Atenas. Fue un error. De lo contrario, el club tendría 10 Liga Nacionales y no 7, como hoy.
-¿Te gusta el fútbol?
-Sí, claro. Yo jugué en Hernando y luego en Río Tercero. Hasta los 12 en el baby, incluso fui goleador. Luego estuve en quinta división, dando dos años de ventaja. Recuerdo que jugamos una final provincial contra Estudiantes de Río Cuarto y de local metí el gol del empate. Jugaba de 11, aunque a veces de 10 o 9. No era habilidoso, pero sí tenía muy buen pase y un gran remate al arco. Me iba a dedicar a eso, pero un día se rompió el auto que nos llevaba a fútbol y terminamos en el gimnasio donde entrenaba la selección de básquet de Córdoba. Como había tres chicos que, por error, se pasaban de edad, nos metieron a jugar y quedamos en el equipo. Fuimos campeones en Entre Ríos, dejé el fútbol y empecé con el básquet. Qué loca es la vida a veces…
-Te preguntaba lo del fútbol porque el otro día me consultaba un pibe muy joven sobre cómo jugabas, si tenía alguna comparación a mano con el fútbol para hacerse una idea. Y yo le dije que fuiste el Ricardo Bochini del básquet. No tan musculoso, no tan rápido, pero muy inteligente, capaz de filtrar pases gol increíbles, surgiendo en los momentos de mayor presión, siempre jugando en el mismo club y quedándote pese a grandes ofertas.
-Ojalá haya sido Bochini, un verdadero fuera de serie. Coco Bello, un amigo, siempre me lo decía pero más que nada por la fidelidad a Atenas, no tanto por la comparación futbolera que vos hiciste.
-Sacaste el tema de la fidelidad y debo preguntarte por aquella increíble oferta de un millón de dólares que rechazaste de Benetton Treviso.
-Te voy a corregir: no la rechacé. Yo la acepté (se ríe).
-¿Cómo? Si no fuiste…
-En realidad, al otro día que dije que no, me llamó el técnico (Zeljko) Obradovic y yo le dije que si subían la oferta, la aceptaba. Entonces pasó de ofrecerme 900.000 a 1.100.000 y yo tenía que decirle que sí… Pero le expliqué que en Córdoba ya había dicho que me quedaba y para mí la palabra valía un montón. Intentó convencerme, hasta me dijo “el dueño de Benetton es propietario de la mitad de tu país” (se ríe). Todos me decían que me fuera, salvo Coco... No sé si hice bien o mal. Fui esclavo de mi palabra.
-Pero me contaron que en 1990 ya habías tenido otra oferta de Italia.
-Sí, del Arimo de Bologna, luego del Mundial de Argentina. Estaba todo listo, hasta el contrato. Pero salió la ley del oriundo italiano, los jugadores se opusieron y se cayó todo. También estuvo el ofrecimiento de Julio Lamas en Alicante. Yo estaba retirado pero se le había lesionado el base suplente y me quería por 10 partidos. Pero volví a decir que no. Me costaba irme.
-¿Vos crees que pudiste jugar en cualquier liga del mundo como se cree?
-Yo no tengo ninguna duda de que podía haber jugado en cualquier liga. En realidad, a pocos argentinos les fue mal en Europa, no creo que yo hubiese sido la excepción. Acá se juega bien. El drama siempre fue el físico. Cuando el argentino se puso a la altura, le fue bien. Lo demostramos en el McDonald’s.
-¿Y vos cambiarías algo si pudieras? Porque siempre se dijo que no habías hecho pesas, por ejemplo.
-Sí, eso. Si volvería a jugar, me entrenaría el doble. Pero aquella era otra época. Lamentablemente no se sabían muchas cosas. Un par de días hice pesas y cuando fui a tirar al aro no metía una porque tenía los brazos duros. Pensé “esto me va a arruinar” y nadie me dijo “mirá que a los 20 minutos los brazos vuelven a la normalidad”. No tuve una persona que me explicara y fui anti pesas hasta los 27 años. En esa época no teníamos tanta información ni gente que enseñara como ahora. Hoy, con el diario del lunes, es fácil decirlo. Pero en esa época jugabas con las herramientas que existían. Pero está claro que hubiese gustado tener un mejor físico, sobre todo mejores piernas para defender, penetrar y saltar más. Pero es lo que me tocó.
-Vos, que fuiste el abanderado de la ciencia del juego, ¿cómo ves los dramáticos cambios que se han dado en el básquet, muy vertical, con alineaciones más chicas y mucho tiro de tres puntos? Delfino me decía que Prigioni y Pepe Sánchez no podrían jugar hoy porque serían dos carretas.
-Pepe podría jugar en cualquier época… Y Pablo también. Yo creo que todos los muy buenos podrían jugar hoy, pero no cómo jugaban antes sino adaptados a lo que pasa hoy. Y claro que podrían. Uno se va aggiornando al juego y a una nueva condición física. Uno, cuando jugó, lo hizo de acuerdo a ese momento, a lo que entrenó, a las posibilidades que había en esa época. Hoy hay otros entrenamientos, una distinta forma de prepararse, en lo físico y en la alimentación. Ojalá yo hubiese tenido todo eso, me hubiese encantado haber podido jugar en esta época. Y sobre lo que me preguntabas del juego, yo miro todo. Aún hoy trato de copiar movimientos, como los de Harden, Curry o Irving. Pero la verdad es que no me atrapa el juego que hacen en la NBA. Miro más Euroliga, donde se deja la vida por cada posesión, y cada pelota tiene mucho valor. Es otro estilo, el juego FIBA que tanto les cuesta a los NBA. Fijate cómo les fue en el Mundial…
-Tu camada hizo algunas cosas buenas, como lo del McDonald’s y algunas victorias resonantes como la de Lituania en Atlanta 96. Claro, después llegó la Generación Dorada y todo quedó eclipsado, parece que lo de ustedes fue poco. ¿Vos qué análisis hacés de lo que vos y tu generación hicieron?
-Fue poco. Nos faltó alguna medalla más, una clasificación a algún Juego Olímpico, como el de Barcelona. Lo digo con el diario del lunes, claro. Siento que nos faltó unión, compromiso, creer más en nosotros mismos. Pero ya está, no es lo que pudiste hacer, sino lo que hiciste. Y eso fue lo que hicimos.
-Dijiste unidad y mucho se habla del Mundial 98 cuando se dio un choque de generaciones y se habla de un vestuario dividido. ¿Alguna autocrítica?
-Siempre nos pasó de sufrir bastante la rivalidad que existía en la Liga durante casi diez meses. Llegábamos todos a la Selección y no podíamos terminar de cuajar. Competíamos muy duro en esa época y luego nos costaba formar un equipo. Además, era una época donde el titular jugaba 30 minutos y el suplente, que entraba 5/10, estaba molesto, enojado. Hoy muchos juegan 20 y se sienten importantes. Antes no pasaba. Y también teníamos una falta de roce internacional. No veíamos básquet europeo o la NBA. No te dabas cuenta que había otras tendencias y formas de entrenarte. Y cuando los enfrentabas no podías bancarte un torneo jugando tan seguido. Recuerdo que dimos el golpe contra Lituania en los Juegos del 96 y al otro día perdimos con China, que estaba por debajo nuestro, porque estábamos físicamente destruidos. No estábamos preparados para jugar dos o tres partidos así, seguidos. Yo pensaba que si desayunaba café con leche, con dulce de leche y manteca, era un dios. Y hoy te dicen que la leche no va...
-Para cerrar, una pregunta que tiene que ver con tu lugar en la historia. Antes estuvieron bases top, como Cabrera, Cadillac y hasta Cortijo. Después llegaron Pepe, Montecchia, Prigioni y ahora llegó Campazzo. Es el puesto que más cracks ha tenido nuestro país. Pero siempre que se habla de ese grupo vos estás considerado entre los mejores. ¿Por qué? ¿Qué sentís?
-Que te comparen con esos monstruos es una enorme satisfacción. Cada uno tuvo su época, no me gusta comparar. Para mí fue un privilegio, por caso, compartir época con dos cracks como (Miguel) Cortijo y (Marcelo) Richotti. Ellos me hicieron crecer, ser mejor cada día. Los que vinieron después resultaron fueras de serie y, pese a que dejaron la vara muy alta, aparecieron Facundo y Lapro, en ese mismo nivel. Y está Vildoza también…
-¿Vos serías un Laprovittola hoy en día? Por las características, digo.
-Sí, puede ser, me identifico más, aunque Lapro es diez veces mejor físicamente que yo (se ríe). Lo de Facundo es bestial, un caballo, con una potencia física de locos. Me hubiese encantado tener algo de sus piernas, como las de Richotti. Pero bueno, uno fue lo que fue, como te decía.
Y no fue poco, Marcelo. Tenelo claro. Todo lo contrario.
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