Por escasez de material audiovisual fueron pocos los que atestiguaron la carrera de Tomás Trinche Carlovich, figura del fútbol rosarino que fue asesinado la semana pasada a los 74 años cuando intentaban robarle la bicicleta. El ex futbolista de Central Córdoba se convirtió en leyenda y el mundo futbolero quedó conmovido por el crimen. El hecho de que estuviera en boca de todos significó apenas un mimo para sus familiares y amigos, que sacaron del baúl de los recuerdos algunas anécdotas que se registraron a lo largo de su trayectoria.
Lamentable o afortunadamente para él, siempre fue esclavo de su arraigo al barrio de Belgrano, donde solía jugar descalzo en el potrero de toda la vida. Después de sus inicios en Rosario Central y su paso por Flandria, el Trinche desplegó su fútbol en Central Córdoba antes de ser contratado por Independiente Rivadavia de Mendoza, aunque allí duró poco. A los meses de haberse mudado a Cuyo, en el año 76, apareció sin previo aviso en su Rosario natal.
“La verdad es que me volví porque extrañaba a los muchachos del barrio”, le respondió totalmente despojado de sus compromisos profesionales a Eduardo Bulfoni, hoy presidente de Central Córdoba y en ese momento directivo charrúa, cuando lo vio deambulando por el club. Cuando el directivo viajó a Mendoza para resolver la situación con el presidente de la Lepra con toda la vergüenza a cuestas, se encontró con una inesperada respuesta: “Tome, acá está el pase. Tener a este muchacho acá no es negocio, es una cosa de locos”.
Más tarde probó suerte en Colón de Santa Fe, pero su paso fue fugaz y retornó al Matador. Y antes de ser tentado por Boca, experimentó otra vez en Mendoza vistiendo las camisetas de Deportivo Maipú y Andes Talleres, dando cuenta de que a pesar de su irresponsabilidad había exhibido credenciales de su exquisita técnica, pero la vuelta a Rosario fue indefectible.
Tan fuerte era el boca en boca que aún jugando en la tercera división del fútbol argentino, Carlovich solía motivar a unas 500 personas en Buenos Aires cada dos semanas (cuando a Central Córdoba le tocaba presentarse allí) a movilizarse para verlo en acción independientemente de los colores de los equipos. “Fue el más grande de todos, un fenómeno irrepetible. Lo que pasa es que en aquellos tiempos no había televisión”, argumentó Bulfoni en diálogo con Planeta 947.
Fue a fines de los 80 cuando Ante Garmaz apareció en escena. El famoso modisto croata era fanático de Boca y ostentaba su estrecha relación con Alberto J. Armando, que estaba cumpliendo su último mandato como presidente xeneize (luego tuvo llegada a Martín Noel, pope a cargo durante el arribo de Diego Armando Maradona al club, y también a Antonio Alegre).
Garmaz, que en los 70 tenía platea fija en la que hoy está designada con la letra L (sector inferior al que se le quitaron los acrílicos que delimitaban el campo de juego), en un lugar cercano al de Roberto Digón, actual vicepresidente tercero de Boca, contaba con un vasto conocimiento del ascenso por sus funciones como dirigente en Chaco For Ever (proveniente de Croacia se crió en la ciudad chaqueña de Las Breñas antes de mudarse a Buenos Aires) y Deportivo Maipú, institución por la que había pasado Carlovich.
Él conocía las cualidades futbolísticas del diamante en bruto que escondía el fútbol de ascenso y le desplegó sobre la mesa una propuesta tentadora: un salto como profesional, el salario más grande que hubiera percibido hasta ahí y el reconocimiento que facilita Boca. Pero el Trinche no demoró demasiado en emitir una respuesta. En realidad, ni siquiera llegó a analizarla con la relevancia que ameritaba el caso. “Te agradezco, pero me quedo acá”. Así, la posibilidad de que se sumara a Boca justo antes del préstamo del Diez se esfumó.
“Central Córdoba era su casa. Tuvo muchas otras oportunidades, tenía ofertas de todos lados pero era feliz jugando a la pelota en el Gabino Sosa porque tenía cerca el barrio Belgrano. Así le pasó la vida. De esa manera vivió y en silenció también se fue, lamentablemente”, contó Bulfoni, protagonista de los típicos cortocircuitos de la relación dirigente-jugador con Carlovich, pero quien a la vez terminó forjando una gran amistad con el paso del tiempo, al punto tal que se veían cada 15 días por el club antes de su fallecimiento.
Evidentemente, a la gloria rosarina le quedó una espina clavada por no haberse dado el gusto de tirar paredes con Maradona, al que llegó a conocer en febrero pasado y le confesó que “ahora sí me puedo ir tranquilo”. La respuesta del Pelusa, quien le dedicó una camiseta, fue: “Fuiste mejor que yo”.
Hasta hace poco, en viejos bares de Rosario, algún futbolero experimentado recordaba que Marcelo Bielsa llegó a acercarse a la calle Juan Manuel de Rosas, entre Galvez y Virasoro, para ver de cerca al Trinche durante los partidos de Central Córdoba de local. Un año después de que desechara la oferta de Boca, Eduardo Bermúdez (actual presidente de Newell’s) fue nombrado entrenador del Charrúa. Y como el joven DT entendía que el ídolo no encajaba en su esquema, no tardó en atravesar la puerta de salida. Tras eso hubo un intento fallido por contratar al Loco Bielsa. La historia concluyó con Bermúdez y Bielsa afuera, y Carlovich adentro.
“Hoy le llamarían informal; en aquella época, un bohemio”.
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