-Usted apareció en el arbitraje como alguien muy estricto, que hace cumplir con el reglamento en una sociedad habitualmente transgresora. ¿Cómo se llevaba con eso?
-No sé si lo logré, pero al menos lo intenté (se ríe). Es decir, intenté darle al arbitraje futbolístico, si se quiere, un enfoque con mayor rigor. Al menos me preocupé por ser una especie de esponja, de aprehender de las diferentes disciplinas para volcarlas en el arbitraje. Tener esa posibilidad, me dio la fortuna de tener una visión mucho más amplia del arbitraje y del fútbol. Si desde el fútbol se internalizan mensajes y cuando atraviesa la sociedad de punta a punta y a todas las clases sociales, se transmite cómo obtener un objetivo fuera de la ley y con la complicidad de la Justicia, esa sociedad entra en la situación de corrupción, que se verá plasmada en la vida de relación, principalmente, de chicos y jóvenes. Si obtener resultados fuera de la ley me da éxito, poder, fama y dinero, es un combo lo suficientemente nocivo como para generar una sociedad estructuralmente corrupta en la que, naturalmente, a los políticos no los traen los marcianos y los tiran allí.
-Cuando usted comienza como árbitro, estaba la otra línea llamada por la prensa y no sé si por los propios árbitros como la del “Siga, siga”, “dejar jugar". ¿Cómo se generó su construcción como árbitro?
-El camino del conocimiento no tiene retorno. Una vez que uno conoce, pierde la ingenuidad, y cuando entramos en el fútbol profesional, y mucho más, en el fútbol de alta competencia, empiezan a aparecer intereses de toda índole, y no estrictamente sólo en lo deportivo, porque excede largamente lo deportivo, e incluso lo económico, porque están los factores políticos y sociales en todo el mundo, nos damos cuenta de que esa imagen del fútbol se transforma en un espacio que ni siquiera es el reflejo de la sociedad. Es la sociedad misma. Alguna vez Valdano dijo “se juega como se vive” y yo digo también “se dirige como se vive”. En una sociedad que ha tenido jueces corruptos hasta por donde se los mire, es imposible imaginar decencia arbitral que se diferencie de esto.
-Recuerdo una expulsión suya a Raúl Pacha Cardozo, de Vélez, en un partido en el que a él le faltaba acumular una tarjeta amarilla para cumplir la sanción y volver limpio a un partido importante y buscaba entonces que lo amonestaran y usted lo expulsó por eso…
-Me dijo tres veces que lo amonestara y le dije que se retirara, y me dijo que no se iba a retirar hasta que yo lo amonestara, y me pareció una falta de respeto desde todo punto de vista. Frente a la flagrancia de una incorrección premeditada (allí está la gravedad). Muchas veces fueron las veces que uno analizaba el juego y se daba cuenta de que la gravedad de las faltas no radicaba en sus formas físicas de realización, sino en la premeditación en la conducta. Está tan instalado y tan naturalizado en el discurso dominante que hasta los propios agentes de prensa que forman opinión lo van reciclando como cuando dicen “era innecesaria esa falta” (se ríe). ¿Cómo “innecesaria”? Me hace ruido ahora mismo. Es como si yo voy a asaltar un banco y me dijeran que es innecesario hacerlo. ¡Eso hace pensar en que hay instancias en que sí es necesario! Se está convalidando la ilicitud.
-Hay un partido que es clave para que la gente lo conociera que es aquel de River -Newells (de Marcelo Bielsa) en el Monumental (Torneo Clausura 1992) con cuatro expulsiones de jugadores de River y un 0-5 final para los rosarinos, y aunque lo criticaron mucho, en el programa de TV de la noche quedó claro que usted tenía razón.
-Lo que pasó ese día, y lo que pasó en partidos posteriores, uno ya se la veía venir. Cuando uno ve partidos internacionales, de acuerdo a la tipología de faltas que comete un equipo, uno puede llegar a darse cuenta del nivel de permisividad de los árbitros, porque el no cumplimiento del plexo normativo permite, a través de la impunidad, la reproducción de esas acciones y se van naturalizando y enquistando en la conducta de los jugadores. Cuando los árbitros no toman la decisión que deben tomar, como las agarradas en las áreas, se van naturalizando, y en aquella época se había naturalizado la falta de respeto recíproco, del árbitro con los jugadores y la respuesta de ellos. Para llegar a ser árbitro de Primera División en la Argentina en aquella época (N de la R: inicios de los años 90) había que haber sido árbitro asistente (en aquella época se les decía jueces de línea).
-¿Usted lo dice en el sentido de que cuando se llega a ser árbitro de Primera, ya se llega curtido?
-El juez de línea convive permanentemente con el árbitro en el campo de juego, en el vestuario, en los viajes, y sufre también las omisiones de las decisiones, como cuando lo insultan y el árbitro no actúa. Un día tuve que dirigir un Boca-River en la Bombonera. La tendencia en esos partidos trascendentes es que los árbitros buscan pasar desapercibidos, no ser ellos los que rompan el equilibrio –una excepción fue la final del Mundial 1974 que comienza con un penal para Holanda ante Alemania- y uno tenía que dirigir haciendo escuela porque todo el mundo estaba mirando y nosotros somos docentes que enseñamos con nuestra conducta. Entonces en ese partido, tenía como línea a Ernesto Taibi, del lado de los palcos. Yo les decía a los asistentes que mis amigos estarían detrás de ellos (yo les pedía a mis amigos que se pusieran detrás de los líneas para que me dijeran qué veían y qué escuchaban). Yo no quiero jueces de línea que se dejen basurear. Yo les decía a los jueces de línea: “Si un DT te insulta, un jugador te insulta, vos me llamás”. Nosotros tratábamos al jugador de “señor”. Ni siquiera tutearlo. “Señor”, para evitar líos y consagrar la igualdad ante la ley. Porque si no, con Maradona, con Francescoli… Entonces “señor” a todo el mundo. Entonces, todos saben que voy a tratar a todos igual. Y con el debido respeto porque son trabajadores. Pero no nos pueden basurear. Nosotros tenemos que poner un límite al alto nivel de competitividad. Un mínimo de autoridad para lograr la gobernabilidad del juego.
-¿Y qué pasó en ese Superclásico?
-A los 20 minutos sale una pelota al lateral para River por el lado de los palcos y Alberto Márcico creyó que ese lateral era para Boca y le hizo al juez de línea (Ernesto Taibi) el gesto de que tenía la banda roja de River. Taibi levantó la bandera. Yo estaba lejos pero lo miro, iban 0-0, él lo señaló a Márcico, hizo la banda roja y le saqué tarjeta roja a Márcico. Se me vinieron encima todos los jugadores de Boca para preguntarme por qué lo echaba y les expliqué: por acusar al línea de parcialidad manifiesta, algo muy grave, gravísimo. Peor que un insulto. Los jugadores no entendían nada.
-Vaya manera de comenzar un Superclásico.
-Como le decía, yo me la vi venir. Porque yo sabía lo que era Primera División, porque yo había sido testigo de un crimen. Y yo no iba a permitir esos crímenes, Yo me formé en el fútbol del interior profundo del país, en las ligas del interior donde dirigía sin alambrado, a campo abierto y los jugadores se cambiaban en la casa de los vecinos. Sin publicidad. Y pasé por todas las categorías del fútbol argentino para llegar a Primera División. Y cuando llegué, me trataban como si yo me hubiera encontrado un silbato en Lavalle y Florida, porque no me conocían. Y para la mayoría de los periodistas, al no conocerme, era como que yo no entendía el idioma del fútbol. Que no hablaba con los jugadores, que era irreflexivo, que era un ente total. Que quería ser la estrella del espectáculo. Ese era el discurso dominante que buscaba presentarme en sociedad como un desquiciado, y que hacía todo eso debido a su cuadro mental. A nadie siquiera le importaba cómo había llegado yo, primero en el ranking de méritos. Tenía diez en todo y el ranking se elaboraba por el promedio de las notas y la calificación de los veedores. Sólo se reservaban un 5% para una nota conceptual y allí metían la mano, y me pusieron un 8 y a los tres que me seguían, un 10. Cuando pregunté por qué, me dijeron que porque era muy joven. Tenía 32 años y en ese tiempo se dirigía hasta los 50. Por eso terminé cuarto y para acceder a Primera había tres vacantes (risas). Pero el destino les jugó una mala pasada porque justo ese año, la FIFA bajó a los 45 años la edad límite para ser árbitro internacional (1991) y los tres que estaban delante de mí tenían más de 40 y entonces Julio Grondona, presidente la AFA, pensó que no le servía y preguntó quién era yo y pidió que me probaran y debuté en un Estudiantes-Deportivo Español.
-O sea que efectivamente, usted llegó a la Primera más que curtido, conociendo el sistema muy de cerca.
-Sí, después ya tuve muchos problemas en un Rosario Central-Estudiantes, donde hubo una trifulca que duró como 5-6 minutos. Después de eso, vino uno de los que yo iba a echar (Roberto Trotta) a decirme “ya está, Javier”. Recuerdo que me tuteaban como si yo fuera un hermano. Yo le pregunté tres veces “¿usted está seguro?” y expulsé a cuatro –a los que pude identificar-, entre ellos, el que me vino a hablar. Al terminar el primer tiempo, cruzando toda la cancha, los plateístas me insultaban y hasta uno me dijo “volvé al neuropsiquiátrico de donde te escapaste”. Yo estaba acostumbrado a eso. Tanto, que la mayoría de los árbitros los dejaba a los 22 adentro de la cancha. Y se habían escupido, insultado. Entonces, yo ya sabía que ese iba a ser mi derrotero. No obstante, los que me conocían, sabían cómo dirigía y por qué. Y uno de ellos era Guillermo Rivarola (jugador de River), que fue protagonista de ese partido ante Newell’s al que usted hace referencia.
-Volvamos a ese partido.
-Antes le cuento que meses más tarde de aquel Rosario Central-Estudiantes, me designan árbitro internacional, antes de que la FIFA creara la función de juez de línea internacional, entonces, en aquel tiempo, se tenía que practicar como juez de línea internacional, como aconsejaba la FIFA a las asociaciones nacionales. Y como asistente, me mandaron a un River-Boca siete días antes del famoso River-Newell’s. Ese partido terminó 2-2 con dos goles de Diego Latorre. Y en un momento, (Roberto) Cabañas le aplica un planchazo tremendo (se escuchó hasta el ruido) en la pierna de Sergio Berti. El árbitro hace seguir. Yo veo que Berti queda dolorido, en el piso, gritando, insultando. La jugada sigue, y eso es lo que yo llamo “violencia institucional”, las injusticias que se cometen dejando impunes ese tipo de faltas. ¿Qué hizo Berti? Se levantó, con toda su furia, lo corrió, llegó, y ¡bum! Lo levantó a Cabañas por el aire. Viene el árbitro y lo expulsa y se arma en la mitad de la cancha una batahola tremenda y el árbitro queda en el medio de los empujones. Yo me meto y empiezo a sacar jugadores. Y cuando llego al árbitro, lo veo a (Fabián) Basualdo cara a cara con el árbitro, diciéndole de todo. Yo lo agarro y lo separo a Basualdo, y le digo “¿pero cómo le va a decir eso al árbitro?” y Basualdo me contesta “ese hijo de puta me pegó un codazo en el estómago”, en referencia al árbitro. Yo allí pensé “me voy” porque vi ya al árbitro solo. Cuando me voy, estaban (Blas) Giunta, (Jorge) Higuaín, que le decían “esto es culpa tuya, la puta que te parió” (se ríe).
-Le echaban la culpa al árbitro
-Sí, entonces yo me voy a tomar ubicación como línea pensando “ahora va a empezar a echar gente”. Pero cuando voy caminando, siento que enmudece el estadio. Una sensación horrible porque el Monumental estaba a full, y era una caldera. Todavía me faltaban 10 metros para llegar a mi posición y se había reanudado el juego. Ni siquiera me esperó el árbitro a que yo llegara a la línea. ¡Y no echó a nadie! Al día siguiente yo viajaba con Francisco Lamolina y Rubén Boquete a Guayaquil porque creo que se jugaba una semifinal de Copa Libertadores entre Barcelona y Colo Colo de Chile. Y pasillo de por medio, en el avión, estaban sentados Marcelo Araujo y Enrique Macaya Márquez. Y en un momento, hablando entre ellos, se refirieron a esa jugada del Superclásico. Y Araujo le dice a Lamolina “nosotros tenemos todo filmado (y lo iban a pasar a la noche en el programa “Fútbol de Primera”) pero Enrique dijo que cortáramos eso porque era muy desagradable”, porque se escuchaba de la imagen las cosas que le decían al árbitro, que era Juan Carlos Loustau. Luego, un periodista de Radio Rivadavia me preguntó si me podían sacar al aire en “La Oral Deportiva” y desde Buenos Aires, José María Muñoz me dijo que justo habían salido las designaciones para el domingo y que me habían dado el River-Newell’s, que definía el campeonato.
-Vaya partido que le dieron, siendo usted nuevo…
-Ese partido es histórico por donde se lo mire. A los pocos minutos, (Juan Manuel) Llop le comete una falta a Ariel Ortega, que era un nene, y vino Ramón Díaz (todavía jugador) a recriminarle de mala forma. Yo me meto en el medio, los separo, amonesto a Llop y le digo a Díaz, que estaba amonestado, “que para este tema estoy yo”. Iban 5 minutos de juego. Y casi lo echo, por cómo me miró, pero me pareció que podía estar en el límite. Los jugadores de River me protestaban cada fallo. Y el disparador fue un lateral en la mitad de la cancha. Oscar Acosta genera una falta en ataque con los brazos hacia atrás haciendo palanca. Cobré y él me insultó. Era un partido en el que se jugaba buena parte del campeonato, y lo expulsé. Se me vinieron todos los jugadores a protestar pero Rivarola, que también jugaba en River, venía de haber jugado en Atlético Cipolletti de Río Negro y me conocía de haberlo dirigido en otras categorías regionales y de ascenso. Y él agarraba a sus compañeros para advertirles que yo los iba a echar. Vino Pipa Jorge Higuaín, echando espuma por la boca, y me dice “¡Javier, te estoy hablando bien! ¿Por qué lo echaste?”. Le dije “porque me dijo cagón”… (se ríe). Él miró al cielo y me dijo “¿Y por eso lo echaste?”. Allí vi que por detrás de Higuaín se asomó (Ángel) Comizzo, el arquero, y me gritó “nos estás arruinando el campeonato”. Saqué la tarjeta amarilla y veo que él baja la vista para mirar el color de la tarjeta, me aplaudió y me insultó, así que le saqué la roja, y allí vino (Fabián) Basualdo, el lateral, a decirme que “nos viniste a cagar el partido” y también lo expulsé. Las tres expulsiones fueron por falta de respeto, no por protestar. Al día siguiente, todos los medios dijeron que yo los expulsé por protestar. Todo eso fue en la primera parte, que terminó 0-0 y Newell’s, el equipo de Bielsa, que luego fue campeón, tenía tres jugadores de más.
-Me imagino el clima que habría en la salida hacia los vestuarios al terminar el primer tiempo…
-En el entretiempo, el cuarto árbitro me informó que el DT de River, Daniel Passarella, me había insultado, así que le dije que le informara que también estaba expulsado. También recuerdo que cuando me dirigía al vestuario, un policía se me acercó para ofrecerme irme por otro lado “porque Passarella está en su camino, esperándolo” por lo que yo llevé la situación al absurdo para hacerle ver que no tenía sentido lo que me dijo y le pregunté irónicamente “¿no quiere que salgamos por la Lugones y nos tomamos un taxi para ir al vestuario?” porque el que estaba mal ubicado era él… Yo no tenía nada que esconder. La cancha era Irak, Afganistán. Arrancaban las butacas que eran de madera y me las tiraban. Pero cuando empezó el segundo tiempo, miro al banco y estaba Passarella, así que tuve que parar el juego. Porque es en esos momentos de gran tensión que el entorno se cree que uno tiene la cabeza en otro lado y en las cuestiones finitas para desapercibido. Al poco tiempo, expulsé a Higuaín por una falta violenta y River quedó con 7 y Newell’s le hizo los cinco goles.
-Lo que ocurrió después de eso es que con el correr de los partidos, los jugadores sentían que había dos justicias, la habitual y la suya, más estricta, que cuando usted dirigía, se comportaban distinto.
-Eso llevó mucho tiempo. Porque las semanas siguientes a ese partido, el tema era River, que quiso hacerme un juicio por 3 millones de dólares por lucro cesante, por los daños que decía que yo le había generado. Con los años, Grondona me contó que tanto en ese partido, como en el que Vélez le ganó 5-1 a Boca, los presidentes de River (Alfredo Dávicce) como de Boca (Mauricio Macri) fueron a pedirle mi cabeza. Pero Grondona tuvo una conducta irreprochable.
-Siempre hubo presiones de los dirigentes…
-Lo que pasaba en esa época sin redes sociales, es que los jugadores escuchaban, leían y veían todo y la opinión de todos los medios era casi unánime. Muy pocos periodistas en soledad se animaban a insinuar que las cosas podían ser diferentes. Esos días siguientes al River-Newell’s fueron un desastre para mí. Los partidos siguientes fueron peores porque los jugadores pensaban que yo venía golpeado y querían sacar rédito de eso y me venían a torear. En un Huracán-Boca, al que dirigía César Luis Menotti y Boca tiró mal el achique al minuto de juego y le metieron un gol y los jugadores de Boca reclamaban todos fuera de juego, se me vinieron encima. Me protestaban para meterme presión para las jugadas que podían venir. Uno de los que vino fue Juan Simón (defensor, ex compañero de Maradona en el seleccionado sub 20 de Japón) y me dice “mirá que vos no sos el protagonista, los protagonistas somos nosotros”. Es decir que repetía la frase hecha instalada en el discurso de los medios. Mi respuesta fue que “precisamente, porque ustedes son los protagonistas deben guardar respeto. Usted está amonestado y la próxima se va”. Yo tenía que morir con las botas puestas y no entrar en contradicciones. Y no se da una idea de lo que fue mi primer Superclásico….
-Cuénteme
Porque la gente no tiene idea de lo que es debutar como árbitro en Primera. Con adrenalina al extremo. En aquellos tiempos se jugaba la Copa de Oro en Mar del Plata, una copa de verano, de pre-temporada. El stress, a full. Siempre digo que para analizar un fenómeno, hay que ubicarlo en el contexto social económico, político. Estamos hablando de la época de la convertibilidad del peso argentino, en los años 90. Esto significa que los jugadores, en su mayoría, no emigraban porque en la Argentina se pagaba lo mismo que en Europa o México. Y los planteles se mantenían por mucho tiempo. O sea que a la rivalidad tradicional de los equipos, se agregaba la rivalidad personal. Además, en los torneos de verano se dirimían los asuntos personales porque se trataba de amistosos, si había sanciones no se aplicaban a los partidos oficiales.
-¿Con qué partido debutó?
Me tocó un Boca-Independiente. Faltaban pocos minutos para el final, le dan un pase largo frontal al Beto Acosta, que se va hacia el gol pero la pelota le pega en la mano en el envión y por esa misma jugada, le sacó veinte metros a Hermes Desio (Independiente) y quedó solo ante el portero Luis Islas. Éste le hizo falta. Penal. Todo el mundo pedía mano pero no fue intencional. Islas pateó la pelota lejos y me insultó. Lo expulsé y se me vino encima todo Independiente. En medio de todo ese lío, yo puse la pelota en el punto del penal y Hugo Perico Pérez, que era el capitán de Independiente, gritaba a sus jugadores “vengan, vengan” y los paró en la línea del arco para evitar que se ejecutara el penal. Yo los iba a expulsar, pero me ahorraron el trabajo porque Pérez les dijo “vamos, vamos” y se fueron de la cancha, Independiente abandonó el campo de juego. Obviamente que para el árbitro eso es muy doloroso. Di por finalizado el partido, con los trámites correspondientes. Me mataron otra vez en los medios. Al día siguiente del partido, el Concejo Deliberante de Mar del Plata me declaró “Persona No Grata” y me aconsejó no volver nunca más a la ciudad. Y faltaban unas tres semanas para el Superclásico entre River y Boca también en Mar del Plata, que era lo que todos esperaban. Y Niembro, diciendo en la radio “cuidado con lo que van a hacer con las designaciones de los árbitros porque puede haber problemas, eso puede significar incitar a la violencia”, etc. ¿Y a quién designaron para River y Boca?
-¡No me diga que a usted!
-Los días previos al partido ese fueron una tortura. Mis amigos, familiares, compañeros de trabajo me llamaban y me decían “Javier, lo hacen a propósito. Deciles que estás enfermo y renunciá a ese partido. Lo hacen para que se te arme quiilombo y te echen. Es el escenario ideal”. Salía a la calle y todo el mundo hablaba de eso: “El quiilombo que se va a armar”. Pero yo no iba a dejar de dirigir un partido por eso. Mi hermano mayor decidió acompañarme y fue conmigo a Mar del Plata. Fue un partido tremendo, con cuatro expulsados, pero terminó, fuimos a comer a un restaurante del puerto y cuando entré para comer, se pararon y me aplaudieron. Yo tardé muchas horas en desacelerar.
-Otro partido que quedó en el recuerdo es el Vélez 5 Boca 1 de 1996, y con Diego Maradona y Claudio Caniggia jugando ante el Vélez de Carlos Bianchi.
-Bueno, es que yo allí ya tenía más experiencia. Lanús se me había ido de la cancha ante San Lorenzo, había tenido problemas en el Bánfield-River con tres expulsados, Yo venía de muchos escándalos y obviamente, lo que no mata, fortalece.
-Ese día se desmadró todo
Todo fue por el gol de Vélez. Ese fue el disparador. Ese debió ser un partido testigo para el uso del VAR. Porque ese partido no sólo consagró una injusticia, convalidó una instancia que nunca se pudo comprobar, que la pelota traspasó la línea del arco de Boca y yo, a ras del piso y fuera del área, menos; pero el asistente lo vio como gol. Boca ganaba 0-1 en lo que yo considero la mejor producción de Boca en la era Maradona en su segunda etapa, junto con Caniggia, porque Boca lo borró de la cancha al mejor Vélez de Bianchi con todas sus figuras y en su propio estadio, en los primeros 30 minutos, y ganaba injustamente 0-1, porque la diferencia era mucho mayor hasta que llega esa jugada, en la que el asistente me dice que el arquero de Boca, Carlos Navarro Montoya, saca la pelota desde adentro del arco. Y yo tengo que dar el gol. Ahí yo creo que se rompe el equilibrio y ahí Boca se desconcentra y se va del partido y en lugar de jugar contra Vélez, comenzó a jugar contra las decisiones del árbitro y hasta inconscientemente, a cometer faltas estúpidas como un penal, un tiro libre al borde del área, sumado al antagonismo que tenían José Luis Chilavert, que le hizo dos goles en el mismo partido, y Navarro Montoya. Los jugadores de Boca estaban fuera de sí, me trataban de loco, comenzaron las expulsiones y la respuesta del público de Boca fue de más violencia, rompiendo el alambrado, pretendiendo entrar al campo de juego y en el medio de ese contexto tremendo, en una distancia de 7-8 metros, viniendo hacia mí, Maradona empieza a señalar los incidentes, con la policía tirando gases, los bomberos tirando agua fría en una noche gélida, y me señalaba a mí. Señalaba a los incidentes, y me señalaba a mí. Yo lo interpreto como una incitación a la violencia y procedo a expulsarlo. Automático. Cuando yo saco la tarjeta roja y voy hacia él veo que él ve la tarjeta roja y automáticamente se da media vuelta y se va. Yo le muestro la tarjeta y me voy para la mitad de la cancha. Y en ese momento, siento las luces encendidas, y un grupo importante de personas y en el medio de ellas, ante las cámaras, estaba Maradona, que venía, supuestamente, a pedirme explicaciones cuando él sabía que estaba expulsado y el motivo. Y tomo entonces la decisión de no responder ningún tipo de interrogatorio por considerar que las respuestas ya eran obvias, conocidas, y provocar una respuesta que podía generar interpretaciones después, es decir, si yo le decía “A” por qué le dije “A”, etc. Luego de eso se dirigió a mi persona blasfemando y diciendo de todo, pero nunca más volvimos a cruzarnos. Fue el último partido que lo dirigí.
Lo dirigió varias veces.
-Varias. Y siendo sincero, el trato de él conmigo siempre fue respetuoso. Siempre se dirigió a mí diciéndome “maestro”. Es decir, yo no tuve de él un trato ni descortés ni irrespetuoso hasta ese partido ante Vélez.
-A Messi no le tocó dirigirlo pero ¿qué le genera?
-Yo encuentro en Messi, naturalmente con excepciones porque es un ser humano, la figura de un deportista que genera empatía y simpatía. Es una figura que me resulta agradable y desde lo técnico, soy un agradecido de que uno pueda disfrutar de su magia. Para mí es lo máximo. Junto con Jordan, son los dos deportistas de élite que más me han deslumbrado. Siempre recuerdo una frase de Jordan que decía “no van a lograr penetrar mi piel” frente a la adversidad, a la hostilidad que un deportista de élite puede experimentar en carne propia cuando está jugando. Se sentía impermeable ante cualquier situación que pudiera atentar contra su despliegue técnico y psicológico.