José Domínguez es un hombre normal. Hace deporte, tiene sueños y ama con locura su profesión. Gracias a una tradición familiar tomó la espada y se convirtió en un eximio representante de la esgrima en Argentina. Ya lleva dos décadas practicando un deporte que le permitió conocer el mundo, pero no todavía el mayor escenario para un deportista de alto rendimiento como son los Juegos Olímpicos.
A principios de marzo, Koko viajó con destino a Hungría para participar del Grand Prix de Westend, un torneo clave en su búsqueda de poder luchar por una plaza camino a Tokio 2020. En esa época, la palabra coronavirus ya inquietaba al mundo con su avance desde China. Es más, una vez que regresó del certamen en Europa, Domínguez recibió la noticia que casi dos decenas de esgrimistas que habían actuado en el certamen dieron positivo en los controles de COVID-19.
Así fue que, en la antesala del aislamiento obligatorio que decretó el presidente Alberto Fernández el pasado 20 de marzo, José se instaló en su casa y empezó a trabajar. Mejor dicho, a ayudar. Con pura conciencia social y solidaria, el espadista armó un plan y puso manos a la obra. Gracias a que es diseñador industrial, se conectó con diferentes foros para crear máscaras para completar las urgencias de un sistema sanitario que necesita tener cuidados extremos en su lucha contra la pandemia.
“Me surgieron las ganas de ayudar. Creo que por mi profesión vi una oportunidad. La vida de viajar tanto, entre competir y trabajar, no me permite ayudar tanto como me gustaría, entonces acá vi una oportunidad de poner energía en eso”, dijo Domínguez en diálogo con Infobae.
¿Cómo surgió la chance de comenzar a fabricar la parte esencial de la máscara a la que luego se le coloca la protección transparente? “Tengo un montón de amigos diseñadores y esa información empezó a correr rápido. Ahí contacté amigos más cercanos con máquinas que empezaron a probar modelos y seleccionamos los más efectivos”.
“A partir de ahí aparecieron modelos más eficientes para armar. El ensamble lo hacen los mismos médicos o el grupo de trabajo donde mando las máscaras. El sistema es muy fácil”, agregó el esgrimista que logró la medalla de plata por equipos en los últimos Juegos Panamericanos de Lima 2019 junto a José Lugones, Alessandro Taccani y Santiago Luchetti.
Sin poder entrenarse en su sala y confinado en su casa, Koko concentró su tiempo a la fabricación de un implemento vital para el cuidado de médicos y enfermeros de la salud. “Puedo hacer hasta dos máscaras cada una hora y media. Y los insumos salen de mi bolsillo”, le contó a Infobae.
¿No duerme para aprovechar las 24 horas de cada jornada laboral en su casa? “Me pongo la alarma en el celular cada dos horas a la noche así puedo seguir trabajando con mi impresora 3D”, explicó el egresado de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires.
“No llevo la cuenta al día, pero creo que ya fabriqué más de 350 máscaras. Los materiales salen de mi bolsillo. Aproximadamente, con unos 1.200 pesos se pueden armar unas 50”, dijo Koko, que al principio había destinado sus primeras creaciones a centros sanitarios de diferentes localidades de la provincia de Buenos Aires, pero que luego se expandió su zona de distribución cuando comenzaron a contactarse con él otros especialistas de la salud.
“Las máscaras fueron para la Municipalidad de San Miguel, unos amigos médicos de Moreno y también para el hospital de campaña que se armó en Campo de Mayo. También sumamos al Hospital Pirovano y Udaondo”, contó.
Hasta la llegada del coronavirus, la vida de Koko Domínguez se dividía entre sus tareas profesionales y el tiempo dedicado a su preparación deportiva. Con el objetivo de coronar su carrera con la clasificación a los Juegos Olímpicos, José había diagramado su año para cumplir el sueño de todo atleta. Pero la pandemia arrasó con su planificación y la del resto del mundo olímpico.
“Me impactó mucho. Primero porque no se sabe cómo serán las etapas de clasificación para Tokio 2020. Yo estaba en mi último ciclo olímpico y ahora se verá cómo continúa. Venía haciendo un esfuerzo enorme desde hacía un año y ahora es como un replanteo. Estoy reseteando mi cuerpo, haciendo un poco de mantenimiento y tomándolo como si fuera el final de la temporada a la espera de ver cómo sigue todo”, analizó el campeón sudamericano en los Juegos Suramericanos de Santiago 2014.
“La postergación no tenía discusión. Ya se veía venir. La idea es que se reúnan los mejores atletas del mundo en un solo lugar, entonces tendríamos a toda la gente aglomerada ahí. Hay que ver si llegan a la fecha que se dice. Lo primero es la salud y el deporte tiene que ayudar a eso”, agregó sobre la posible realización del mayor evento mutidisciplinario del deporte en 2021.
La esgrima es uno de los deportes con mayor tradición en el movimiento olímpico. Es parte del programa deportivo desde 1896, los primeros Juegos de la era moderna. En Amsterdam 1928 fue que Argentina consiguió hasta hoy su única medalla de la historia de la disciplina: fue en florete por equipos gracias a la actuación de Roberto Larraz y Luis Lucchetti, Héctor Lucchetti, Raúl Anganuzzi y Carmelo Camet.
Muchos de esos apellidos siguen siendo protagonistas en la actualidad de la esgrima argentina porque es un deporte que se pasa de generación en generación en las familias. Algo que también le sucedió a José.
“Soy tercera generación de esgrimistas. Mi abuelo lo llevó a mi viejo -también de nombre José- a hacer esgrima. Él compitió un bueno tiempo y llegó a ser parte de la selección de mayor, pero se retiró joven. Ahí se fue a hacer el curso de maestro a Alemania. Desde chico siempre se vio esgrima, pero yo jugaba más al fútbol”, contó Koko sobre cómo empezó su historia ligada a la disciplina que ya lleva practicando durante 20 años.
“El deporte lo hacía muy esporádicamente y después cuando tenía 7 u 8 años, mi viejo daba una clínica de verano para chicos, y ahí nos llevaba al club para atraer chicos. Nuestros entrenamientos arrancaban ahí. Ya en el último año de la secundaria entré en el equipo juvenil y ahí seguí. Eran otros tiempos, ahora los chicos arrancan muy jóvenes a hacer deporte. Igual esto me permitió llegar a los 36 años en actividad”.
Esta es la historia de José Domínguez, un deportista que se vio obligado a ponerle una pausa a su sueño olímpico, pero que al mismo tiempo aprovechó la oportunidad, se puso a trabajar y se sumó a otra lucha: la de tenderle una mano a los médicos en su cruzada contra una pandemia que mantiene en vilo a todo el planeta.
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