A las 8 de la mañana Don Ricardo ya viajaba en el colectivo 33 desde Barracas –su cuna, su sello, su barrio- hasta Paseo Colón y México. Antes de desayunar con su esposa Antonia y repasar todo el contenido de su valija metálica fue hasta la terraza de la casa en la que vivió su 82 años -calle Salom 467- se ocupó de la comida y el agua de sus 150 canarios Roler, famosos por su canto singular que era otra de sus pasiones.
A las 10 de la mañana, Víctor Dell’Aquila iniciaba una larga travesía desde San Francisco Solano –donde aún vive – hasta Quilmes Oeste en el San Vicente para llegar a Constitución, lugar en el cual había sido lustrabotas entre los 9 y los 11 años, y abordar el subte hasta Retiro. Finalmente, le quedaba el último tramo en el tren que lo dejaría en la estación enfrente del estadio.
Entre los diez fotógrafos designados por El Gráfico para cubrir la gran final Argentina-Holanda del Mundial 78’ estaban Don Ricardo Alfieri -con su infaltable cábala que era un pañuelo amarillo de seda plegado a un solo doblez en el cuello y nudo a un costado- ubicado detrás del arco de Fillol al momento del pitazo final. También se hallaba su hijo Ricardito -quien por entonces tenía 28 años- pero en el arco opuesto; o sea registrando el ataque argentino. Qué maravilloso orgullo padre e hijo cubriendo una final... Todos los fotógrafos de El Gráfico habían llegado al estadio de River a las 9 de la mañana, seis horas antes del comienzo, bajo las órdenes de su jefe, el querido y entrañable Eduardo Forte. Era ésta la manera en que se sentía la profesión: registrar todo y hacer con miles de fotos la película del acontecimiento.
Víctor en cambio estuvo en la puerta de Figueroa Alcorta cerca de las 13 esperando a alguien que lo hiciera entrar y su voz de optimismo para cada uno que pasaba cerca suyo y lo saludaba era un canto a la vida pues Víctor no tenía brazos… Sin embargo no dejaba de sonreír y arengar. Fue cuando tenía 12 años que le amputaron los dos brazos tras una travesura adolescente que terminó en desgracia.
Hoy junto a su esposa Gilda Irene, sus hijos Víctor Alejandro y Mariano Daniel y tres nietitas Belén Victoria, Pilar Lola y Carmela, Víctor pasa la cuarentena disciplinadamente pero con las necesidades propias de quien sale a ganarse el peso día a día pues su pensión por discapacidad es de 13.000 pesos mensuales, una ofensa. Hoy tiene 65 años y es vendedor ambulante. Sigue viviendo en Solano y su vitalidad y optimismo son tan enormes que contagian el valor de la vida por encima de todo. Víctor con su ejemplar actitud demuestra que se pueden prescindir o reemplazar órganos y extremidades siempre que haya vida y que esa vida sea honrada, como en su caso, con fe y amor.
El joven que esperaba el momento oportuno para meterse en la Platea Baja visitante para ver la final contra Holanda, recuerda minuciosamente el día de su desdicha:
- Mi tío Juan Di Luca tenía un supermercadito y me pidió si le podía dar una mano por unos días. O sea que para hacerlo tenía que faltar al colegio. La noche anterior habíamos cosido una pelota de tiento para hacer un picado y yo al día siguiente pasé a buscar a un compañerito, a un pibe que jugaba con nosotros. Pero para que la maestra no me viera y se avivara de que me estaba haciendo “la rata” me subí a un palo de alta tensión de 15 metros de alto desde donde se veía todo el barrio, todo el campo, todo Varela hasta el Cruce. Ojo –aclara con enfática dignidad– la maestra no tuvo nada que ver, me subí porque tuve ganas, también me podía haber escondido a la vuelta de la esquina. Una vez arriba tuve la mala suerte de perder un cachito el equilibrio e inclinarme y para no caerme me agarré con la mano derecha de los cables de 220 voltios; entonces para desprender esa mano que estaba pegada, instintivamente la agarré con la otra, con la izquierda y por ultimo me tomé del transformador cuando ya las manos estaban carbonizadas y sentía el olor a carne quemada hasta que perdí el conocimiento, me caí y me desperté en el hospital de Solano. De ahí, como no tenían los elementos necesarios me trasladaron al hospital de Quilmes.-
El protagonista que le da dramatismo a esta foto mundialmente famosa, se emociona cuando recuerda el diálogo entre su madre María Dominga con los médicos del hospital de Quilmes:
-Señora, le dijo el doctor Salvatti: “A su chico hay que amputarle los dos brazos y nadie le puede garantizar la vida, ¿usted nos autoriza?
-Doctor –respondió la madre desesperada- aunque sea un pedazo de su cuerpo quiero a mi hijo, por favor devuélvamelo vivo como sea.
Víctor recuerda con gratitud a aquellos médicos que lo salvaron: Anneli, Barrera, Barragán, Panigatti y la doctora Mazzola. Y no olvidará jamás las palabras del médico jefe, el doctor Salvatti cuando terminó de operarlo: “Pibe, tenés que vivir por tu madre”.
La tarde inolvidable del 25 de Junio de 1978 permitía que un sol tímido apenas templado se opusiera por momentos al viento de todo el día, aportándole un módico calor a la multitud expectante en el Monumental.
Detrás de uno de los arcos trabajaba un paradigma de la fotografía argentina, Ricardo Alfieri, quien a sus 66 años ya era un Don, vocablo con el cual se distingue respetuosamente a quien se admira: Don Ricardo. Un hombre cálido, humilde, generoso que sentía un indestructible amor por la fotografía y por el deporte.
Para Don Ricardo era su tercer mundial pues había cubierto el del 62’ en Chile donde generó una relación empática y cercana con Pelé -quien siempre fue a abrazarlo antes de cada partido del Santos o de la selección brasileña- y el del 66’ en Inglaterra donde registró como nadie la famosa de expulsión de Rattín mientras se paseaba por la alfombra real de Wembley. Esto le permitió producir la gran foto de Pelé y Rattin en la Copa de las Naciones de 1964 en Brasil; ningún jugador se negaba a un pedido de Alfieri, fundador de una dinastía que continúan su hijo Ricardo -enorme reportero, fotoperiodista y expositor de prestigio internacional- y su nieto Mauro (hijo de Ricardo y María Amelia) quien trabaja y se destaca en el diario La Nación
Lo que estaba lejos de sospechar Don Ricardo apostado detrás del arco de Fillol era que Víctor desde la primera fila de la platea baja detrás suyo estaba listo para saltar hasta el campo de juego en el minuto 119. Se trató de un instante azaroso y bendecido que habría de unirlos para generar una de las más famosas fotos del futbol mundial. Más aún, esta célebre pieza tiene innumerables premios, es símbolo de los Mundiales en todos los soportes de la FIFA, fue publicada por 134 medios una semana después de aquel Mundial 78’ e insertada en el spot inicial de la transmisión oficial de Rusia 18’ para todo el universo como imagen del Mundial de Argentina en la que los editores incluyeron dos fotos: Passarella con la Copa y “El abrazo del alma”.
El reloj del Monumental marcaba 119 de 120 minutos. Argentina ganaba por 3-1 con los goles de Kempes y Bertoni. Víctor, rápido, inteligente e intuitivo vio que dentro del campo de juego había solo dos policías con perros en la pista de atletismo. Sabía que los agentes no podrían correrlo ni detenerlo si pisaba el césped según le había dicho un comisario. La oportunidad le resultaba propicia para meterse, que era en definitiva su propósito esencial pues Víctor es hincha fanático de Boca y quería abrazar al Conejo Tarantini, único jugador que había actuado en Boca hasta antes del Mundial. Para él era común hacerlo en la Bombonera donde ya había sentido la imborrable sensación de ser besado por Orlando Medina (el primer jugador de su larga lista), Patota Potente, Roberto Mouzo (por quien me expresó un especial afecto), Miguelito Brindisi, el Cabezón Ruggeri y un único extra Boca, el valioso amigo perdido Roberto Perfumo quien le dijo palabras de mucho estímulo y cariño. O sea que para Víctor era frecuente entrar al césped de la Bombonera (que nadie supo jamás como lo hacía pues tenía diferentes maneras), pero el desafío ahora era aún más difícil: ingresar al campo del Monumental en una final de la Copa del Mundo. Y lo logró saltando los dos metros que había entre la baranda de la platea cabecera hasta el campo. Lo hizo con tanta energía y destreza que no les dio tiempo a los policías con sus perros para impedírselo.
Faltaba un minuto cuando el árbitro volvió a mirar su reloj y adicionó un minuto más. Víctor quería estar cerca de Tarantini, pero debía salir de allí ante las señas de un policía militar. Fue entonces que comenzó a acercarse hasta el arco de Fillol, donde seguía apostado Don Ricardo.
-¿Qué haces acá?- le preguntó Fillol en medio de los sonidos eufóricos que se anticipaban al histórico triunfo.-
-Lo mismo que vos, estoy esperando que termine el partido- le respondió Víctor .
Apenas unos segundos después, la explosión, la euforia, la emoción y el llanto. Todo era confusión y frenesí dentro del campo de juego.
Víctor buscaba a Tarantini que salió disparado hacia delante tras el pitazo sin poderlo correr pues en su locura iba gambeteando a particulares para abrazarse con sus compañeros. Los fotógrafos que se encontraban allí también fueron tras los locos festejos hasta que llegara la ceremonia de la Copa y la Vuelta Olímpica. Don Ricardo vio cómo Fillol se hincaba en el borde del área para rezar una plegaria en llanto y se detuvo con la cámara lista. Enseguida vio que se acercaba Tarantini emocionado y detrás de él un chico sin brazos con las mangas flameantes de un pulóver gris que le había regalado su hermana Filomena, con un incontenible llanto de eternidad. Alfieri en los dos o tres segundos que tuvo logró la secuencia que se inició con el Pato inclinado, Tarantini gritando con vehemencia, luego su reclinación hacia Fillol hasta que se suma Víctor quien con esfuerzo frena su loca carrera tocando con la punta de su zapatilla izquierda la suela derecha de Tarantini. Es así que luego y al ser apretujado por los dos jugadores que lo suman, nació “el abrazo del alma”, esta foto surgida de la sensibilidad de un fotógrafo que, como Don Ricardo, retrataba vidas.
Después de sacar esta emblemática foto, Alfieri fue a continuar su tarea pues faltaban aún los abrazos, la ceremonia, las emociones, el vestuario, la vuelta olímpica. Fue cuando el pibe Víctor persiguiéndolo le gritó:
- Maestro, maestro,... ¿cómo hago para tener esta foto?
- No te hagas problemas hijo, llamáme el martes a El Gráfico, preguntá por Alfieri padre- le aclaró.
Esa noche se revelaron unas 2.600 fotos en el laboratorio de la editorial para el cierre de El Gráfico; entre ellas estaba la que esa noche en el vértigo y las necesidades de elegir la tapa, las dobles páginas, los grandes momentos, los goles, la Copa, resultaría una gran foto más entre otras grandes fotos que obviamente habría de ser publicada sin título, ni dimensión destacada. No obstante, la separamos para republicarla grande y a doble página en la edición subsiguiente, la del 4 de Julio de 1978 pues ya tenía el título que me surgió al primer golpe de vista; sería para siempre “El abrazo del alma”.
Don Ricardo recibió varias veces a Víctor en su casa de Barracas pero luego de un viaje de 13 meses que éste realizó a Milán, Italia, donde tenía familiares que lo ayudarían a conseguir una prótesis en Bologna, que resultó imposible. Aún sin ella, Víctor jugó al fútbol, trabaja, se gana el dinero dignamente vendiendo billetes de lotería o lo que fuere día a día, formó una familia armoniosa, tiene muchos amigos, hizo un spot publicitario junto a Tarantini y Fillol para la Coca Cola, fue al lanzamiento del libro del Pato, respondió en el programa “Quien quiere ser millonario”, tiene una vida familiar y social razonablemente ocupada y a pesar de la adversidad de llevar 53 años sin sus brazos son más las palabras de gratitud y grandeza que de rencor y queja respecto de la vida que transita.
Video. El spot donde se reencontraron 36 años después del abrazo, Tarantini, Fillol y Víctor Dell’Aquila.
En su primera visita a la casa de Don Ricardo – un año después del Mundial- Víctor quedó azorado. Fue cuando pudo ver entre muchas joyas un palo de golf de Roberto De Vicenzo, guantes de Nicolino Locche, un pantaloncito de Muhammad Ali, un taco de Polo de Juan Carlos Harriot, una raqueta de Guillermo Vilas, un taco de billar de Ezequiel Navarra y cerca de 50 camisetas de jugadores, muchos de los cuales fueron con sus esposas a cenar a su casa porque querían a Alfieri y le regalaban lo más preciado: camisetas utilizadas en grandes acontecimientos y firmadas. Fue así que aquel joven Víctor pudo ver las de Rattin, Marzolini, Poletti (aún embarrada después de la final contra el Manchester United del 68’), Perfumo, Pelé, Yazalde, Ermindo Onega, Bianchi y tantos otros grandes que al entregárselas personalmente le demostraban su afecto.
En una pared del comedor de su casa, encima de la chimenea aquel chico que saltó al campo de juego para abrazarse con Tarantini y Fillol tiene una foto que dice: “Con todo cariño le dedico a Victor Dell’Aquila mi mejor foto del Mundial 78”.
En ese eternizado abrazo incorporado para siempre a los símbolos del futbol mundial está el alma de su autor, Don Ricardo Alfieri, un artista de la fotografía cuya sensibilidad retrataba la vida.
LA SECUENCIA COMPLETA QUE SACÓ ALFIERI
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