Francisco Guerrero todavía no tenía ni 20 años pero ya era portada de las revistas deportivas con más tirada, era la nota obligada para cada cronista televisivo y el más buscado por los fanáticos de Independiente después de cada entrenamiento. Había hecho el gol clave ante Brasil en la final del Mundial juvenil de 1995, el primer título de la dinastía Pekerman, y también estaba en la consideración como una de las máximas promesas del país. En pleno esplendor, una lesión transformó su carrera y marcó su futuro. Sus presentaciones en el Rojo lentamente se fueron diluyendo y para comienzos del nuevo mileno Panchito optó por redistribuir las siguientes dos décadas su vida entre Suiza, Chipre y España.
“Me rompí los ligamentos cruzados en el 98. Me costó mucho regresar primero a volver a jugar y después, creería yo, a recuperar el nivel que había demostrado. No sé si recuperé alguna vez ese nivel. Puede haber sido una bisagra en mi carrera; o un antes y un después. En algún momento pensé sobre esto. Es inevitable. Pero lo canalicé hace mucho tiempo. Lo superé desde la parte psicológica, que es lo más complicado. Pensé alguna vez que quizás pudo haber sido distinta mi carrera. Hubo un momento que dije basta, me pasó y vamos a darle para adelante. Me llevó un tiempo”, recuerda ante Infobae sobre el partido que quedó lo marcó a fuego.
Hasta allí, su nombre brillaba en la marquesina futbolera por haber señalado con apenas 17 años el 2-0 ante Brasil en el Mundial Sub 20 de 1995 que coronó por primera vez al proceso de Pekerman, pero también había sido el apellido clave en la obtención del prestigioso torneo de Esperanzas de Toulon en 1998 en una plantilla que tuvo a Juan Román Riquelme como mejor jugador del torneo y a Panchito como máximo artillero. Al unísono, había conseguido ganarse la confianza de César Luis Menotti en Independiente, donde era titular y nombre clave de un equipo que batalló por el título hasta que el Flaco se marchó en medio del torneo para dirigir a la Sampdoria de Italia.
“Con 16 años Brindisi me subió al plantel profesional y a los 17 debuté con ese mismo cuerpo técnico. Compartí vestuario con el plantel de 1994 que salió campeón, pero yo salté a primera unos meses más tarde. Era un vestuario que tenía mucho compañerismo, de jugadores consagrados, tenías gente que había jugado Mundiales o iba a jugarlos como Islas, Serrizuela, Burruchaga... Yo había tenido algún partido en primera siempre de suplente, pero sin dudas que me hice más conocido con el Mundial juvenil. Aunque también llegué a ese torneo gracias a estar en el plantel de Independiente. Había tenido muchos partidos en reserva”, detalla sobre el momento en el que pasó repentinamente de ser un desconocido a ocupar las crónicas deportivas de modo habitual.
Hacia fines de 1994, el fútbol argentino estaba por afrontar uno de los momentos más importantes de su historia, aunque nadie lo sabía. Pekerman tomaba las riendas de la estructura juvenil de la Selección y unos meses más tarde le daba al país su segundo título mundial Sub 20, a 16 años de la histórica coronación del equipo de Diego Maradona en Japón. Juan Pablo Sorín era el capitán de un equipo que tuvo a Guerrero como titular en cuatro de los seis encuentros y que además lo vio ingresar desde el banco en los dos restantes. “Ese gol contra Brasil sin dudas que me marcó muchísimo. Ese partido no lo inicio. Pekerman me dio la posibilidad de entrar no muchos minutos. Ganábamos 1-0, pero tengo la suerte de hacer el gol y cerrar el partido. Fue un partido importante porque veníamos de perder con ellos en el Sudamericano. Queríamos lógicamente llegar a la final y si era contra Brasil mucho mejor. Hasta hoy en día me lo recuerda mucha gente. Eso significó haber entrado por la puerta grande al sueño de ser jugador de fútbol”, afirma sin olvidar que su otro grito en el certamen también fue vital para superar a Camerún 2-0 en cuartos de final.
“Yo no llegué como figura del equipo, en realidad no tuvo una figura ese plantel. Leo (Biagini) era el que más había participado en primera quizás, pero tenía mucho que ver su forma de ser porque era un chico muy tranquilo, que no exponía cosas que no debía ser. Sorín también era el que más había jugado en Argentinos Juniors y a las pocas semanas de ser convocado con nosotros lo llamaron para la mayor. Pero eran pibes nobles, muy ubicados. Ahí el distinto desde lo futbolístico, digamos, o el que generaba cosas diferentes era Ibagaza. Si tengo que elegir a uno, te diría él. Con el tiempo decís pucha cómo jugaba este pibe, cómo veía algunas acciones o jugadas...”, refresca sobre un plantel Sub 20 que contaba con la particularidad de tener a Guerrero y Biagini con menos de 18 años.
“Cuando pienso en el cuerpo técnico de Pekerman se me viene a la cabeza gente muy cercana, muy humana. Era un tipo sencillo, cercano, de pocas palabras, que leía muy bien los partidos. El manejo de juveniles no es algo fácil –explica– y creo que ellos separaron muy bien esa diferencia de estar con jugadores que aún estaban en formación por más que estén en una selección y sean profesionales. Ese fue el secreto: ellos entendieron que el jugador Sub 20 o 17 era un juvenil que tenían que acabar su proceso formativo”.
Guerrero permaneció en Avellaneda entre 1994 y 2001. Compartió ataque con Alveiro Usuriaga, Sebastián Rambert, José Luis Calderón o Diego Forlán durante todos esos largos años y hasta fue capitán durante algunos encuentros bajo el mando de Osvaldo Piazza. Sin embargo, su nombre quedó impregnado a un recuerdo en el Rojo: el 3 de noviembre de 1996 se enfrentaron por tercera y última vez Menotti y Bilardo como entrenadores en la Bombonera. Independiente venció a Boca por la mínima con un grito de Panchito a los 21 minutos del segundo tiempo.
“Es una fortuna que tuve de poder convertir un gol en un partido trascendental entre esos dos entrenadores. Lo que movía el espectáculo era la parte de Menotti vs. Bilardo. Queda muy marcado por eso mi gol. Hubo un detalle importante en la semana: no venía rindiendo por ahí como lo había hecho al inicio del campeonato y César se acercó, me preguntó cómo me sentía, si me veía capacitado para jugar ese partido desde la confianza. Le dije que sí y me dijo ‘bueno, va a jugar’. No es un detalle menor esta charla. Yo recién arranqué a ser titular en el 96 con Menotti y tenía 19 años", explica. “Ese fue mi momento de mayor exposición. Con otros entrenadores no conseguía ser titular por gustos o mal desempeño. Cuando llegó Menotti me dio titularidad y mucha confianza. Las cosas fueron saliendo. A mí siempre me resultó muy sencillo todo con él: lo que debía hacer en el partido, lo que me pedía. Yo sentía felicidad jugando a la pelota ahí como cuando jugabas de pibe con amigos”, agrega.
Aquel paso del Flaco por la entidad guarda un sabor agridulce: cuando parecía encaminarse al título local, aceptó una oferta de la Sampdoria de Italia y con él se llevó a Matute Morales, una de las figuras del equipo, con lo cual el equipo se desmanteló sumando las partidas de Calderón (Napoli) y Acuña (Zaragoza). “Fue grande el golpe porque no sólo se va el entrenador, también tres piezas claves. Todo cambia de alguna manera. No son piezas fáciles de reemplazar. El funcionamiento del equipo no fue el mismo. Fijate que importante que habrá sido ese equipo que lamentablemente no se pudo coronar con el título pero mucha gente lo tiene en la memoria. Eso significa que le dimos alegrías a la gente. Jugábamos bien al fútbol, respetábamos los principios del entrenador, de la historia del club y de la gente. Me quedo con eso. ¿Sabés también porque perdimos ese campeonato? Porque enfrente había un River fantástico, lleno de estrellas”, explica sobre un equipo que era puntero a cuatro fechas del final y terminó el torneo en el cuarto lugar.
Como un contraste de puntos claves en el calendario de su trayectoria, el 20 de septiembre de 1998 no es una fecha más en su vida. Aquel pibe de 21 años que estaba en pleno ascenso deportivo no podrá olvidar esa victoria 2-1 del Rojo sobre River en Avellaneda en la que debió dejarle su lugar prematuramente a Claudio Graf por culpa de una rotura de ligamentos de la rodilla derecha. Recién un año más tarde volvería a tener una presentación como titular. “Una lesión grave, difícil y más en un delantero que tiene que girar, frenar, pero bueno, ha habido delanteros que se rompieron la rodilla y siguieron al mismo nivel”.
Con más de un centenar de partidos con la pilcha roja, su situación en el club era incómoda. Tenía problemas con el contrato desde mediados de 1999 y en enero del 2001 comenzó a escribir lo que serían las últimas líneas. Los problemas para renovar su vínculo decantaron en la marginación del plantel. Sin minutos en el semestre y con el pase en su poder, aquel delantero gambeteador y veloz partió en julio de ese año rumbo al fútbol suizo para utilizar a lo largo de los siguientes cuatro años las camisetas del Zürich y el Basel. “Es un país con costumbres completamente distintas a las nuestras. A nivel familiar nos sirvió muchísimo y con mi mujer también, porque nos hizo crecer como pareja y como padres. Es un país de primer mundo, con una calidad de vida muy alta. La gente tiene su trabajo y lo tiene que ejecutar a la perfección. Como sociedad, la organización y el trabajo es lo que los lleva adelante. Mi hija mayor hizo primer grado allá y me sorprendió que la escuela que le tocó ir tenía una línea del estilo Waldorf o Montessori. Educación no convencional, digamos. Mi hija disfrutaba mucho, se divertía, aprendía jugando porque ya iba a tener tiempo de tener más responsabilidades", recuerda.
Sin embargo, a fines del 2005 estaba nuevamente en el país. Estudiantes de La Plata iba a jugar la Copa Libertadores y la propuesta lo sedujo para tener una segunda oportunidad en Argentina que le permitiera quitar ese sabor amargo de su adiós: “Se me había terminado el contrato en Suiza y tenía posibilidades de irme a otros lugares, pero decidí volver porque creía que necesitaba reencontrarme con el fútbol argentino. Como que suele pasar eso, que necesitas volver al menos una vez para reencontrarte con la idiosincrasia nuestra, pero no me fue bien a nivel deportivo. Estudiantes tenía un buen equipo, que después salió campeón. No estaba seguramente al nivel que estaban mis compañeros, no podía competir de igual a igual. ¿Por qué? No sé, habrá muchos factores... Lo que sí sé es que no estuve a la altura de mis compañeros para competir un puesto, lo tengo súper claro”.
Sumó unos minutos en su debut justamente contra Independiente en noviembre del 2005, duró poco tiempo en La Plata y emigró al ascenso para vestirse con la camiseta de Huracán de Tres Arroyos por un puñado de meses. “No me fue bien a nivel deportivo y por suerte pudimos direccionar de vuelta mi carrera. Volver a un sitio con mi familia que nos había gustado”.
Otros dos años en Suiza fueron el puente previo al retiro en el exótico fútbol de Chipre: “La intención era quedarnos en Suiza pero no conseguía equipo y se me terminaba el permiso de trabajo en el país. Un representante que había conocido me dio la posibilidad de ir a Chipre. Es una sociedad abierta, cariñosa, de gran corazón. Siempre nosotros tuvimos la predisposición de adaptarnos al lugar y no que sea al revés. La liga no era mala, pero tampoco era un nivel competitivo alto. El equipo era recién ascendido y humilde. Ahí tenés los dos equipos grandes que son los que normalmente se llevan todo. Al comienzo competimos bien, pero con el tiempo surgieron inconvenientes y descendimos. El equipo desapareció o algo así. Yo de a poco fui digiriendo el retiro porque cada vez me costaban más los entrenamientos. La rodilla sufría cada vez más. Era difícil recuperarme. Me hubiese gustado jugar un año más, pero no iba a cambiar mi carrera digamos”, describe sobre aquellos últimos pasos con 32 años en el Apep Pitsilia, en el que permaneció hasta el 2010.
El destino lo encontró en este 2020 en Chile siendo ayudante de campo de Patricio Graff –aquel defensor del Feyenoord holandés y Rosario Central– en el O’Higgins de Chile, aunque su vida pasa por España desde hace 11 años: “Estamos radicados con mi mujer y mis hijas en Alicante. Fue simplemente una elección. No conocíamos el lugar donde fuimos a vivir. Hay muchos argentinos en la zona que vivo yo, es una zona de playa. Muchos me conocen porque son del período del 2001 cuando se tuvieron que ir de Argentina”.
“¿Volver a Independiente? Nunca tuve la chance de volver... Sinceramente, la espina como tal, debo decirte que no la tengo. Porque en el período que estuve en Independiente fui muy feliz; y no lo digo como una frase hecha. Fueron muchos años. Desde los 11 que llegué a las inferiores del club y alcancé la parte más importante que un jugador puede añorar, que es jugar en primera y ser querido por la gente. No se dio lo del campeonato, pero siento que di lo mejor que pude en ese momento y con eso me quedé para siempre”.
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