“Fui a la guardia pensando que tenía hinchada la pierna izquierda por retención de líquidos. El médico me respondió que tenía que quedarme internado porque podía morirme en cualquier momento”. Cuando creyó que ya había pasado lo peor, a Guillermo Báez se le vino nuevamente el mundo abajo. En apenas unos meses su vida cambió radicalmente: se retiró como futbolista profesional, le extirparon un tumor y sufrió un tromboembolismo pulmonar que lo dejó al borde de la muerte. Hoy, por ser paciente de riesgo, toma todos los recaudos habidos y por haber ante la pandemia del coronavirus.
SU HISTORIA EN EL BOCA DE BIANCHI
Báez fue captado por Boca en un torneo juvenil realizado en su Lobos natal. Fue una de las figuras en el triunfo de EFIL (Escuela de Fútbol Infantil de Lobos) frente a la Prenovena xeneize y allí fue cuando Mané Ponce, por entonces entrenador de la Novena, le echó el ojo. Le propusieron probarse junto a otros tres compañeros y después de un par de meses le comunicaron que iba a ser fichado para las juveniles de AFA.
La rutina de lunes a jueves era siempre igual: colegio por la mañana, veloz vuelta a casa para el almuerzo y partida hacia La Candela, en San Justo, para entrenarse desde las 15:30 hasta las 18. Luego, transitar nuevamente los 100 kilómetros hasta Lobos haciendo las tareas de la escuela y descasar para el siguiente día. El itinerario (incluyendo los partidos de los sábados) se repitió durante dos años hasta que la billetera de sus padres no aguantó más y gestionaron con Jorge Griffa un lugar en la pensión.
El histórico captador de talentos no solamente le cedió un lugar en el club para que se desarrollara como futbolista sino que le encontró su puesto definitivo: dejaría de ser volante izquierdo y doble cinco para meterse en la cueva por altura, pegada y cabezazo. A Griffa le gustaba que los equipos salieran jugando de abajo y su buena técnica le dio crédito en aquella Categoría 80 integrada por Sebastián Battaglia, Julio Marchant, Facundo Imboden y Juan Aróstegui, entre otras promesas que tocaron la Primera.
Abel Alves, entrenador de su división, le comunicó que Carlos Bianchi lo había citado para practicar con el plantel profesional junto a Marchant y Aróstegui. Fue en el segundo semestre del 98, justo en el incipiente ciclo dorado del Virrey. “Cuando nos avisaron eso nos quedamos helados, a mí no me daban las patas para agarrar el teléfono y llamar a mi casa para contarles a mis viejos. Una o dos veces por semana empezamos a entrenar con la Primera hasta fin de año y los fines de semana jugábamos con la Quinta División. Los que estaban fijos arriba eran Battaglia y Escobillón (Adrián) Guillermo”, recordó el lobense, que sería convocado para hacer la pretemporada en Tandil en el verano del 99.
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Fue casi un mes de trabajo entre la Posada de los Pájaros, los amistosos en Mar del Plata y otras provincias y su debut en Montevideo, en un amistoso con Nacional (jugó como titular de lateral izquierdo en el 0-0 que terminó con triunfo de Boca en penales). El primer día Bianchi reunió a los juveniles y les dijo: “Les deseo suerte. Están acá porque lo merecen y creemos que deben estar, nadie les regaló nada y yo no hago favores. Rómpanse el lomo (nunca insultaba), gánense el lugar y demuéstrenme que no estoy equivocado. Cuando jueguen contra los profesionales no peguen, pero tampoco vayan despacio”.
— ¿Cómo hacías para marcar a Palermo en las prácticas?
— Marcar a esos monstruos era complicado. Yo los veía por la tele pero no conocía sus movimientos en vivo. A Palermo era imposible marcarlo. No se movía, era lento, se quedaba parado... pero te ponía el cuerpo, te metía la mano, te ponía el culo y no podías anticiparlo jamás. Pensabas 'este tipo es un tronco' y cuando veías que podías anticiparlo, pum, te ganaba él.
— ¿Con qué otro jugador de aquel plantel la pasaste mal?
— He sufrido al Mellizo Guillermo cuando Bianchi me ponía de 3. Cuando pensabas que ya te había desbordado e iba a tirar el centro, porque era la única que le quedaba, te hacía pasar de largo, te enganchaba y te dejaba pagando. No tuve de compañeros a Caniggia y Ortega, pero Guillermo fue el mejor. Era rápido y aunque podías llegar a marcarlo, con los enganches cortitos en una baldosa te mataba. Te hacía quedar como un boludo, con él la pasé mal pero no gastaba, jugaba siempre así. Me acuerdo que un día Bermúdez, con su tono colombiano, me dijo que no fuera al piso porque de esa forma era un jugador menos. Los tres colombianos (sumando a Córdoba y Serna) y el Pepe Basualdo, unas fieras. Los colombianos eran muy buena gente, muy solidarios, un amor.
— ¿Y Riquelme? ¿Cómo se manejaba en el grupo?
— No hablaba. Era el mismo de hoy pero no hablaba, era humilde, callado, sumiso, no acotaba nada. Se reía con sus amigos, pero siempre lejos de los flashes, no quería salir en ningún lado. Era uno más y con el tiempo se transformó en Riquelme, no le quedó otra. Andaba siempre con Traverso, Guillermo, Palermo, Chicho Serna e Ibarra. Ese plantel era muy unido. Y en la cancha, un crack. Capaz era vago para entrenar, lo veías a veces con un trote cansino, pero iba los domingos y te hacía agarrar la cabeza de lo bien que jugaba. ¡Y físicamente no se moría nunca!
— ¿Por qué no pudiste afirmarte en la Primera?
— Atrás había cuatro inamovibles de Selección: Ibarra, Bermúdez, Samuel y Arruabarrena. ¿Cómo los sacabas? Imposible. Y si sacabas a uno, entraba otro que era mejor. Estaban Traverso, Matellán, Burdisso, Coloccini, Matías Marchesini, Imboden... Siempre pienso que nací en el momento equivocado porque hoy hay más lugar. Jugué mucho en Reserva, pero estaba tapado y me terminaron dejando libre por la acumulación de jugadores. No fue fácil, se te viene a la cabeza todo el esfuerzo y sacrificio, los viajes, el estudio, no ver a tus amigos, el tiempo perdido. Pero es la ley del fútbol, no llegan todos. No me puedo quejar porque formé parte de ese plantel, jugué amistosos de verano e invierno, fue un lujo. No me quería volver a Lobos a trabajar y me quedó agarrar un equipo de ascenso con 21 años.
SU CARRERA PROFESIONAL EN EL ASCENSO
Ricardo Caruso Lombardi fue quien le tiró un salvavidas después de haberlo visto jugar en la Reserva de Boca. Amante de los centrales altos, le hizo firmar su primer contrato en El Porvenir, que iba a intentar salvarse del descenso (se irían 7 equipos) en la B Nacional. Aquel equipo cumplió el objetivo impuesto y hasta llegó a luchar por el ascenso con el Arsenal de Jorge Burruchaga que subió a Primera División.
Luego de su primera experiencia como profesional en el ascenso probó suerte en la B Metropolitana con Tristán Suárez pero el equipo hizo sapo. Y ahí apareció en el horizonte el mediático Caruso para llevarlo otra vez a jugar con él: “Me llamó para ir a All Boys. Pero se peleaba mucho con los presidentes de los clubes, era muy bocón, ja. Cuando se fue agarró el Ruso Zielinski”.
Tras la temporada en Floresta se asentó en Platense, un histórico de Primera que pretendía escalar a la B Nacional. El primer año fue con frustración por la Promoción perdida con Chacarita, pero renovó el contrato y el Calamar ascendió de punta a punta al año siguiente. Más tarde Tense coqueteó con la máxima categoría pero cayó con el Tigre de Diego Cagna, que vencería en la Promo a Nueva Chicago.
Humberto Grondona lo incorporaría como refuerzo en la 2008/2009: “Es un loco bueno y sabe. Tenía muchas virtudes, me acuerdo que los cambios que hacía siempre le funcionaban. En las concentraciones (dos días antes) sorteaba bolsos con indumentaria de la Selección para mantenernos motivados. Ahí compartí plantel con Lucas Wílchez, un fuera de serie, el mejor jugador con el que compartí cancha. No nos alcanzó, hicimos una buena campaña pero nos fuimos al descenso por el arrastre de puntos de las temporadas anteriores”.
Arribó a Deportivo Morón, donde quedó maravillado por la hinchada, pero padeció las cuestiones económicas y desorganización dirigencial. Pasó un año en Juventud Antoniana de Salta y luego se instaló definitivamente en Buenos Aires. Saltó de Colegiales a Independiente de Chivilcoy, militó en San Miguel dirigido por Patricio Hernández, compartió plantel con el Ogro Fabbiani en Deportivo Merlo y con 39 años fue incorporado por el Argentino de Quilmes de Pedro Monzón. Ahí su vida empezó a cambiar.
El Mate obtuvo el ascenso a la B Metro y, a pesar de que Báez pretendía jugar un último año, Monzón le propuso ser parte de su cuerpo técnico, algo que finalmente aceptó. No se retiró oficialmente sin antes jugar un par de partidos en la Primera de EFIL de Lobos, justo antes de enfermarse. “Se me vino el mundo abajo”.
EL EPISODIO QUE CAMBIÓ SU VIDA
El veterano defensor central se había hecho algunas placas por una inflamación en su testículo izquierdo durante su última etapa como futbolista. El urólogo le confirmó que no veía nada raro pero que debía drenar la zona para evitar complicaciones futuras. En su afán por conseguir el ascenso se mantuvo en cancha, sin dolores ni molestias. Una vez concluido el campeonato, decidió operarse.
— ¿Cómo te enteraste que tenías un tumor?
— Me hice una ecografía antes de drenarme en la que apareció una manchita que no le gustó al médico. Ahí me dijo que sacaría todo el líquido acumulado y cualquier otra cosa rara que viera. Nunca me dijo que era un tumor pero yo lo suponía. Así fue: tumor grado 2, que es leve y curable. Me fui tranquilo, hice reposo 20 días y arranqué a entrenar (como ayudante de campo) esperando arrancar la quimioterapia.
— ¿Y entonces vino el otro problema?
— Al mes de la operación se me hinchó toda la pierna izquierda, desde la ingle hasta el tobillo. De ignorante, pensé que era por retención de líquidos. Fui a la guardia y en el eco doppler saltó una trombosis a la altura de la ingle, al lado del ombligo, y un trombo a la altura del abdomen, en la vena cava, que va al corazón. No se puede comprobar al 100% pero creen que fue producto de la operación. Ahí mismo me dijeron que si me iba a mi casa me podía llegar a morir en cualquier momento, ahogado o por un infarto. O que me diera un ACV. Había que frenar como fuera la trombosis y me internaron en ese mismo momento. Yo no lo podía creer.
— ¿Cómo siguió todo?
— Estuve en coma inducido por 13 días a punto de morirme. Hubo un fin de semana en que tuve 5.3 de presión, el corazón casi no me latía. De a poco empecé a reanimarme. En realidad eso es lo que me cuentan, porque yo no sufrí nada, para mí fue una siesta larga. Mi familia fue la que sufrió al verme. Mi señora, mi mamá, mi suegra y mis hijos. No sé cómo aguantaron viéndome tanto tiempo en terapia intensiva.
— ¿Cómo te sentís ahora y cuáles son los pasos a seguir para tu recuperación?
— Hace un mes que me controlo y está todo perfecto. Me inyecto todos los días anticoagulantes para diluir la sangre e hice tres quimios (de lunes a viernes) en noviembre, diciembre y enero. El doctor me dijo que una cuarta hubiera sido mucho para el cuerpo. Los ganglios que estaban aumentados en noviembre ahora son una masa chiquitita que hay que sacar. Hay tres opciones para el oncólogo y el cirujano: que me operen para quitármelos, que haga rayos o que los ven bien y me hagan controles cada tres o cuatro meses. Lo bueno es que todo de acá para adelante es para bien, no hay pasos atrás.
— ¿Tomás alguna recaudo extra por la cuarentena?
— Tengo que cuidarme para que no me agarre fiebre porque eso me podría producir una infección en el cuerpo y se complicaría. Soy paciente oncológico, de riesgo, por eso no salgo a la calle desde el 20 de marzo. Cualquier bicho que me entre a un pulmón me puede complicar la vida porque tengo las defensas bajas por la quimioterapia. No voy a negar que hay días en que te caés anímica y moralmente, pero soy fuerte de la cabeza, algo que es fundamental para la rehabilitación. .
— ¿Con qué soñás en el futuro?
— Quiero superar esto definitivamente y aprender al lado de Monzón y su cuerpo técnico. Después el fútbol me pondrá en el lugar que me tenga que poner y llegado el momento veré si me largo solo. Ahora quiero estar con Pedro hasta que me aguante.
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