-¿Cómo va llevando esta cuarentena?
-Estoy todo el día en mi casa y disfruto de lo que puedo, en una situación nueva. Limpio habitaciones, baldeo el balcón, estoy hecho un amo de casa (risas). Tengo a dos de mis cuatro hijos conmigo. Los otros dos ya son independientes y cada uno está en su casa. La señora que viene a limpiar se ofreció a venir desde Pilar a Olivos, donde estoy, con un permiso, pero le dije que se quedara en su casa. Es lo mejor para todos.
-Acaba de asumir en Nueva Chicago, cuando quedan muy pocos partidos para terminar la temporada en el Nacional B y el equipo está en una situación muy comprometida, aunque ahora todo se interrumpió por la pandemia del coronavirus…
-Sí, Nueva Chicago atraviesa una situación delicada, pero es un club por el que tengo un gran cariño, porque allí logramos el ascenso desde Primera B al Nacional B en 2015 y vine a darle una mano. Ya sacamos un empate como visitantes ante Ferro y soy optimista, pero no pude volver a ver a los muchachos del plantel y lo que podemos hacer son trabajos de mantenimiento con el preparador físico, pero por supuesto que nada es lo mismo.
-¿Y cómo se maneja una situación como ésta con el plantel?
-Cuando dejamos de entrenar, apelé al profesionalismo de cada uno, a que se cuiden, a no subir de peso. Pero después, está en cada jugador y sobre todo, en la toma de consciencia de lo que se están jugando.
-Más allá de lo que usted es en el medio, con su propia carrera de futbolista y de director técnico, lleva un apellido ilustre, como futbolista (uno de los dos máximos goleadores de la historia del fútbol argentino, además de crack) y como entrenador, como es Labruna. ¿Qué cosas pudo tomar de él para ejercer en esta profesión?
-El mejor espejo que pude tener es el de mi padre, a quien tuve como entrenador en River nada menos que entre 1976 y 1981, cuando se ganaron cuatro títulos (y dos más en 1975). Él era un gran formador. Tenía un muy buen ojo para elegir jugadores, pero además, era un gran psicólogo para tener contento a todo el plantel, cosa nada fácil. Tomé cosas de él, pero igualar lo que él hizo, es muy difícil, pero es cuestión de mentalizarse y seguir creciendo y uno trata de impulsar el buen fútbol, ofensivo pero a la vez, equilibrado. Como ayudante de Ramón Díaz, en los noventa, ganamos así siete títulos.
-Ramón Díaz, a quien usted tuvo de compañero como jugador y director técnico, ¿puede decirse que de todos los DT es el más parecido a su padre?
-Sí, creo que es lo más parecido. Yo, además, lo tuve como compañero de habitación. Él es un muy buen motivador, un tipo práctico, que transmite cosas sencillas a los jugadores y que los hace sentirse ganadores. En los noventa, los dos asumimos jóvenes en aquel plantel que ganó tantas cosas. Yo tenía 37 años y él, 35. Él hizo una gran experiencia jugando muchos años en la selección argentina y en Europa y tomó cosas de (César) Menotti, (Arrigo) Sacchi, o (Giovanni) Trappatoni, y además, a la hora de las declaraciones es pícaro con sus jueguitos, o haciendo chicanas, como lo que en aquel momento hacía cuando Mauricio Macri era presidente de Boca, aunque siempre con respeto.
-Tanto su padre como Ramón, cada uno en su época de DT, hicieron cambios tácticos fundamentales, como en los setenta, colocar a Emilio Commisso como cuarto volante por Oscar Ortiz, o en los noventa, el ingreso de Juan Pablo Sorín como volante en la Copa Libertadores.
-Así es. En los setenta, se jugaba 4-3-3 pero Merlo se volvía loco en el medio para marcar solo, y en un partido ante Independiente, sabiendo que estaría enfrente Ricardo Bochini, mi papá decidió jugar con un cuarto volante “ventilador” para ayudar en la contención y así liberar a J.J. López y a Alonso. Fue para equilibrar porque a mi papá siempre le interesó el fútbol ofensivo. No fue un cambio defensivo sino de equilibrio. En los noventa, nosotros hicimos eso de colocar a Sorín por delante de Diego Placente en los partidos de visitantes en el exterior, pero de local jugábamos distinto.
-¿En qué nota más el cambio en el fútbol desde aquellos años setenta, cuando usted jugaba, a la actualidad?
-Uh, en aquellos años cuando mi papá era DT de River, era un equipazo, con grandes jugadores. Me costaba entrar porque en mi puesto estaban Norberto Alonso, Alejandro Sabella, luego vino el uruguayo Juan Ramón Carrasco. Mi papá tenía una frase de cabecera, “De River no hay que irse nunca”. En esos tiempos, los planteles duraban mucho y el nuestro era la base de la selección campeona del mundo de 1978. Los únicos que se fueron al exterior fueron Daniel Passarella o Ramón, pero el resto jugaba años con la misma camiseta. Ya en los noventa, los equipos tenían menos espacio para desplazarse, y también hubo un mayor desarrollo físico. En las relaciones sociales, cuando yo era jugador, nosotros casi no hablábamos, lo hacían los referentes. Después, eso se fue perdiendo o reconvirtiendo, porque supongo que en River hoy deben pesar más Leonardo Ponzio o Javier Pinola.
-¿Y en cuanto a la función de DT?
-Yo creo que hoy los DT tenemos más facilidades. Si usted observa los cuerpos técnicos, hoy lo componen, al menos en River, unas 15 a 17 personas. En la época de mi papá eran él y el ayudante de campo y el preparador físico, 2-3 personas y ya en los noventa éramos unos 6, apareció la función de entrenador de arqueros, por ejemplo. Hoy, Marcelo Gallardo dispone de tecnología, una neurocientífica, etc.
-Ya que estamos con Gallardo, ¿cómo lo ve?
-A pesar de su juventud, tiene una clara base riverplatense. Él tiene muy claro lo que significa River porque se formó en el club: ser protagonista, laterales que pasen al ataque, vocación ofensiva, y si se fija, mantiene ese triángulo atrás que ya formaba mi papá con Reinaldo Merlo y los dos centrales, nosotros en los noventa con Ramón Díaz lo hacíamos con Celso Ayala, Eduardo Berizzo y Leonardo Astrada y ahora lo hacen Lucas Martínez Quarta, Javier Pinola y Enzo Pérez, o antes lo hacían Jonatan Maidana, Ramiro Funes Mori y Leonardo Ponzio. Ahora, el juego se asemeja mucho: vertical y en este caso, muy acentuado en la parte física, la recuperación de la pelota. Nosotros éramos más vistosos y una de nuestras características era la tenencia de la pelota, pero hoy se ve un estilo, una clara conducción y un eficiente cuerpo técnico.
-Siendo usted tan riverplatense, ¿cómo lo tomó el descenso en 2011?
-Estaba dirigiendo en Chile al Colo Colo y por supuesto, con dolor, con lágrimas.
-¿Y qué hubiera dicho su padre? ¿Lo llegó a pensar?
-Él no lo habría podido creer, porque para él River era la Casa Blanca, un monstruo. Pero el descenso no fue por la última temporada, sino el resultado de un proceso, de una mala elaboración de los planteles. Lo que seguro que hubiese pasado es que mi papá habría estado al pie del cañón para ayudar, como en ese año lo hizo Matías Almeyda o la hinchada de River, que en el Nacional B reventó todas las canchas con pasión para acompañar al equipo.
-Siguiendo con Ángel Labruna y lo que usted decía antes acerca de que él sostenía que de River no había que irse. ¿Él tuvo la chance de emigrar en esos casi 21 años en la Primera millonaria?
-Claro muchas veces. Por ejemplo, en los cincuenta, la Juventus lo vino a buscar y como no quiso, terminó yéndose Enrique Omar Sívori, que fue una gran estrella en Italia y con el dinero de esa transferencia, River cerró la herradura del Monumental y construyó la parte baja. También tuvo otras ofertas de Italia, del Elche de España, del América de Cali. Pero River fue su vida, su casa, su pasión. Hoy es distinto, y lo entiendo. Los jugadores priorizan su futuro y hoy, con 15-20 partidos, se van al exterior.
-Su padre integró acaso el mejor equipo de la historia del fútbol argentino y del mundo, “La Máquina” de los años cuarenta. ¿Qué le contaba de esos tiempos?
-Además de ser un enorme equipo, eran como una familia. Hace unos días nos dejó Amadeo Carrizo, que era un hermano para él. En esos tiempos, iban todos a veranear juntos a Mar del Plata. Hoy hay compañerismo y habrá quienes comparten momentos fuera del fútbol pero después, al cambiar de equipo o irse al exterior, se pierden por el camino. Lo que mi papá decía es que en “La Máquina” se entendía de memoria con los dos wines (se jugaba con extremos bien abiertos), como Juan Carlos Muñoz y Félix Loustau, aunque siempre dijo que para él, José Manuel Moreno fue el mejor jugador que vio, el más completo. Un “ocho” de gran técnica y de un físico extraordinario, aunque también halagaba mucho a Pelé (coincidió menos con Diego Maradona). A Pelé lo enfrentó cuando el brasileño era muy jovencito.
-Siempre se dijo que su padre era muy cabulero
-Sí, así fue. Por ejemplo, en una oportunidad viajábamos en micro a Santa Fe y él se había encariñado con una corbata que le había regalado el modelo croata Ante Garmaz (que era fanático de Boca). Lo que pasó es que esa corbata originalmente era azul y mi papá le dijo “azul no”…y Garmaz le agregó en el medio una franja roja con fondo blanco y usándola, River fue bicampeón en 1975 luego de 18 años sin conseguir un título, y no se la sacaba nunca. Y en ese viaje en micro, allá por 1979-1980, guardó la corbata en el valijero y a alguno se le ocurrió la idea de sacarla de ahí y tirarla por la ventana. Al llegar al hotel, mi papá estaba desesperado porque no la encontraba y entonces entre Fillol, Merlo y Jota Jota López le dijeron la verdad de lo que había ocurrido, y nos hicieron volver a todos con el micro a la ruta, y más o menos a la altura de donde tiraron la corbata, bajamos todos a la banquina a buscarla, y hasta que no la encontraron, no regresamos a Santa Fe.
-Muy gracioso…
-Yo la cedí al Museo de River.
-¿Alguna otra cábala que se acuerde?
-Muchas, pero una clásica era esa de meter un gol con el arco vacío antes de los partidos, porque cuando estuvo en una racha sin marcar, su DT de entonces, José María Minella, le recomendó que se hiciera amigo del gol pateando sin arquero, y así volvió a meter goles. Y siempre le gustaba caminar las cuatro cuadras desde la avenida Quinteros, donde vivíamos, hasta el Monumental, en la mañana de los partidos. Iba a la casa de su mamá a tomar mate y afeitarse y luego hacía esa caminata pensando en el partido, en lo que podía pasar. Era un rato que él necesitaba. Decía “así me distraigo y de paso, camino”.
-También era muy burrero.
-Muy. Le gustaban mucho los caballos. Era amigo de Irineo Leguisamo y de otro jockey, el chileno Eduardo Jara. Allí, en el mundo del turf, se la pasaba firmando autógrafos.
-Decían que en la cancha era un gran cascarrabias
-Lo era, especialmente con los árbitros, aunque en mi casa era todo lo contrario. Un tipo tranquilo, simple, amigo. De todos modos, casi nunca lo expulsaron. En la cancha entregó todo. Lo echaron mucho más como DT. “Detrás de la línea, uno se transforma”, decía.
-Usted tuvo un hermano que falleció
-Así es, Ángel Daniel, que era un gran jugador. A él lo hizo debutar en River el Toto, Juan Carlos Lorenzo. Él era de la categoría 1948 y tenía una técnica extraordinaria pero se tuvo que operar de los meniscos y en la operación notaron que tenía temperatura y le descubrieron una leucemia. Yo era muy chico. Mi papá nunca lo pudo superar. Mi hermano tenía 20 años.
-Su padre fue el hacedor de grandes equipos, aunque en general lo primero que surge es el River entre 1975 y 1981…
-Claro, por ejemplo, el Rosario Central campeón del Nacional de 1971, un gran equipo que dejó un excelente recuerdo, al punto de que cada vez que fui como director técnico rival al Gigante de Arroyito e iba a ocupar el banco, siempre me aplaudían. Aquel torneo fue el de la famosa palomita de Aldo Poy ante Newell’s Old Boys. Rosario Central nunca había sido campeón argentino en el profesionalismo hasta aquella vez.
-¿Y nunca dijo nada su padre sobre el hecho de no haber podido dirigir nunca a la Selección?
No tengo dudas de que le habría gustado, pero cuando le preguntaban, él solía decir “yo ya dirijo la Selección, que es River”. Tal vez pudo serlo después de que River fue bicampeón en 1975, pero Menotti ya había asumido en 1974.
-¿Tuvo algún jugador preferido como DT?
-Dirigió a grandes jugadores, pero tenía gran debilidad por el Beto Alonso. Lo dirigió en 1975, el año del bicampeonato. Un jugador extraordinario, con más de diez años en la -rimera de River, además de número diez, zurdo, con cabezazo, tiros libres. Creo que hoy si lo vinieran a buscar para llevárselo, no tendría precio. También le encantaban otros como J.J. López, Passarella o Fillol, pero Alonso era lo máximo.
-En el final de su carrera, también dirigió y tuvo éxito en Talleres de Córdoba y Argentinos Juniors.
-Sí, al equipo de Argentinos que luego ganó dos torneos seguidos (1984 y 1985) y la Copa Libertadores y que hizo gran papel en aquel partido de la Copa Intercontinental en Tokio ante la Juventus, lo comenzó a armar él. En 1983, en un octogonal, eliminó a Boca en el Monumental, y luego a River. Esa vez, en el José Amalfitani, pasó por un túnel que había detrás del arco donde estaba la hinchada visitante y lo ovacionaron, ¡Y River había quedado eliminado! Ahí sí, me dijo que de la emoción, le temblaron las piernas. Él se llevó a Argentinos Juniors a Fillol y a Juan José López. Pero murió en septiembre de 1983, luego vino Roberto Saporiti y terminó de armar ese equipo que luego ganó muchas cosas, también luego con José Yudica.
-¿Llevar ese apellido atentó contra usted como jugador?
-Era una mochila enorme a través del tiempo, porque las comparaciones no ayudaron, pero lo importante es que la gente me reconoce, y especialmente a través de mí, lo que fue mi papá y que tenemos la comunión y la sangre riverplatense. Que el Día del Hincha de River sea el día que era su cumpleaños (28 de septiembre), tenga una estatua en la puerta del club o que el puente de la zona del Monumental lleve su nombre, es un gran honor.
-Aún siendo tan riverplatense, nunca tuvo problemas con los rivales.
-Por supuesto, siempre hizo todo con mucho respeto. Lo de él era sacar ventaja en el juego, en la cancha.
-Cuando debutó Antonio Rattín, en un Superclásico, y al poco tiempo de comenzar, le hizo una falta dura, se levantó y le dijo “tranquilo, pibe, que vas a jugar muchos partidos así en tu carrera”.
-Es que él era así. Todo por River, pero con respeto al adversario.