Viernes 21 de mayo de 1982. El calendario seguía su curso y era lo único que no había perdido su normalidad para los argentinos. El resto de las costumbres domésticas, hasta las habituales, se habían modificado porque los ojos del alma apuntaban a Las Malvinas. El conflicto bélico con Gran Bretaña estaba a escasas horas de cumplir su día 50, en medio de una vorágine que mezclaba ansiedad, nacionalismo, ingenuidad y una gran cuota de ocultamiento de las autoridades de lo que realmente ocurría.
Ese viernes, en el frío inimaginable de las islas, un soldado que había cumplido sus 20 años el 3 de abril, despachaba una carta para un amigo. Una historia que puede replicarse en miles, pero que tenía y tiene, los vasos comunicantes de una amistad nacida y cimentada en derredor de una pelota de fútbol. En esas líneas, Omar de Felippe le contaba a Claudio Morresi, amigo y compañero de Huracán, sus dolorosos avatares a miles de kilómetros.
“Recuerdo que se la envié en el momento en que habían implementado el descanso para nosotros, -cuenta el hoy entrenador Omar De Felippe- tras muchos días en las islas. Era en un lugar en el pueblo, donde por 24 horas no teníamos armamento ni nada y te podías olvidar un poco de lo que estabas viviendo. Nos daban de comer, nos bañábamos y había un tiempo libre que ocupábamos en leer y contestar correspondencia. Lamentablemente eso duró muy poco tiempo. Yo debo haber ido dos veces como mucho. La carta, en respuesta a una suya, la envié el 21 de mayo y después ya fue imposible porque los combates se incrementaron y no hubo descanso”.
La letra es de una perfecta caligrafía cursiva. Y 38 años después, sigue doliendo leer algunos pasajes: “La verdad es que no comemos bien y como también sabrás, hace un frío de locos. Ya estamos cansados de estar acá y esperar que los ingleses traten de tomar las islas. Lo que queremos es que si no se arregla, que vengan así los reventemos o nos revientan”.
Pero entre tanto dolor y angustia, se colaban trazos de la amistad: “Te agradezco todo lo que me pusiste, y con eso de que algún día sea estrella o no, nunca me voy a olvidar del gran Claudio, el Narigón. Me pusiste que no andás bien y eso no importa. Vos seguí siempre dándole fuerte, que sos un gran jugador y una gran persona. Espero que no te agrandes”.
Omar De Felippe rememora como comenzó ese vínculo con Morresi: “Nació desde que éramos pibes, cuando pasé la prueba y quedé en Huracán. Estuvimos juntos desde los 12 años y con edad de quinta división, él ya saltó a primera porque era un crack. En las inferiores marcaba la diferencia. Es una linda amistad construida a través de los años con mucho respeto”
Claudio Morresi evoca sus sentimientos de ese momento: “Conservo aquella carta que me envió Omar y tiene el detalle que en el remitente dice Islas Malvinas, que es de un valor y un potencial histórico impresionante. Además resume el cariño, el afecto y la amistad. Fue en respuesta a una carta que yo le había mandado, porque sufría la angustia lógica de tener un compañero en ese lugar y el hecho de habérsela enviado fue una manera de que la distancia no fuera tal y que supiera que uno estaba a su lado. La parte más fuerte es cuando dice que ya no aguanta más esperar, que quiere que se termine eso de una vez”.
Las ilusiones de un pibe que siempre soñó con llegar a primera estaban a punto de concretarse, pero el destino iba a jugar otras cartas para Omar De Felippe: “El 24 de diciembre de 1981 fui dado de baja del servicio militar y ahí pude comenzar la pretemporada durante enero y febrero con el plantel de tercera y cuarta división, luchando por conseguir un lugar en Primera, pero se cortó por la guerra. Entre el 9 y el 10 de abril ya tuve que partir a Malvinas”.
Sin embargo, el club lo esperó y le dio la oportunidad que gran parte de la sociedad le negó a sus compañeros combatientes: “Apenas volví me hicieron contrato de jugador profesional y de a poco me fui ganando el lugar. El fútbol me salvó la vida, no me voy a cansar de repetirlo, porque me dio la posibilidad de tener un objetivo a seguir, de practicar lo que me gustaba. Creo que si todos los que volvimos de Malvinas en ese momento hubiéramos tenido la posibilidad de hacer algo, sintiéndonos importantes, se hubiesen salvado muchas vidas. En ese momento no te das cuenta, lo ves con el paso de los años y decís: “La pucha: cuántos muchachos podrían estar con nosotros hoy”.
En ese momento Huracán tenía un plantel con buena mezcla entre experimentados y jóvenes que le dieron la contención que necesitaba: “Era un grupo tremendo con el Baby Cortés, Enrique Vidallé, Mario Zanabria o el Pinza Vidal, muchachos ya grandes, que sabían ubicarnos, darnos el lugar y respetarnos a los más pibes, como era mi caso o el de Morresi y el Turco García. Hacían bromas con la intención de hacerme sentir uno más, porque el regreso fue muy difícil. En general la gente no sabía cómo tratarte. Que ellos hayan actuado así fue para mí una salvación, por la gran carga emocional que traía. Me permitió volver a ser yo mismo”,recuerda De Felippe.
Morresi se suma con sus recuerdos a los sentimientos de su amigo: “En la institución hubo una intención grande de preservarlo, cuidarlo y acompañarlo. Creo que le era difícil a los técnicos tratarlo y a todos nos costaba de alguna manera relacionarnos con un compañero que había estado en Malvinas, considerando que era de nuestra misma edad y donde te ponías a pensar que podrías haber estado vos allí. La reacción que tuvimos sus amigos fue de estar cerca y acompañarlo, aunque sin saber cómo, pero tratando de estar”
En uno de los párrafos de la carta, De Felippe le dice a Morresi que le avise a Alberto Rendo, ex jugador del club y a cargo de las inferiores, que ni se le ocurra dejarlo libre en ese momento: “Lo hice porque yo quería tener la oportunidad de saber si podía ser jugador profesional o no. Era como inevitable suponer estando allá que ya no me iban a tener más en cuenta y un poco como para distender esos momentos tan difíciles, le escribí eso a Claudio. Lo concreto es que necesitábamos futuro, pensar en algo hacia adelante”.
También le hizo mención al lugar donde habían estado en las Islas, referenciando jocosamente el “hermoso pozo de 1,70 mts por 2,10 mts”: “Apenas llegamos a Malvinas encontramos una carpa de color blanco, que estaba detrás de una montaña. La armamos y era grande, donde podíamos entrar cuatro o cinco. Vino un capitán y dijo que la teníamos que sacar, porque por más que los ingleses aún no habían llegado, llamaba la atención. Entonces comenzamos a hacer un pozo donde convivimos tres, al que titulamos “pozo tres estrellas” (risas). Era con un suelo arcilloso donde brotaba enseguida el agua. Al tiempo se nos inundó y debimos elaborar otra construcción, pero ya sobre el nivel del mar, con chapas y otros elementos, que pudo ser el fin mío y del Negro Leal, mi compañero, pero tuvimos la suerte que por hacer diez metros nos salvamos…”
Allí el relato se hace más duro, porque uno viaja con la mente y aunque es imposible, trata de imaginarse esa situación extrema: “En los últimos días, cerca del 10 de junio, había un combate feroz de madrugada y en un momento vino un soldado: ‘De Felippe: Dice el capitán que vayas para allá’. Todas las noches me mandaba a llamar porque yo era apuntador de ametralladora y cuando notaban que había helicópteros o algo del enemigo, me avisaban. Muchas veces iba, no veía nada y me volvía. Pero en ese momento ya llevábamos varias noches seguidas en las cuales el bombardeo empezaba tipo 11 o 12 y se extendía durante la madrugada. Para esa época estábamos en la casamata sobre el nivel del mar, que era bastante cómoda y donde podíamos tener los fusiles y ametralladoras colgados de las paredes. Era de chapa, recubierto de pasto y cada vez que arrancaban los bombardeos, temblaba todo. Estábamos sentados con Leal, cuando vino el soldado. Agarré la ametralladora y salí, girando hacia la derecha. Empecé a trotar despacito y a los 15 metros cayó un explosión tremenda, cuya onda expansiva me tiró para adelante y caí en el piso. Miré para atrás y observé cómo nuestra casamata había volado por el aire. El Negro Leal estaba cinco metros detrás de mí y por suerte bien. Nos levantamos y seguimos hasta ver al capitán, cuyo llamado me salvó la vida. La pura realidad es que no me tenía que tocar. No tenía que ser…”
Las noticias de lo que ocurría en el continente no eran patrimonio de los soldados que luchaban en el frente de batalla. Llegaban las novedades en forma aislada y ellos las recibían de la manera en que podían. Cuenta De Felippe: “Durante el proceso de la guerra casi no teníamos información de nada y menos del fútbol. Lo único que sabíamos era gracias a una radio que robamos de una casa (risas). Mientras tuvo pilas y gracias a unos alambres que armamos como antena, agarrábamos solo radio Carve de Uruguay y alguna emisora argentina del Sur, con informaciones y realidades completamente contrapuestas. En Uruguay se contaba la verdad que nos querían ocultar”.
El 14 de junio fue el fin de la guerra. El día anterior, en Barcelona, Argentina había hecho su debut en la Copa del Mundo, estrenando el título, pero lejos de las glorias del ’78. Una versión opaca y deslucida perdió con Bélgica 1-0: “Una vez que todo terminó, nuestro traslado desde las Islas fue en el buque Canberra de los ingleses. En un momento estábamos haciendo la fila para nos sirvieran el almuerzo y al salir del sector de cocina para sentarme a comer, vi un cartelito donde estaban los resultados del Mundial. Allí recién tomé conciencia del fútbol de manera real y me enteré de que la selección había goleado a Hungría 4-1”.
La vida y sus insondables secretos. El sábado 23 de junio de 2012, Omar de Felippe vivió uno de los mejores momentos de su trayectoria como entrenador al ascender con Quilmes en Puerto Madryn. A esa ciudad había arribado en el buque Canberra tras la guerra: “Un periodista del lugar me preguntó si conocía Puerto Madryn, a lo que le respondí que había estado, pero no conocía nada. Cuando desembarcamos, nos trasladaron a un predio muy grande para comer un asado y en el camino, tuvimos el primer encuentro con la gente de nuestro país. Y fue emocionante, porque cuando el camión que nos trasladaba paró en un semáforo, la gente se acercó a darnos lo que tenía, lo que recién había comprado, la bolsa de pan o lo que fuese, sabiendo lo que habíamos padecido”.
De vuelta en Buenos Aires, enseguida Omar De Felippe fue reincorporado por Huracán, donde vivió una linda sensación: “El domingo 25 de julio fue la segunda fecha y me concentraron con los profesionales. Fuimos a jugar a La Plata contra Estudiantes y a mí y a un chico de ellos nos hicieron un pequeño homenaje por haber estado en Malvinas”.
Claudio Morresi tiene palabras de reconocimiento para su amigo: “No recuerdo exactamente dónde nos reencontramos, pero estoy seguro que nos dimos un abrazo muy grande con algunas bromas típicas de esas edades. Omar se adaptó maravillosamente bien al aprendizaje de la dirección técnica, donde ha desarrollado una muy buena carrera. Cuando yo era coordinador de las inferiores de Huracán, él me acompañó y salió campeón con la séptima división, donde estaban Brandan y Migliore entre otros”.
Lo mismo hace De Felippe hacia él: “Claudio siempre estuvo muy informado de todo lo que pasaba también fuera del fútbol. Nosotros no sabíamos nada de lo que estaba viviendo su familia, con la desaparición de su hermano, que fue muy doloroso. Siempre voy a recordar a su papá y a su mamá, que nos ayudaban mucho a todos, pese a que se les notaba la tristeza en el rostro”.
Para De Felippe no fue fácil poder hablar de lo que había vivido entre abril y junio de 1982. Dio una nota apenas regresado, que recuerda como “dura” y que lo llevó a un silencio de siete años. Se tomó un tiempo de reflexión, que le sirvió para decantar sus sentimientos.
Si para cualquier argentino, la mención del 2 de abril es singular, infinitamente más lo es para quien estuvo allí: “Cuando viene esta época lo primero que siento es recordar a muchas personas que no están, a padres que no tienen a sus hijos e hijos que no tienen a sus padres, es una sensación de un respeto tremendo”.
Por supuesto que sí, Omar. Ese profundo respeto que sentimos ante ustedes, que defendieron esas islas lejanas, queridas y por siempre argentinas.
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