Por Eduardo Bolaños
El cuento es muy sencillo. Un pibe corretea detrás de una pelota en las empedradas calles de Lanús en la década del ’50. Como la mayoría, sueña con ser jugador y poder vivir del fútbol. No solo lo logra, sino que establece el record de mayor cantidad de partidos consecutivos en Primera División. El cuento es sencillo, pero no fue así en la vida de Pedro Catalano, quien no pensaba dedicarse en forma profesional y tras pasar 10 años en las ásperas canchas del ascenso, llegó a la máxima categoría, donde debutó con 33 años. Lo que es cierto, es que ostenta esa marca, imbatible, de 333 encuentros sucesivos, sin una ausencia.
Es válido decir que nos recibe en su casa, porque el estadio de Deportivo Español es su hogar. El potente calor de una mañana de marzo es mitigado por una pared. Pero no una cualquiera. Subimos hasta lo alto de la popular, nos sentamos y comenzamos la charla debajo del paredón rojo, que con letras blancas (e inmensa justicia) dice: Pedro Catalano. “Esto me pone contento porque lo veo en vida. Por lo general, el homenaje te lo hacen cuando te morís”.
“No hice divisiones inferiores en ningún club. Los domingos por la mañana jugaba en la liga de Lanús y allí me tentaron para ir a Villa Dálmine Sinceramente, nunca tuve intenciones de hacerlo, pero me insistieron tanto que fui y quedé en la tercera. Ni siquiera entrenaba con mis compañeros: llegaba el sábado y jugaba. Al terminar 1974 me ofrecieron un contrato para la temporada siguiente para actuar en la Primera C, con 23 años cumplidos. Llegaron también dos arqueros de mucho renombre para la categoría y quedé tercero, pero en la sexta fecha ya me quedé con el puesto, formando parte de un gran equipo que logró el ascenso a la B, marcando 111 goles en el campeonato”.
Llegaba la oportunidad de jugar una categoría más arriba, pero el mazo del destino tenía otras cartas: “Llegó Rodolfo Bettinotti como técnico y me relegó al banco. La semana siguiente vino una persona a ofrecerme ir a Deportivo Español, algo que no dudé, por la cercanía a mi casa, aunque significase regresar a la C. Arreglé enseguida y el 13 de marzo de 1976, debuté en el arco del club contra Deportivo Riestra en la cancha de Barracas Central”.
Nadie podría soñar en aquella tarde de marzo del ’76 que estaba comenzando una leyenda con pocos antecedentes. Se levantaba el telón a una historia de 19 años ininterrumpidos, donde institución y jugador se mezclarían hasta ser casi uno solo.
“Era imposible suponerlo. No pensaba dedicarme de lleno al fútbol. Tenía un muy buen trabajo como supervisor en una metalúrgica (soy técnico mecánico), me había casado y ya tenía un hijo de seis meses. Era lindo, pero bastante raro y no terminaba de acomodarme. Nunca imaginé que íbamos a tener semejante idilio”.
Durante algunos años más hizo convivir el trabajo en la empresa con la pasión de ser futbolista, hasta que una persona, de presencia importante en su vida, le hizo un ofrecimiento: “Promediando 1979 se acercó el presidente del club, Francisco Ríos Seoane, preguntándome por mi situación. Me dijo que dejara el empleo y que él se hacía cargo de esa diferencia, para que me dedicara de lleno al fútbol. Y así lo hicimos”.
La mención de un personaje tan controvertido en la historia del fútbol argentino, hizo inmediata la consulta sobre la relación con él a lo largo de tantos años: “En líneas generales fue buena, sobre todo en el medio (risas), porque empezamos mal y terminamos igual, pero es una persona a la que jamás le podría guardar rencor. Hay que reconocer que es el gran hacedor de lo que fue y es el Deportivo Español. Sin él, nada de esto que tenemos a nuestro alrededor se hubiese hecho. Siempre el que hace cosas es polémico”.
Deportivo Español ganó el ascenso a la primera B en 1979, y superó en la tabla a equipos importantes como Deportivo Morón y Lanús. Y a Pedro Catalano le llegaba la chance de debutar en la máxima categoría del ascenso. El equipo navegó en mitad de tabla, con ciertos vaivenes, hasta que en 1983 realizó una campaña de pocos puntos, tanto que debió disputar un desempate para no descender ante Central Córdoba de Rosario en cancha de Sarmiento.
“Para llegar a la campaña enorme que hicimos en 1984, hay que recordar lo que fue el ’83. Fue un año de mucho descontrol en la institución, con malas elecciones de técnicos y flojas actuaciones. Esa situación llegó hasta el famoso desempate. Walter Martín, el jugador que convirtió el penal con el que nos salvamos, ya tenía el telegrama de no renovación de contrato. Una cosa de locos”.
Con un plantel desmembrado y el más bajo promedio, debía afrontar el torneo de la B de 1984, que tenía el detalle sobresaliente de la presencia de Racing. En la previa, no era bueno el panorama: “En la primera charla con los nuevos técnicos (Oscar López y Oscar Cavallero), les pedí que me dejaran ir, porque había sufrido mucho el año anterior. Ellos me dijeron que contaban conmigo y me convencieron. Y suerte que lo hicieron, porque tenía decidido volverme a Villa Dálmine y la historia hubiese sido otra”.
Muchas veces se ha mencionado a la furia española. Y con ese grado de intensidad, arrancaron el torneo: 10 victorias en las primeras 11 jornadas. Y en la fecha siguiente, el duelo esperado: ante Racing como visitantes.
“El entrenador de ellos era el profesor Jorge Castelli, que tuvo una declaración desafortunada, cuando mencionó que lo de Deportivo Español era una rachita… Falló con su pronóstico, porque la “rachita” nos duró todo el año y fuimos campeones con 12 puntos de ventaja. En Avellaneda jugamos con el estadio lleno y allí me di el gusto de atajarle un penal a Miguel Ángel Brindisi, empatamos 0-0 y mantuvimos la distancia en las posiciones”.
Parte del universo futbolero sentenciaba con ese aire de quien se las sabe todas: “En cualquier momento Español se cae”. Las fechas pasaban y todos se iban cayendo menos aquel equipo sólido y bien estructurado, que había iniciado el torneo con la idea de sumar la mayor cantidad de puntos para no volver a pensar en el descenso y que a cinco jornadas del final, hacía realidad el sueño de ser de primera.
“El día del ascenso fue muy particular. La cancha de Atlanta, donde hicimos de local ante Defensores de Belgrano, explotaba, porque había simpatizantes de casi todos los equipos. La contundencia que habíamos tenido a lo largo del año, también estuvo allí, al ganar por 3-1. Fue una fiesta inolvidable el viaje desde Villa Crespo hasta el club, donde nos esperaba una multitud. El desafío era asentarnos en primera, pero en el Nacional de 1985 no jugué ni un partido, porque hubo cambio de entrenador y el profesor Habberger lo trajo a Esteban Pogany. Me puse mal, más allá de entender que es una potestad del técnico, porque había estado en toda la campaña de la B. A mediados del ’85, regresaron Oscar López y Oscar Cavallero y fueron claros conmigo, al indicarme que iban a seguir con el mismo arquero. En la semana previa al debut con Newell´s, Pogany pidió que le pagaran la deuda que mantenían con él, sino no iba a jugar. López me llamó a un costado en la práctica del jueves: “Prepárese que va usted de titular”. Ahí comenzó mi recorrido en primera”.
Y fue muy particular. Comenzó con la simpleza de quien había desandado 10 años en las duras canchas del fútbol de los sábados para llegar al Olimpo de los domingos: “Jugué los 42 encuentros de la temporada 85/86 y en la primera fecha de campeonato siguiente, me expulsaron contra Talleres en cancha de Español, pagué la fecha de suspensión, volví en la tercera y comenzó el record. Nadie podía pensar aquel 27 de julio de 1986 que se estaba en presencia del inicio de la marca que sigue vigente. Lo pude lograr por la ayuda de Dios, que siempre está para protegerte de las graves lesiones, y por la constancia. Yo siempre tuve ganas de jugar, nunca le esquivé a nada. Si en la semana tenía algún problema, trataba de solucionarlo para estar el domingo. Di todo”.
Deportivo Español llegó y se asentó, como si toda su vida hubiese nadado en las aguas de la primera división. En cada temporada se podían sumar algunos jugadores, pero la base era segura, con futbolistas que adhirieron su apellido al club como Batista, Cariaga, Martelotto, Luongo, Correa, Parodi, Caviglia y el Puma Rodríguez, un goleador letal. “Éramos firmes en defensa y rápidos en la contra. Cumplíamos con una frase del fútbol que dice que los equipos se forman de atrás para adelante. A partir de la solidez de la última línea, comenzaba a funcionar la táctica, sobre todo con delanteros como el Puma Rodríguez, el Gallego González, o el recordado Walter Parodi: Se las tirabas al área rival y ellos se las arreglaban muy bien”.
La entrega, la voluntad de decir presente y su capacidad para estar bien ubicado, fueron puntales de un recorrido que no conocía de obstáculos dentro de la cancha, aunque afuera si aparecían: “A pocos días de tener que enfrentar a San Lorenzo en cancha de Huracán en 1993, me corté en mi casa con una puerta de vidrio. Me pasó la mano por el medio y me tuvieron que dar 38 puntos en el brazo derecho. Me salvé por milímetros que me cortara los tendones. Faltaban 72 horas para el partido, pero no perdí la calma. El encargado de coserme no entendía mucho de fútbol, no me conocía y se reía cuando le decía que tenía que jugar contra San Lorenzo. Al día siguiente llegué al club, conté la novedad y el médico del club me acompañó a ver al doctor Olivera que trabaja en el hospital Santojanni. Me tranquilizo: ‘No hay problema. Te va a doler un poquito y te van a saltar los puntos si pasa algo fuerte. Nada más’. Me puse una canillera, me vendé y salí a la cancha. Ganamos 2-0”.
Las campañas de Español tenían altibajos, los técnicos cambiaban casi todos los años, pero la presencia de Pedro Catalano en la valla se mantenía inalterable. El sábado 26 de noviembre de 1994 llegó al récord de 333 partidos sin faltar, en ocasión de una derrota ante River en cancha de Ferro Carril Oeste 3-1. En la semana posterior, le tocó un hecho duro, que pudo costarle la vida: “Veníamos en auto para el estadio junto a Hernán Meske para el entrenamiento de fútbol del día jueves, cuando a la altura de Valentín Alsina, un camión cargado con bobinas de papel, nos embistió, pegándonos justo en el medio. Del impacto rompimos la ochava de una casa y terminamos adentro de la cocina. Escuchábamos los gritos de una mujer, que en el medio de la desesperación, no sabíamos si estaba abajo del auto, o donde. Increíblemente no nos pasó nada. Obviamente llegamos al club como con dos horas de retraso y José “toti” Iglesias, el entrenador, me estaba esperando para darme la noticia que no iba a atajar al partido siguiente. Por un lado estaba muy triste y por el otro le agradecía a Dios haber zafado de esa manera. Fue un golpe duro, porque había que hacer una renovación en el equipo, pero estábamos todos en la misma. Visto a la distancia, no cuestiono el fondo sino la forma como se hizo. Yo esperaba irme de otra forma de Español”.
El dolor de tener que dejar atrás nada menos que 15 años en una institución, con la ingratitud calzada en los guantes. Humberto Grondona estaba en Arsenal, que jugaba en el Nacional B, le ofreció seguir allí: “Agradecí, pero les dije que no y me fui para mi casa. A las tres horas me llamó Don Julio Grondona, citándome en la famosa ferretería. Ahí no podías decir que no (risas). Pasé un año muy bueno con ellos por cómo me trataron”.
Le tocó enfrentar a los grandes delanteros que actuaron en los ’80 y ’90 en nuestro fútbol: “Era una etapa donde casi todos los buenos jugaban acá. River era una locura con Francescoli, Morresi o Alzamendi, en Racing estaba Rubén Paz, en Independiente nada menos que el Bocha, Walter Perazzo en San Lorenzo, Graciani y Comas en Boca, etc.
Pero como el hijo pródigo, una vez retirado, volvió a su casa. Deportivo Español le abrió las puertas y desde hace muchos años trabaja en el club: “Comencé con los arqueros de la primera y actualmente estoy con la coordinación de los juveniles, donde trato de inculcarles a los chicos que tienen que estar siempre: ‘No te saqués solo si apenas te duele. Si tenés que salir, que sea el técnico el que tome la decisión’. Quiero que eso se les meta en la cabeza”.
Ahora el Deportivo trata de resurgir desde el fondo profundo que significa la primera C, pero sin olvidar que alguna vez fue un excelente equipo, que se codeó con los mejores: “Tuvimos la suerte de ganarles a todos los grandes. En su casa y acá”. Y el dedo de Pedro apunta desde lo alto de la tribuna hacia el césped. Ese “acá” es el verde del estadio Nueva España, el que lo vio atajar cada fin de semana a lo largo de tantos años, para que en este nuevo siglo, Catalano y Español sigan siendo sinónimos.
Seguí leyendo: