El domingo por la tarde un mensaje salió del celular de uno de los internos del penal de la provincia de Buenos Aires, que aloja barras, homicidas, sicarios de La Salada, soldaditos narcos y más. Iba dirigido a reclusos del resto de los penales, en un aceitado movimiento de comunicaciones por Whatsapp que une a presos de todo el país. Devoto, Coronda, Batán, Marcos Paz y más establecimientos de los servicios penitenciarios provinciales y nacionales recibieron el alerta. El objetivo de los presos era muy claro: enmarcar en medio de la pandemia por el Coronavirus una acción coordinada de motines pidiendo la libertad masiva por presunta posibilidad de contagio, algo que había sido desechado por las máximas autoridades políticas y judiciales que habían establecido que esto no sucedería y mucho menos para reclusos de alta peligrosidad.
En la lista de reclamos estaba la suspensión de las salidas transitorias, la baja de las visitas por la cuarentena, las condiciones reales de hacinamiento y falta de higiene y un trato poco humanitario. Ese era el orden del día para justificar la acción que 24 horas más tarde debía suceder. Y un día después, tal cual estaba previsto, el fuego empezó a propagarse. Se contuvieron los motines en Florencio Varela y Batán y según el propio parte del Servicio Penitenciario Bonaerense, el saldo fue de algunos lesionados y se armaron mesas de diálogo en varias unidades para que la sangre no llegue al río, intentando establecer mejores pautas de reclusión. Pero en la provincia de Santa Fe, todo estalló: primero fue en Coronda, donde entre otros internos está buena parte de la barra brava de Colón, conocida por sus sanguinarios antecedentes que dejó un tendal de muertos en los últimos años. Allí no hubo diálogo posible y el motín se descontroló por la tarde y los enfrentamientos dejaron el saldo de un muerto, Alen Montenegro, uno de los lugartenientes de los violentos del Sabalero que estaba recluido desde 2015 por asesinato calificado y que seguía manejando su facción en la tribuna a través de su tío, apodado Tongo. En el medio de los videos de extrema crudeza a los que accedió Infobae (la mayoría de ellos no se publican por este motivo), aparece participando Juan Abel Quique Leiva, el mítico jefe de la barra de Colón, condenado a 30 años de prisión por diversos delitos, incluyendo un asesinato, y que manejaba un pabellón pintado con los colores de su equipo y donde hasta tuvo el privilegio de tener una pelopincho para pasar los días de calor. Al caer preso, Quique le dejó el mando de la barra a su hermano Nano, baleado el año pasado por la lucha interna por el poder. Los Leiva siempre se jactaron de su relación con personajes importantes de la provincia pero nada sirvió a la hora del estallido en Coronda. La información oficial es que hubo un incendio adrede en el pabellón tres para generar pánico y que obligó a los reclusos a salir al patio y fue allí donde se dio el enfrentamiento fatal.
Ese estallido en Coronda fue sólo el preámbulo de lo que vino después. Si bien allí hubo un motín, un principio de incendio y la rotura de un montón de paredes para intentar fugarse, el servicio penitenciario logró calmar la situación aunque el saldo fue de un muerto, Alen Montenegro, y decenas de heridos con armas blancas. Pero lo que siguió fue peor. El conflicto se trasladó primero al penal de Piñeiro, distante 20 kilómetros de Rosario y morada de uno de los hombres más temidos de la Argentina: Esteban Alvarado, líder del clan Alvarado y rival histórico del grupo Los Monos en el manejo de todo el narcotráfico en el litoral argentino. Dos horas duró la revuelta hasta que pudo ser controlada con el saldo de cinco heridos.
Pero cuando las autoridades empezaban a respirar, por la noche ocurrió lo peor: en el penal de Las Flores, en las inmediaciones de la capital de la provincia, la toma fue de tal magnitud que hubo algunos pabellones directamente liberados y los rumores sobre enfrentamientos a sangre y fuego y muertos comenzaron a inundar las redes sociales de los presos y sus familiares. Si bien los penales están a cargo del Ministro de Gobierno de Santa Fe, Esteban Borgonovo, éste no pudo comandar el operativo de retomar el pabellón porque está en cuarentena por la pandemia del Coronavirus. Insólitamente y cuando ya estaba el virus Covid 19 instalado con fuerza, se fue a correr una maratón a Uruguay y al volver debió recluirse. Fue entonces que la responsabilidad recayó en el ministro de Seguridad, Marcelo Sain, quién desde la medianoche convocó a la Tropa de Operaciones Especiales (TOE) para intentar entrar y controlar la situación. Claro que a esa hora sólo contaba con 30 efectivos de elite contra 800 reclusos dispuestos a todo. Por eso la idea era negociar con los líderes del motín y con autoridades judiciales pertinentes el cese de la revuelta y el armado de mesas de diálogo para controlar una situación absolutamente desbordada ya que a última hora de la noche los reclusos habían tomado los pabellones 3, 6, 10 y la farmacia del penal, lo que complicó mucho más la ya de por sí grave situación. Recién bien entrada la madrugada y ya con las fuezas suficientes, Sain ordenó el ingreso al penal y se pudo retomar el control a las tres de la mañana, aunque las imágenes que quedaron eran dantescas, con dos presos calcinados, dos más fallecidos por heridas de arma blanca y un sinfín de heridos que siguen siendo tratados a esta hora para salvarles la vida. En el medio de todo esto, las imágenes de la serie El Marginal, que empezaron a dar vueltas en la cabeza de muchos, parecían a esta altura un juego de niños al lado de una realidad que desborda, como siempre en la Argentina, a la más cruda ficción.
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