“Nací en un barrio privado en Barracas. Vivíamos diez familias en una casa. ¿Que era un conventillo? ¡Para vos! Para mí era un barrio privado en esa época. Ahí cada familia tenía su pieza y baño privado”. La descripción de su infancia pinta de cuerpo entero a Oscar Tubío, más reconocido por sus personajes y logotipos que por su físico. La chispa y ocurrencia con la que traza un paralelismo entre los conventillos de hace décadas en los alrededores de la Bombonera y los countries de hoy en día es la misma con la que llegó a hacerse notar por medio del Bulldog más famoso del mundo.
Ya había abandonado las inferiores de Boca por recomendación de su padre, paradójicamente socio fundador de la línea de colectivos 148 de Florencio Varela, El Halcón, que engendraría al Club Social y Deportivo Defensa y Justicia. En el pasado habían quedado sus horas como alcanzapelotas del plantel profesional xeneize aunque seguía frecuentando el club, donde con total desfachatez se animaba a presentar algún espectáculo. Estaba por cumplir 18 años cuando un amigo del Gordo Porcel le preguntó si se animaba a hacer la fonomímica (playback) en una obra. Así conoció a Délfor Dicásolo y Aldo Cammarota, creadores de “La Revista Dislocada”, famoso programa de radio y televisión.
Durante todo el período de transición de la adolescencia a la adultez se codeó con figuras del espectáculo argentino. De golpe fijó la vista en sus pies y se vio instalado en el jet set argentino. En su agenda figuraban los contactos más valiosos de la farándula y el deporte. Y su privilegiada posición lo impulsó a innovar con un negocio desconocido hasta ese entonces.
EL NACIMIENTO DE UNA MARCA REGISTRADA: EL BULLDOG
Soñador, empresario, experto en marketing pese a no haber estudiado la carrera. Emprendedor, autodidacta. Así se autodenomina Oscar, que después de que cerrara su negocio de venta de lavarropas tuvo un encuentro con el periodista Marcelo Araujo que le iluminó la cabeza: “Me dijo que me veía con la guardia baja y tenía que salir a pegar de nuevo”. Y una disertación suya en La Rural con empresarios de los electrodomésticos le abrió las puertas a un negocio inexplorado. Dos armenios le propusieron importar una máquina térmica desde Piccadilly Circus (conocida intersección en Londres, Inglaterra) que estampaba remeras en el acto. La proposición era clara: ellos invertían en la fábrica y Oscar aportaría sus contactos, agenda y movida de prensa. El acuerdo se cerró y se gestionó un local de la Galería Jardín, a metros del Luna Park, para comercializar los productos.
El boom fue tan grande que las principales figuras del espectáculo y el deporte se acercaban a El Jardín de Oscar para llevarse prendas personalizadas y estar así a tono con la última moda europea. Las revistas de mayor tiraje en Argentina se peleaban por realizar producciones con los famosos y las vestimentas de este nuevo espacio que se las traía.
Detrás del éxito de su negocio llegó el sello distintivo: el Bulldog.
Tenía el local, tenía el nombre pero todavía no hallaba el logo. La relación familiar con el artista Hugo Pratt fue clave para su inspiración. “Él siempre me decía que el dibujante argentino necesita hacer una tira para expresar sus ideas, mientras que el norteamericano, con un dibujo, dice todo”, recuerda. Fue ahí que se decidió a viajar a Los Ángeles en busca de su faltante. En suelo norteamericano le presentaron un catálogo con imágenes y sintió el flechazo con el intimidante perro. Pero recién en Argentina se percataría de su valor.
“Monzón tenía una pelea importante y un día fui con Susana (Giménez) al entrenamiento. Había periodistas del exterior que lo filmaban a Carlos mientras se movía en el ring. En eso Susana me dice ‘¿te diste cuenta de la fuerza que tiene el Bulldog? Las cámaras primero le hacen zoom al Bulldog y después enfocan a Carlos’. Salí de ese entrenamiento y me fui corriendo a patentar la marca”, repasa una anécdota histórica para él luego de más de 30 años.
Al poco tiempo el pugilista argentino campeón del mundo comenzó a acudir a todos los escenarios boxísticos con el Bulldog en toda su indumentaria: remeras, pantalones y bolsos. Monzón fue elegido en París como el deportista mejor vestido del mundo: “Ese fue el auge del Bulldog. Para mí era como el Pato Donald”.
DEL PECHO DE CARLOS MONZÓN A TODO EL MUNDO
A través de Pepe Parada, al que señala como su gran maestro, Tubío conoció al boxeador santafesino que venía pegando fuerte arriba del ring desde hacía rato. Con el negocio de los estampados en marcha creyó que era él quien debía vestir al número 1 del mundo. El primer encuentro con el Negro fue pura química: “Pegamos onda en dos minutos”. Sin embargo la primera prenda que utilizó fue un fiasco. El dueño del Jardín de Oscar, que por esa época ya manejaba las publicidades en el mameluco que usaba Carlos Reutemann en la Fórmula 1, no tenía todavía su logo predilecto y optó por imprimirle un puño cerrado con el lema “Carlos Monzón - Argentina”. Su lucimiento en público generó revuelo: llegó una carta documento porque ese era un símbolo de la pelea entre armenios y turcos por el genocidio.
Hubo que dar un golpe de timón y en ese preciso instante empezó a asociarse el Bulldog con Monzón, el primero en usarlo. Fue quizás la etapa más dulce en lo económico para el pequeño local de la calle Florida, que pertenecía a “Oscar el del Bulldog” u “Oscar el de Galería Jardín”, porque nadie conocía su apellido. Y la relación con el oriundo de San Javier creció a pasos agigantados: “A pesar de que la figura era él, quería que ganáramos a la par, entonces cobrábamos las publicidades 50 y 50”.
Cuenta que tras un encuentro con el boxeador Jean Claude Bouttier en Europa, Monzón persuadió con mirada hostil al francés, que insistió una y otra vez para que le obsequiara un bolso que tenía su marca: “Al Bulldog no lo toca nadie”.
El grado de confianza que alcanzaron se acredita con una anécdota antes de la última pelea con el colombiano Rodrigo Valdez: “En el camarín estábamos Amilcar Brusa (entrenador), el masajista, Carlos y yo. Entró un asistente y avisó que venía la gente de Adidas. Yo me dirigí hasta la puerta para retirarme y Carlos me dice ‘ey, ¿a dónde vas? No te muevas de ahí, sentate’. Ahí escuché la cosa más linda de un tipo noble como él”. La marca alemana le ofrecía 90 mil dólares por saltar al ring con su indumentaria, pero Monzón fue tajante con su respuesta: “No, macho. Mi amigo está haciendo guita y ustedes están podridos en guita. A mí el Bulldog no me lo saca nadie. Regalale la ropa a Brusa y a ellos y no te cobro un mango”. Dice, también, que el Negro era bastante cabulero y no quería cambiar nada justo antes de pelear.
LAS ESTRELLITAS DE BOCA Y EL LEÓN DE RIVER
“Un día me presenté en la oficina que Alberto J. Armando (presidente de Boca) tenía en Avenida La Plata. Le dije ‘Don Alberto, ¿usted quiere salir campeón del mundo?’, ‘es el sueño de mi vida’, me respondió; entonces le retruqué ‘Boca tiene muy buen equipo, pero se viste muy mal’”. El Xeneize dirigido por el Toto Lorenzo iba a enfrentar al Borussia Monchengladbach alemán y Oscar Tubío se jugó un pleno con el máximo directivo de La Boca para vestir al equipo. Le habló de su experiencia en la Fórmula 1, de la influencia que tenían los colores para los protagonistas y también del diseño: “Cuando los alemanes vean mal vestido a Boca, no le tendrán respeto”.
Armando captó la idea en el acto y le encomendó la confección de las casacas que finalmente se utilizaron en la ida de la Copa Intercontinental 1977 (disputada en el 78) y en la Copa Interamericana 1978 contra América de México.
Eran tiempos en los que las marcas todavía no habían formalizado acuerdos con los clubes y como El Jardín de Oscar no iba a dar abasto para fabricar tanta ropa junta fue Sportlandia la encargada, obviamente con el diseño hecho por Tubío y el consentimiento de Armando. Fondo azul, franja horizontal y cuello amarillo y algunas particularidades: el número de cada jugador en la manga, bicolor en la espalda y el apellido en su dorsal (toda una innovación para esa época), también en amarillo. En el frente, cuatro estrellas azules con cada una de las iniciales de la institución en amarillo: CABJ. El modelo se reeditaría en el 81 con el arribo de Diego Armando Maradona y Gatic SA le encargó la aplicación de las estrellitas y números de fútbol americano blancos que provenían de Estados Unidos y le dieron carácter oficial a las camisetas utilizadas por los jugadores.
Como si fuera poco, Tubío también respondió al pedido de la hinchada comandada por José Barrita, que recibió unos diseños similares de color amarillo y todos tenían el número 12.
Pero a pesar de las raíces de Oscar Tubío ligadas a Boca, no tuvo inconvenientes en trabajar también con River. De hecho adquirió el mote de talismán luego de la conquista mundial con el Xeneize y la consagración del Millonario en Japón con la camiseta del Leoncito.
La dirigencia de River lo llamó para pedirle que se olvidara de ser bostero por un rato: “Queremos que hagas nuestra camiseta”. Entonces el diseñador recurrió a dibujante Carlos Loiseau, más conocido como Caloi. “Con él nació el león, él lo creó”, rememora.
El equipo dirigido por el Bambino Veira tocó el cielo con las manos contra el Steaua Bucarest rumano luciendo el felino al lado de una banda roja que desapareció en la espalda. Y esto también fue obra de Tubío: “Les comenté a los directivos que ningún sponsor le iba a pagar lo que le daban a Boca si no quitaba la franja en la espalda. Me dio bola y duplicaron los ingresos por sponsorización”.
LA HISTORIA DEL BULLDOG DE CHILAVERT
A fines de los 80 Tubío había creado la camiseta de San Lorenzo con un gauchito por expreso pedido del presidente Fernando Miele. El Ciclón la usó cinco partidos antes de que la marca Ulhsport tomara las riendas e hiciera una similar. En esa época José Luis Félix Chilavert exploraba por primera vez el fútbol europeo y defendía los colores del Zaragoza. En el 91 recaló en Vélez y a mediados de esa década se convirtió en uno de los mejores arqueros del planeta.
Al igual que la mayoría de los deportistas de renombre, cayó en las redes del Jardín de Oscar. La marca que patrocinaba al paraguayo le daba 1200 pesos por ponerse sus botines y 2000 por los guantes. Fue hasta que Tubío se le presentó: “Yo no soy representante, sí manager. Rompé los dos contratos que tenés y en seis meses te hago ganar 600.000 por año”. Excelso futbolista y propenso a los negocios, Chila firmó un contrato con él de por vida.
“Marketing es fijar una imagen, por eso yo estoy en contra de cambiarles los colores a Boca, River o el Barcelona. Ferrari es rojo, a Yashin le decían la Araña Negra... Entonces José Luis tenía que ser la nueva cara del Bulldog como condición sine qua non”, mencionó antes de compartir algunos detalles insólitos de la confección del buzo del golero guaraní.
Como creía que Chilavert no tenía buen físico, su flamante manager mandó a hacer el buzo de arquero con un modelo de campera que había importado de Estados Unidos, con marcadas hombreras, símil a la que Michael Jackson exhibe en el videoclip de la canción Thriller. Para hacerlo parecer más estilizado eligió el color negro, que además metía miedo: “Un día un jugador de la Selección me confesó que vio el Bulldog en el buzo negro de Chilavert y se le achicó el arco antes de patearle un penal definitorio”. Con Chila incluso llegaron a formalizar un acuerdo con la televisión para que en cada gol de Vélez se diera vuelta y celebrara agarrando la red mostrando el Bulldog, que tomó popularidad total y hasta fue lucido en sus partidos con la selección paraguaya.
Hubo un quiebre con Chilavert y su relación terminó por decisión propia. En el segundo semestre del 96 el paraguayo dejó de usar el Bulldog y a mediados del 97 Germán Burgos dio la nota en las narices de su colega. “El Mono era muy amigote mío y me pidió que le hiciera un buzo con el Bulldog para darle la vuelta en la cara al Vélez de Chilavert. Me pidió que no se lo dijera a nadie. Él admiraba a Gatti, al que yo también le hacía la indumentaria, y me pidió que imitara la polera lila del Loco”, referencia Oscar sobre la previa de la fecha 18 del Apertura 97 en el que el River de Ramón Díaz daría la vuelta olímpica contra el Fortín en el Amalfitani. “Cuando Burgos salió con el Bulldog a la cancha Chilavert se quería morir”, recapituló. La imagen del Mono con la camiseta violeta y el Bulldog quedó para la posteridad.
El otro guardameta reconocido que lució el Bulldog (muleto), con la lengua afuera, fue Ignacio González: “Nacho era amigo mío y muy fachero. Me decía que no era su manager, que era su amigo. Y me tenía de cábala. Me dijo que quería que Passarella lo convocara a la Selección y yo le di el amuleto”.
Hasta el día de hoy, pocas personas (incluidas algunas de su entorno) conocen el apellido de Oscar. Sigue siendo “Oscar el del Bulldog” u “Oscar de Galería Jardín” pese a que el local no está montado sobre la calle florida. Por cansancio y desgaste fue desligándose de sus tareas cotidianas aunque mantiene vivo al Bulldog con venta de camisetas retro que le demanda el mercado local e internacional. Él personifica al logotipo y el logotipo lo identifica a él. La gente lo tiene presente y lo ama: “El Bulldog es como Mafalda, nunca muere”.
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