La pelota parecía adherida a su pie izquierdo como si balón y botín fueran una misma pieza.
Recuerdo su gambeta tan imprevisible, sutil y perfumada como pétalos al precipitarse suavemente desde sus muertas rosas.
La historia de Victorio Casa –quien falleció de un paro cardíaco el 6 de Junio de 2013 en su Mar del Plata natal- transitó desde el sueño hasta la pesadilla sin permitirse llorar por el dolor o maldecir a la suerte.
Se probó en San Lorenzo una inolvidable tarde de 1962 junto a un montón de pibes que soñaban con jugar en El Ciclón. Entre ellos estaban un tal Héctor Veira-, luego El Bambino- otro que se llamaba Fernando Arean,- luego El Nano- quienes ya estaban fichados y un rubiecito de ojos celestes que tenía el mismo apellido que el técnico de la tercera que los evaluaba, Doval, -luego El Loco-. El profe se llamaba Florencio, Don Florencio Doval, un hombre muy querido y respetado de enorme y prodigiosa trayectoria.
Estos chicos jugaban en el sagrado césped del Viejo Gasómetro contra otros que ya eran profesionales y formados en el club como el Mono Agustín Irusta –el arquero que perfeccionó la más elegante manera de pegarle al balón con tres dedos del empeine para el saque de arco-, el Oveja Roberto Telch, Juan Carlos Sconfianza, y Raúl Páez entre otros.
Casa o Casita nacido en el barrio de La Florida procedía de Deportivo Norte de Mar del Plata, era volante ofensivo y al término del primer tiempo de la práctica, el entrenador Doval le dijo lo que ningún pibe quiere escuchar después de probarse:
- Vea pibe, usted tiene condiciones, se lo digo de verdad, pero el puesto de volante por la izquierda lo tengo cubierto, búsquese club, no le voy a hacer perder tiempo.
A un costado del campo de juego estaba viendo la práctica el director técnico de la primera, nada menos que una gloria del futbol argentino René Pontoni, el ídolo del Papa Francisco y de todo “cuervo” que supere los 60 años o haya escuchado alguna vez con atención a su padre o a su abuelo.
Pontoni quien por su finura para jugar no podía llamarse de otra manera más que René, un nombre para cualquier género, estaba viendo la prueba de jugadores y cuando el técnico Doval se le acercó, pareció preguntarle:
-Y Florencio…, ¿quien te gustó para 10 (volante por la izquierda)?.-.-
-Mirá Huevo (así le llamaban algunos amigos a Pontoni, especialmente los de Newells Old Boys, su club de origen), ya tenemos en la quinta al pibe más alto, al chuequito, el que le pega como los dioses, esperá , ya te digo… se llama Veira, Héctor Rodolfo, es clase 46-, respondió Florencio Doval fiel al idioma de los técnicos de inferiores y juveniles para quienes los jugadores además del nombre tienen clase y ésta corresponde al año de su nacimiento.
-¿Por qué no probas a los otros dos volantes rubiecitos como wines? Uno por la derecha y al otro por la izquierda.-,preguntó Pontoni.
Fue así cómo desde ese momento y para siempre el Loco Doval por la derecha y Popof Casa por la izquierda –sobrenombre en homenaje al mago de los cuentos infantiles – fueron los extremos de San Lorenzo, la Selección y otros clubes.
-Mire, Casita con el empeine le da treinta toques a una moneda sin que se le caiga al suelo y en el último, cuando se cansa, la pone en el bolsillo del saco. Es un mago. . Y con una pelota se puede pasar una hora por reloj haciendo jueguito haciéndola rebotar siempre en el pie, puede ir a un circo. . . ¡Es un fenómeno! – le dijo una vez Veira al escritor y maestro de periodistas Osvaldo Ardizzone en el discurrir de un reportaje para El Gráfico.
Aquel 11 de Abril de 1965 la lluvia inundó Buenos Aires y la primera fecha del campeonato de la AFA hubo de suspenderse. Fue de tal manera que después del mediodía los jugadores fueron liberados de la concentración en el hotel Argentino de la calle Carlos Pellegrini, pues el partido contra Argentinos Juniors de visitantes pasaba para el 18 de Abril.
Hacía poco que Casa se había comprado un Valiant 64’, color blanco y unos días antes de su tremenda desgracia lo había llevado a una casa de autoradio de la avenida Juan B. Justo para que le colocaran un equipo de pasacasettes marca Norman.
Era un domingo lluvioso, él estaba libre y tenía un Valiant ultimo modelo con autoestereo, un lujo; sólo le faltaba una buena compañía. Fue así cómo junto a su amigo y peluquero José Ariel Delgado ( “Cacho”) quien tenía un Fiat Europa pasaron a buscar a dos chicas amigas por el barrio de Caballito y eligieron un carrito de la Costanera – aún no existían los restaurantes formales- para comer algo de parrilla.
En medio de bromas y sonrisas ya cerca de las nueve y media de la noche Casa y su chica se pusieron de pie y caminando hacia el auto el “Loco” les gritó: “Vamos a dar una vueltita y volvemos en una horita, banquen que después seguimos comiendo alguna cosita…”. A pesar de lo cual su amigo Cacho junto a la otra chica se encaminaron lentamente hacia su vehículo para seguirlos.
Casita arrancó a toda velocidad por la avenida Costanera hacia la avenida Sarmiento con la música a todo volumen. Al llegar al Monumento a los Españoles intentó meterse en los bosques de Palermo doblando a la derecha pero su acompañante le pidió que mejor no lo hiciera, que siguiera derecho por la Avenida del Libertador.
El propósito del Loco Casa era detenerse en algún lugar discreto, oscuro, silencioso; un sitio donde no fuera visto y que le asegurara disfrutar de la música romántica que llevaba en los cassettes desparramados en la guantera. Para ello siguió por Libertador y en un momento perdió de vista a Cacho – según su relato de entonces- pues el Fiat de éste quedó detrás de una camioneta y lo perdió de vista..
Al tener el puente de la Gral. Paz enfrente y ver que se le acababa la avenida del Libertador, Casita no lo dudó , vio una calle oscura a su derecha – por entonces se llamaba Republiquetas y hoy Comodoro Rivadavia- giró, avanzó casi hasta el final pasando la sede y la cancha de Defensores de Belgrano y se detuvo unos cien metros antes del límite que hoy marca la Lugones . Luego encendió la tenue luz interior del auto para seleccionar la música a escuchar y eligió uno de boleros mas famosos cantados por el puertorriqueño Tito Rodríguez que terminó popularizando mundialmente Luis Miguel. El bolero se llama “Inolvidable” y lo compuso Julio Jiménez (1944) , un célebre pianista cubano.
Mientras en los asientos de su confortable coche el “Loco” Casa y su chica escuchaban románticamente: “En la vida hay amores/ que nunca pueden olvidarse/ imborrables momentos /que siempre guarda el corazón…” , una voz que ellos no escucharon les gritó con severidad militar: “Alto, ¡quien vive!!" La reiterada advertencia de uno de los centinelas de guardia en la tristemente célebre Escuela de Mecánica de la Armada se transformó en sangre cuando una lluvia de balas de ametralladora perforaron el auto de Casita, traspasó los vidrios del parabrisas e impactó en el brazo derecho del Loco hasta arrancárselo del cuerpo.
Herido gravemente, bañado en sangre, sujetando el brazo derecho con la mano izquierda, sin poder asistir a su compañera en estado de shock y repitiendo:”Yo no le hice mal a nadie, ¿ por qué tuvieron que hacerme esto…? ”, el Loco Casa llegó desesperado hasta la Avenida del Libertador sin que nadie lo auxiliara pues su estado era crítico y comprometedor a la vez: se trataba de un ciudadano baleado por un centinela en la ESMA.
Un taxista hincha de San Lorenzo al reconocerlo lo subió en su Ford Falcon hasta ingresarlo en la Guardia del Pirovano cerca de las 23.30. Rápidamente el director del hospital doctor Marcos Sonnenberg le reconfirmó a la prensa la triste noticia: “Tuvimos que amputarle el brazo derecho porque tenía destrozados el cúbito y el radio, era una verdadera papilla”.
La secretaría de la Marina, tras lo ocurrido dio a conocer el siguiente comunicado: “La Secretaría de Marina lamenta tener que informar acerca de las infortunadas consecuencias motivadas por la imprudente actitud de un automovilista al no acatar precisas y reiteradas indicaciones que, por habérsele hecho dentro de una zona de jurisdicción militar, merecen su especial atención.”
Al dia siguiente de la amputación de su brazo derecho fue trasladado desde el hospital Pirovano hasta el sanatorio De Cusatis de la Avenida Puerredón. Al mismo tiempo Victorio Casa dejaba de ser El Loco para convertirse en el Manco. Fue así que el Manco le concedió la primera entrevista a El Gráfico y el maestro Emilio Lafferranderie (El Veco) me permitió que lo acompañara a presenciar el reportaje que realizaría junto al fotógrafo – otro genio- Antonio Legarreta. Aquella nota que fuera publicada en la edición 2377 del 27 de Abril de 1965 comenzaba así:
“ Nos preparamos para asistir a un drama. Nos enfrentamos a un hombre que prefiere la comedia, que se ironiza a sí mismo, por más que la manga casi vacía del brazo derecho marque en todo momento la dimensión enorme de estas primeras horas. Victorio Francisco Casa, marplatense, de 22 años, hijo de una neoyorquina y de un italiano de Sorrento, sigue sonriendo.
Su situación en San Lorenzo también ha tenido el tono burlón de la apilada crónica, sin importarle el arco ni el partido que se iba. El ocupante de la 315 del sanatorio De Cusatis mantiene su carcajada. El trauma es para las visitas…”-
Y tanto fue así que El Manco jamás abandonó su envidiable espíritu de tomarse todo en broma, hasta su propio dolor. Algunas de sus anécdotas formaron parte del anecdotario de los vestuario de San Lorenzo celebrados de generación en generación. Algunas de ellas que me vienen a la memoria :
Ni a él, ni a Veira, ni a Arean, ni a Doval –símbolos de los famosos Carasucias- les gustaba el hotel donde concentraban porque quedaba lejos del ruido. Ellos querían ir al Regis de la calle Lavalle, a la vuelta del Maipo, prestigioso teatro de revistas donde actuaban famosas vedettes. Fue Casa quien al ver a una elegante mujer subir al ascensor con un collar de perlas colgando de su cuello, le dijo desde atrás y al oído “Arriba las manos, esto es un asalto, ja, ja”. Fue tan grande el pánico de la mujer que al final el gerente del hotel le pidió al club que no enviaran más a su plantel después de lidiar con policías, escribanos y abogados. Tal situación facilitó el cambio y fueron al Regis.-Fue en ese hotel donde terminaban de cenar, se iban a dormir y pasada la medianoche, reaparecían sigilosa y clandestinamente en las inmediaciones del Maipo.
Luego que le dieron el alta, el club logró que le hicieran una prótesis que pesaba alrededor de cinco kilos, pero con la cual podría jugar manteniendo el equilibrio. A tal efecto viajó a los Estados Unidos y al llegar de regreso fue al primer entrenamiento sin la prótesis.-
-¿Y la prótesis Manco?, le preguntó Albrecht.-
-La vendí…- , respondió ante la carcajada generalizada de unos compañeros que solían escondérsela en los entretiempos. Luego ocurría que el árbitro contaba a los jugadores antes de dar comienzo al segundo tiempo y a San Lorenzo siempre le faltaba uno: “Es el Manco que está buscando la prótesis…”, solía contestar con burlona risa el Bambino Veira. No era todo cuanto le hacían sus compañeros de aquel inmortal equipo de los Carasucias, pues no faltaba quien le atara los cordones de su calzado entrelazando el derecho con el izquierdo hasta que el utilero lo auxiliaba y podía salir al campo de juego.
Antes de ese viaje, Casita jugaba sin la prótesis y ataba la manga de la camiseta al muñon; los rivales no obstante lo maltarataban igual que antes de la amputación ya sea con patadas, con golpes o con insultos ante sus gambetas humillantes. En un partido frente a Boca saltó y cabeceó un centro marcando el gol. El arquero de Boca, Antonio Roma y su compañero el defensor Carmelo Simeone –el legítimo Cholo-, salieron corriendo a decirle al referí Angel Norberto Coerezza que había sido “mano”. Ante la confusión, el prestigioso árbitro internacional se acercó a Casa rodeado por jugadores de Boca que gritaban “fue mano, fue mano, decí que fue mano”. El Loco miró al referí y le dijo: “Señor, ¿cómo va a ser mano si soy manco?”. Después del partido le reconoció a sus compañeros que movió la cabeza como si la girara y le pegó al balón con el muñón. Para el Nene Sanfilippo, el Manco Casa fue el compañero más divertido, gracioso y simpático con quien le tocó jugar porque a diferencia del resto, se reía de su inferioridad y permitía que le hicieran todo tipo de bromas. Por ejemplo que Veira le gritara muchas veces en el medio de un partido: “Loco,hace el lateral que es para nosotros…”.
Todo lo que le pasó después de la amputación marcó el camino del declive. San Lorenzo lo dejó libre, se fue a jugar a la incipiente Major League Soccer de los Estados Unidos sin trascender, volvió, pasó por Platense sin jugar en la Primera y recaló en Quilmes de Mar del Plata en 1971 hasta que se retiró rápidamente.
El Mago Popof, el Loco Casa, el Manco fue siempre el mismo: un malabarista empírico que nació para sostener en el aire cualquier objeto esférico impulsado y sostenido por su pie izquierdo.
Lo hizo jugando para San Lorenzo, integrando la Selección Nacional y también ya de viejo en el restaurante del Gato Mignini en Mar del Plata donde los comensales celebraban al ver cómo hacia rebotar una naranja durante media hora en su mocasín izquierdo.
También él lo disfrutaba.
Archivo: Maximiliano Roldán
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