Alguna vez Pilar Geijo reveló que en sus extensas travesías apelaba a juegos mentales para motivarse. Los kilómetros a nado en aguas abiertas aparentaban ser menos exigentes por la realidad alternativa a la que se sometía, en donde los naufragios representaban el principal recurso para fortalecer cada brazada. “Suelo imaginarme que un barco se está hundiendo y soy la que tiene que nadar para salvar a todas las personas que viajaban en el navío”, contó en más de una ocasión. Un autoengaño emocional que le sirve como herramienta fundamental en la búsqueda de sus objetivos.
El caso de la porteña es un ejemplo más de los tantos que expuso Federico Bianchini en su libro Cuerpos al Límite, donde demuestra la capacidad psicológica de varios deportistas que logran cumplir una meta cuando el físico dice “basta”. Otra muestra similar ocurrió en la Ushuaia Trail Race, la carrera del fin del mundo que reunió a más de 600 competidores en la ciudad más austral del planeta.
“Es como una lucha entre el cuerpo y la cabeza, por eso cuando me pasan esas cosas trato de alejar mis pensamientos de los dolores porque soy consciente de que hice los entrenamientos para estar bien físicamente. Es pelear con la mente para que acompañe al cuerpo”, le dijo a Infobae Rocio Séré, quien se quedó con el segundo lugar de los 25k después de cruzar la meta por la base del Glaciar Martial.
Su historia es muy particular. Tras incursionar por el handball, el vóley y la gimnasia artística durante su etapa escolar, un día acompañó a su padre a la tradicional maratón de Buenos Aires y probó en la categoría juvenil de los 3 kilómetros. “Como la largada era una hora más tarde que la carrera principal, me perdí y tuve que correr como 2 kilómetros para no perderla”, recordó la porteña.
Ella tenía 16 años y la entusiasmaba el final del recorrido en el Monumental. “Cuando terminó la competición me vinieron a buscar para darme una copa enorme porque había sido la más rápida en mi categoría. Me acuerdo que cuando me subí al podio, mi papá no lo podía creer”, reveló entre risas.
Para Séré la gloria no fue pasajera. Como parte del premio tuvo la posibilidad de entrenar un año con el Indio Cortínez (maratonista olímpico que participó en Sídney 2000) en el Cenard. “Teníamos que ir todos los jueves. Yo lo tomaba como algo recreativo, pero había deportistas que te pasaban por arriba. Pasé de trotar por mi casa a correr en la pista principal con muchos profesionales”, explicó.
Así como los Selknam u Onas tenían sus ritos para dejar la adolescencia y conocer “las verdades de la vida” en su madurez, Rocío también participó de un proyecto ambicioso que tenía como principal objetivo la participación en los Juegos Olímpicos de Londres (2012). “Lamentablemente no prosperó, pero fue una experiencia muy enriquecedora. En ese momento no me daba cuenta de lo que estaba viviendo, aunque me cuidaba bastante porque la mayoría de mis amigas tenían un montón de fiestas de egresados y yo me quedaba en casa para cuidarme”, continuó Séré.
Al año siguiente volvió a ganar la misma carrera y como parte del premio empezó a entrenar (también en el Cenard) con Toribio Gutiérrez (otro reconocido maratonista que participó en varias ediciones de Ironman), quien conformó otro equipo con jóvenes dedicados a la alta competencia. “Me sirvió mucho la experiencia, pero ellos estaban en otro nivel”, deslizó la porteña.
A pesar de no haber concretado su sueño olímpico, Rocío Séré reconoció que el trail running le cambió la vida. Todavía se sigue cuidando en las comidas y las salidas nocturnas; y organiza sus viajes dependiendo de dónde se realicen las carreras. En el fin del mundo tuvo una producción notable y gran porcentaje del resultado fue gracias al aspecto psicológico. “Por momentos estás bien y se genera mucho entusiasmo, pero hay otros momentos en donde empezás a sentir la fatiga en las piernas, la cabeza te dice que falta un montón y te hace dudar sobre si la vas a terminar. Mi fórmula para seguir en competencia es imaginarme lo que voy a contar cuando termine la carrera. Me armo una historia sobre cómo quiero contar el relato de la competencia. Cómo superé las adversidades, molestias, torceduras de tobillo o caídas y pude salir adelante. Para poder contarla, tengo que terminarla”...
Otro de los protagonistas que brilló en Tierra del Fuego fue Maxi López, un ex futbolista con pasado en Argentino del Norte y Deportivo Roca que se quedó con los 50k. A pesar de sufrir un desgarro en el isquiotibial izquierdo, nunca se detuvo hasta cruzar la meta. Con la misma actitud que demostraba en las canchas cuando lo ponían de lateral por derecha, el experimentado runner de El Bolsón logró marcar el mejor tiempo.
Él tenía planeado atravesar el recorrido en menos de 6 horas, pero la lluvia, el barro y las caídas hicieron que el cronómetro marque las 6 horas y 55 minutos. A pesar de la lesión muscular, Maxi nunca detuvo su marcha. Algún tropiezo, la molestia física, el cansancio propio de la competición y las condiciones climáticas fueron algunos factores que atentaron contra su producción, pero él siempre corrió. “Son carreras muy largas que implican muchas horas de sacrificio. Hay un gran porcentaje físico, pero también influye mucho la cabeza. Va más allá del entrenamiento diario, porque en la montaña estás solo y ahí se forja el carácter que se necesita para la competencia”, le dijo a Infobae después de terminar la travesía.
Su fórmula del éxito también se basó en los pensamientos laterales ajenos a la actividad. “Si bien uno trata de estar concentrado, me vienen ideas muy variadas, como las compras que tengo que hacer en el supermercado o lo que le voy a decir a mi esposa y a mi hijo cuando llegue. Siempre uno trata de mantener el eje para no perder los ritmos y los tiempos de refrigerio, pero a veces se apaga la mente y el cuerpo se mantiene solo en movimiento”, confesó.
Con un chaleco cargado de bocaditos de membrillo, gel y frutas, el rionegrino se las ingenió para superar a sus principales rivales que habían tomado las mejores posiciones en la largada. En el kilómetro 30 alcanzó a los que se encontraban por delante y sin frenar su marcha se acomodó en el primer puesto hasta cruzar la meta. Incluso hasta tuvo tiempo para bromear en uno de los puntos de abastecimiento, cuando pidió unos vasos de gaseosa para ingerir más azúcar. “Tomé Coca-Cola porque no puedo tomar fernet”, reveló entre risas.
“Disfruté mucho del paisaje. Hubo sectores que eran muy altos, como el Cañadon de Oveja, donde me sorprendí por la vista impresionante que hay. Ushuaia es alucinante. No pude parar para hacerme una foto, pero seguro voy a volver para hacerla”, concluyó antes de ir a realizarse la ecografía que determinará la gravedad de su desgarro, porque en su mente ya está la Patagonia Run (carrera de 160k que ganó en la edición de 2018).
Con la misma felicidad, pero menor cansancio, Emiliano Pereiro también reconoció que su victoria en los 10k se dio gracias a los entrenamientos que desarrolla en Castelar y al apoyo de su círculo más íntimo. “Durante toda la hora y veinte fui pensando en el trabajo que hice durante todo el año, mis hijos y la familia, que es lo que uno deja para poder estar acá”, reflexionó.
El bonaerense que se dedica al rubro de la medicina reconoció que era consciente de la dificultad de la carrera porque “es la del fin del mundo”. Igualmente, también advirtió que este tipo de eventos “son como un juego en el que todos ganan”.
Tal vez una de las escenas más vibrantes de la jornada fue la que protagonizó Brian Montes Vieira, ganador de los 25k, quien se impuso en la recta final ante Ezequiel Pauluzak en un duelo con historia. “Fue una revancha porque ya había perdido con él. Sabía que tenía que mantenerme cerca para poder ganar y fuimos toda la carrera juntos hasta el final. Él me alcanzaba en las subidas y yo sacaba un poco de ventaja en las bajadas. Ni siquiera paramos en los puestos de abastecimiento. No podía pensar en otra cosa que no sea en él, porque sino se me podía escapar”, cerró el fueguino.
Cuando el cuerpo no puede más por los dolores, los deportistas tienen como recurso no pensar en las adversidades para mandar otras señales que puedan ocultar esas dolencias. Muchas veces se apela a la familia, el sacrificio o la rutina, y es ahí donde uno entiende las reacciones que manifiestan los protagonistas cuando logran su objetivo. Cuando la máquina pide ser apagada, lo ideal es no pensar para que trabaje por inercia. Luego llega el resultado.
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