Leo Gutiérrez, el entrenador que surgió de la Generación Dorada

Es el único que se dedicó a la dirección técnica de aquel equipo que hizo historia en el básquet. Cómo se relaciona con los jugadores y qué enseñanzas les trasmite a sus dirigidos. Su sueño de dirigir al seleccionado

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Por Pablo Cormick

Nadie puede olvidar aquella imagen de los jugadores argentinos en el escalón superior del podio del básquetbol olímpico de Atenas 2004. La bandera celeste y blanca se elevó hasta lo más alto del estadio OAKA. Y allí estaban los doce protagonistas de esa histórica epopeya, con sus medallas doradas en el pecho y plenos de felicidad. Más de quince años después, ¿quiénes mejor que ellos para transmitir su sabiduría y experiencia? A su manera, todos lo hacen, pero hay uno solo que es entrenador principal de un equipo profesional de básquetbol: Leonardo Gutiérrez. Si se amplía el concepto de Generación Dorada y no se circunscribe únicamente al plantel de aquellos Juegos Olímpicos, aparece Lucas Victoriano, quien fue uno de los últimos cortes de ese equipo y formó parte del seleccionado hasta 2003, que es actualmente coach de Regatas Corrientes. También Pablo Prigioni, quien fue figura de la selección en los grandes torneos desde 2006, que ahora es asistente de Minnesota Timberwolves en la NBA y fue coach principal en Baskonia (España).

La selección en 2010, celebra tras un triunfo. Al lado de Leo, Pablo Prigioni, que es ayudante técnico en Minessotta. Entre ambos, el eterno Luis Scola.
La selección en 2010, celebra tras un triunfo. Al lado de Leo, Pablo Prigioni, que es ayudante técnico en Minessotta. Entre ambos, el eterno Luis Scola.

Leo, de enorme trayectoria en la Liga Nacional -de hecho ostenta el récord de mayor cantidad de títulos con diez- no era protagonista en aquel conjunto repleto de estrellas que brillaban en el exterior. Tal es así, que hasta recibió un apodo despectivo: cebador olímpico, ya que algunos consideraban que solamente había ido a Grecia a cebar mate. Lo cierto es que el ala pivote cordobés no tomaba mate en aquella época y tampoco se ocupaba de prepararlo. “Con lo obsesivos que son algunos, ni me dejaban acercarme”, asegura Gutiérrez entre risas mientras disfruta de un café con leche en jarrito.

-¿Por qué sos el único entrenador principal de un equipo profesional de los doce que ganaron la medalla dorada en Atenas?

-Es difícil saberlo. Puede ser que los demás no tuvieran el deseo de seguir vinculados al básquetbol a través de esta profesión. Pepe (Sánchez) eligió ser dirigente; Fabri (Oberto), músico; Luis (Scola) sigue jugando; Carlos (Delfino) está buscando equipo; Walter (Herrmann) no creo que sea entrenador; a Chapu (Nocioni) lo imaginaba que podía entrenar o estar cerca de un equipo como mánager; el Colo (Wolkowyski) fue por el camino que a mí también me interesaba, el de formar a jugadores jóvenes; Ale (Montecchia) fue asistente; Manu, Hugo (Sconochini) y Gaby (Fernández), al menos por ahora, no optaron por este rumbo. El único que intentó arriesgarse por este camino, que no es fácil, soy yo. Muchas veces, sobre todo al principio, pensaba: ¿adónde me metí?. Desde afuera parece sencillo. Creen que uno gana por tener a determinado jugador con sus virtudes y nada más. Hay que trabajar, preparar a los jugadores, saber llegarles con el mensaje que uno quiere. Me gusta el desafío de buscar ser un buen entrenador y cuando me meto algo en la cabeza, no me quedo tranquilo hasta conseguirlo. No quería, dentro de 20 o 30 años, arrepentirme de no haberlo intentado. Tengo mucho por aprender en esta profesión en la que cada día necesitás incorporar conocimiento.

Leo Gutiérrez en acción cuando jugaba en Peñarol de Mar del Plata.
Leo Gutiérrez en acción cuando jugaba en Peñarol de Mar del Plata.

-Los que fueron tus compañeros en el seleccionado cuentan que en aquel grupo eras escuchado y muy respetado por tus opiniones del juego, independientemente de que no eras de los jugadores más destacados del equipo.

-En la mayoría de los torneos importantes que jugué con la Generación Dorada me tocó participar poco. Desde afuera de la cancha, la situaciones se ven y se leen de otra forma. En ese equipo, al momento de hablar y ser escuchado y respetado, no importaba si jugabas 20 minutos de promedio y hacías 20 puntos o si apenas te tocaba entrar. Todo se analizaba y se ponía en práctica para encontrar los mejores caminos. En la previa de mi último Mundial, en 2014, tuve una discusión sobre táctica con Scola durante un partido amistoso. Le sugerí que lo mirara después. Al otro día me contó que se había quedado viendo y analizando el juego a la noche y que yo tenía razón, que me pedía disculpas. Por supuesto que no importaba ganar la discusión sino mejorar el rendimiento del equipo.

-¿También eras muy importante en los entrenamientos?

-A los golpes les recordaba a los que venían de Europa o de la NBA cómo se jugaba en nuestro continente. Venían a un Preolímpico o un Premundial y no estaban acostumbrados a que acá te agarran desde el dedo gordo del pie hasta el último pelo de la cabeza. Allá no se mueven en las cortinas y acá sí. Gaby Fernández y yo los preparábamos, éramos como sparrings. A Wolkowyski, a Oberto y a Scola les teníamos que pegar para que entendieran que eso es lo que iba a pasarles en los partidos.

-Si pudieras elegir a uno de tus once compañeros campeones olímpicos para tenerlo como jugador, con la edad de aquel momento, ¿cuál sería?

-Lo traería al Chapu Nocioni para que pegue un par de gritos y acomode las cosas. Además, para que ponga esa sangre que tiene y los demás lo sigan. Tuvo todo para ser líder. Si lo fue en Real Madrid, con las grandes figuras que había, acá lo sería mucho más. Y si pudiera elegir más, sin caer en la fácil de agarrar a Ginóbili, me quedaría con Pepe Sánchez o el Puma Montecchia para que organicen absolutamente todo. Con eso, yo solo me ocuparía de los horarios de entrenamiento. Ellos dos me harían la vida sencilla.

Dice Leo: "Hay jugadores a los que no podés retar porque los perdés, se caen anímicamente. Lo apasionante de este trabajo es lograr entrar en la mente de individuos que no te habían visto en su vida".
Dice Leo: "Hay jugadores a los que no podés retar porque los perdés, se caen anímicamente. Lo apasionante de este trabajo es lograr entrar en la mente de individuos que no te habían visto en su vida".

La carrera de Leonardo Gutiérrez como entrenador se inició inmediatamente después de su retiro. Tras abandonar la actividad con la marca más alta en partidos disputados en la Liga Nacional (1.106) y el tercer lugar en la tabla de anotadores históricos (14.531 puntos) se quitó la indumentaria de jugador de Peñarol de Mar del Plata y asumió como director técnico. Su debut en el nuevo rol en la Liga fue ante Obras el 5 de diciembre de 2017. Tras dos temporadas en el equipo marplatense, fue contratado por Ciclista Olímpico de La Banda, Santiago del Estero. En sus tres campañas como entrenador tiene un registro de 41 triunfos y 63 derrotas. Para Leo, el recorrido recién comienza.

-¿Por qué decidiste ser entrenador?

-Marcelo Milanesio me inculcó muchas cosas y una de las que me metió en la cabeza fue que uno debe enseñar lo que aprende. Mi idea principal era poder entrenar con jóvenes e intentar ayudarlos a crecer. Cuando todavía jugaba tuve la posibilidad de marcarles el camino que a mí me gustaba seguir a algunos compañeros mucho más chicos que yo. Les corregía errores y los ayudaba a prepararse mejor para cada día y para el resto de su carrera. Todo eso lo aprendí de Milanesio. Él fue el que me alentó a tirar de tres puntos y también el que, indirectamente, me puso en la cabeza que sería entrenador.

Se declara un entrenador frontal. Prefiere decir las cosas delante de todos y obtener respuestas para que todo el grupo asimile. Le huye a las charlas a solas con jugadores.
Se declara un entrenador frontal. Prefiere decir las cosas delante de todos y obtener respuestas para que todo el grupo asimile. Le huye a las charlas a solas con jugadores.

-¿Cómo te definís como coach?

-Todos los días hablo con mi asistente, así como lo hacía en Peñarol, y me doy cuenta de que todavía no definí qué tipo de entrenador soy. Todos pensaban que sería igual de recio y de pesado como cuando jugaba, pero soy todo lo contrario. Soy muy frontal como fui siempre. No le doy vueltas a nada y les digo a los jugadores en la cara lo que sea necesario. Si se enojan, que se enojen. Siempre digo que ahí van a tener dos problemas: enojarse y sacarse después esa sensación. No me gusta tener reuniones individuales con los jugadores. Si le tengo que decir algo a uno, lo hago delante del grupo para que todos reciban el mensaje y para que escuchen la respuesta. Eso es mucho más sano que una charla mano a mano. Voy siempre de frente.

-¿Quiénes son tus modelos de entrenadores?

-Me gustó mucho trabajar con Julio Lamas, Sergio Hernández y Rubén Magnano. Son tres grandes referentes de nuestro básquetbol y yo tuve la suerte de tenerlos, no solamente en el seleccionado sino en equipos que es donde aprendés más porque compartís todos los días durante diez meses. Les saqué provecho a los tres en distintas etapas de mi carrera. A Rubén lo tuve de chico, a los 21 años. A Julio, en la primera etapa en la Selección y después cuando me empecé a consolidar como un referente en Ben Hur de Rafaela. Lamas me marcó mucho en ese momento. Y tanto con Sergio como en el segundo período con Magnano, que yo ya era más grande, disfruté muchísimo. Deseo sacar una pequeña cosa de cada uno e incorporarla a mi trabajo para poder parecerme a ellos. Quisiera tener la impronta de Hernández, que cada vez que íbamos a un tiempo muerto tenía muy en claro qué jugada quería armar y que generalmente salía bien. De Magnano, la manera de convencer a los jugadores del camino que se debe recorrer para llegar a un objetivo. Lo inculca de tal modo que te lo hace sentir propio. Y de Lamas, que es muy completo, elijo la preparación de los partidos, ya que siempre tiene todo listo tácticamente y estudia a los rivales a la perfección.

-¿Cómos les hacés llegar tu mensaje a los jugadores?

-Busco convencerlos de qué es lo correcto y cuando hacen las cosas mal se los marco de la mejor manera posible. Intento retar poco y hablarles con palabras más sutiles que las que usaba cuando jugaba, que tenía un método totalmente distinto, para que no se enojen y no sientan que los estoy mandando al frente. Hay partidos en los que se me sale la cadena, pero son los menos. En los entrenamientos, les explico, me tomo el tiempo para corregirles detalles. Trato de encontrarle la vuelta. Hay jugadores a los que no podés retar porque los perdés, se caen anímicamente. Lo apasionante de este trabajo es lograr entrar en la mente de individuos que no te habían visto en su vida. Con los extranjeros es más difícil. Tuve un jugador ruso, Dmitry Flis, que hablaba castellano mejor que nosotros, pero que no estaba acostumbrado a nuestra competencia y me costaba mucho hacerle entender que no debía enojarse por la manera en la que lo defendían o si los árbitros no cobraban algo evidente.

-¿Te da alguna ventaja la trayectoria que tuviste como jugador para ejercer el liderazgo con tus dirigidos?

-Con los nacionales sí, aunque yo no quiero que me vean como una leyenda, sino que como el entrenador que va a hacer todo para ganar, que es lo más importante. Con los extranjeros es más complicado. Por otra parte, para algunos que fueron compañeros o rivales es difícil asimilar que ahora soy el que les da indicaciones. Por ahora, todos los jugadores que tuve me ayudaron a crecer y entendieron para dónde quería ir. En mis primeros dos años tuve un equipo con limitaciones y sabía que pelearíamos en el fondo de la tabla de posiciones. Esta temporada tenemos un plus y vamos rumbo a buscar un lugar en los playoffs.

-¿Qué objetivos te planteás?

-Entrenar muchos años, hacer una carrera importante y crecer para ser muy bueno en esta profesión. Sueño con ganar algún título, llegar a trabajar en la selección con jugadores jóvenes y por qué no en algún momento con los mayores.

Así como llegó a la gloria máxima como jugador, Leo Gutiérrez desea alcanzarla como entrenador. Sabe que el camino es largo y muy difícil, pero tiene la ventaja de haberlo transitado.

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