Román empezó a dar la vuelta olímpica la tarde que entró a votar a los saltos como un hincha más. Y ahora son los hinchas los que en otro día histórico saltan como Román. Que la leyenda en la espalda de las camisetas del festejo los jugadores diga “Boca está feliz” es más que una excelente decisión de marketing. Es un concepto ciento por ciento futbolero. Riquelme lo sacó campeón. Esta vez sin tirar un caño de espaldas a Yepes, un pase a Palermo ni un tiro libre que termine en abrazo con Bianchi. Fue con su cabeza. Afuera de la cancha también parece conservar la virtud de pensar un tiempo antes... La primera estrategia fue política: una jugada de meses para desbancar a un pesado como Angelici, a quien engañó como a tantos defensores enemigos. Después tomó el mando de todo el fútbol. Riquelme no es un dirigente con oficina. Piensa el juego como un director deportivo con poderes absolutos. Y como suele decir, trata de hacer “cosas normales”. Con esa lógica fue a buscar a Miguel Russo, el último entrenador en ganar la Copa Libertadores en el club. Le bajó línea sobre una vieja nueva idea con ese escudo: atacar. Cuando Carlos Tevez parecía pensar hasta en el retiro, Román buscó disfrute de la despedida que ni él tuvo y le dio trato de estrella a la que se escucha pero no se le miente. La única exigencia para todos -los que estaban y los pocos nuevos- fue competir hasta el final. Pero los tocados con la varita siempre tienen un plus en su vida de libro. En apenas siete partidos Boca rompió otra lógica: le hizo el Topo Gigio al mismísimo River de Gallardo.
Riquelme solía decir que en los días previos a los partidos con River él se imaginaba situaciones de juego. Sabía qué iba a pasar el domingo en la cancha. Tal vez haya sido demasiado pensar este final de película. El equipo que parecía imbatible sacó sólo dos de los últimos seis puntos que definían la Superliga más relevante de los últimos años. El héroe de la noche -otro que ha recibido un guiño del de arriba varias veces en su vida- fue Tevez. Sacó un derechazo de afuera del área y lo festejó colgado del alambrado como el jugador del pueblo que supo ser. Román había sentenciado hace unos meses que Carlitos había perdido las ganas de jugar a la pelota, como se dice en los barrios de ellos. Que quería ver si era capaz de hacerse recuperar esa ilusión. ¿Qué declaró en medio de la vuelta olímpica el 10 que aún camina en botines? “Volví a tener hambre de gloria, sentí que tenía que volver a mi barrio y pelear como un pibe que recién empieza”. Todo parece tener que ver con todo. Tevez por fin salió “de ese pozo que se le hizo eterno”. Fueron años de pelear con su cabeza. Jugó de 9, tirándose un poco atrás, con Soldano patrullando la salida de los rivales, y cada 15 días tuvo una fiesta en la Bombonera. Parte de lo que craneó Román cuando se juntaron a hablar. Lo quería jugando de Tevez, no de Riquelme. En la épica noche final, mucho después del pico a Maradona y del reconocimiento más que nada de la gente a Diego, la hinchada terminó gritando otra vez “que de la mano de Carlos Tevez, todos la vuelta vamos a dar”. Con ese gol, pagó la mala forma en la que se fue a China.
No pasa por hacer la apología de Riquelme. Se podría cuestionar que quería a Paolo Guerrero y nunca llegó. Siempre hay acciones que se pueden discutir en la gestión. Pol Fernández, único refuerzo junto al peruano Zambrano, venía un tanto irregular para algunos pero jugó un gran segundo tiempo la noche de la consagración. Tan real como que pocos hubieran ido a buscar a Russo en el atardecer de su carrera. Sólo dos personas creían que podía tener una segunda era: Román y el propio Miguel, que contó que intuía que le iba a llegar. Russo ya había recibido un guiño del destino cuando le ganó a una enfermedad que se lleva puesto a casi todos. Su gran partido parecía estar en otra cancha. A los casi 64 años volvió a sentir el aroma del Mundo Boca y demostró que puede codearse con los entrenadores del software en la computadora y los chupines. Campuzano de volante central es una apuesta ganadora de él. Igual que la confianza que les dio a Villa para volar, a Fabra para ser un 3 que ataca, a Salvio para ser un volante que no tiene que retroceder tanto, a Junior Alonso para ser un recambio casi titular... Los jugadores se sintieron más cómodos con él. Más que nada los de ataque por estar más acompañados. Antes era un equipo para Licha López e Izquierdoz y ahora junta de 3/4 delanteros. Alfaro tiene el valor de la tabla, dejó a Boca arriba. Es elegante y de caballeros reconocerle parte del título. Tan riguroso como decir que Boca cambió, que ahora ataca como exige su camiseta. Y que, aunque sea un gran técnico, difícilmente iba a jugar con él como lo hizo estas fechas. Aunque no lo llegue a decir nunca, seguro que a Riquelme le gusta más el Boca de Russo que el Boca de Alfaro. Y no sólo por Soldano de 8.
En la otra vereda será River quien deba explicar cómo perdió este torneo. Un fracaso pese a que Gallardo ya haya despreciado la idea. O la palabra puntualmente. En el fútbol se le tiene mucho miedo. Tal vez porque a veces se la utiliza mal. Entonces se asocia el fracaso a ser un fracasado. Como pasa con el miedo. Todos tenemos temor en algún momento sin que eso te transforme en un cobarde. Aunque -como corresponde y se lo ganaron- no le cueste la cabeza a nadie esta derrota es un palazo feo. Se había enfocado en ganar este título que le faltaba y no tenía ninguna otra competencia. No puede minimizarse cada caída de River como un accidente. Ni siquiera con el aval de un arbitraje que le anuló mal una jugada que terminó en gol y no le dio un penal a Nacho Fernández. Del mejor equipo de la Argentina se esperaba que resolviera el partido con Defensa y que superara al equipo de Zielinski. En los mano a mano siempre fue letal. Este River en otros partidos les ha ganado hasta a algunos arbitrajes, sin que nadie pueda levantar la bandera de ninguna conspiración ni mucho menos. Todo se potencia además porque lo pierde con Boca. Un Boca aún en construcción. Que se reseteó después de sufrir hasta el clima político de fin de año. Que otra vez quiere competir en serio y a cara descubierta. Que espera haber terminado con el karma de los últimos tiempos. Que tiene un póster que toma mates en un palco. Que está feliz...
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