Esta es una historia en la que la tenista más exitosa de todos los tiempos, convertida en pastora religiosa, ve al “demonio” detrás de cualquier homosexual. Y lo grita a los cuatro vientos. Es, también, la historia de un hombre que 70 años atrás era un Roger Federer de la raqueta y que hoy, a los 92, se planta ante la pastora anti gay. Y es, además, la historia de un deporte, el tenis, que se abre a una comunidad hasta ahora bastante ignorada, pero en el que casi no hay jugadores que salgan del armario.
Frank Sedgman tiene 92 años, pero es más moderno y amplio de cabeza y corazón que buena parte de la gente que lo rodea. Australiano, Sedgman fue un extraordinario tenista en los años 40 y 50, uno de los mejores de todos los tiempos. Y hoy se pregunta qué le pasa por la cabeza a Margaret Court, la tenista más ganadora de la historia y una furiosa activista religiosa que cree que el demonio está detrás de la comunidad LGBTQI.
“Es el demonio, eso no es dios”, dice Court, de 78 años, cuando le preguntan por la aceptación de la diversidad sexual. “El tenis está lleno de lesbianas. Cuando yo jugaba había solo una pareja, pero esa pareja llevaba a las más jóvenes a fiestas y esas cosas”.
Sedgman no puede creer lo que dice Court, de la que fue entrenador durante un tiempo cuando ella tenía 16 años. “En esa época no hablábamos de religión, ni de sexo ni de nada de eso. De alguna manera, Margaret se involucró con el lado sexual de las cosas, comenzó a ir a la Iglesia...”, dijo el viejo campeón durante una entrevista con Infobae en Australia.
La polémica desatada por Court, ganadora de un récord de 24 títulos individuales de Grand Slam, además de dueña del Grand Slam en 1970, podría quedar en lo anecdótico. Al fin y al cabo, lo que dice tiene tan poco sustento que tomárselo en serio quizá sea lo que no hay que hacer. Sin embargo, la conexión Dios-homosexualidad-demonio no es anécdota, es categoría: las agresiones de Court, siempre con la ventaja de haber analizado todo antes en diálogo directo con (su) Dios, están llevando al tenis a un profundo proceso de reflexión y aggiornamiento. Y el reciente Abierto de Australia fue la mejor prueba de ello.
Martina Navratilova acababa de jugar un partido de exhibición. Lo lógico era que se encaminara hacia el vestuario, pero la veterana campeona, que en los años 70 fue una de las primeras activistas abiertamente homosexuales, se subió a la silla del juez, tomó el micrófono y le habló a los espectadores: “Vengo hablando de esto ya hace rato. Y acá está John McEnroe para ayudar”.
El estadounidense, brillante número uno de los años ’80, entró a la cancha para desplegar una pancarta junto a Navratilova: “Evonne Goolagong Arena”.
Ese solo gesto bastó para encolerizar a los organizadores del Abierto de Australia, un torneo que promueve la inclusión y la diversidad, pero que tampoco puede permitir que las cosas se salgan de control. Con esa pancarta, Navratilova y McEnroe combinaban varios temas explosivos: la homofobia de Court, la complicación que para el torneo implicaba homenajearla en el 50 aniversario de su Grand Slam y, por último, el rol de Goolagong, que no es cualquier jugadora.
Goolagong fue número uno del mundo por apenas dos semanas en 1976, pero eso le alcanzó para convertirse en la tenista aborigen más importante de la historia. Y los aborígenes son precisamente el gran problema irresuelto de Australia, un país que décadas atrás los diezmó, con horrendas historias de niños secuestrados y separados de sus familias. Muchas de esas historias siguen irresueltas aún pese al histórico pedido de “perdón” hecho en 2008 por el entonces primer ministro Kevin Rudd en nombre de la nación australiana.
Si el principal estadio del Abierto de Australia se llama Rod Laver Arena, el tercero más importante es el Margaret Court. Muchos en el tenis, no solo Navratilova y McEnroe, no pueden entender que el estadio mantenga ese nombre. Proponen cambiarlo por el de Evonne Goolagong.
Las cosas, sin embargo, no son tan sencillas. Los logros deportivos de Court fueron enormes, la Federación Australiana de Tenis (TA) decidió que era irracional no reconocerlo este año, en el que se cumple medio siglo de aquella hazaña. La clave, entonces, pasó por “reconocer, pero no celebrar”. Margaret Court se convertía en un asunto tóxico. Si se la celebraba porque se la celebraba, si se la reconocía, porque se la reconocía. Si hablaba ella, si hablaban McEnroe y Navratilova, si los medios retomaban el asunto...
La paradoja en aquellos días australianos pasó por la cercanía física del estadio Margaret Court y la cancha 3, que fue escenario, en el tramo final del torneo, del Glam Slam.
¿El qué? El Glam Slam, un torneo LGBTQIA+ que se juega desde hace tres años en Melbourne e involucra a más de 200 jugadores de 30 países. El nombre de la ciudad de Melbourne, siempre en letras blancas sobre al azul cobalto de las canchas australianas, se desplegó con los colores del arco iris, símbolo del movimiento gay. #Open4All fue un hashtag que circuló con fuerza en esos días. “Abierto a todos”, un juego de palabras con el “Open” del torneo y la apertura a todos los aficionados al tenis “más allá de su raza, religión, género, sexualidad o habilidades”, según los organizadores del que es uno de los cuatro torneos más importantes del mundo.
“Creemos ser el Grand Slam más inclusivo de todos, estamos tratando de captar una audiencia más joven, porque el tenis es un deporte que atrae más a la gente mayor que a los jóvenes”, dijo a Infobae un vocero del Abierto de Australia. La estrategia funciona, en aquellos calurosos días de Melbourne se vio el efecto de una imaginativa campaña que la Federación Australiana viene llevando adelante: no importa el género, la religión, la preferencia sexual ni el estado físico, todos pueden jugar al tenis. Y así fue que sumaron espectadores e interesados que en otros tiempos ni se hubieran acercado al torneo.
Billie Jean King es el nombre del Centro Nacional de Tenis de los Estados Unidos, sede del US Open, pero también, y sobre todo, el de una gran jugadora de los años ’70. King fue en estas semanas una paradoja viva: pidió que se le quite el nombre de Margaret Court al estadio, pero participó en un video homenaje a la jugadora. Al fin y al cabo fue su rival en la final de Wimbledon 1970, en la que estuvo a punto de perder, pero que una vez ganada le allanó a la australiana la conquista del Grand Slam, los cuatro grandes torneos en una misma temporada.
Cincuenta años después, Court se debate entre el recuerdo del Grand Slam y la realidad del Glam Slam, que se juega a apenas diez metros de distancia del estadio que lleva su nombre. Y está muy molesta con Navratilova y McEnroe, como le confesó al periodista chileno Sebastián Varela cuando la entrevistó para La Tercera.
“Fue muy fuerte para mí. Yo nunca iría a otra nación para decirle a alguien ‘tu nombre no puede ir en una cancha de tenis’. Esto es sobre mis logros tenísticos y (esta) gente quiere mezclarlo con otras cosas. Por su parte yo tengo mis creencias, mis pensamientos y deben ser respetados. Creo en la Biblia y en Jesucristo. Yo eso no se lo haría a nadie. Ellos no tienen el derecho de venir aquí a Australia y exigir lo que dicen”.
“Tuve una carrera para destacar, gané 64 (torneos de) Grand Slam en las diferentes categorías (singles, dobles y mixto). Simplemente no se puede negar el hecho de que gané una cantidad de grandes torneos que nadie ha podido siquiera igualar. Representé a mi nación con esfuerzo, amor y pasión. Mis homenajes son por aquello. Hay gente que trae otros temas para figurar o generar una historia a partir de eso y eso está muy mal. Y que se aclare que yo no tengo rechazo contra esas personas (los homosexuales). Cada cuál toma las decisiones que quiere. Yo los amo como a todos. Nada contra ellos”.
Court se cruzó con Varela en una circunstancia muy especial, el siempre emotivo almuerzo de leyendas que el tenis australiano organiza cada año a fines de enero. Aunque el homenajeado este año era Tony Roche, flotaba en el ambiente el temor por lo que pudiera decir o hacer Court. Tanto se la había aleccionado, que optó por negar su rechazo a “esas personas”. Tarde, porque las frases que la pastora Margaret lanza desde el púlpito en Osborne Park, un suburbio de Perth, están grabadas en la memoria de muchos.
“Tengo un mensaje del espíritu”, dijo durante un sermón en 2017. Court es pentecostalista, y la iglesia en la que pronuncia sus sermones es el Victory Life Center, con capacidad para cientos de fieles. Tengo un mensaje del espíritu, dijo, y sus fieles comenzaron a “hablar en lenguas, lo que ella llama ‘un lenguaje que solo Dios puede entender’, por varios minutos”.
El relato es de un cronista del New Yorker que fue a ver a Court, eje de la polémica también tres años atrás por su oposición a la ley de matrimonio gay en Australia. “Es como levantar el teléfono y hablar con Dios”, dijo Court durante aquel sermón. “El demonio no lo entiende, el hombre no lo entiende, pero Dios lo entiende”. Días antes, la pastora Court habia dicho a una radio religiosa que la homosexualidad es “un pecado de la carne” que “destruirá la vida de los jóvenes”.
Cuando Sedgman, aquel campeón de 92 años, escucha esas palabras no puede creer el camino que tomó aquella jugadora larguirucha, tan provinciana como fuerte y determinada, aquella Margaret que conoció hace más de seis décadas.
“Yo tengo un nieto homosexual, y no podría ser mejor persona”, dijo a Infobae el australiano, que en los años 40 fue uno de los primeros en apelar a las pesas como parte de sus entrenamientos, lo que le permitía desplegar un tenis de gran exuberancia física. “Nosotros apoyamos a mi nieto de todas las manera posibles. Tiene un novio, no sé si están casados, creo que no, que no se va a casar, porque son muy felices hoy de la manera en que viven”.
Sedgman está orgulloso de Brent Greene, su nieto, hijo de Russell Greene, gloria del “aussie rules”, el violento y viril fútbol australiano. Pero el orgullo se esfuma cuando brota el nombre de Court, de la que habla con una combinación de asombro y pena. “¡No se le puede decir a alguien que no puede tener un novio o que no puede participar en ciertas conversaciones porque es gay. ¡Eso no se puede hacer!”. Otra nieta de Sedgman, Angie Greene, es una reconocida activista LGBTQI+ y organiza eventos contra la homofobia. “Está haciendo un gran trabajo”, dice el viejo campeón de 92 años, que todos los años, antes del comienzo del Abierto de Australia, asiste a la “Fiesta del Orgullo” que organiza el torneo. “Mi nieta está difundiendo el mensaje”.
Hace años que el viejo campeón no habla con Court, pero, si lo hiciera, le haría notar algo que la ex tenista probablemente haya olvidado. Sedgman sabe que en sus años la homosexualidad no era exhibida abiertamente, y mucho menos aceptada en forma generalizada, pero añade que existe en el tenis desde siempre, aunque en la rama femenina haya sido reconocida de una manera que nunca lo fue en la masculina. El circuito de la WTA está mucho más normalizado que el de la ATP, donde apenas un puñado de jugadores de tercera o cuarta línea se declararon gays. Algunos de ellos hablaron del tema en agosto de 2019, durante la “Fiesta del Orgullo” del US Open.
No había fiestas ni orgullo en los años en que Sedgman brillaba en las canchas. Pero había gays. “Cuando yo jugaba había un muchacho en Wibledon que se llamaba Ted Tinling. Hacía jugado al tenis, hacía vestidos para las mujeres y era miembro del All Egland Club. Lo aceptábamos, tenía un novio, y todos lo aceptábamos y queríamos. Y creo que hizo un vestido para Margaret cuando ella tenía 20 años. Muchas tenían un vestido de Tinling”.
¿Y cómo era la vida de Tinling en un entorno tan conservador como el del All England Lawn Tennis and Croquet Club? “Se lo aceptaba, se lo aceptaba”, asegura Sedgman.
“Yo no llego a entender por qué Margaret podría atacar a gente como él, como Tinling, que era una buena persona, honesta. Él se mezclaba con todas las chicas, era una gran cosa tener un vestido de Tinling... Y creo que Margaret tuvo uno. ¡A ver que diría Margaret hoy!”.
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