Hace más de medio siglo que Laszlo y Klara Polgar decidieron vivir en número par; se conocieron por correspondencia y frente al altar se juraron amor eterno. La promesa incluía el compromiso de llevar a la práctica el método de criar genios, que incluía dos tesis: que los genios no nacen sino que se hacen, y que las mujeres pueden jugar al ajedrez tanto o mejor que los hombres. No sólo los empujaban sus convicciones, sino, que además, sería la mejor manera encubierta para protestar contra el sistema educativo del comunismo que por entonces azotaba a esa nación. Levantaron su hogar en Nagymaros, un punto geográfico cercano a Budapest, sobre una de las márgenes del río Danubio que antiguamente dividía a la ciudad en dos mitades, a la derecha Buda, a la izquierda, Pest. Cinco años después del nacimiento de su última hija, Judit, sucedido el 24 de julio de 1976, pusieron en marcha el proyecto, al que la prensa oficialista y crítica bautizó: Experimento Polgar.
Papá Polgar había detectado durante sus años de estudios que sus compañeros del nivel secundario los que eran motivados por sus familias se destacaban por sobre el resto, y que contaban con más posibilidades de triunfar. Se enfocó en el tema e incluso llegó a estudiar la biografía de varios niños prodigios, entre ellos, Mozart. Tras varios años de investigación escribió los primeros bosquejos bajo el título: “Fabricar niños genios”. A su preparación pedagógica le sumó los conocimientos docentes de Klara, su novia por entonces, y ambos arribaron a la conclusión que aquello era posible. Así que se casaron en la URSS, viajaron a Budapest, regaron el romance y tras el nacimiento de las tres niñas ejecutaron el plan.
La experimentación consistía en que las niñas no concurrirían al colegio (pero darían sus exámenes libres cada año) y recibirían educación en su propia casa. No sólo aprenderían los conocimientos básicos de las materias sino que además el esperanto sería la lengua utilizada para la enseñanza y el ajedrez la asignatura complementaria pero con una excepción. Los educadores y ocasionales rivales de ajedrez serían exclusivamente varones. Las niñas no jugarían con otras mujeres. Para no descuidar el ejercicio físico, la rutina incluía que las tres hermanas practicaran tenis de mesa o ping pong. Más tarde sus padres confiarían que aquello se debió a que era el deporte más barato y el que tenían a mayor alcance en esos días austeros.
“En aquellos años todo pasaba por nuestra casa. Las horas de estudio y de diversión, pero al final las tres niñas aprobaron cada uno de los ciclos de la escuela y demostraron que un gran maestro de ajedrez puede ser un hombre o una mujer”, contó con orgullo, Klara, la mamá con un rubor permanente sobre su rostro ovalo y sin arrugas.
“En esa época había mucha gente que no quería aceptar que una mujer fuera intelectualmente igual que un hombre, por eso sufrimos muchas advertencias de parte del Estado. No sólo amenazaron con encerrarme en un psiquiátrico sino que también nos querían quitar a nuestras hijas”, señaló, Laszlo, con calvicie incipiente, rostro redondo y barba blanca, abundante y prolija.
Tal vez hoy sólo sea un mal recuerdo, pero a mediados de los años ochenta, durante los mandatos de Pal Losonczi (entre 1967 y 1987)y Karolv Nemeth (1987-1989), a cargo de la presidencia del Consejo húngaro, los Polgar debieron sortear diversas trabas burocráticas y amenazas de toda índole, ante cada solicitud de autorización para acompañar a sus hijas al exterior para que pudieran competir. “Temían que nos marcháramos y no regresáramos a nuestra patria”, aseveró Klara.
Afortunadamente las aguas se calmaron, los permisos fueron aprobados y las chicas sacaron lo mejor de cada enseñanza y efectuaron una jugada para la memoria; uno de los grandes orgullos en la historia del ajedrez húngaro. Las hermanas Polgar, Susan, Judit y Sofía, representando a su país ganaron las medallas doradas en las Olimpíadas de Ajedrez en Tesalónica (1988) y Novi Sad (1990) relegando a la segunda colocación a las jugadoras soviéticas que acumulaban 25 años de reinado ininterrumpidos en las competencias femeninas. El logro de las niñas fue acompañado por la prensa especializada que tituló “El equipo Polgaria” como sinónimo de Hungría. Tras el regreso triunfal, el Clan Polgar fue recibido como héroes en su país y eso incluyo un ascenso en la escala social.
“Durante nuestra etapa de entrenamiento sufrimos mucha discriminación de parte de la sociedad y desaprobación del mundo del ajedrez, de la federación, los clubes y sus jugadores” señaló Susan, la mayor que vive en Lubbock (Texas) y es mamá de dos hijos varones, Leeam y Tom.
“Dado que había aceptado de jugar sólo con varones, yo debía prestar atención de no vestirme de manera muy femenina en cada partida, usaba pantalones, chaquetas y blusas cerradas para no ser acusada de distraer a los hombres”, recordó Judit, casada con un veterinario israelí Gustav Font –él le pidió casamiento durante una excursión a Machu Picchu-, y madre de Oliver y Hanna. Ella es la única de sus hermanas que decidió quedarse a vivir en su país, su casa se levanta sobre la margen derecha del Danubio.
“Creo que fue una experiencia muy fuerte para todos, pero que valió la pena para señalar las deficiencias de la enseñanza estatal, y que las mujeres pueden jugar mejores que los hombres. Entonces, éramos pobres y papá estaba focalizado en que los niños no debían ir al colegio porque el sistema no era efectivo”, aseguró Sofía, que vive en Canadá, casada con un gran maestro de ajedrez, el georgiano Yona Kosashvili, y mamá de Alon y Yoav.
Consultados sobre el método utilizada por sus padres, si ellas, como madres, lo repetirían frente a sus hijos, las tres respondieron de la misma manera, pero Judit, la menor tomó la palabra: “No creo, aunque no lo sabemos, no lo debatimos; el mundo de hoy es distinto pero creemos que nuestros padres hicieron lo correcto. Tal vez mis hijos y mis sobrinos no lleguen a ser grandes ajedrecistas, pero intentaremos que todos jueguen de manera razonable”.
El resultado del experimento Polgar arrojó que Susan, la mayor, en 1984, a los 15 años, se convirtió en la ajedrecista N°1 del ranking femenino y, entre los 23 y 26 años, logró los títulos mundiales en tres especialidades diferentes, clásico (partidas pensadas de casi dos horas para cada jugador), blitz (a 5 minutos por rival) y rápidas (a 10 minutos). El mismo récord que hoy ostenta, el noruego Magnus Carlsen entre los varones.
Sofía, la 2ª hija de los Polgar, a los 14 años, en 1989, se impuso en el Torneo de Roma (una competencia con todos rivales varones) con un score de 8,5 puntos sobre 9 posibles, con una performance superior a las de Karpov y Kasparov. Los especialistas llamaron a su actuación como “el saqueo de Roma”. Tiempo después obtuvo el título de gran maestra femenina.
En tanto, Judit, la más pequeña y la más brillante de las hermanas, en 1988, a los 12, ganó el Mundial Infantil Sub14 en Rumania. A los 15 logró el título de gran maestro masculino superando en dos años a Kasparov que lo consiguió a los 17, y en tres meses a Bobby Fischer, que ostentaba el record de precocidad, con 15 años y 6 meses. A los 16, obtuvo el Magistral de Hasting, a los 17, el de Madrid, a los 24, el Najdorf en Buenos Aires, y en su palmarés cuenta victorias ante diez campeones mundiales, Smislov, Spassky, Karpov, Kasparov, Ponomariov, Kasimdzhanov, Topalov, Kramnik, Carlsen y Anand. Además, en 2005, su fuerza ajedrecista se ubicó entre los ocho mejores varones del ranking de la FIDE, y en 2016, dos años después de su retiro profesional, la organización norteamericana, Super Scholar la seleccionó entre las 10 mentes más inteligentes del siglo XX. Su C.I. (170) es superior al de Bill Gates y Stephen Hawking.
Tras el éxito del laboratorio familiar, el papá Laszlo Polgar decidió publicar y contar los detalles de su fórmula en una nueva obra con diversas traducciones, bajo el título, “Criar Talentos” que se vendió “como pan caliente” de a miles y en varios idiomas desde húngaro hasta inglés.
Incluso, atrapados por la curiosidad del método, dos grandes maestros húngaros Peter Leko (fue subcampeón mundial) y Ferenc Berkes se interiorizaron por el método Polgar para mejorar su entrenamiento, aunque nunca hicieron públicas sus opiniones. Un argentino, el gran maestro Gerardo Barbero, nacido en Lanús, criado en Rosario y fallecido en Hungría en 2001, también utilizó la técnica de los Polgar para la crianza de su hijo Janos. Si bien el niño no brilló en el ajedrez supo destacarse como ingeniero y hoy trabaja en un proyecto en Silicon Valley. El multimillonario holandés Joseph Van Oosteron -creador del festival de ajedrez Melody Ambers, en Mónaco, y fallecido en 2016- fue otro de los interesados en el Proyecto Polgar. Mantuvo una serie de reuniones con Papá Laszlo y ofreció hacerse cargo de los costos para que el estudio se replicara con tres niños varones de Aruba, que fueran adoptados y criados en el mismo hogar de los Polgar. Si bien la propuesta fue aceptada por el matrimonio húngaro, la idea no pudo llevarse a la práctica por cuestiones burocráticas.
Ya no se trata de si el genio nace o se hace, lo sucedido en Hungría hace 40 años sirvió para sumar un nuevo indicio de la importancia y del valor pedagógico del ajedrez en la formación de los más chicos. No se trata de crear prodigios o genios en el aula, sino en transformar al ajedrez en esa herramienta educativa para estimular la enseñanza. Un método transversal e interdisciplinar que permita que con el juego (ajedrez educativo) los niños aprendan matemáticas, geometría, historia, geografía, lengua, informática e idiomas. Existen diversos estudios que avalan los hechos.
Se trata de una jugada innovadora en la educación y que los investigadores analizan desde hace casi un siglo, la que sin embargo hoy parece descuidada o lo que es peor, amenazada por un jaque al olvido.
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