Fabián Flores cumplió el sueño del pibe casi sin buscarlo. Su presente en la alta competencia se contrapone con su sacrificada adolescencia, en la que tenía que trabajar de albañil para ayudar a su padre. Su enorme talento le permitió consolidarse como uno de los mejores centrales de la Liga Nacional en un deporte que conoció de casualidad.
“Cuando tenía 16 años arranqué con el vóley sin pensar a lo que iba llegar. Al principio no me gustaba. Me insistían para que juegue, pero de chiquito me gustaba el fútbol”, reveló en diálogo con Infobae antes de comenzar su entrenamiento en Ciudad.
Con una sonrisa que transmite tranquilidad, una barba desprolija de varios días sin recortar y una altura imponente, el Flaco de Pilar tuvo que cambiar de pasión debido a un problema físico. “A los 13 años un médico me aconsejó que haga otro deporte porque me estaba encorvando”, explicó. En su cabeza nunca estuvo el vóley, dado que después de escuchar las palabras de su fisioterapeuta, intentó con otra disciplina: “Empecé con básquet. Estuve un año en el club Sportivo Pilar, pero no me gustó”. Los días de pretemporada, donde los entrenamientos se basaban en un acondicionamiento físico tampoco lo entusiasmaron. “Además me mandaban a la zona pintada para fajarme con los contrarios”, aclaró entre risas.
Él estaba negado. A pesar de sus condiciones técnicas, le esquivaba al deporte que le cambió la vida. “En el secundario los profes de educación física me pedían que vaya a jugar a la Muni de Pilar. Me insistieron tanto, que un día re caliente les dije que el vóley era para las mujeres. No quería saber nada”, detalló.
La sentencia de Flores terminó con el deseo de sus docentes. Nunca más hablaron del tema. Sin embargo, cuando el joven bonaerense cumplió los 16, un mensaje de su madre modificó el destino del pequeño albañil. “Fabi, salí y me llevé las llaves de casa. Andá a lo de un amigo o fijate qué hacer, porque voy a tardar en volver”, fue el SMS que leyó en su celular.
“No sabía qué hacer y me fui a dar un par de vueltas por la plaza de Pilar. Como el club estaba a 3 cuadras, caí con lo que tenía puesto”, recordó la actual figura de Ciudad. Unas Converse rotas, pantalón de vestir, camisa abierta y una remera de Los Ramones conformaron su primera indumentaria en una cancha de vóley. “Cuando me vieron con esa pinta, no lo podían creer. El entrenador me dio una pelotita y al toque vio que andaba bien. Me gustó tanto que ese día no quería volver a mi casa”.
Durante esa época Fabián Flores también se desempeñaba con el fratacho. Cuando no estaba en el colegio, viajaba con su padre a las obras para trabajar en la construcción. “Había que levantarse a las 3 y media para llegar a las 4 y laburar hasta el mediodía”, aseguró.
“Mi viejo no quería que levante ladrillos. Él nunca quiso que haga eso. Si tenía que estudiar o tenía algún partido, me dejaba que me prepare para esos compromisos, pero si estaba en casa sin hacer nada me llevaba a laburar”, detalló.
La confianza de su papá le permitía improvisar algunas excusas para eludir el sacrificado emprendimiento. “Le decía que me dolía la cabeza o la panza para quedarme en casa, pero después me daba culpa que esté solo laburando con 40 grados de calor”, recordó.
No fue la única tarea que desempeñó Flores fuera de las canchas. A los 19, cuando ya había terminado el secundario, trabajó en una metalúrgica, mientras formaba parte del plantel de River. Su dura realidad era muy lejana a la de los futbolistas profesionales que se presentaban en el Monumental. “Teníamos un presupuesto diferente”, dijo entre risas. “Igual lo disfrutaba, porque en ese momento el vóley era un hobby. Me daban unos viáticos de 200 pesos para todo el mes”.
La rutina compuesta entre embalajes, cargas, montajes y horarios rotativos eran perjudiciales para su espalda. “Era muy heavy. Además, en esa época me convocaron para las inferiores de la Selección”, deslizó Flores, quien completó su etapa formativa con uno de los mejores entrenadores de la histora. “Julio Velasco me motivó mucho. Durante el ciclo olímpico de Río jugué la Copa Panamericana y unos amistosos con Brasil que me entusiasmaron mucho. No pude ir a los Juegos Olímpicos, pero disfruté de todo ese proceso”, confesó.
Con Tokio a la vuelta de la esquina, el constructor de sueños no limita sus esperanzas a un posible llamado. “Uno entrena para tratar de ser el mejor. Tal vez en el futuro venga la convocatoria, pero siempre va a depender de los gustos del entrenador”, analizó.
Instalado en Pilar, con una carrera profesional forjada gracias a su paso por UPCN, Lomas, River y Ciudad, el central de Muni continúa ligado a la construcción por una causa particular. “La familia me da un plus de energía. Por eso con mi viejo empezamos a levantar mi propia casa”, sorprendió el jugador que después de cada entrenamiento vuelve a su hogar para terminar su morada. “Ya la tenemos casi completa, sólo nos faltan las cerámicas del piso de la cocina. Hasta hicimos una parrilla linda para comer asados”, aseguró con orgullo.
Si bien en la última etapa su papá no pudo estar presente en la obra por haber sido intervenido quirúrgicamente, Fabián reconoció que contrató a un albañil del barrio para que le de una mano. Su idea es poder dejar la casa lista para cuando tenga que viajar al extranjero para afrontar los compromisos de la Copa Libertadores, su próximo objetivo deportivo. “Vamos a demostrar que no somos ningunos nenes de pecho. Además, es una ventana enorme para mostrarte al resto del continente. Como tengo la cuenta pendiente de jugar afuera, ¿quién te dice que a fin de año no estemos brindando con caipirinhas en una playa de Brasil?” Sin dudas, para el obrero del vóley los cimientos de un nuevo sueño se pusieron en marcha.
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