El día que Galíndez huyó, dejó al campeón esperando en el ring y por única vez Las Vegas se quedó sin pelea

El periodista que participó de esta insólita situación la revive con detalles. El boxeador argentino salió vestido de boxeador a la calle y se fue a su hotel ante la desesperación del promotor y las autoridades. Todo estaba preparado, hasta las banderas y el anunciador

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Salimos por una puerta lateral de emergencia y después de cruzar la zona de piscinas del hotel nos vimos en la calle. Hacía frío y a la noche le faltaba apenas un suspiro para caer. Detrás mío venía Víctor Emilio Galíndez metido en una bata blanca con una toalla cubriendo su cuello y las botitas que dificultaban su paso transitando las veredas de la Strip. La cara envaselinada, los guantes puestos y un esparadrapo desparejo en cada ceja. Era un boxeador preparado para pelear que en lugar de subir al ring buscaba llegar a su hotel. Solo en Las Vegas pudimos pasar casi desapercibidos hasta encontrar la puerta principal de reingreso al Caesars Palace del cual habíamos partido hacía algo más de dos horas. Junto a nosotros venían sus hermanos Roberto y Jorge, el doctor Roberto Paladino, el director técnico Oscar Rodríguez, el preparador físico Nicolás López y los recordados amigos Juan Femia y Norberto Bianchi.

Cruzamos todas las mesas de juego hasta alcanzar el ascensor. Entre la multitud había damas de largo y hombres con smoking al tiempo que unas meseras vestidas de antiguas romanas paseaban sus generosas bandejas colmadas de copas y vasos en apogeo. Nadie miró a Galíndez, nadie interrumpió el murmullo excitado que sucede a la bola al detener su giro y caer en el número apostado.

Tal como nos pidiera el empresario Juan Carlos Tito Lectoure nos fuimos a la habitación 496 mientras los casi 4.500 espectadores que habían colmado el Pavillion del Caesar’s no entendían bien qué había pasado.

Un recorte de la época
Un recorte de la época previa a la pelea que no fue. Galíndez junto a Tito Lectoure, cuando todos creían que la revancha sería posible.

Y lo que había pasado, es lo siguiente:

El 15 de septiembre de 1978, Mike Rossman, conocido como el “Bombardero Judío” o “El carnicero kosher” – religión a la cual se había convertido a instancias de su manager de quien tomó el nombre y apellido pues en realidad él se llama Michael Albert De Piano– , le ganó el título mundial a Víctor Emilio Galíndez en Nueva Orleans por nocaut técnico en el 13° asalto.

Esa noche en el Superdome de Nueva Orleans, Galíndez se presentó con una condición física deplorable, impropia de un campeón y alcanzó a dar el peso reglamentario en el límite de 79 kilos y 380 gramos pues antes de subir a la balanza el mismo día del combate, a las 10 de la mañana, estuvo mas de una hora saltando a la cuerda, haciendo sombra y gimnasia abrigado con calzoncillos largos de frisa, una bombacha de goma, varias camisetas gruesas, un rompevientos encima y una gorra polar bajo un buzo de pesado polyester cerca del gigante horno de la panadería del hotel Pontchatrain –donde nos alojábamos– hasta bajar cerca de tres kilos y terminar deshidratado.

Fue así como tras 10 defensas exitosas, incluyendo su épico e inolvidable triunfo ante Richie Kates en Johannesburgo, Sudáfrica, resignaría la corona de los semi pesados que había obtenido el 7 de Diciembre de 1974 en el Luna Park. Fue el primer boxeador argentino en consagrarse campeón del mundo en su país.

Pero la revancha y la posibilidad de recuperar el título llegaría seis meses después. El 11 de diciembre de 1978 la Top Rank remitió los contratos al Luna Park de Buenos Aires para que Galíndez y su apoderado Lectoure firmaran el desquite por una bolsa que alcanzaría los 75.000 dólares y se realizaría bajo las reglas de la Asociación Mundial de Boxeo.

El 18 de diciembre de 1978 quedó establecido como sede del combate la ciudad de Las Vegas a través de un acuerdo entre Top Rank, Caesar´s Palace Hotel y la cadena ABC de la televisión que ofrecería el evento de “costa a costa”. Quedó como fecha inamovible de realización el sábado 24 de febrero de 1979, a las 14.25 hora de Nevada, 18.25 en la Argentina, 16.25 en Nueva York, hora Premium para los eventos deportivos antes de producirse el advenimiento de los cables deportivos y los sistemas de pay per view.

El episodio en Las Vegas
El episodio en Las Vegas sirvió para promicionar la próxima pelea que en la Argentina iba a poder seguirse desde un cine de la Avenida Corrientes hasta distintos puntos en distintas provincias.

El 29 de enero de 1979 la Asociación Mundial de Boxeo cursó un telegrama a la Top Rank informando sobre las autoridades designadas para el combate. Ellos serían: Jesús Cellis, árbitro (Venezuela); Roberto Hill (Panamá) y Luis Magaña (México) como jurados y Bernard Shankman, (asesor letrado y presidente del Comité de Convenciones de la Asociación Mundial) en calidad de veedor oficial.

Las condiciones eran las siguientes.

A) El reglamento de la Asociación Mundial de Boxeo dice que todos los oficiales que actuarán en una pelea por un título en el lugar del mundo que fuere, deberán ser nombrados por la entidad; ésta lo era.

B) Pero en sentido opuesto el Estado de Nevada también tiene un reglamento vigente que indica que “toda pelea que se celebrare en cualquier ciudad del Estado debía ser arbitrada, fallada y supervisada por las autoridades nombradas por la Comisión Atlética de Nevada".

Frente a reglamentos tan radicalmente divergentes una de las partes debía ceder. Según había ocurrido en oportunidades anteriores en Las Vegas, Roma, Nueva York o Tokio y en otros lugares del mundo, las comisiones locales se subordinaron siempre al mandato de la entidad mundial cuyo cinturón estuviere en disputa sea ésta la AMB o el CMB pues aún no existían ni la FIB, ni la OMB. Arum y Sabbatini confiaron en que así sería y pusieron en marcha todo el operativo dejando para el final el punto que resultaría crucial.

El Caesar´s Palace cursó 2.100 invitaciones a grandes jugadores –clientes del hotel– de todos los Estados Unidos. Cuatrocientos dijeron que sí y recibieron, además del alojamiento, las comidas, tickets los shows y otras “distracciones personales”, sus entradas para el match todo en forma gratuita. El negocio del hotel, obviamente, era traerlos para que jugaran en sus mesas de ruleta, black jack o pocker.

A cambio de estas 400 entradas el Caesar´s Palace le dio a Top Rank 56 habitaciones totalmente gratuitas para que allí se alojaran los boxeadores, los organizadores e invitados especiales de la empresa. La cifra de este gasto se estimó en 158.000 dólares. Además y por la publicidad que significaría salir por televisión a casi todo el mundo, el hotel le pagó a Top Rank otros 250.000 dólares en efectivo. En total el Caesar´s Palace Hotel de Las Vegas le dio a Top Rank 400.000 dólares más el recinto del Sports Pavillion gratuitamente y rebajó en un 80 por ciento los precios de 100 habitaciones para tours organizados desde Argentina, Nueva Jersey (lugar de Rossman) y Nueva York. Una inversión de medio millón de dólares.

Por su parte la cadena ABC pagó por los derechos de televisación para todos los Estados Unidos 300.000 dólares. Y otros canales de diferentes países elevaron el volumen de recaudación por la compra de derechos a una cifra superior a los 100.000 dólares con pago anticipado.

Víctor Galíndez había perdido la
Víctor Galíndez había perdido la corona por los descuidos físicos, que lo obligaban a bajar de peso y deshidratarse a pocas horas de la pelea. En Las Vegas iba por la revancha.

Antes de montarse el combate la Top Rank había recibido de diferentes fuentes 900.000 dólares de los cuales 200.000 debía desembolsar para pagarle a Rossman (125.000 dolares ) y a Galíndez (75.000 dolares). Le quedaba a la empresa de Bob Arum una ganancia de 700.000 dólares limpios ya que el 4 por ciento de los impuestos a tributar habría de absorberlos el Caesar´s Palace.

A dos días del combate, en la habitación 496 del Caesar’s se reunieron Bob Arum, Rodolfo Sabbatini, Tito Lectoure, Bob Turley (director técnico de la Top Rank ex comisionado de California y del Consejo Mundial) junto a Bernard Shankman y Roy F. Tennyson, secretario ejecutivo de la Comisión Atlética de Nevada. Fue a pedido de Lectoure que comenzó a abordarse el tema autoridades. Tennyson confesó en tal reunión que no se sentía lo suficientemente fuerte como para convencer a los miembros de la Comisión Atlética para que resignen su terminante posición y conceder que las autoridades fueran jueces locales. Shankman, a su vez y en réplica, dijo que no se sentía fuerte como para convencer al venezolano Fernando Mandry Galíndez, presidente de la Asociación Mundial de Boxeo, para que resigne su posición de que sólo actúen las autoridades neutrales por él designadas.

Era jueves por la noche. La Comisión se reuniría al día siguiente a las 20 horas como todos los viernes. Mandry Galíndez, mientras tanto, después de los primeros cinco llamados al 782-65-47 de Caracas –que le realizó éste cronista en nombre de su amigo Tito Lectoure desde el Caesar’s Palace– aceptó ceder que el referí fuese nombrado por la Comisión Atlética pero que no emitiera voto y que además hubiera un jurado de Nevada. Y se plantó en ello definitivamente como máxima concesión. Top Rank a través de Arum y Sabbatini en previsión a lo que pudiera ocurrir al día siguiente propusieron su estrategia: una pelea a 15 rounds respetando las bolsas y obligándose a realizar una nueva pelea entre Rossman y Galíndez en los próximos 60 días por el título mundial sea cual fuere el resultado.

Lectoure a las 4 de la tarde fue con la novedad hasta la habitación de Galíndez y le dijo: “Mirá Víctor, estos tipos empiezan a tener miedo sobre las autoridades de la pelea. Me piden que te ofrezca la misma bolsa, una pelea a 15 rounds con el referí y los jurados de aquí, de Nevada y ganes o pierdas, la revancha en tres meses a lo sumo”.

— ¿Y el título? – preguntó Galíndez.

— No, el título no corre porque si le ganaras la Asociación no te lo va a reconocer si las autoridades no son las que ellos designaron; pensalo y decime qué hago.

Sobre la cama, contrariado, bajo un profundo silencio que aceleraban los suspiros de sus hermanos Jorge y Roberto, el profesor Nicolás López, el técnico Oscar Rodríguez, el doctor Paladino y este cronista –enviado especial de la revista El Gráfico–, Galíndez fue rotundo: "Yo vine a pelear por el título y si no es así, no me interesa pelear…”

El viernes hasta las ocho y media de la noche fue un día tranquilo. A las 14 horas se leyeron las reglas, A las 16 Galíndez se fue a entrenar, a las 18 lo hizo Rossman. Todo estaba en marcha y las partes no sospechaban lo que ocurriría en el salón Caravann del Aladdin Hotel, donde habría de llevar a cabo su reunión semanal la Comisión de Nevada. Fue en tales circunstancias que la Comisión Atleética de Nevada volvió a negar que el combate sea con jueces neutrales. Bob Arum, dirigiéndose a los miembros apeló dramáticamente. Entre otras cosas, dijo: “Señores, los managers de Rossman y de Galíndez están de acuerdo; los boxeadores están de acuerdo, la televisión está preparada y con los espacios publicitarios sobrevendidos, los invitados ya están Las Vegas, las entradas están vendidas, no se le hace daño a nadie, se beneficia a todos y todo cuanto les pido es que dejemos que este combate se rija por las leyes internacionales reconocidas y aplicadas en cualquier país del mundo...”

Tras este discurso de Arum, Duke Durden, Jack Davies, Bob Shield (presidente), Sam Macías y Sig Rogich se miraron sin tener absolutamente nada que replicar, discutir o cuestionar. La pieza oratoria de Arum (ex abogado de la familia Kennedy) había sido brillante y hubiera convencido hasta las piedras. Los cinco miembros se miraron, algunos bajaron la vista mientras impulsaban el humo de sus cigarrillos hasta los intestinos y cuando la batalla parecía ganada, el presidente dijo con inmovilizante frialdad: “Bien, señores, no tenemos nada que objetar, votemos… Levanten la mano los que están por sí (ninguno). Levanten la mano los que están por no (todos)".

Eran cerca de las 23.30. A las 6 de la mañana sería el pesaje. Nadie durmió buscando soluciones. A las tres de la mañana Arum llamó otra vez a Mandry Galíndez y le rogó, le imploró. La respuesta fue no. A la cuatro llamó a Tito y le ofreció 25.000 dólares más para Galíndez. La respuesta fue no. A las cinco, Tito fue a la habitación de Galíndez a chequear el peso. Esta vez, todo estaba normal. Hacía mucho tiempo que el ex campeón no se encontraba en esa forma para un combate.

Fue así que a las 5.45 Galíndez llegó a la balanza; cuando Rossman vio que había pesado 79,152 kilos, comenzó a empalidecer. Ni él ni su padre, Jimmy Di Piano, lo podían creer. El peso de Galíndez, igual al de Rossman, era un reflejo de la aptitud conseguida con más de veinte días de riguroso trabajo en Las Vegas, sumado a tres meses de entrenamiento regular en Buenos Aires. Hasta ese momento todo se realizaba con normalidad. Como si nueve horas más tarde Rossman y Galíndez fueran a disputar la corona, tal como estaba programado.

Galíndez estaba en un condición
Galíndez estaba en un condición excepcional para el combate. Se había entrenado a conciencia y eso se vio cuando se hizo el pesaje oficial.

Arum trabajó toda la mañana tratando de lograr que el dueño del hotel le consiguiera una entrevista con el gobernador de Nevada, Robert List. Simultáneamente siguió las tratativas con Lectoure para que éste convenciera a Galíndez. Ninguna de las dos gestiones tuvo éxito. A las 11.30 hubo un último y terminante llamado a Mandry Galíndez, quien mantuvo su posición. Jesús Cellis, Robert Hill, Waldemar Schmidt y Luis Sulbarán (jueces de la AMB) fueron llegando a Las Vegas enviados por el presidente con los gastos a cuenta de la Asociación para evitar que hubiera un acuerdo tardío sin tiempo material para que viajaran desde sus países hasta Las Vegas. Sulbarán, incluso, quedó como primer suplente por si no llegaba a tiempo alguno de los nominados en primera instancia. Schmidt reemplazaba al mexicano Magaña quien por una huelga en el Aeropuerto de México no llegaría a Nevada de ninguna manera en el plazo previsto.

— Tito, le dijo Arum a Lectoure, tenemos un contrato que dice que a la una de la tarde tú y tu boxeador deben estar en el estadio. No me falles.

— A la una yo y mi boxeador estaremos allí, pero eso sí: si no hay oficiales de la A.M.B. no hay pelea, advirtió Lectoure.

— Okey, Tito, okey, yo arreglaré eso con el gobernador del Estado.

A las 12.55, Galíndez estuvo en el camarín. A las 13 en punto Rossman en el suyo. El público llenaba las graderías. Se había vendido la capacidad completa: 4.322 entradas. La gente compraba programas a 75 centavos, se recibían apuestas en un mostrador (2-1 para Rossman) y las peleas previas se llevaban a cabo como si nada ocurriera. Arum, en medio de tanta desesperación, llegó hasta el camarín y le dijo a Tito: “El gobernador está llegando, dame tiempo, esperame hasta las dos y diez”.

“Muy bien –replicó Lectoure mirando el reloj–, faltan catorce minutos, a las dos y diez me voy...". A las 13.58 Arum le suplicaba a Schild, presidente de la Comisión Atlética, para que le solucionara el problema. Schild, fumando, le dijo: “Ese no es mi problema”.

Dos minutos más tarde en su asiento del ring side, Shankman sufrió un ligero desvanecimiento, un ataque de presión con sangre desde la nariz. Para sus 73 años, esta situación límite lo había llevado al colapso. El doctor Paladino lo asistió en el camarín de Galíndez, que a esa altura temblaba por los nervios y la incertidumbre.

A las 2.05, Sabbatini, Malitz, Arum y Turley llamaron a Lectoure a un pasillo del pequeño estadio para ofrecerle más dinero para él y para Galíndez y se escuchó de parte de Arum la palabra “piedad”. Lectoure, más enérgico que nunca, le respondió: “Basta viejo, si me entienden en español bien y si no se joden; hasta aquí llegué, métanse la plata en el c..., si a las dos y diez no viene el comisionado y me dice que las autoridades son de la AMB nos vamos. Y no me hablen más, no me quiero pelear, pero ya me tienen podrido”. Y se fue

A las 2.09 Howard Cosell reporteó a Arum, quien para todos los Estados Unidos declaró que la culpa es de los cinco tarados de la Comisión Atlética de Nevada. Luego abandonó la silla, se quitó la credencial que llevaba prendida en el pecho y pasando por delante de los miembros de Nevada los insultó: “Good dam you all”, “Que Dios los maldiga” en traducción literal, algo mucho más grueso en interpretación usual. Al mismo tiempo el vicepresidente del Caesar´s Palace Hotel, Steven Hyde, se presentó en el camarín de Galíndez y dirigiéndose a Lectoure le dijo:

— Si Galíndez no pelea usted pagará los gastos del hotel.

— ¿Y usted quién es?, le preguntó Lectoure;

— Soy el vicepresidente del Caesar´s Palace, le respondió el ofuscado visitante

— No lo conozco, váyase de aquí y si es del Caesar’s y corresponde, mándeme la cuenta.

Galíndez y Lectoure, el día
Galíndez y Lectoure, el día que el argentino venció a Richie Kates en Sudáfrica.

Como último elemento de coacción una fuerte custodia policial se apostó frente al camarín formando un inexpugnable cordón con dirección al ring. Al abrirse la puerta Sabbatini le exhortó a Tito que piense en el dinero que perdería.

— Tengo más plata que ustedes, no me importa el dinero Rodolfo, me importa la ley...

El autor de ésta nota abrió la puerta a las 2.09 y detrás suyo salieron Galíndez, los hermanos de Víctor, Roberto y Jorge, Lectoure, el doctor Paladino, Juan Femia –un argentino radicado en Nueva Orleans– y todo el grupo; la policía nos abrió paso y en la mitad de la galería, en lugar de ir hacia el ring nos fuimos hacia una puerta transversal. Ya en la Strip con el paso acelerado y antes de reingresar al hotel los fotógrafos nos apuntaban desde todos los ángulos. Alguien de la televisión le pidió a Tito que regrese al Pavillion para dar una explicación.

— Como no, vos Víctor andate a la pieza y no te muevas de allí; yo vuelvo al estadio a poner la cara y explicar por qué nos fuimos, dijo Lectoure.

Volvió y lo hizo ante Howard Cosell gracias a la traducción de Alberto Oliva. Dijo todo cuanto tenía que decir mientras Rossman y su hermano Steve permanecían en el ring con la bandera norteamericana. Bob Arum explicó todo, la gente pasó por las boleterías a recuperar el dinero. Arum soportó otra noche sin dormir. Lectoure durmió tranquilo (nosotros también).

Dos meses después, el 14 de abril de 1979, Galíndez le ganó a Rossman por nocaut técnico en el 9° round en el Superdome de Nueva Orleans convirtiéndose en el primer medio pesado en recuperar su título.

Pero esa es otra historia…

Archivo: Maximiliano Roldán

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