Con los pies embarrados. Así se levantó Juan Román Riquelme, a primera hora del domingo. Había anunciado que se presentaría a las 9 de la mañana en la Bombonera para charlar con los socios, sacarse fotos y tomar mate esperando el transcurso normal del acto electoral. Sin hacerle asco al lodo político, fue con los tapones de punta una vez más en el último -y más importante- capítulo de su campaña.
A las 7 de la mañana se levantó y transmitió la ansiedad a sus allegados. Como le sucedía cuando era jugador. Y es que Román sabía que se jugaba un partido muy importante, una de esas finales que tanto le gustaba presenciar.
El “Riqueeelme, Riqueeelme” sonó en la temprana mañana de La Boca y los cánticos para vitorear al emblemático 10 se multiplicaron conforme pasaron los minutos y se reunieron los fanáticos alrededor de su figura y la carpa para votar.
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La media hora en la que estuvo caído el sistema para la votación hizo enojar a Riquelme, que enfrentó los micrófonos segundos después de la mañana: "No hay nada raro. Es la única forma que tienen de ganar. En una hora votaron 10 minutos. A los micros que vinieron del interior les pincharon las gomas y les tiraron piedras. Es vergonzoso todo lo que está pasando. Están cambiando las reglas. Ahora el presidente y el vicepresidente nada más pueden volver a entrar al club y no me dejan entrar”. No conforme con ese descargo, hizo un llamado de atención para Mauricio Macri: "Si es hincha de Boca como dice, debería colaborar para que no sucedan estas cosas, que no desaparezcan nuestras boletas, no se caiga el sistema y no demoren a los socios a votar”.
Debajo de un sol que aportaría un calor agobiante durante toda la jornada, Riquelme se enfiló para la intersección de Irala y Pinzón, donde se instaló el búnker de Jorge Amor Ameal (fue precisamente en la estación de colectivos de la línea 53). Adentro estaban colgadas las banderas de cada agrupación amealista, vallas para contener a los fanáticos, banners con los apellidos de Ameal, Pergolini y Riquelme, una oficina en el primer piso y dos containers con aire acondicionado. Uno del que salían refrigerios y otro para darle espacio privado a Román y su familia.
Choripanes, hamburguesas y chorizos a la pomarola en bandeja fueron los platos elegidos para alimentar a la tropa, que obviamente sació la sed con agua, gaseosa y alguna bebida alcohólica.
Siempre con el mate y termo a mano, JRR eludió un rato el almuerzo y recibió un contacto inesperado: Rafael Di Zeo pidió verlo. El referente de la "12″ se acercó hasta el lugar donde reposaba Riquelme y le llevó tranquilidad ante las especulaciones de disturbios según los resultados de las elecciones.
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Si bien tenía pensado pasar por el cuarto oscuro un poco más tarde, a Román lo alertaron sobre la despoblación de la mesa en la que iba a votar y no dudó en apurar el paso para sacarse de encima ese “trámite”. Un séquito de fanáticos lo divisaron no bien pisó la calle y lo acompañaron hasta la urna. Fue imantando curiosos en el camino y atravesó la carpa de los comicios con no menos de 100 personas a su alrededor.
Riquelme dejó de ser Riquelme cuando desandó la alfombra azul que cubría el piso. Fue un simpatizante más, fue aquel niño que alentaba a Boca en la cancha o lo veía por televisión y soñaba con brillar en el césped de la Bombonera algún día para ganarse la ovación de la gente.
Eran las 14:20 y el “Riquelme es de Boca, de Boca no se va” fue estruendoso. Él, a puro salto y exigiendo al máximo sus cuerdas vocales, se dejó llevar y cantó “Dale Boca, dale Bo”.
“Me saltó el hincha de adentro un poco. La gente está contenta. Agradezco a los hinchas que están desde temprano y se quedaron acá, que no se quisieron ir", valoró ante las cámaras de televisión. Enseguida se adentró en el búnker de su agrupación, brindó un par de entrevistas a la pasada e ingresó en el container a esperar a algunos amigos y familiares. Al rato llegaron sus hijos, Florencia y Agustín, algunos de sus hermanos y también su padre. Restaba poco más de una hora para el cierre de los comicios y fue en ese momento en el que el Patrón Bermúdez, que se hallaba en la oficina del primer piso junto a Battaglia y el Chelo Delgado, lo visitó.
La efervescencia fue pasando para Román, al mismo tiempo que Ameal y Pergolini subieron la escalera para repasar los pasos a seguir en la calurosa tarde de la Ribera. E inmediatamente después del anuncio del cierre de las urnas, se eyectaron de sus sillas para dirigirse al Salón Filiberto, donde se iba a hacer el recuento. Los candidatos de la fórmula de Identidad Xeneize no quisieron moverse de ese sector hasta constatar que todo transcurriera con normalidad y transparencia. Riquelme, por su parte, permaneció en su sector, apelando al hermetismo y aguardando por el inicio del conteo. Se encerró y ya no volvió a mostrarse.
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Ante los primeros números favorables en las primeras horas de la noche, los cánticos auguraron el triunfo y hasta se tiró pirotecnia en señal de victoria. Riquelme pidió cautela y no quiso cantar victoria antes de tiempo. Ameal y Pergolini, ya situados en los entrañas de la Bombonera, se dejaron llevar un poco más por la emoción y hasta se animaron a cantar y prenderse al pogo junto a otros integrantes de las agrupaciones que los acompañaron.
Battaglia, Cascini, Bermúdez y Delgado también se hicieron presentes en ese sector. Después de desahogarse un poco, Ameal y Pergolini se dirigieron hacia el búnker para intercambiar las últimas palabras con Román y despedirse, aunque solamente por unas horas. Ameal volvió a la Bombonera sabiéndose ganador y cumpliendo con su permanencia hasta los números finales. Pergolini se cercioró de que todo estuviera encaminado y dejó el complejo pasada la medianoche, apenas unos minutos más tarde de Riquelme, que festejó en la intimidad y trató de contener la emoción para enfocarse en lo que viene: el desafío de rearmar futbolísticamente a Boca.
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