La belleza debiera tener su finitud en el esplendor.
No parece justo que aquellas imágenes registradas en la memoria y en el corazón envejezcan hasta una decrepitud que lastime el alma. La vedette que era una reina nocturnal bajando su esbeltez única por aquellas escaleras del escenario trepidante no debió mostrarse años después con la mascara de horror que dibuja la inexorabilidad del tiempo.
Sí, se trata de una apreciación absurda y egoísta. Pero es que hay personajes vinculados a la admiración y el amor que “no pueden” ser distintos de cómo siempre los vimos y por lo tanto los recordaremos: sonrientes. Es que ellos refieren al pasado lejano o reciente de grandes momentos de nuestra propia vida.
Cuesta imaginar a Riquelme dirigente pues se trata de un hombre poco proclive al manejo político aún de su propia conveniencia. Tanto es así que su primer enfrentamiento con la dirigencia de Boca (Macri presidente) se debió a dos cuestiones de respeto a sus principios:
A) Se sostuvo en una cifra de negociación contractual sabiendo que sus compañeros –a quienes lideraba– habrían de acordar sus ingresos de manera proporcional al techo que él marcara sin aceptar ningún otro acuerdo que no fuera el firmado.
B) Tal contrato debía suscribirlo el presidente de la institución en persona y frente a él de manera indelegable, cosa que logró después de muchas dilaciones pues Macri se negaba a hacerlo por considerarlo un empleado más. La celebración de un gol a River haciendo la mímica del Topo Gigio frente al palco presidencial (Macri ese día estaba de lado opuesto, el de la plateas preferenciales) fue un símbolo de su controvertida relación con los dirigentes.
Antes de ser vendido al Barcelona en 26 millones de dólares de los cuales ingresaron a Boca 22 millones (junio del 2001), Riquelme había manifestado su voluntad de quedarse en el club, pero el volumen de la operación –para ambas partes– hizo imposible cualquier intento de cancelación.
La vocación por regresar a Boca, su club, su casa, se concretó en el 2008 luego de un traumático paso por el Villareal. Y tal retorno al fútbol argentino también marcó un hito de su personalidad sin hipocresías: fue cuando renunció a la Selección después de un partido por las eliminatorias para Sudáfrica 2010 frente a Chile en Santiago (0-1).
A Riquelme le pareció igual que a Basile –quien luego renunció– que el comportamiento en el campo de juego de algunos de sus compañeros había sido extraño, atípico, como carente de compromiso.
Fue de tal manera que tras la renuncia de Coco el entonces presidente de la AFA Julio Grondona nombró como director técnico jefe de la selección nacional (octubre de 2008) a Diego Armando Maradona. El viejo caudillo no pudo oponerse a la presión del universo futbolístico pero designó al mismo tiempo a Carlos Salvador Bilardo como Director de Selecciones Nacionales, cargo con el cual Diego jamás convivió.
Riquelme había sido el capitán del seleccionado que ese año ganó la medalla dorada en Beijing y Sergio Batista, el director técnico. En muchos encuentros la omnipresente figura de Diego prestigió el vestuario y su relación con cada integrante del plantel fue un gran estímulo para todos ellos. Más de una vez se le escuchó decir ciertas cosas vinculadas a su deseo de ser “algún día” el conductor de tan calificado plantel. Por entonces Agüero era su yerno –marido de Gianina, quien se hallaba embarazada de Benjamín– y éste el inseparable amigo de Lio Messi. A su vez, otros jugadores de aquel gran plantel entre quienes se hallaban Gago y Heinze –el de mayor experiencia y trayectoria– aceptaban con beneplácito las insinuaciones que Diego dejaba caer cada vez que aparecía por el vestuario ante el silencioso asombro del Checho Batista, a la sazón el director técnico a cargo de las selecciones juveniles.
En aquel vestuario y en aquellos tiempos todos sonreían cuando veían a Diego, menos Riquelme. Su integridad es tal que cuando Diego lo convocó para continuar en la Selección que competía por ir a Sudáfrica, Román prefirió renunciar con una excusa cualquiera en desacuerdo con el golpe de sus compañeros a Basile para facilitar la designación de Maradona.
¿Cómo hará un hombre de esta conducta para descender a la alteridad que exige la política?
No me imagino a Riquelme diciendo cosas que no piensa o dándole sonido a la música de su palabra para acariciar los oídos de sus interlocutores.
No lo veo llevar a cabo ningún acto de hipocresía, ni de falsedad. No supongo a Riquelme valerse de algún ídolo como sujeto político ni seducir a una prensa para intentar que le resulte incondicional.
Tampoco olvidarse de algunas de las cosas que el devenir de su carrera en Boca le produjo; por ejemplo que quien dejará de ser presidente –Daniel Angelici– renunció a su cargo de Tesorero (2010) en desacuerdo con la cifra que pidió para la renovación de su contrato. Y que luego lo diera a conocer públicamente.
No vislumbro fáciles diálogos entre Riquelme y los empresarios del fútbol que ofrecen jugadores para exhibir y luego de consagrados se los llevan a algún mercado de mejor paga. Tampoco dándole lugar a la nueva industria de los abogados en el fútbol.
Tal como lo hacía en los campos de juego no veo a Riquelme tirarse a los pies de nadie, friccionarse, sacar una ventaja victimizándose, simular o contorsionarse; llorar o pedir. Antes bien, todo cuanto se intuye es lo contrario: convicción, inteligencia, liderazgo, respeto, involucramiento, talento y compromiso… Como en la cancha.
Pero el “campo de juego” de la política es diferente, va en el sentido contrario de su índole humilde, sincera y solidaria.
Quien gane las elecciones en Boca Juniors habrá de obtener un triunfo aritmético, pues la cuestión política no cesará a partir del vínculo que existe entre el club y los lineamientos gubernamentales de la Ciudad y la Nación. De hecho, si se impusiese la lista de Jorge Amor Ameal –quien llevó adelante una prolija y exitosa gestión cuando le tocó conducir al club tras el doloroso fallecimiento de Pedro Pompilio– esa plataforma política que es Boca continuará su dinámica opositora en línea simétrica con la Nación, desde donde Macri intentará los dos regresos.
¿Cómo imaginar a Román luchando en ese escenario en el cual quedarían como perdedores ex ministros, jueces, fiscales, embajadores, funcionarios de altísimo rango, espías de la AFI (Agencia Federal de Inteligencia) y algún miembro de la reciente “mesa chica judicial” con mandato cumplido?
¿Cómo imaginar a Román sometido a la opinión y el debate de 75 programas partidarios, 18 transmisiones convencionales (solo de radios de la Capital Federal más los seguidores de redes) a las cuales hay que agregar las generosas superficies que le dedican a Boca los programas diarios de la televisión por cable y de las emisoras radiales en las cuales trabajan periodistas independientes junto a aquellos otros claramente identificados con los diferentes candidatos? Es tan inmenso ese universo boquense de 206.078 socios –que hay una aplicación en la cual pueden bajarse todos los programas partidarios y esto ocuparía casi las 24 horas del día los 7 días de la semana si uno los escuchara a todos, uno tras otro.
¿Cómo imaginar a Román conviviendo con 185 “peñas y filiales del interior” activas que es como decir 175 comunidades de todo el país que demandarán legítimamente su presencia al tiempo que le harán escuchar sus requerimientos? ¿En que tiempo? Si yendo a una por semana –sin contar los días de partido o de viajes– casi no alcanzarían los días de mandato… Además, Boca tiene peñas en el exterior cuya cifra estimada es superior a diez.
En estas horas Riquelme está comprobando la miseria humana de los conversos; unos dirigentes a quienes creía cerca que se le han alejado y otros, muchos más, a quienes veía lejos y que mágicamente lo están apoyando. También está descubriendo un pavor: hay miles de carnets a nombre de personas que existen en poder de unos candidatos que se hicieron cargo de pagar las cuotas para que pudieran votar.
No es todo pues le falta aún lo peor: esta semana que resta, previa a las elecciones, Riquelme será criticado hasta el escarnio por todos los actores de las listas opositoras, también por una parte de la prensa y hasta por sus propios colegas, los ex jugadores embarcados como él en otras agrupaciones. Y además Maradona… Un actor que dejará las más dolientes frases en su contra.
Entonces a Riquelme no le alcanzará siquiera la experiencia comunicacional de Mario Pergolini, su compañero de fórmula, para entender el por qué. Y el por qué es el barro de la política. Tan lejos de los campos de juego; tan cerca del infierno.
La belleza debiera tener su finitud en el esplendor, como la hermosura de la vedette sin años, como la incomparable perpetuidad del David de Miguel Ángel, como los caños, los cambios de frente o los tiros libres de Román.
El Román ídolo, dueño de las tardes del fútbol en plenitud, de las vueltas olímpicas sonrientes, de la emoción estrangulada en la garganta.
Por favor que ese Román no mate a Riquelme.
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