— “Usted es muy boludo. Con respeto se lo digo..."
Gustavo Oberman todavía tiene grabado a fuego aquel sorpresivo reto de Miguel Ángel Tojo en el círculo central de una de las canchas del predio de AFA en Ezeiza cuando estaba a punto de iniciar un amistoso entre la 85 de Argentinos Juniors y las juveniles de la selección argentina. “En Argentinos siempre teníamos buenos equipos. Venían a vernos para la Sub 15 y llamaban a tres o cuatro. ¿La Sub 16? Otros tres o cuatro distintos. Todos iban pasando, menos yo. Hasta que Tojo me vio en ese partido y me dijo: “Lo fuimos a ver no menos de siete u ocho veces. Citamos a sus compañeros y usted que es uno de los mejores de su equipo, no lo citamos nunca, ¿por qué cree que es?”. Yo en ese momento le dije que no sabía. “'¿De verdad no sabe? Lo amonestan o lo expulsan todos los partidos por protestar. Si se calma, usted puede estar acá, del otro lado’. ¡Sabían todas las rojas que me habían sacado!”, relata sobre un suceso que fue crucial en su carrera.
Cachete fue una de las irrupciones furiosas de mediados de los 2000. Una de las perlas del fútbol argentino. Había logrado el ascenso a primera con el Bicho, lo seguían de cerca equipos europeos y hasta le ganó la pulseada a Ignacio Scocco y Mauro Zárate para integrar las opciones ofensivas del plantel Sub 20 junto con Lionel Messi, Sergio Agüero, Pablo Vitti y José Sosa. Un detalle en el debut de aquella Copa del Mundo juvenil del 2005 lo marcó: pasó a la historia por ser uno de los pocos jugadores que obligó a Messi a ser suplente.
“Sosa iba a ser el titular y en el banco íbamos a estar Messi, Kun y yo como ofensivos. En esa última práctica de fútbol estuve bien, hice dos goles. Aparte a Messi lo querían llevar de a poco porque venía de tener un año con muchas lesiones en Barcelona. Como era un torneo largo, lo iba a arrancar de a poco. Cuando se fracturó la muñeca José, terminó la práctica. No hubo un “ponelo a tal”. Al otro día hacemos una charla táctica y yo pensé que iban a jugar los mismos y que iba a entrar Messi... ¡No había otro! Me senté en una silla de atrás. Había una lámina blanca que la daban vuelta y estaba el equipo. De golpe todos empezaron a mirarme y yo digo ¿qué pasó? Me miraba si tenía la ropa bien, quizás había ido con otra remera y me ponían multa. Cuando miro el equipo veo a Oberman allá arriba. “Uh, ¿a quién sacó?”. Miraba y no encontraba a Messi...”, rememora sobre la determinación de Pancho Ferraro en la previa del debut contra Estados Unidos que lo marcó como el futbolista que mandó a Leo al banco.
Su nombre tomaba cada vez más valor. Fue titular en seis de los siete partidos que disputó el equipo campeón haciendo dupla de ataque con Leo y aportó un gol clave para vencer a la España de Cesc Fábregas y David Silva en cuartos de final. Era todo armonía, aunque una travesura de niños casi quiebra el vínculo durante los días previos de aquel duelo contra la potencia europea. “Hace poco tuve que contar que nos peleamos con Messi en un ascensor...”, lanza con una carcajada.
“Yo no decía nada, porque las cosas malas no está bueno contarlas. Subíamos en un ascensor que estaba lleno y jodíamos con darnos chirlitos en la cabeza. Jodí con uno, me daban a mí también. Hasta que le dan uno a él y yo justo estaba mirando; le dieron fuerte, se escuchó –cuenta–. Me reí un toque y se ve que de atrás hicieron la seña que había sido yo. ¡Se re calentó conmigo! Me quería pelear, yo obviamente me quería pelear también. ¡En un ascensor encima! No había mucho lugar para separarse...".
“Después de eso también hubo discusiones, ¡yo seguía re enojado! Vino Pablo Zabaleta a calmarme: “Tranquilizate, boludo, que te van a echar a la mierda”. ¡Si iban a echar a uno, ¿a quién creés que iban a echar?”, dice con otra sonrisa. 48 horas más tarde, Oberman fue suplente por única vez en el Mundial ante España ya que Ferraro pretendía cubrir la subida del lateral José Enrique con Pablo Vitti. “Entré por Vitti en el entretiempo. Cuando vamos a sacar lo miraba a Leo y estaba medio enojado todavía... Le digo “dale, boludo, vamos a ganar este partido y nos cagamos de risa después”. Se rió y después me dio el pase de gol, que fue el único que hice yo en el mundial. Después quedó todo re bien. De hecho cuando termina el Mundial yo me acerco, no tenía hijos, pero le dije: "Estoy seguro de que va a ser un orgullo contarle a mis hijos que jugué con vos”. Se reía, él siempre fue tímido, tranquilo”. Leo todavía era la pequeña joya del Barcelona, pero ya empezaba a quedar claro que iba a camino a la cima del mundo.
Cachete reposa sobre una silla del club Soccer de Quilmes donde metió sus primeros arranques furiosos y, también, las primeras quejas. Entre los saludos de los curiosos, se cuelan los recuerdos de su personalidad de niño en ese reducto ubicado a unas pocas cuadras del famoso –y ya extinto– boliche Elsieland. Por momentos, Oberman cuenta con timidez algunas de las increíbles cosas que le pasaron. Como cuando en el 2000 llegaron los dólares del Porto y Tottenham para tentarlo, mientras sus viejos contaban las chirolas de las pocas changas que aparecían, la casa familiar se escurría por la maldita hipoteca y la abuela abría la puerta de la suya para bancar la parada. Tenía que irse por la patria potestad y dejar colgado al Bicho. Gustavo no dudó: “No podía jugar más, me tenía que ir ya. ¡Y nos faltaba el último partido con la 8ª que si ganábamos éramos campeones! Le dije a mi papá que no me iba, que lo iba a jugar”. En agradecimiento, el club de La Paternal le consiguió un trabajo a su padre.
La misma sonrisa entre pícara e incrédula aparece para contar algunas perlitas de su paso por River, que le compró una parte de su ficha apenas retornó como campeón del Mundial de Holanda más allá de tener una oferta del fútbol ruso. “Estuve con Astrada, Passarella y Merlo. Se dieron cosas atípicas en River, como esto de tener tres técnicos en un año. Jugué 27 partidos entre Libertadores, Sudamericana y torneo... Competía con Falcao, Higuaín, Abán, la Gata Fernández, el Rolfi Montenegro, Figueroa. Para tener 20 años no estuvo mal", analiza.
“Mostaza decía que yo supuestamente salía mucho con Pisculichi y Machín... Tengo buena relación con ellos, pero era mentira porque nunca fuimos amigos de salir. De hecho, estando en River pasaba concentrado el 90% de los días. A la larga me di cuenta de que eran retos para que los escuchara otro que tenía ascendencia en el grupo, pero no se lo decís directamente. Yo en ese momento le respondí: tenés el teléfono de mi casa, llamame cuando quieras que voy a estar ahí. No sé cómo se lo tomó Mostaza, pero me cargaban todos y yo me sentía mal”, rememora.
Fanático del Millonario, el dolor más grande que le quedó es que lo hayan empujado a marcharse a poco de haber llegado. Para colmo, le impidieron un pase que podría haber cambiado el destino de su trayectoria: el Hannover de la Bundesliga tenía todo cerrado para contratarlo. “Mis amigos me hicieron una despedida y todo. Al otro día me iba... Pero por una cosa de impuestos River no me dejó ir”. Regresó por un semestre a Argentinos y luego recaló por el Castellón de la segunda española, donde vivió un hecho singular porque “el equipo no quería ascender”. “Estábamos a tres puntos del ascenso y el DT empezó a hacer cambios, a poner juveniles, los que jugábamos todos los partidos no jugamos... Es raro que pase eso”, siembra la incertidumbre.
Se abrió la puerta para el Cluj rumano, un club que albergó por aquellos años a varios argentinos como Sixto Peralta, Christian Sánchez Prette y Cristian Fabbiani, entre otros: “El rumano hasta que se da cuenta de que no sos europeo, te trata duro. Cuando ya saben que sos argentino, que no tenés nada que ver con los que maltratan a los rumanos, es otra la onda. Porque el rumano cuando sale de su país es discriminado".
“No es por justificarme pero también pasaron cosas raras... Echaron al técnico que me llevó y pasé de titular a ni contar. Al punto extremo de que se lesionaron todos los delanteros y me mandó al banco el nuevo DT. ¡Había tres marcadores de punta en el banco!”, ejemplifica. El siguiente paso fue una escueta estadía en el Córdoba español antes de volver por tercera vez a Argentinos.
Los ojos de golpe se enrojecen. La voz se entrecorta. Las lágrimas están atadas a un nudo en su garganta que ata con fuerza. De golpe imita una voz de un hincha que estaba infiltrado hace unas semanas en la cancha de Defensa y Justicia viendo el partido del Bicho y no pudo evitar susurrarle en las tribunas: “¡Cachete, Cachete...! ¡Te amo!".
“Yo estaba con mi hijo. También había un periodista que conozco desde chiquitín y le decía a mi hijo “tu papá es un héroe para mí”. Yo lo miraba y la verdad que es algo increíble que le digan eso a mi hijo –reconoce–. El nene me abrazó... En ese momento me aguanté, pero te emociona”. La mirada ahora se pierde sobre la mesa.
En ese célebre 2010, ya no eran aquellas dos horas de viaje que tenía cuando jugaba en inferiores entre múltiples colectivos y las diferentes combinaciones de subte. Ahora Cachete tenía a Calderón como acompañante de los viajes en el día a día pero la misma ilusión de ese niño: “Yo le decía ‘Caldera, decime la verdad, ¿estamos para campeones o no? Porque yo es la primera vez que peleo un campeonato así de punta a punta’. Y él me decía: ‘Sí, estamos, quedate tranquilo que estamos’. Yo me sentí campeón cuando le ganamos ese partido a Independiente. Me iba a morir adentro de la cancha si hacía falta, no había otra alternativa, era el partido de mi vida”.
“Siempre recalco que no sé qué sentirán los demás, los que ganan mucho, pero la sensación de salir campeón con amigos, en tu club, es único. Porque yo con Orti, Matías Caruzzo, la Oveja (Prósperi), compartí desde los 11 años”, asegura. El título no es uno más, Gustavo rechazó propuestas de Vélez y Rosario Central, por ejemplo, para ir al club que le dio todo y fue una pieza clave para lograr un campeonato tras 25 años: “Había tenido malas experiencias de cosas raras y quería estar en un lugar contenido. Yo pedí volver a Argentinos en esa época y me recalcaron que no tenían plata. Todo el primer año cobré como un juvenil. No me arrepiento para nada”.
Una estadía positiva en Quilmes, otra no tanto en Olimpo y un escueto trayecto en el San Marcos chileno –equipo cercano a la frontera con Perú– fueron la antesala a una de las experiencias más exóticas que vivió: firmó con el Pune City de India que tenía como estrellas al ex Juventus y Liverpool Mohamed Sissoko y al islandés con pasado en Barcelona Eidur Gudjohnsen. “Viví en un hotel cinco estrellas. Nosotros tomábamos todo agua mineral porque hay mucha contaminación en el aire y el agua te decían que no era recomendable. Cuando fui a un hospital, por ejemplo, a hacerme unos análisis la higiene del lugar no me gustó”, cuenta sobre esa experiencia que duró un semestre.
— Nos hacían salir con un seguridad a la calle...
— ¿Qué? ¿Vivías con un guardaespaldas?
— Claro, yo andaba con un seguridad. Un indio que no hablaba ni inglés. Una vuelta me fui al Ellora Caves, que son las cuevas de Ellora, una locura, una montaña con unas cuevas que adentro son un palacio tallado a mano. Me fui con el indio. ¿Tenés que venir conmigo a todos lados? Vamos, le dije. Me tomé el taxi con él. Cuando llegamos era un escalerita para subir, me bajé y empecé a subir en la montaña. Me dijo “yo me quedo acá”. Dale, vamos, le dije... Porque había que pagar la entrada. Le pagué y nos fuimos caminando los dos. No hablamos una palabra los dos en todo el viaje. Cuando llegué al lugar era increíble.
“En el Pune habían tenido un episodio el año anterior con un futbolista que salió solo a un shopping, vio a un nene –porque hay mucha gente que pide– y le dio limosna. Cuando volvía había 40 personas. No lo dejaban salir, le pedían, fue una situación medio heavy. De ahí entonces nos hacían salir con seguridad”, explica el motivo de su custodio.
“Es un pueblo lindo, gente linda, son alegres. Las fiestas son coloridas. Hay fiesta cuando veneran a Ganesha que hacen las estatuas, con colores bien fuertes. Capaz ves una estatua que decís ¡esto es oro! Pero nadie toca nada, porque son durísimos con los que roban. También están las vacas caminando por la calle pintadas, con collares. Si se acostó una vaca en la calle parás y te vas para otro camino o esperás. No la podés apurar con el auto –relata–. Con los temas religiosos traté de ser cuidadoso. Conocer, pero con distancia y el respeto suficiente”.
En su regreso, el retiro apareció como una opción. El fútbol es un sitio hostil, que deja de lado a aquellos que sacaron un pie del circuito main street. Jugó con amigos en un histórico torneo amateur que se desarrolla en el Río de Quilmes porque “si me invitas a la jugar a la pelota, yo voy”. Allí apareció su fuerte personalidad y hasta recibió alguna que otra roja por discutir con aquellos que lo identificaban y lo desafiaban verbalmente para hacerlo enojar. De golpe, el ascenso más profundo se convirtió en su cable a tierra.
“No fue un ‘tengo que jugar en el ascenso’, pero quería seguir jugando. Obviamente rico no me voy a hacer, es un mito que el futbolista está salvado. Solo los que hicieron muy bien las cosas o los que tuvieron la chance de meter buenos pases seguidos. Yo cuando me retire tengo que laburar”, detalla como definición de sus pasos por Argentino de Quilmes y Dock Sud en la cuarta categoría del fútbol argentino.
De casi decirle adiós al fútbol, el proyecto de su vida se transformó. Porque Cachete es un sinónimo de mutación. Fue una gran promesa juvenil, mandó a Messi al banco, pasó por un River convulsionado, tuvo su experiencia en Europa y regresó a Argentinos para ser campeón; se animó a una estadía en India y hasta da pelea en el ascenso. Ahora, Gustavo no descarta estudiar periodismo para trabajar en los medios con una preparación y no ser un “opinólogo” o transformarse en meme. Aunque la meta principal está puesta en terminar el curso de técnico. Con 34 años, todavía tiene hilo en el carretel para jugar algunos años más –inclusive en categorías superiores del ascenso–, aunque guardará por siempre un recuerdo insuperable: “Me preguntan mucho sobre qué se siente haber sido titular de Messi, pero la verdad que yo lo que siento es haber jugado con él. Eso fue una circunstancia que me pareció rara en ese momento, pero si hago memoria y vuelvo a ese lugar yo no me sentía menos que nadie. De afuera, hoy con la carrera que hicimos cada uno, obviamente que suena más raro...”.
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