Con el simple hecho de ingresar a Balcarce uno puede percibir que en la ciudad de Juan Manuel Fangio está instalado el ADN tuerca. Una réplica de la Flecha de Plata le da la bienvenida a los forasteros, quienes al ingresar por el amplio boulevard central pueden imaginar una enorme calle de boxes, producto de los lubricentros, comercios dedicados a los repuestos de autos y concesionarias que bordean el asfalto principal.
La atractivo principal de la localidad bonaerense es el museo que recuerda las hazañas del Chueco alrededor del mundo. Vehículos históricos con los que ganó múltiples premios, junto a la innumerable cantidad de trofeos, postales y artículos que empleó durante sus años de gloria forman parte de un recorrido cargado de nostalgia, orgullo y pertenencia. Una muestra invaluable que se adhiere al patrimonio del automovilismo internacional.
Una de las piezas más codiciadas es la Maserati 450 S de 1957 con la que Fangio vivió una experiencia particular cuando se dispuso competir en el Gran Premio de Cuba al año siguiente de su creación. Una nave capaz de alcanzar los 320 kilómetros por hora que llevó a la ruina a los hermanos Maserati, por haber invertido todos sus recursos en el desarrollo de dicho vehículo.
Sólo se construyeron seis, tres de los cuales se hundieron en un barco carguero cuando eran trasladados rumbo a Venezuela. De los otros tres que sobrevivieron, uno se encuentra en el país. Se trata de un auto con historia.
En febrero de 1958 Juan Manuel Fangio había hecho la pole position en La Habana, una marca que le permitía entusiasmarse con una nueva gesta. Sin embargo, la máquina le presentaba serios inconvenientes, ya que en las pruebas de clasificación el Chueco sentía que se le iba de cola. Una premonición que podría ocupar uno de los capítulos más impactantes en la vida del legendario piloto argentino.
Como por aquellos tiempos Cuba atravesaba el conflicto interno en Sierra Maestra, Fidel Castro, por entonces líder del Movimiento 26 de Julio, consideró que el secuestro de Fangio en plena competición representaría una muestra de debilidad del gobierno de Fulgencio Batista.
—Disculpe Juan, me va a tener que acompañar— le dijo un joven guerrillero mientras le apuntaba con un revólver en el hall central del hotel Lincoln.
Escoltado por Arnol Rodríguez y Faustino Pérez, quienes ocuparían diversos ministerios en plena Revolución, el Chueco atinó a seguir las órdenes de sus secuestradores hasta que fue trasladado a un departamento, donde otros miembros del movimiento de Castro le manifestaron que el motivo del operativo era difundir sus ideales y los motivos de su lucha. Como también existía la posibilidad de que el régimen de Batista decidiera matar al piloto para culpar al movimiento liderado por Fidel Castro, Fangio propuso comunicarse con el embajador argentino Raúl Guevara Lynch, quien era primo de Ernesto Che Guevara.
Ante su ausencia en la competición (llamativamente la carrera no fue suspendida), el francés Maurice Trintignant ocupó su lugar a bordo de la Maserati. Como el Circuito los Próceres tiene un boulevard por toda la playa del malecón, y los coches llegaban a una velocidad de 300 km/h, el piloto europeo no pudo controlar al Monstruo Maldito y a la quinta vuelta protagonizó un accidente que causó su propia muerte, junto a la de otros seis espectadores y más de 40 heridos.
“Yo podría haber estado en ese choque, así que mis secuestradores me salvaron la vida”, dijo un tiempo más tarde el propio Fangio, quien terminó su aventura en la isla habiéndose hecho amigo de los jóvenes que lo retuvieron por más de 26 horas. “Si lo hecho por los rebeldes fue por una buena causa, entonces, como argentino, lo acepto como tal”, argumentó el bonaerense ante la prensa. En 1999 Alberto Lecchi llevó aquel episodio al cine con el filme Operación Fangio, interpretado por Darío Grandinetti.
La historia que hay detrás de la Maserati del infierno hace que conducirla no signifique un sueño. Es un orgullo cargado de responsabilidad y entusiasmo. Por lo tanto, cuando Carlos Pairetti lanzó la pregunta, el escalofrío se apoderó de inmediato.
—¿Te animás a manejarla?— indagó el ex campeón de Turismo Carretera, como si se tratara de una tarea sencilla.
Luego de descartar una posible broma del hombre que se lucía con el Trueno Naranja, la respuesta afirmativa acompañó la sensación de temor y adrenalina.
—Mañana, después de la presentación del reloj (en referencia al TAG Heuer Fangio Carrera Calibre 16 Edición Limitada), podés dar unas vueltas por el autódromo— cerró el ex piloto con la promesa de dar las indicaciones básicas que se requieren para encarar las curvas.
El sol que se posó sobre el asfalto y las sierras acompañó la jornada inolvidable. Ianina Zanazzi fue la encargada de abrir la ceremonia a pura velocidad. La campeona de la Copa Porsche no especuló en ningún momento y la nave surcó por el trazado de Balcarce como si el propio Fangio estuviese a bordo. Fueron dos giros antes de ceder su butaca al inexperto periodista que cuenta con una licencia B1.
“Bueno, ya estamos acá. Ahora no te podés achicar”, fueron los primeros pensamientos. La caja de cambios del lado izquierdo no representó ningún inconveniente, si se tiene en cuenta que el pedal del acelerador no volvía a su posición original cuando uno dejaba de pisarlo. El viento caliente sobre el rostro sirvió para constatar que no se trataba de ningún sueño. Había que correr. Y se corrió. Un par de vueltas sirvieron para entender el talento que poseía Fangio. El legendario piloto que se consagró pentacampeón de la Fórmula 1, también se destacó en las 12 Horas de Sebring junto a Jean Behra. Los 300 kilómetros por hora que alcanzaron los ídolos populares no se comparan con los 90 que uno pudo registrar sin estar en competencia. Por esa razón, ellos corrían en serio, y uno se limita a escribir y recordar las hazañas que protagonizaron los verdaderos héroes del automovilismo mundial.
Seguí leyendo