Entre los youtubers y la UFC están matando al boxeo

Acaba de ocurrir un fenómeno sorprendente: dos muchachos youtubers se desafiaron a través de sus canales a pelear profesionalmente ¿Qué está pasando con el deporte que basa su popularidad en el dolor de sus protagonistas?

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No habrá más epopeyas para escribir.

Ni Ilíada, ni Odisea; la épica de Homero se quedará sin las musas doloridas de crueles pasados.

¿Dónde hallar desde ahora aquellos niños pobres y marginales nacidos en cualquier lugar del mundo a quienes el boxeo les permitió tener un yo?

¿Dónde habrá un estibador de puerto como Jimmy Braddock quien en plena depresión de los 30′, hambriento y sin futuro saltó de los muelles al ring hasta ganarle al gran Max Baer y convertirse así en el campeón mundial de los pesos completos?

Una conmovedora historia reflejada en el cine por Ron Haward a través de su película “Cinderella Man” (El hombre cenicienta).

¿Dónde estarán los niños de la calle como Gatica peleando por 20 pesos para borrachos apostadores en la Misión Inglesa del Bajo contra los enormes marineros suecos o alemanes a quienes el gurrumín ponía nocaut? “Gatica, el Mono”, la magistral película de Leonardo Favio (1993) habría de explicar aquel fenómeno del chico quien llegó a ser el boxeador preferido por el General Perón y murió trágicamente pobre y solo bajo las ruedas de un colectivo luego de vender sus tristes muñequitos en la tribuna de Independiente hace 56 años.

¿Es que no podremos recoger ya más aquellas historias como la de un niño marginal y raquítico como Monzón cuya parábola habría de cerrarse trágicamente tras padecer de una gloria evocada en la cárcel sin crecimiento ni felicidad?

Nosotros, los cronistas de boxeo, ¿nos hemos quedado sin la tuberculosis de Justo Suárez, el Torito de Mataderos del cuento de Cortázar? ¿Es que no habrá más una excelsa prosa narrativa como la de Norman Mailer para un nueva versión de El Combate como aquella de Alí-Foreman en el Zaire?

Acaba de ocurrir un fenómeno sorprendente: dos muchachos youtubers se desafiaron a través de sus canales a pelear profesionalmente. Ya lo habían hecho un año antes de manera empírica en el Manchester Arena del Reino Unido y con muy buena aceptación del público pues cerca de 1.200.000 espectadores pagaron a razón de 9 dólares cada uno para ver este combate de románticos. El particular match concluyó en un empate esperable.

Uno de ellos conocido bajo la sigla KSI vive en Inglaterra; el otro -Logan Paul- es residente de Los Ángeles. Se calcula que cada uno de ellos tiene alrededor de 20 millones de suscriptores y es por ello que el enfrentamiento generó un marcado interés. Una muestra de ello es que el Staples Center de Los Ángeles, la casa de los Lakers, recibió a 21.000 espectadores que es como decir haber cubierto toda la capacidad disponible. Un hecho que difícilmente lograría el propio Canelo Álvarez, la estrella del boxeo mundial.

Para que el combate, el primero de ambos como profesionales pudiera llevarse a cabo, cada uno debió obtener su licencia de boxeador profesional. Resultó muy impactante ver en la pantalla de televisión ambos récords impresos con 0-0-0; o sea, ninguna pelea realizada por los hombres a quien habría de presentar el famoso locutor de ring Michel Buffer luego de preguntarle a la multitud -tal su slogan- si “estaban listos para ver la batalla”.

Por cierto que todo pareció bizarro: boxeadores de innegable reputación y trayectoria peleando como preliminaristas y dos youtubers que no podrían ser preliminaristas, convirtiéndose en estrellas del show. Un hecho jamás imaginado por cronista alguno.

Tras seis rounds de entusiasmados movimientos pugilísticos los jurados creyeron que esta vez KSI -de físico brillantemente negro y exuberante- le había ganado por puntos a ese cristo rubio de mansa mirada llamado Logan Paul.

El enfrentamiento no permite siquiera un elemental juicio de valor pues todo lo mostrado sobre el ring fue rudimentario, sin atisbos técnicos ortodoxos ni movimientos sensatos.

Pero el público alentó, siguió la lucha con actitud dramática y dividió sus preferencias: la primera pelea profesional entre youtubers se había consumado dejándole a cada uno ganancias similares a aquellas que pudieren lograr boxeadores de respetada trayectoria considerados “primera serie”.

Monzón jamás ganó en ninguna de sus trece defensas por el título mundial lo que cualquiera de estos dos peleadores cibernéticos obtuvieron en el desafío de la semana pasada. Tales ganancias superaron ampliamente el millón y medio de dólares mientras que Monzón en su última pelea contra Rodrigo Valdez (junio de 1977, Montecarlo) cobró 895.000 dólares, siendo ésta la máxima bolsa de su carrera.

El desafío de los youtubers marca el principio de otra alternativa de espectáculo cuyo sujeto es el boxeo aún cuando esto marche en el sentido contrario de su propia esencia.

Pareciera ocioso abundar en este concepto pero no habrá boxeador más exitoso que aquel que antes de llegar a ser profesional hubo de cumplir con una sólida carrera como amateur.

Veamos algunos simples ejemplos:

- Cassius Clay, medalla de oro en Roma 60’,

- Joe Frazier, medalla de oro en Tokio 64’,

- George Foreman, medalla de oro en México 68’,

- Sugar Ray Leonard, medalla de oro en Montreal 76’,

- Oscar De La Hoya, medalla de oro en Barcelona 92’,

- Floyd Maywehater, medalla de oro en Atlanta 96’.

Floyd Mayweather Jr. frente a
Floyd Mayweather Jr. frente a frente con el campeón de la UFC McGregor antes de pelear en Las Vegas en 2017 (REUTERS/Steve Marcus)

Cuesta retrotraer la imaginación para elaborar la hipótesis que alguno de estos y otros muchos monstruos del boxeo hubiesen llegado al estrellato a través de un simple desafío telefónico -para la época- contra un rival imaginado.

Los boxeadores son el fruto de su dolor, de su hambre, de su vocación, de su aprendizaje, de su coraje, de su técnica y del logro de su propio estilo. No es este el caso de los influencers KSI y Logan Paul, quienes en términos objetivos no hubiesen podido siquiera ser sparrings de Tommy Hearns, Mano de Piedra Durán, Manny Paquiao o Marvin Hagler…

No es el empírico pugilismo cibernético el único adversario del histórico y clásico boxeo; también hemos visto con pena y dolor lo ocurrido el 2 de noviembre en el MGM de Las Vegas. Esa noche Canelo Álvarez iba en procura de su cuarta corona mundial -la de los medio pesados- ante el ruso Sergei Kovalev a quien terminó noqueando en 11 vueltas.

Fue en tal oportunidad que vimos una prolongada y agonizante espera de estos dos campeones mundiales en sus camarines hasta finalizara un combate de la UFC entre Jorge Masvidal y Nate Díaz. Se trataba de no competir la franja horaria que ambas empresas -ESPN y DAZN por Space- ofrecían su show televisivo.

Lo inimaginable de la situación fue que el boxeo, hasta aquí el rey del show televisivo nocturno, debió subordinarse a la lucha en la jaula. Y fue así cómo la máxima estrella del boxeo mundial, Saúl Canelo Álvarez estuvo listo, con los guantes y la bata puestos esperando más de una hora a que finalizara el evento de la UFC.

Ya vimos otras alternativas de peleas: un boxeador (Gatica) contra un catcher (Karadagian); también a un boxeador Floyd Mayweather frente a un campeón de la UFC, Conor McGregor a quien molió a trompadas. Acaso esa experiencia podría repetirse cuando se concrete la del Chino Maidana ante Acero Cali.

Vendrán seguramente peleas mixtas: una mujer frente a un hombre por la primacía de una división con la necesaria reglamentación especial que contemplare menor cantidad de rounds por pelea, acotamiento de los 3 minutos por vuelta, guantes de mayor onzaje, etc, etc…

Todo será admitido mientras detrás de cada pelea haya historias humanas como las perpetuadas por Ernest Hemingway, el inmortal escritor quien ancló en su amor por el boxeo gran parte de literatura premiada: “mi escritura no es nada, mi boxeo es todo”, dijo siempre.

Ojalá que los youtubers no se lleven a las musas pugilísticas que inspiraron al dramaturgo, poeta y escritor francés Victor Hugo para ofrecernos “El hombre que ríe” . Y que los Cortázar, si es que apareciera alguno en el futuro, pudieran reflejar como él en “La noche de Mantequilla”, algún personaje de novela como el que tomó la noche en la cual Monzón le ganó por nocaut en París.

¿Quién verá en Jacke La Motta a un “Toro Salvaje” como que el que dirigiera Martin Scorsese mostrándonos al mejor Robert De Niro?

Mike Tyson, una de las
Mike Tyson, una de las históricas leyendas del boxeo internacional (REUTERS/Steve Marcus)

¿Dónde hallaremos a muchachitos pandilleros como Mike Tyson o George Foreman o Sonny Liston en cárceles juveniles o reformatorios para contar sus historias cuando la gloria los hiciera dueños del mundo?

¿Dónde quedarán los Ringo Bonavena que de tanto soñar, luchar y pelear se entregaron al asesinato de la muerte absurda?

El 23 de marzo de 1975, lo recuerdo como hoy, cené con Chuck Wepner y su esposa en el restaurante del hotel Marriot de Ritchfield, Ohio. Su ilusión sería ganarle al día siguiente a Muhammad Ali quien venía de recuperar la corona mundial en Kinshasa tras noquear a George Foreman.

Su historia de gigante pobre, vendedor de bebidas espirituosas en Nueva Jersey y partenaire del más grande, lo habían recluido incluso al desinterés de la prensa.

Wepner peleó valientemente contra Ali y aunque perdió su historia resultó conmovedora.

Un joven actor de proyectos frustrados hasta entonces -Sylvester Stallone- se dispuso a ver la pelea por televisión mientras comía su pizza en un cuarto de hotel de Hollywood.

Fue así como como Wepner se convirtió en el Rocky de la inmortal saga cinematográfica.

Demos la bienvenida a las artes marciales mixtas, a los youtubers, al futuro boxeo entre hombres y mujeres, a la lucha entre boxeadores y luchadores, aún cuando esto sea un ataque mortal al boxeo.

Pero no nos dejen sin el drama de unos sueños sin tiempo.

“Mi escritura no es nada, mi boxeo es todo” (Ernest Hemingway).

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