Historias sobre “el Messi que no fue” hay decenas. Pero los futboleros memoriosos (sobre todo los rosarinos) darán cuenta del que pintaba como antecesor del astro del Barcelona. El de Gustavo Ariel Rodas, Billy, como lo conoce la mayoría, es un relato crudo que ayuda a tomar conciencia sobre el efecto que provocan en un chico las sobredosis de presiones y cargas en una temprana edad.
Gustavo fue el tercero de cuatro hermanos que se criaron en Barrio Nuevo, contiguo a Barrio La Boca y Villa Banana, humilde sector de la Zona Oeste de Rosario. Es una de las ubicaciones más marginales de la ciudad santafesina y fue estigmatizada como nido de la droga y delincuencia. Y eso que hace un par de décadas no se oía hablar de los narcos como ahora.
“La familia era un poco desordenada. Mis viejos se separaron cuando éramos chicos y no era fácil. Fue una vida difícil pero de a poco, con los golpes, nos fuimos acomodando”, dice el Billy, que pateó sus primeras pelotas en el club Santa Isabel de Hungría y pasó a las infantiles de Newell’s cuando tenía apenas 7 años. En la Escuela Malvinas Argentinas compartió entrenamientos y partidos con Lionel Messi, al que le llevaba un año.
En aquellos tiempos las categorías menores de la Lepra tenían un 10 en cada equipo que daba que hablar: Gustavo Rodas en la 86, Lionel Messi en la 87 y Mauro Formica en la 88. De los tres, el que más potencial tenía era el Billy, según cuentan. Allí fue dirigido por Ernesto Vecchio, descubridor de Messi, y Quique Domínguez, quien comparte una breve reseña para Infobae: “Gustavo era la rebeldía en persona. Un excelente chico con padres trabajadores y, quizá, sin suerte. A los 12 años gambeteaba con derecha o izquierda y le pegaba muy bien con las dos. Era el más completo de todos y tenía ascendencia sobre sus compañeros, era líder por condición natural. Un gran caudillo con voz cantante que jamás arrugaba. Tan querido por sus compañeros como temido por sus rivales”.
El Billy no tenía maldad, pero el barrio le había despertado una picardía singular para la niñez. El dinero en su casa no sobraba, aunque con su habilidad se las ingeniaba para ganarse la moneda para la gaseosa después de los partidos. Le apostaba al técnico que iban a ganar gracias a él. Cumplía y disfrutaba del refresco en el tercer tiempo. Goles de derecha y de zurda. Gambetas endiabladas y arranques explosivos. Llevaba el potrero puro de Barrio Nuevo, La Boca y Villa Banana como estandarte. Dio el salto lógico de cancha de 7 a 11 y empezó a cautivar en las inferiores leprosas.
La vida del morenito menudo se volvió tan vertiginosa como su estilo de juego. Enganche con la 10 en la espalda y rulos al viento como alguna vez tuvo Maradona, fue atado por Eduardo López, polémico presidente de Newell’s, que le hizo contrato profesional con 15 años para impedir que se le fugara otro diamante en bruto como ya había sucedido con Messi hacía poco tiempo.
SEGUÍ LEYENDO // “El bolsito de la ilusión”: la enternecedora anécdota de Messi a los 11 años en un Mundialito
“Yo quería hacer cosas típicas de chico y no podía. En inferiores de AFA se descontroló un poco todo. No lo tomaba tan responsablemente. No sentía mucho al fútbol, lo jugaba porque tenía las presiones de mi viejo”, cuenta Billy. Pocos lo entienden porque casi todos hubieran querido estar en su lugar. Pero él tenía otra visión. Las salidas nocturnas de la adolescencia atentaron contra su incipiente carrera; así y todo debutó en 2002 en la Primera de Newell’s de la mano del Negro Julio Zamora.
Eludía adversarios y pretendía hacer lo mismo con las responsabilidades que le tocaban: “No sentía la disciplina del entrenamiento. Más a esa edad, con 16 años era mucho descontrol, hacía lo que quería y se me fue de las manos. Al debutar tenía todo lo que quería y en lo que menos pensaba era en el fútbol. Ya había firmado contrato y ahí mismo fui papá. Eso fue algo que me sirvió porque fui tomando conciencia y empecé a tomar al fútbol como un trabajo. Más allá de que mucho no me gustaba, tenía mis responsabilidades y debía jugar”.
Tuvo su bautismo por la cuarta fecha del Apertura 02 en el Parque Independencia y anotó el cuarto tanto en la goleada de la Lepra 4-1 ante Talleres de Córdoba. Desde allí tomó consideración en el plantel profesional y se adueñó de la 10 del Sub 17 dirigido por Hugo Tocalli. En 2003 se consagró campeón en el Sudamericano de Bolivia en un equipo que también contaba con Oscar Ustari, Ezequiel Garay, Lautaro Formica, Lucas Biglia, Neri Cardozo, Ariel Cólzera y Hernán Peirone. Era una fija en la lista para el Mundial de la categoría que se disputó en Finlandia (Argentina cayó en semifinales con la España de Cesc Fábregas), pero se privó de acudir a esa cita por una inminente venta al Lugano de Suiza que finalmente se frustró.
Firma de contrato, debut y primer gol como profesional, título con las juveniles de la selección e inminente transferencia al fútbol europeo. La frutilla del postre fue el arribo de su primer hijo. Fueron demasiadas emociones y cambios repentinos para la humilde vida de un chico de 16 años. “Me tuve que hacer cargo de mis hermanos, que eran rebeldes como yo. Fue una carga para mí, pero quería que mi familia estuviera bien y tuviera lo que necesitaba para vivir. Pensaba en llegar lejos pero para estar bien, no soñaba tanto en grande. Quería ganar plata y lo tomaba como un trabajo, no tenía muchas ambiciones en el fútbol. No lo sentía ni me gustaba y esa falta de pasión me habrá jugado en contra”.
Cosechó varias presencias en la Primera de Newell’s con Zamora y también formó parte del plantel dirigido por el Bambino Veira. Su escasa disciplina postergaba su explosión en la cancha. “Tuve mucha gente que me quiso ayudar, yo no me dejé o no me daba cuenta de las cosas. Estaba con gente que era igual que yo y no tiene la culpa. Era lo que yo quería, nadie me hizo hacer cosas que no quisiera. Podría haber sido diferente si me criaba en un ambiente con gente que tuviera otros pensamientos, pero era donde quería estar”, es una de las reflexiones, que hace 16 años más tarde.
La falta de contención y la enorme cantidad de estímulos que le cayeron de golpe impidieron que madurara y se formara como debía. Así y todo, el Billy confiesa que el fútbol probablemente lo haya salvado de una realidad peor: “Sin haber tenido un sueldo hubiera sido otra cosa. Al no tener un buen estudio por ahí hubiese descarrilado”.
Su vida transcurría entre los entrenamientos con el plantel profesional y las largas noches por Rosario: “El tema droga, nunca nada. En ese tiempo había pero no tanto como ahora. Era siempre salir de fiesta y nada más, terminaba solo en eso. Mis amigos nunca me ofrecieron y tuve la suerte de que nunca se me presentó. Éramos chicos que salíamos de fiesta”.
En el plantel era la alternativa a Damián Manso en la creación. En las prácticas se animaba a encarar al Patrón Bermúdez, que un día lo sacó de la cancha por una patada. Él no se achicaba, ya había vivido las difíciles en los potreros de la villa. Ni una pizca de temor le nacía cuando Leonardo Ponzio, que jugaba de 5 para los titulares y lo marcaba, les exigía a sus compañeros que le hicieran sentir el rigor.
Cuando Américo Gallego arregló en Newell’s quedó maravillado con las condiciones de Rodas. Incluso le dio algunos minutos en la derrota 3-2 con River (Clausura 2004) en el Coloso en la que él anotó el último tanto del descuento. El torneo siguiente el Rojinegro fue campeón del Apertura con Ariel Ortega como una de sus figuras y él ni siquiera jugó. Cuentan por Villa Banana que en más de una ocasión el Burrito se codeó en un asado por aquella zona con los amigos del Billy.
Así y todo, asegura que Gallego fue el técnico que más lo marcó en su trayectoria: “Veíamos la mentalidad ganadora que tenía y lo que sabía de fútbol y contagiaba. No volví a jugar por el desorden personal que tenía. El Tolo fue el que más trató de ayudarme y guiarme, me quería todo el tiempo al lado de él. Me obligaba a ir a comer todos los días al hotel donde se hospedaba y hasta quería que me fuera a vivir ahí, pero yo ya estaba con mi primera mujer y mi hijo”.
Arsenio Ribeca, reemplazante de Gallego, trató de resucitarlo futbolísticamente. No hubo caso. Los asuntos privados lo habían desbordado, las ofertas de clubes europeos se habían extinguido y también el seguimiento de los entrenadores de los seleccionados juveniles.
En 2007 jugó a préstamo seis meses en Tiro Federal y cuando finalizó la cesión también expiró su vínculo con Newell’s. Fue quizás el momento más crítico de su vida: “No quería saber más nada con el fútbol, pero tenía resposabilidades y no sabía hacer otra cosa”. Tras un breve paso por Cúcuta Deportivo de Colombia hizo un acuerdo con El Porvenir, que venía de descender a la Primera C, para jugar allí (siempre y cuando no surgiera una propuesta mejor). El llamado de Javier Torrente, quien lo conocía de Newell’s, para integrarse a Coronel Bolognesi de Perú fue más que una comunicación telefónica. Él lo convenció de continuar ligado al fútbol. Sin tantas presiones y tentaciones a su alrededor, rindió y dejó una buena imagen pese al descenso de su equipo.
La inestabilidad emocional lo condujo nuevamente a Rosario, donde quedó parado un semestre antes de ser convocado por el peruano Franco Navarro para el León de Huánuco. Una pretemporada le bastó para ponerse a tono en lo físico y armar la base del volumen de fútbol que desplegó a lo largo de un torneo en el que fue elegido figura. Los huanuqueños realizaron la mejor campaña de su historia y cayeron en la final con Universidad San Martín.
Ahí llovieron las ofertas. Sonó en Estados Unidos y Bélgica, pero se inclinó por Deportivo Quito, siempre priorizando lo económico. Sus metas eran claras: explotar sus condiciones como futbolista para augurar bienestar a su círculo íntimo. Ya no había sueños de selección ni de gloria deportiva. En realidad, nunca los había tenido. No existía la ambición adentro del rectángulo verde. Era su trabajo y punto.
Su estadía en Ecuador (2011) lo catapultó al Guizhou Renhe de China, donde firmó por tres años, pero duró solamente unos meses. Se embarcó en esta aventura a Asia junto a su familia, pero al no conseguir una escuela internacional para sus hijos su esposa regresó antes de lo esperado. La presencia de los españoles Nano y Rafa lo ayudó, sin embargo, la enorme distancia lo llevó a rescindir su contrato justo antes de que le explotara la cabeza. Terminó otra vez en Huánuco, donde había mermado el buen pasar deportivo y empezó a haber incumplimiento con los pagos. “Me agarraron 5 minutos de locura y dije ‘me voy’. Ahí estuve dos años sin jugar”, recuerda.
Un representante lo llevó al Talleres de Córdoba (2014), que iba a disputar el Federal A. Apenas había tocado la pelota en equipos del campo, semiamateurs. Inició la pretemporada y dejó el club cuando se enteró de que el entrenador, Jorge Ghiso, no lo había pedido como refuerzo ni iba a tenerlo en cuenta. Esta vez el parate había sido mucho más extenso y, cuando pensaba que no iba a volver a ser profesional, Zamora lo invitó a su expedición en el Jorge Wilstermann de Bolivia, donde se consagraron campeones. El dulzor no duró demasiado y volvió a Argentina.
En Estudiantes de Río Cuarto se repitió la misma historia que en Talleres, con un intermediario y dirigentes que habían acordado su arribo sin consultar con el entrenador de turno. El Billy cortó por lo sano y se alejó sin saber que el destino lo ubicaría nuevamente en territorio asiático. El Esperanza, club del ascenso japonés fundado por un argentino, lo fichó en 2017. Fueron seis meses olvidables en el aspecto deportivo, pero enriquecedores en el personal.
Su última experiencia profesional fue en la segunda división de Perú con la camiseta de Universidad César Vallejo. A fines de 2017 fue suplente en la derrota por penales en el desempate por el ascenso contra Sport Boys.
“La verdad, no me gusta para nada el fútbol. Tengo amigos fanáticos y les digo ‘no me hables más de fútbol’. Me cuesta ir a jugar con ellos. Le escapo al fútbol. Ni siquiera lo veo por televisión. Lo único que veo es Newell’s”. Con apenas 33 años Gustavo Rodas no descarta volver a ponerse los pantalones cortos para mantener a su familia, aunque por ahora apenas juega en un torneo amateur de cancha de 7 en Fisherton con Sentino, el equipo de sus amigos. De hecho ya experimentó en la conducción técnica en las inferiores de Tiro Suizo de Rosario y podría llegar a inclinarse por esa carrera. Las sensaciones encontradas que le da el deporte más popular de todos.
Su experiencia de vida lo motiva a enseñarles a los más jóvenes: “Veo que hay gente que está en el fútbol pero no enseña bien. Los padres ya les meten presión a sus hijos de 5 ó 6 años, quieren que lleguen a Primera para salvarse. Me gustaría guiarlos porque a mí me pasó eso. Por tanta presión quizás el chico llega sin ganas y no quiere saber más nada con el fútbol”.
Rodas no se salvó -económicamente- con el fútbol. Hizo algunas malas inversiones pero no se lamenta por nada. Vivió del fútbol hasta ahora. No retiró todas las fichas del paño en su disciplina predilecta y tiene claro que la búsqueda laboral excederá lo deportivo si así lo requiere su realidad. Estuvo durante muchos años alejado de su familia y hoy trata de sacarle jugo a su cercanía. Fue el fútbol el que le brindó la chance de comprarse su propia casa y ayudar a sus hermanos a tener las suyas.
A diferencia de su sentir, su hijo de 13 años juega y ama el fútbol más que nada. Es defensor zurdo. Pero el Billy le quita todo tipo de presiones y hasta tiene que bajarle revoluciones cuando se “pasa de rosca” por algún partido que pierde con su equipo o Newell’s: “Lo único que le exigimos es el estudio. Es un chico muy inteligente. Después si se da lo del fútbol...”.
Eliel le pide consejos y obviamente le pregunta por la época en la que jugaba con Messi. Gustavo le da algún detalle del Mundialito que compartieron en Balcarce jugando con la camiseta de Newell’s. O algún partido entre las categorías 86 y 87. “No sé si hubiera podido llegar a tanto como Messi, pero no me vuelvo loco, hoy estoy acá y no me arrepiento de nada. Se dio así”, es la conclusión del Billy.
Despojado de toda pasión, se mentaliza solamente en sueños que contemplen lo familiar: “Tengo una mujer de oro que me banca y muy buenos chicos, enseñados, respetuosos, responsables. Me gustaría trabajar con chicos pero no es mi sueño. Vivo el momento. Mi sueño es que la familia esté bien y que pueda ayudarla a lograr todo lo que se proponga”.
SEGUÍ LEYENDO