Oscar Ruggeri habla de sus manías, la política y muestra un costado desconocido: “Voy al banco y la gente me mira como diciendo ¿es o no es Ruggeri?”

El Cabezón expone una faceta distinta: cómo es detrás de cámara, la relación con sus hijos y el rol de abuelo. Además, un repaso por su agitada carrera desde el día que lo apretó la barra de Boca hasta el cortocircuito con Menotti

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¿Cuál es el verdadero Ruggeri? ¿El ex jugador malo de El Equipo de Primera y el Show del Fútbol o el suegro ideal que salió campeón del mundo y cuenta anécdotas en 90 Minutos?

— Ese primer Ruggeri en televisión fue cuando apenas terminé de jugar. Me venían a enfrentar y no me importaba nada. Cuando sos chico no medís. Todo es pelear. A medida que cumplís años pensás un poco más. Una vez el Gordo Muñoz me dijo “Oscar, contá hasta diez. Si seguís pensando lo mismo, dale para adelante. Pero muchas veces te va a servir para calmarte”. Como no tengo compromiso con nadie, como nunca arreglé nada, no hay alguien que venga y me pueda dejar callado. Igual ando más tranquilo.

¿Hoy en la tele se ve al mismo que sos cuando se apaga la cámara?

— Sí. Soy el mismo de la tele. La gente en la calle me mira y debe tener miedo de que ande gritando. Pero no. No me peleo en la calle. No me paro en un semáforo y digo “ey, vos, ¿qué te pasa?”. No me bajo del auto. Vivo mi vida muy tranquilo con mi familia. Disfruto. Hoy solo quiero tener tiempo.

Oscar Ruggeri se ve como lo cuenta. Igual que al aire. Del mismo modo que camina por los pasillos del canal para las fotos de Infobae. Es uno de los primeros en llegar para prepararse para 90 Minutos. Saluda a sus compañeros con una sonrisa. Amenaza con discutir fuerte en un rato y provoca una risa contagiosa. Sube por la escalera mecánica y saluda al que aparece. A la mujer de la recepción del primer piso, a las maquilladoras, a las vestuaristas, a los camarógrafos, a los sonidistas. A la gente de otros sectores que va a almorzar al buffet. Todos lo miran como el campeón del mundo. Pero él anda como uno más. Se lo nota feliz de ser Ruggeri. Es un chico en el cuerpo de un prócer futbolístico. Una estatua que camina como un tipo común.

¿Antes eras malo? Cuando el Passarella DT dijo que iba a limitar el acceso al predio de la Selección, declaraste “si no me dejan entrar voy con mi Pathfinder y tiro abajo el alambrado”.

— Fue una frase que tiré, como diciendo “¿cómo no me van a dejar entrar si jugué 100 partidos con la Selección?”. El predio lo encontró Bilardo y se hizo con partidos en los que no nos pagaban ni premio. Es como si hoy tengo ganas de ir y me dicen que no. No me pueden prohibir la entrada. Lo mismo en River con los campeones del mundo. El otro día leí en Infobae que Alzamendi tuvo que pagar entrada para ir al Museo... O Kempes, que fue a la cancha en Córdoba y no lo dejaban entrar. ¿¡Se llama Kempes el estadio y no vas a dejar entrar a Kempes!? Esa falta de reconocimiento me pone mal. Todo lo contrario a lo que pasa con los hinchas en la calle. Me dan cariño. Lo primero que me dicen es “campeón del mundo”. Algunos vienen y me tiran “dejame que te toque”. Increíble porque soy lo más simple posible. Mi familia me crió así. Nunca perdí la humildad. Nunca me creí todo lo que me pasó.

¿Nunca te la creíste?

— Cuando jugaba por ahí era la estrellita y alguna vez me equivoqué. Pero con la gente no. Siempre anduve con los pies sobre la tierra. Es algo que uno trae de chico.

— Hoy disfrutás de ser Ruggeri.

— Sí, hoy disfruto de lo que nos dijo Bilardo una vez: “Salgan campeones del mundo que la gente se lo va a agradecer toda la vida”. En ese momento, con 24 años, no tenía idea. Nosotros vivíamos el momento, queríamos cobrar premios y no nos pagaban. Ahora valoro ir por la calle y que me saluden. Por ahí entro a un lugar y la gente se sorprende al verme. El otro día fui a dos bancos distintos a pagar expensas. Yo saco el número y me siento. Y claro, como no soy cliente de esos bancos, me tienen una hora y media esperando... La gente no entiende. Me mira como diciendo “¿es o no es Ruggeri?”. Yo me río. Me gusta hacer la vida que hacen todos.

— Igual podrías pagar por Home Banking.

— No señor. Yo quiero ese ticket que me dan ahí. Por ahí se traba la máquina y me dicen “vení mañana a buscar el comprobante”. Ahí estoy todo el día mal. Me gusta verle la cara al cajero. ¿Viste que hay cámaras en los bancos? Como me controlan a mí, yo también controlo al que me cobra. Pac, pac, el sello. Eso quiero. Aunque ahora no hacen más pac, pac. Te dan un ticket y te vas. Yo por eso antes de irme lo miro bien al tipo, controlo la cuenta donde deposité... No la paso bien pagando de otra forma. Mis hijos pagan por Internet pero yo no puedo.

— ¿No vas a bajar el Waze?

— No. ¡¿Qué Waze?! Si pongo eso no conozco la ciudad. Mis hijos andan con ese aparatito. Les digo vamos a la calle tal y no saben. “Pará, papá, que pongo el teléfono”, me dicen. No. A mí me gusta ir, perderme, preguntar... Bajo la ventanilla y le digo a uno “che, perdoname, ¿dónde queda tal calle?”. Se preguntarán “¿este boludo por qué no pone el aparato?”. No me importa. No tengo Waze ni lo voy a tener.

— Dijiste que querés comprar tiempo. ¿Para qué lo querés?

— Para disfrutar. Ahora con Nancy, mi mujer, estamos viajando bastante. Y para viajar necesitás tiempo. No podés estar en un programa y de pronto decir “che, no vengo este mes”. Por eso siempre les digo a todos que disfruten del tiempo. El otro día emparejé todo el terreno del parque. Vino un tipo con una maquinita y lo ayudé a levantar los troncos, a sacar la tierra. Los pibes no tienen tiempo para cortar el pasto. O le pagarían a un tipo para limpiar la pileta. Yo mientras el tipo trabajaba, me pasé el barrefondo. A veces hasta pierdo el teléfono. Lo dejo en la casa y estoy todo el día sin atender, sin saber qué pasa. Así disfruto.

— ¿Es verdad que tu mamá te mira siempre por televisión?

— Todos los días. Y los martes y jueves, que no voy, come temprano y lo mira igual. Porque como a veces le aparezco desde afuera y no se lo quiere perder. Por ahí si ve que no estoy, se duerme una siestita. O a veces igual mira el programa. Y después pone a Candela, que está en ESPN Redes. No se lo pierde porque la nieta está todos los días.

— ¿Cómo sos como hijo?

— Muy bueno. Como me enseñaron mis papás. Yo estaré agradecido de por vida porque me enseñaron con toda la humildad del mundo. En mi casa no nos sobraba nada. Mi vieja siempre me decía “Oscar, andá a estudiar”. Ella no había tenido estudio. Y lo único que quería era que yo terminara quinto año. Hoy le decís a un pibe “terminá quinto año” y se te caga de risa. Es más natural. Por eso cuando yo pude, mi papá y mi mamá fueron dos reyes.

— ¿Les llegaste a dar todo lo que querías?

— Toooodo. Mi papá era camionero. Estuvo 30 años arriba de un camión. Tenía la espalda hecha mierda porque no paraba. Era uno de esos tipos laburadores de verdad. Por eso a veces me enojo y les hablo a los vagos. Yo mamé de mi viejo lo que era trabajar. No paraba, loco, porque quería que tengamos comida, que estudiemos, que tengamos ropa. Por eso cuando pude, entre los 50 y 55 años de él, le hice vender el camión. Le dije “viejo, no laburás más. Ahora a disfrutar. Te vas a venir a todos lados conmigo”. Así vivió en España, en México. Y también viajó al Mundial de Italia. Yo quería que fuera ahí. Pensar que al de México no quisieron venir y salimos campeones.

— ¿Justo a México no quisieron ir?

— No querían salir de Corral de Bustos. Me costaba mucho arrancarlos del pueblo. Al de Italia sí vinieron. Le dije “escuchame, es una vergüenza que no conozcas el pueblo de tu papá”. Yo fui a jugar a Ancona solo porque ahí nació mi abuelo. Ni sabía el equipo. Estuve siete partidos. Y una vez que lo conocí, me fui a la mierda a México. Por todo eso, cuando se murió mi papá lo despedí con todo el dolor del alma pero feliz. Me cuesta bastante llorar. Lo miraba mientras él estaba en el cajón y por dentro le hablaba. Le decía “viejo, esto es así, el de arriba llama. Igual estoy feliz porque vos disfrutaste. Y porque me disfrutaste. Yo sabía que cuando jugaba vos siempre estabas ahí”. Mi viejo ganó un cordero con mi primer gol en Boca. Todavía no había vendido el camión. Y él hizo una apuesta con los compañeros a mano de Boca. Lo escuchó por radio. Ganamos 1 a 0 y él debía andar agrandado con todos los choferes. Ya era el papá de Ruggeri... Por eso digo que me dolió cuando se murió pero me sentí tranquilo. Las cosas hay que hacerlas en vida. Después, da igual si vas o no al cementerio a llevarle una flor.

— ¿Como padre cómo sos?

— Tranquilo. Jamás les pegué a mis hijos. A veces les preguntan “¿che, tu papá les pegaba?”. No sé, algunos deben decir “Ruggeri es el loco de la cancha que se va a la casa y sigue dando patadas”. Me cargan los guachos. Mis hijos siempre cuentan que yo ponía cara de malo, nervioso, pero siempre me frenaba a un metro, ja. Igual de chico a mí me dieron cuando hacía cagadas. Eso me sirvió de grande. No me pegaron. Me educaron.

— ¿Qué te saca más: que un hincha de Boca te grite traidor o que te pidan el teléfono de Candela?

— Que me pidan el teléfono de Candela. Las puteadas me agrandaban. Pero tipos grandes diciéndome “dame la nena” me saca. En el Mundial estaba gritando con la tribuna porque pensé que eran cantos por Argentina. Y ahí me di cuenta de que me gritaban “entrega la nena”. Por eso me salió la puteada al aire. De los pibes me la banco.

— ¿Apretaste a algún noviecito?

— Tuve charlas...

— ¿Qué tipo de charlas?

— Sin agresiones. Hay una frase que les decía siempre. “Felices, felices todos. Tristes, tristes todos. No te vas a ir y me dejás una bomba ahí mientras vos te reís, porque se pudre todo”. Una charla para que la entienda...

— ¿Era difícil para tus hijas llegar al “papá, te presento a mi novio”?

— Al principio sí. Es que vos las ves crecer. Y de pronto esa nena aparece un día llorando. Me duele que sufran. Pero cuando los pibes son buenos y laburadores, todo bien. No tengo de qué quejarme con los que me tocaron. Quiero eso. Y que sean respetuosos de la mujer, como me enseñó mi mamá. Cuando hablaba mi abuela en mi casa nadie interrumpía. Hoy con las cosas que están pasando me vuelven loco. Que les peguen a las mujeres. O que le peguen a la gente grande para sacarle la jubilación.. Yo a ésos no les perdono nada. Con los que violan, con los que matan, sería muy malo.

"Lo más lindo de ser
"Lo más lindo de ser abuelo es cuando abrís la puerta y vienen tus nietos corriendo a abrazarte"

— ¿Cómo sos como abuelo?

— De primera. Si ser abuelo es una papa. Vienen, los abrazás, les das todo. Y cuando se complica, cuando llega la llorada, le decís a tu hija “Daiana, vení a buscar al nene que está llorando” y se lo llevan. Lo más lindo es cuando abrís la puerta y vienen tus nietos corriendo a abrazarte. Ahí se me caen los pantalones. Es un amor distinto. Tener nietos es algo que hay que vivir.

— ¿Te dicen abuelo, Oscar o Cabezón?

— No. Me dicen Raba.

— ¡¿Raba?! ¿Por qué Raba?

— Porque Nancy me dice Raba de toda la vida. No sé por qué... Una vez salió así y quedó. Los dos vienen y me dicen “Raba, Raba”. La escuchás a la nena diciendo Raba y te morís.

— ¿Cuando bailaste con Candela en lo de Tinelli fue para pagar una deuda?

— Exacto. Me tenía agarrado... Igual tengo que hablar con Candela. Porque el otro día vi que hizo una nota y le dijo a un jugador “mi papá tampoco llegó al parto”. Tiene prohibido decir eso. Yo había pagado al ir al Bailando. En ese momento reuní a la familia y le dije “miren que está bárbaro el Bailando pero es peligroso, por ahí te tiran cosas al aire”. Me respondieron “si no tenés problemas, vamos”. Y aclaré: “Voy Candela, pero saldo la deuda”. En los demás partos estuve. Con ella estaba con Vélez en Necochea. No tenía avión. Fui en auto y no llegué por media hora.

— ¿Qué pensabas cuando te veías bailando en televisión?

— Nunca me miré. Me daba vergüenza. ¿Sabés lo que me cargaban mis amigos en Corral de Bustos cuando me veían bailando con calzas? Se me cagaban de risa. Pero toda mi familia la pasó bien. Y tengo que rescatar al equipo de Tinelli. Desde el que limpia hasta él, poderosos o no, todos tuvieron mucho respeto conmigo y mi familia.

— ¿Es difícil que tu hijo varón quiera ser futbolista?

— Sí, es difícil. La pasa mal él y la pasás mal vos. Si entran a un club, dicen “lo puso el viejo”. Y puede pasar que el técnico no lo ponga para que no digan que se deja presionar. Entonces perjudican al chico. Deben tener mucha personalidad los hijos de los jugadores. Se pueden contar con los dedos. Higuaín, Solari, Simeone... Los demás se quedan en el camino porque les cuesta romper con el apellido. Más si son apellidos que fueron exitosos.

— Debe ser difícil además porque un padre quiere que su hijo sea mejor que él.

— Es que vos te sentás en la tribuna y ves al hijo de Ruggeri. Y empezás a gritar “che, ¿vos no viste jugar a tu papá?”. El pibe se va a la casa cansado de que le digan eso y la mayoría deja. Yo quisiera que Stephan sea jugador porque es lo que quiere. Se sacrifica. Ahora está en Estados Unidos jugando... No le estoy muy encima porque no le quiero romper mucho los huevos. Él quiere triunfar y tal vez sea difícil romper el techo que tienen estos pibes.

— ¿Cuánta gente te habló de la anécdota de cuando fuiste al crematorio?

— Uhh. Desde que la conté en 90′ me preguntó todo el mundo. Lo primero que me preguntan es si es verdad.

— ¿Y es verdad?

— Sí, tal cual. No sé si se habrán enojado al escuchar que lo conté porque está prohibido entrar. Pero bueno... Fue en la Chacarita. Había fallecido la abuela de Nancy, la iban a cremar... Entonces pensé: “Todos creman, yo quiero entrar a conocer cómo es”. Ahí me dijeron “Olvidate, ni en pedo te dejan”. Igual fui a hablar con la directora y se lo pedí. Ella me contó que no era fácil. Que había que bancársela. “Yo no tengo ese miedo, quiero saber qué es lo que pasa que van todos al crematorio”, le respondí. Ahí lo viví y juro que fue terrible. A la señora la sacaron del cajón y la pusieron en una fuente. Yo no sé si me creen pero es como si fueras una pizza. En un horno grande. Y cuando entró al fuego se sentó la señora...

— ¿Ahí qué sentiste?

— Me cagué todo. Dije “gracias, chicos” y me fui a la mierda.

— La gente te sigue. Te escucha. ¿Pensaste en algún momento en meterte en política?

— No, porque no sirvo. Hay que ser político y yo no soy político.

— ¿Qué es lo que más te duele del país?

— Me duele que Argentina sea un país pobre. Me duele en el alma. Más allá de que haya gente rica, somos pobres. Me vuelve loco que no se ayude a los nuestros. Porque cuando yo estuve afuera me hicieron sentir extranjero. Por ejemplo, cuando Nancy estaba embarazada y todavía no me había salido el carnet de la obra social que te da el Real Madrid, no la atendían. Yo no digo que no atiendan pero quiero que estemos bien los argentinos. No me gusta que todo el día haya gente cortando las calles. Sé que hay gente que perdió el laburo. A ellos hay que ayudarlos. Las pymes, por decir algo. Generalmente son de clase media. ¿Cómo se les ocurre a los que gobiernan llamar a los de las pymes y decirles “no te voy a cobrar este impuesto este año, pero vos tenés que contratar a un empleado”? Si no, te cobro el doble. Lo digo sin saber nada de economía pero me lo imagino... Hay que tener calle. Calle, muchachos. No se puede vivir en una burbuja. Hay que ayudar al laburador. Cubrilo si el tipo laburó toda la vida. Y le das seis meses para buscar. No regalen la plata porque estamos educando para la mierda. No los vas a hacer laburar más. Algunos están en la casa cagándose de la risa. Total cobran el plan. Se van a cortar la calle. De eso reniego y me duele. Cuando uno está gobernando, los otros de afuera dicen “no, hay que hacer tal cosa”. Pero si ustedes estuvieron antes. ¿Por qué no lo arreglaron? Siempre hubo pobres.

— Pero cada vez hay más.

— Sí. Cada vez hay más. ¿Por qué? Afuera no pueden creer el campo que hay en nuestro país. Me vuelven loco las peleas entre nosotros, las discusiones que no llevan a ningún lado. No me molesta si opinan por el bien del país. Pero no con camisetas. Me pasa cuando veo a los actores que se pelean. No me gustan los fanáticos porque no miran más allá. Yo los admiro porque veo las películas, los veo en la tele. Ya cuando son muy fanáticos dejo de admirarlos. Y no me gusta perder eso. Me gusta que opinen. Los que pagamos tenemos que exigir. Pero no quiero el fanatismo. Me encantaría que le encuentren la vuelta y dejemos de ser un país pobre. Que no sufra la gente. El laburador, el que les enseñó a los hijos que hay que laburar. No me gusta ver los chicos cortando la 9 de Julio. Andan chiquitos corriendo ahí. ¿Qué les estamos enseñando? Que de grande hay que ir a cortar la calle, que te traen plata y comida. Yo paso todos los lunes, miércoles y viernes por ahí. Me hierve la sangre a mi edad.

— Algo que sí te puso contento fue ver a Diego dirigiendo en la Argentina.

— Sí. Porque está feliz. Y eso que no venía ganando. Ojalá que Diego gane y se salve. Me encantaría. Ahora miro los partidos de Gimnasia... Los miramos todos. Y si no, lo primero que preguntamos es qué pasó con Gimnasia. Me gusta porque Diego es un tipo que nos hizo muy felices a todos. Yo fui feliz al disfrutarlo de cerquita.

— ¿Cómo era Diego como compañero?

— Espectacular. Se lo podía cargar a Maradona. Diego era uno más dentro de la concentración. Aunque cuando salíamos nos dábamos cuenta de lo grande que era. La gente rompía todo. A los restaurantes no podíamos ir. Te movían el micro. En Sudáfrica de pedo no nos tumbaron un avión... Cuando estábamos en Boca llegamos a jugar a Costa de Marfil. Fuimos al aeropuerto y por primera vez no había nadie. Ahí dijimos “cagamos, acá no lo conocen”. Y de pronto se empezó a escuchar “Die-go, Die-go, Die-go”. Invadieron la pista y se subieron al ala del avión. Nos bajamos a la mierda porque lo rompían todo.

"Bilardo está loco. Y nosotros
"Bilardo está loco. Y nosotros también. Si no, no se podía aguantar" (Foto: NA)

— ¿Bilardo está loco?

— Sí. Bilardo está loco. Y nosotros también. Si no, no se podía aguantar. Hubo jugadores que renunciaron a la Selección. El Turco García es uno. Yo lo cargo hasta el día de hoy. “Boludo, podrías haber sido campeón del mundo”, le digo. Y él sabe que es así. Un día, en una práctica, le dijo “Bilardo, andá a la concha de tu madre”. Le tiró un pelotazo a la mierda y no vino nunca más. Tácticamente te tenía cuatro horas parado y no podías distraerte porque venía con una pelota en la mano y te la tiraba. Era complicado pero nos educó.

— ¿Bilardo es uno de los tipos que si lo tocan te agarrás a piñas?

— Sí. Por eso declaré una vez “el que se mete con Bilardo se mete conmigo”. Más ahora... Cuando tenía el programa y se podía defender, lo hacía él mismo. Ahora que está enfermo y no se puede defender, tenemos que saltar.

— ¿Por quién más saltás?

— Por Coco Basile. Yo pensaba que ya estaba afuera de la Selección. Ahí me llamó y dijo delante de todos “Ruggeri es el capitán de la Selección”. Y había monstruos ahí. Me dio vida para jugar siete años más. Y eso que estaba medio ahí cuando me vine del Madrid... Dije “voy a Vélez, que están Gareca, el Gallego González, dos años y me retiro”. Otro que defiendo a morir es el Bambino Veira. Lo tuve en Vélez, en San Lorenzo y en River. Y también a Griguol. Con el Cai Aimar son buena gente. Nosotros lo entendimos tarde en River... Y por Román, el primer DT que tuve en Boca. No sé si hubiese llegado a jugar sin él. Me hizo estudiar. Me iba a buscar a las once y media de la noche a la escuela cuando los vagos con los que estudiaba me querían llevar a los boliches.

— ¿Imaginabas que Simeone iba a ser este pedazo de entrenador?

— Imaginaba que iba a dirigir pero no llegar tan alto. El Cholo es uno de los mejores entrenadores del mundo. Y me pone muy feliz. Yo le transmití la educación que me dieron los jugadores de Boca. Pernía, Gatti, Mouzo, Sá, el Chino Benítez, Suñé, Ribolzi, Perotti, Cacho Córdoba, Morete, Randazzo, Krasouski. Ellos me marcaron con el cuidado, con el profesionalismo. Nunca me sacaron de noche. Estaba prohibido yo. Esto se lo digo a todo el mundo: no hay carrera más linda que la de jugador de fútbol. Hay que cuidar la profesión. Son 10/12 años de carrera fuerte y después la estirás. Te dan hasta las chancletas... Ahora tenés médico, nutricionista. Para mí ahora sería una papa. Por cómo fui de profesional de pibe, hoy hubiera sido mejor jugador de lo que fui.

— ¿Por qué te enojaste tanto con Menotti?

— No me gustó cómo entró. La Selección ya tenía un manager. No me vengan con que él es Secretario de Selecciones porque eso es un verso. Si lo querían echar a Burruchaga era simple. Lo llamabas y le decías “hasta acá llegamos”. Él se va a la casa y se terminó. No tenés que ponerle un tipo por encima. Y no a cualquiera. A Menotti... Yo lo respeto porque él inició el camino. El tipo hizo que todo fuera más serio en la Selección. Pero él tendría que haber llamado a Burruchaga y decirle “vamos a trabajar juntos, para que los jugadores crean en la Selección”.

— ¿Fue porque estaba tu amigo Burruchaga o te jugó el Menotti vs. Bilardo?

— No me jugó el Menotti-Bilardo. Yo no me meto con eso. Pero después me salieron a contestar los hipnotizados...

— ¿Quiénes son los hipnotizados?

— Esos cuatro o cinco que hablan siempre de Menotti son los hipnotizados. Cuando los llamé así, salieron a hablar sin que los nombrara. Ahí me volví loco. Porque les avisé que iba a pasar esto... Si vos le querés hacer un reconocimiento a Menotti, me pongo de pie y aplaudo. Pagale lo que quieras porque se lo merece. Fue grande. Por ahí te gusta más Bilardo pero al tipo hay que respetarlo. Ahora, vos sabés que tiene 81 años, que no puede viajar, que no quiere, que no puede estar con la Selección todo el día como debe hacer un manager.

— ¿Vos querías el puesto de Menotti?

— Sí, yo quería ese puesto. Si sabía que lo iban a echar a Burru, me anotaba.

— Pero cuando criticaste a Menotti fue porque veías mal lo que hacía, no porque lo querías afuera.

— No. Yo lo quería afuera a Menotti. Quería estar yo, ¿qué no? Si él entró así. Se metió cuando ya había alguien.

— ¿Por qué creés que no te llamaron?

— No entiendo. Algún día me gustaría sentarme con Tapia, el presidente de la AFA, y decirle: “Decime una cosa, si ibas a sacar a Burruchaga, ¿por qué no me diste la posibilidad? Yo estoy capacitado”.

— ¿Ese puesto sería el único que te haría volver al fútbol?

— Sí. Dirigir, nunca más. Yo moriría por ese lugar porque es la Selección. Estaría todo el día en Ezeiza. Dejaría de pedir tiempo para disfrutar. Y no estaría solo con los grandes. Iría con los pibitos. Me pelearía con los clubes para que me den los jugadores. Que sea prioridad la Selección. Que se firme: yo llamo a tal jugador y no me interesa nada, mañana a las 9 está en el predio. Es la única forma de que vuelvan a sentir la camiseta de la Selección.

Ruggeri y su deseo de
Ruggeri y su deseo de ser parte de la estructura de Argentina como manager: "Yo moriría por ese lugar porque es la Selección" (Foto: NA)

— ¿A Messi qué le dirías si vos estuvieras ahí?

— Que sea feliz. Que no se vaya de la Selección sin haber llegado a ganar algo. Y que no deje pasar el tiempo con los jugadores. Ahora lo vi más involucrado. Yo le diría que hablen cada vez que lleguen al predio. Que no estén dos en una habitación, dos en otra. Que grite “reunión” y adentro. Yo escuchaba que me puteaba el resto cuando metía el grito. Pero venían y escuchaban. Quieras o no, Simeone, Batistuta, Caniggia, todos escucharon. El tipo es el mejor y tiene que ser el mejor ahí adentro. Eso lo consigue cuando llega un chico que se queda duro al verlo a Messi y de pronto ve que Messi lo abraza. Que el resto de los jugadores vea que Messi es normal. Es el último Mundial de Messi. Es su última oportunidad. Tiene que hacer eso. Debe mentalizar a los pibes. A mí me gusta lo que está pasando. Fui uno de los primeros que dijo “Scaloni tiene que dirigir el Mundial”. Y estaba contra todo el mundo...

— ¿Boca o River?

— River.

— ¿Por qué?

— Porque me trataron recontra bien. Y lo mismo me pasa ahora cada vez que voy a River. Pareciera que entro a mi casa. Llego al club y hasta me hacen un lugar en el estacionamiento donde paran los jugadores. No puedo más que agradecer. Cuando me fui de Boca, River me abrió las puertas. Y eso que no era fácil traer a un tipo de la contra. Por eso digo River. Aunque no dejo de reconocer a Boca, que me hizo vivir ahí, me hizo estudiar. Todo lo que me pasó después fue gracias a Boca. Pasa que también viví cosas feas. Nunca cobramos. Yo jugué seis años ahí: hoy me hubiese cagado de risa. En esos tiempos compraba la carne, la verdura y se me acababa la guita... Era ridículo. No teníamos ropa. Muy loco todo. Después me pasó que me quemaron la casa con mis viejos adentro. Eso me marcó.

— ¿Cómo fue el día que los apretó la barra en La Candela?

— Era el equipo del 81. Estaba Diego, Brindisi... Fue previo a jugar con Estudiantes. Veníamos punteros y se nos acercaba Ferro. Pin, pin y adentro todos los partidos. Pero el equipo había caído un poquito. Fue terrible. Cayeron 100 negros, todos con un revólver en la mano. Nunca vi algo igual. Teníamos un teléfono gris, el único que había. Perotti estaba hablando. Le dijeron “cortá”. El Mono les dijo que no. Para qué... Arrancaron el cable de la pared y el teléfono voló a la mitad de una cancha. A la mierda. Todos incomunicados. Nos rodearon y nos arrinconaron en una sala de juegos. No me olvido más: el revólver lo movían para arriba y para abajo. “Hoy les vengo a hablar. Mañana, a las seis de la tarde, no hablamos más”, tiró el Abuelo. Yo estaba atrás. Era un Ruggeri calladito, de 18 años. Diego quiso hablar y le dijeron “shhh, con vos no es, Maradona, no hables”. Y se la bancó callado. Nos cagaron a pedos de una manera increíble. Al otro ganamos 1 a 0 con gol de Perotti y salimos campeones.

— ¿Cuando decís que no te arrepentís de la patada a Chilavert es verdad o parte del personaje?

— Es verdad. Se lo digo también al que me lo pregunta en la calle sin ninguna cámara. Yo ese día no veía a nadie. Ni hinchas ni compañeros. Eran Chilavert y yo. Solos. Él primero me escupió en un córner. Ahí le dije “antes de que termine el partido una te voy a pegar”. Estaba ido. No me importaba nada. Fue la única vez que me pasó.

— ¿Pero mejor que no lo agarraste?

— No sé si... Porque no me gusta que me escupan. Eso que me hizo es de malo. Y yo soy así: cuando son buenos, soy bueno. Cuando son malos, soy malo. Igual ya pasó. Estamos viejos chotos... Ya no podemos pelear más.

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