Por Eduardo Bolaños
Todavía resonaban en los oídos de los futboleros argentinos los ecos del estruendoso fracaso del Mundial ’74. Apenas habían pasado dos meses, pero el gusto amargo continuaba. Los 22 apellidos que viajaron a Alemania despertaron ilusión, sumado al hecho de volver a una Copa del Mundo, tras la ausencia en México ’70. Pero desde la dirigencia se habían cometido tantos errores que la posibilidad de una buena actuación se situaba en el mundo de las quimeras.
Improvisación era la palabra que definía la realidad de la selección nacional en septiembre de 1974, en días que el presidente de la AFA era David Bracuto, un hombre vinculado al sindicalismo, fuerza que estaba adquiriendo cada vez más poder, tras la muerte de Juan Domingo Perón y ganando posiciones decisivas en el gobierno de su sucesora, María Estela Martínez. Braccuto ostentaba el cargo desde el mes de junio y con anterioridad había sido la máxima autoridad de Huracán, que el año anterior había obtenido su único título en primera división. Aquel lauro quedó en la leyenda del fútbol argentino. Por la calidad del equipo, la exquisitez de sus integrantes, la voracidad ofensiva y el no renunciamiento a una manera de sentir el juego inculcada por el entrenador, César Luis Menotti.
Tras la renuncia de Vladislao Cap (el DT en el Mundial de Alemania), Braccuto le ofreció el cargo al flaco, que asumió el desafío, dejando en claro que lo más importante era que se aceptaran sus condiciones de trabajo. Aquellas que marcaron a fuego la historia de nuestra selección, porque gracias a su idea de reorganización y seriedad, las cosas cambiaron. El equipo nacional pasó a ser una prioridad y para los futbolistas, ser convocados era un anhelo y un orgullo y no una carga pesada, como ocurría hasta poco tiempo antes. Era el amanecer de una nueva era.
La duración del contrato era de cuatro años, con el firme objetivo de trabajar con tranquilidad y la proa puesta en Argentina ’78. El último día de septiembre se conoció la primera lista de Menotti, para enfrentar el 12 de octubre a España en cancha de River. Los dieciocho convocados fueron: Rubén Sánchez, Osvaldo Potente, Enzo Ferrero (Boca Juniors), Jorge Leyes, Jorge Carrascosa, Miguel Brindisi, Carlos Babington, René Houseman, Francisco Russo (Huracán), Juan José López (River Plate), Carlos Gay, Eduardo Commisso, Miguel Ángel López, Francisco Sa, Miguel Raimondo, Daniel Bertoni, Ricardo Bochini, Agustín Balbuena.
Al día siguiente, Independiente se clasificó para la final de la Copa Libertadores y esto trajo consigo el primer inconveniente. En aquellos tiempos, las fechas de ese certamen no se establecían con antelación, sino que eran de común acuerdo entre los clubes. Ambos decidieron que los dos cotejos se disputaran el 12 y el 16 de ese mes, reservando el 19 como opcional para el encuentro desempate, que finalmente se utilizó y donde el cuadro argentino se consagró campeón.
En consecuencia, Menotti se reunió con los dirigentes de Independiente y con los ocho designados, para informarles que los liberaba de la convocatoria, para que pudieran afrontar el compromiso ante San Pablo. En su lugar, llamó a nuevos futbolistas: Roberto Rogel, Vicente Pernía, Roberto Mouzo, Alberto Tarantini y Marcelo Trobbiani (Boca Juniors), Jorge Paolino (Racing) y Edgardo Di Meola (River Plate). Unos días más tarde, fue citado para completar el plantel, Juan Alberto Taverna, delantero de Banfield, que en ese lapso (domingo 6 de octubre) anotó su nombre y apellido en la historia del fútbol argentino, al ser el único jugador en convertir 7 goles en un partido de primera división. Lo hizo ante el modesto Puerto Comercial de Bahía Blanca, en la categórica goleada de su equipo por 13 a 1.
En los días previos, el choque con España concitó gran atención de los medios, porque no solo se trataba de la confrontación futbolística, sino una primera prueba organizativa de cara al Mundial ’78. Por ello llegaron las máximas autoridades de la FIFA, que recorrieron algunas de las subsedes postuladas y observaron cómo sería el trabajo de la prensa en el estadio Monumental. Lo concreto es que en el año y medio posterior, poco y nada se avanzó en materia de construcciones y refacciones, y que las mismas se hicieron en tiempo récord (algunas con montos cuestionados) y en momentos en que Argentina pudo perder la sede.
Desde hacía poco más de dos meses, los cuatro canales que se sintonizaban en Capital Federal y Gran Buenos Aires estaban en manos del Estado, tras dar por concluidas las licencias privadas del 9, 11 y 13. Se encontraban bajo la órbita de José López Rega, mucho más que el titular de la cartera de Bienestar Social. Era un súper ministro con amplios poderes y en función de ello determinó que el partido se viera por dos emisoras, en un hecho muy poco común. El tradicional, que era el 7, con Oscar Gañete Blasco, Enrique Macaya Márquez y Mauro Viale y a él se sumó el 11, con Horacio Aiello, habitual relator de la Copa Libertadores. Necesitaba que el partido tuviera la mayor difusión posible.
Otro símbolo de su extenso poder fue ver a un grupo de jóvenes, en los minutos previos al inicio del match, formando en el centro del campo, cada uno con un inmenso cartel blanco con letras negras, formando la inscripción “Bienvenidos a la Argentina potencia”. Un slogan lanzado por Juan Domingo Perón a fines del ’73 y que López Rega había hecho propio con el fin que sea propaganda de Estado y base de su proyecto político.
En el aspecto futbolístico, las dos primeras prácticas fueron en cancha de Racing y las siguientes en el campo de Ferro Carril Oeste, ya que lejos estaba la selección nacional de soñar con tener un predio propio. Allí Menotti comenzó a delinear el equipo al tiempo que brindaba sus conceptos, siempre claros con respecto a una manera de ver el fútbol. Quedó definido el equipo titular y los suplentes. De los convocados, solo uno quedó fuera y fue Juan José López, como preludio de una larga serie de desencuentros entre él y el entrenador, que se profundizarían con el correr de los años.
Hubo demasiado protocolo en la previa, con desfiles de deportistas de las más variadas disciplinas, como ajedrez, yudo, yachting y polo entre otros, por la pista de atletismo de un Monumental que estuvo a menos del 50% de su capacidad. Poco antes de las 17, los once que salieron a defender la celeste y blanca fueron: Sánchez; Pernía, Paolino, Rogel y Carrascosa; Brindisi, Russo y Babington; Houseman, Di Meola y Ferrero. Estaba en juego la “Copa Hispanidad” y enfrente apareció una España también en formación, pero con mayor rodaje en conjunto, con el figura legendaria de Ladislao Kubala como entrenador.
Argentina intentó tomar la iniciativa y mostró en los punteros Houseman y Ferrero, a lo mejor de los 45 minutos iniciales. En la segunda parte, buscó más movilidad con los ingresos de Potente y Trobbiani, pero el que se lució fue el mediocampista central de la visita, José Martínez Sánchez, conocido por todos como Pirri. Se hizo dueño de la pelota, haciendo jugar a sus compañeros. Y fue precisamente él quien abrió el marcador a los 82 minutos con un disparo que desvió en Trobbiani, se elevó y cayó por detrás de Rubén Sánchez. Pero apenas un minuto más tarde, llegó el empate. Su autor fue Roberto Rogel, quien sentado en la mesa de un porteño bar del barrio de Flores, evoca el momento: “En el vestuario hablé con Di Meola, que era nuestro centro delantero y le dije: cuando veas que yo quito y me mando al ataque, preparate. Te la voy a pasar y voy a picar para el otro lado de donde creen todos, así se hace el hueco y llego al área”.
Tal como lo habían planeado, se produjo la jugada: “Vi la oportunidad y me mandé. Además, teníamos que ir en busca del empate. Robé y pasé al ataque. Se la di a Di Meola, quien se abrió sobre la derecha y mandó el centro. Le di de cabeza, pero la pelota rebotó en el ángulo que forman poste y travesaño. Había sido tan fuerte, que el arquero no pudo hacer nada y el rebote cayó en el punto penal. Ahí salté más arriba que todos, desparramé a algunos rivales (risas) y metí otro cabezazo que se convirtió en el empate que festejamos mucho. En mi caso particular, era un sueño enorme hacer un gol con esa camiseta”.
El testimonio de Rogel vale también como contraste, porque había sido partícipe de varias convocatorias anteriores, donde la improvisación siempre daba su oscuro presente: “En marzo de 1970 teníamos que jugar contra Brasil, en Porto Alegre, unos meses después de habernos quedado afuera del mundial. Pizzuti era el entrenador y nos reunió apenas unos días antes en el hotel internacional de Ezeiza. Fuimos solos, nadie nos acompañó. Íbamos al matadero. Sin embargo, le ganamos 2-0 al equipo que luego fue campeón del mundo en México ’70. Así era la realidad de la selección, cosa que cambió completamente a partir de ese debut de Menotti. Porque se creó una mentalidad de organización que le hizo muy bien a nuestro fútbol”.
Al enfrentarse a la prensa en los vestuarios, tras el justo empate en un tanto, Menotti dejó varias reflexiones que apuntaban más al futuro que a ese espinoso presente. Quedó una frase, con aires premonitorios: “El día que comprendamos que debemos jugar en permanente movilidad y no nos moleste que tengamos siempre el marcador encima, podremos hacer valer nuestra mayor capacidad para el toque. Y no tendremos la obligación de transportar tanto la pelota por temor a entregársela a un compañero que viene con un rival pegado”. Ese fue uno de los aspectos sobre los que trabajó durante cuatro años y que se cumplió en 1978.
César Menotti dirigió dos partidos más a la Selección en lo que quedaba del calendario de 1974. Fueron encuentros ante Chile por la Copa Dittborn con victoria 2-0 en Santiago (goles de Juan José López y Ferrero) y 1-1 en cancha de Velez con tanto marcado por el debutante Rubén Galletti de tiro penal. El detalle curioso es que Menotti siguió siendo el entrenador de Huracán en esos meses, haciendo las dos funciones al mismo tiempo. Su despedida oficial como DT del globo fue el 24 de noviembre en la victoria 2-0 ante Atlanta en Parque Patricios.
Eran tiempos de inestabilidades en el país. Y la selección argentina no iba a contramano de lo que sucedía en todos los ámbitos. Sin embargo, esa tarde del sábado 12 de octubre de 1974 se afincó la piedra fundacional de un hecho saludablemente atípico: el inicio del ciclo de un director técnico a quien se le respetó su plan de trabajo, se le otorgó seriedad a las convocatorias y en ese marco, se trabajó a conciencia rumbo al mundial. El resultado, fue un festejo multitudinario en el inolvidable 25 de junio de 1978. Un merecido premio para el fútbol argentino.