El entrenador de Boca es más escuchado que el Ministro de Economía en la Argentina. Es difícil encontrar el equilibrio entre lo que piensa y lo que debe decir. Igual está obligado a entender -más que nunca- la importancia de saber comunicar. Gustavo Alfaro en los últimos tiempos cambió su forma de declarar y patinó también afuera de la cancha. Sonó un tanto infantil para su inteligencia que después de perder con River contara que les pasó un video a sus jugadores con las simulaciones del rival en vez de explicar por qué pudo haber perdido 4 a 0. Si Gallardo entrenara a sus delanteros para tirarse, él debería trabajar con sus defensores para que Más no haga un penal tonto cayendo en la supuesta trampa. Esa noche el entrenador blanqueó una intimidad que expuso a Salvio: según él, le pidió jugar 30 minutos y el jugador le respondió que estaba sólo para 20... ¿Cómo hace Salvio esa cuenta? ¿Esas charlas no debían quedar en el vestuario? Ahora Alfaro sacó chapa con un mensaje vacío cuando le preguntaron si sería una hazaña eliminar a River. “Hazaña no. ¿Por qué? Entiendo que River está bien. Pero no lo subestimen a Boca. Es Boca”, repitió y se fue sin explicar qué es Boca hoy. Aunque no lo asuma -o no pueda hacerlo en público- levantar la serie con el mejor equipo de la Argentina sería épico. Sus palabras pueden masajear la autoestima golpeada de los hinchas pero ellos saben que en este cruce Boca es Boca más por el escudo que por su equipo.
Que sea una hazaña no descalifica el logro. Haría aún más grande el pase a la final de la Copa. Nadie puede asegurar que sea imposible. A River le pasó con Lanús y fue la noche más tibia del ciclo Gallardo. En todo caso, Alfaro debe demostrar en los hechos que Boca es Boca, un gigante del fútbol mundial. ¿Boca es Boca cuando va a buscar el cero al Monumental y el entrenador dice con orgullo que no quiere ser partenaire de la fiesta de River? ¿Boca es Boca cuando gasta millones y el 9 juega de 8 para sostener sin éxito la subida de Casco? ¿Boca es Boca cuando repite el error de Soldano de volante en el partido de Copa y River le hace precio con un 2-0? ¿Boca es Boca cuando se queja de las simulaciones y agita la teoría del Var en contra en vez de presentar un equipo que entienda la temperatura del clásico? ¿Boca es Boca cuando vive traumado por el River de Gallardo? Esos interrogantes también son parte de su grandeza. La mirada contraria sería despojarse del ego y entender que River en los últimos años es mejor. Ahí también quedaría fuera de foco -o caería en una contradicción- el discurso de Alfaro. Darle vuelta un 2-0 al entrenador argentino que elogió Guardiola es una hazaña. Esa épica se potencia con Wanchope ¿desgarrado?, Salvio en cuidado intensivo, De Rossi tomando mate en el túnel, Tevez lejos del Apache de la serie. Y con Benedetto, Nández y Barrios afuera. Boca es Boca pero tiene menos que en la final en Madrid.
El ciclo Alfaro no es sólo el mano a mano con River. Tiene puntos a favor al asumir después del tsumani River. El primer puesto en la Superliga. El porcentaje de puntos desde que llegó. Cierta paz interna. La solidez defensiva que potenció a Andrada en el arco. La dupla de centrales Licha López-Izquierdoz que volvió a aguantar el domingo. La apuesta por pibes del club como Capaldo y Weigandt. El respaldo a Alexis Mac Allister, el mejor refuerzo del semestre. La confianza para darle más minutos que el Mellizo a Bebelo. Los buenos partidos contra Liga de Quito -se jugó en una planificación distinta y acertó- y con Atlético Paranaense. De todos modos -aunque sea injusto- se juega el resto de su carrera con Gallardo. Si pierde también se le cargará en la mochila la final con Tigre y la eliminación por penales con Almagro por la Copa Argentina. Su Boca cayó poco pero cuando lo hizo el ruido fue fuerte. La línea de juego no termina de ser realmente confiable aunque más de uno sobredimensionó el primer 0 a 0 en Núñez. Se repite la sensación de que le alcanza casi siempre que no esté River en el camino. Y lo peor que le pasó a Boca fue cruzarse tan rápido en una semifinal de Libertadores. Te puede levantar si ganás pero si no estás preparado te hunde. Al revés le pasó al equipo de Gallardo. Cuando bajó su nivel, encerrado en su noche de terror contra Lanús, llegó la final en Mendoza que lo relanzó. Boca fue su mejor combustible.
El propio Tevez declaró fuerte el domingo: “Es importante que empecemos a jugar bien al fútbol. A hacerles más daño a los rivales. Tenemos que buscar la mejor forma de cada uno para que se refleje más en el nivel del equipo y no tanto en una pelota parada, en llegar tambaleando al gol. Si queremos tener alguna chance con River debemos mejorar muchísimo. Por supuesto que no está cerrada la serie. Pero tenemos que hacer el partido perfecto”. Carlitos sabe de qué habla. Es el único jugador que está en la bandera de los ídolos. No hay que velar a Boca porque no está muerto. El gran error de River fue no cerrar la serie en el Monumental. Tan real como que los hinchas que se enfurecen con las críticas saben que hay que cambiar mucho para dar vuelta la historia. Hasta el plan habitual de Alfaro. Deberá salir a buscar a Armani sin perder la cabeza porque un gol dejaría nocaut el partido. Esa jugada no sería imposible para un entrenador con más de 900 partidos dirigidos. Todos son capaces de cambiar ante una urgencia. El 22 de octubre está más que el orgullo en juego. Puertas afuera la gente no soporta más perder con River. Puertas adentro, en un año político se juega el puesto hasta el portero del club. Ahí sí podría hablarse de una hazaña en la que Boca es Boca. El único discurso que devuelve la credibilidad que se perdió.
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