"Estamos con los valores, con la idea de dejarles algo y transmitirles cosas a los chicos que no solo juegan al fútbol, que son seres humanos, que no solo tienen que aprender a cabecear y a pegarle bien a la pelota. Tienen que tener esa cosa de ser buenos compañeros, de ser respetuosos, de ser humildes. Saber que representan a un país y que la educación es tan importante como jugar bien al fútbol. Comportarse bien tanto en un avión como en un hotel. Por eso para ser un buen entrenador hay que dejarles algo a los chicos desde la educación". La frase pertenece a Fernando Batista, entrenador de la Selección Sub 20: la pronunció en una entrevista con el diario español As. Pero bien pudo haber surgido de cualquiera de los directores técnicos de los combinados juveniles de Argentina.
En el complejo de Ezeiza, hay una línea que intenta regresar, que contagia el coordinador Hermes Desio y se comparte en cada delegación que viaja a representar al fútbol argentino. Es la misma que bajaban José Néstor Pekerman y Hugo Tocalli, la que adoptaron Pablo Aimar (orientador de la Sub 17) y Diego Placente (DT de la sub 15). El concepto de que el Fair Play es una medalla, que el respeto es un valor, que el buen comportamiento también es una cualidad futbolística.
Por eso, además de apuntar a tratar bien la pelota, de exhibir compromiso en cada jugada; la Selección Sub 20 que disputa el Mundial de Polonia se apoya en cuatro normas de convivencia que los chicos cumplen a rajatabla. Y que los ayudan a unirse como grupo, a destacarse sin los botines.
Por ejemplo, ninguno de los juveniles llevó Play Station a Polonia. Las reuniones en las distintas habitaciones son a puro mate, cartas (el truco es el juego que gana la pulseada) y charlas; un gran método para fortalecer el vínculo entre ellos. Si bien la mayoría de los jugadores se conoce del Sudamericano o de haberse entrenado en distintas etapas del ciclo de dos años, otros son nuevos, como Agustín Urzi, la promesa de Banfield. Y esas reuniones son grandes oportunidades de profundizar el conocimiento mutuo.
Los teléfonos móviles son una compañía inevitable, el lazo con las familias en la mayoría de los casos. El cuerpo técnico los permite, pero su uso tiene momentos de restricción. No hay celulares en las reuniones con el cuerpo técnico, en el vestuario ni a la hora del desayuno, almuerzo, merienda o cena. Post entrenamiento, los teléfonos salen de los bolsos en el micro que los traslada al hotel, donde vuelven a quedar habilitados.
Entre conceptos tácticos, prácticas y partidos, los chicos tienen momentos de esparcimiento. Pero el descanso tiene hora señalada: a las 23, todos a las habitaciones. Si alguno se desvela, pueden seguir las charlas en los cuartos. Excepto, claro, en las noches previas a los partidos. Ahí, todos a conciliar el sueño a las 23, sin excusas. Hasta el momento, el cuerpo técnico sólo recibió felicitaciones por la forma de moverse de los chicos.
Y los juveniles están obligados a salir de la burbuja. La pelota no es la única responsabilidad. A su alrededor hay gente que trabaja minuto a minuto para que puedan concentrarse al 100% en su actividad, en consecuencia, reconocer su esfuerzo, asistirlos, está subrayado entre las normas de convivencia. Por ejemplo, después de cada comida, los chicos tienen tarea: cada mesa junta los cubiertos y apila los platos para ayudar a los mozos y al personal que se encarga de la limpieza.
Porque Argentina puede ganar, empatar o perder con Mali. Incluso, salir campeones. Pero los valores ocupan un lugar mucho más importante que los trofeos que nutren las vitrinas.
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