Jugaron Argentina y Nigeria. Jugaron los históricos, la "vieja guardia". La cara la ponen algunos de los que llevaron a la Selección a tres finales consecutivas o que perdieron tres finales al hilo, según la lectura y los estándares de análisis y resultadismo. Para el partido que decidió la suerte de la Selección en el Mundial de Rusia 2018 el núcleo se repitió.
El partido lo rompió Lionel Messi con su gol antes de los quince minutos. Lo abrió el 10 con un gol de derecha, cruzado, lleno de furia y desahogo. Lo operó el capitán con un doble control superlativo que le acomodó la pelota servida para el derechazo cruzado. Lo concedió Ever Banega con una asistencia quirúrgica. Dos de los históricos, de los ocho que jugaron y perdieron la final ante Chile por penales en la Copa América 2016.
Los otros son Gabriel Mercado, Nicolás Otamendi, Marcos Rojo, Javier Mascherano, Ángel Di María y Gonzalo Higuaín. Integran el grupo de los referentes, el de los más experimentados, el de los que ya demostraron cuánto pueden dar en el seleccionado. Los que para el partido crucial ante Nigeria fueron designados para absorber la carga anímica de un duelo decisivo. La entraña del grupo es el mismo, aunque el tiempo haya pasado.
Sabían y asumían que una hipotética derrota podía sentenciar su era en la Selección, un ciclo atravesado por las finales perdidas y la gloria postergada. En el contexto general de un partido bisagra, la estrategia de disponer a los históricos sirvió. Hubo carácter, hubo temperamento, hubo contagio. Hubo disposición, hambre y respuesta. Brotó lo que había desaparecido en el duelo ante Croacia.
Rojo estuvo firme, con confianza y protagonizó la acción más determinante de Argentina en el Mundial. En una situación de partido ya descontextualizada, apremiada por los pocos minutos que quedaban, apareció en posición de nueve para conectar un centro de Mercado desde la derecha. No fue Agüero, no fue Higuaín. Fue el central zurdo que definió de derecha para ponerla contra un palo y recuperar la ilusión de Argentina.
Banega mostró sus mejores prestaciones, con un ejercicio prolijo del rol de distribuidor, eje y lanzador. De sus asistencias nacieron los dos ataques más profundos de Argentina: el gol de Messi y el pique de Di María que terminó en un remate de tiro libre al palo. En el segundo tiempo, se ofreció siempre e intentó imprimir serenidad a un juego ya ganado por la presión, el cansancio y la urgencia.
Mascherano se cargó de imprecisiones pero marcó el ritmo de la presión y la intensidad en la marca en un primer tiempo con el contexto natural de un partido. El penal que forzó y que sobredimensionó el defensor nigeriano juraba condenarlo de forma histórica. El volante terminó con amarilla, con sangre en el rostro y un protagonismo exacerbado pero necesario.
Lo de Messi merece un análisis aparte. Recostado sobre la derecha, como en sus primeros años como profesional, el líder futbolístico de Argentina exhibió una imagen de recuperación. A los ocho minutos, su primera aparición de carácter: con desfachatez y riesgo, eligió encarar ante una defensa escalonada, bien parada, con más riesgos de perder la pelota que de generar una ocasión de riesgo. La jugada, imperfecta, derivó en un lateral a favor de Argentina. Después llegó el gol, el grito atragantado, el disparo en el palo y un primer tiempo que lo encontró reactivado.
El primer tiempo de Higuaín y de Di María, los otros dos referentes de los viejos procesos en la selección nacional, fue aprobado. Con más ímpetu que claridad, expusieron un juego con más compromiso en la recuperación defensiva y hasta más inteligencia en la producción. Antes de la media hora de juego protagonizaron junto a Banega una jugada rápida, corta y profunda que derivó en el tiro libre que lanzó Messi al palo.
En el segundo tiempo, el penal dudoso e infantil forzado por Mascherano y fabricado por Balogun, obligó a que este grupo y esta alineación dominada por los referentes diera una muestra de carácter y autoridad. Con Nigeria clasificándose con el empate y una defensa rocosa, Argentina jugaba con un fierro caliente. La pelota quemaba y Argentina se aproximaba a una eliminación histórica, sin victorias y en zona de grupos.
Los últimos cuatro minutos del partido encontraron a un equipo que jugó a consciencia. El árbitro turco Cuneyt Çakir pitó el partido y Messi estaba tendido en el suelo: había protagonizado cuatro acciones durante el tiempo de agregado. Las imágenes posteriores, con un cúmulo de jugadores abrazando al 10 argentino, manifiestan el desenlace de un partido que dominaron y rescataron los históricos.
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