"Soy un tipo muy detallista en todo. Tenés que tener mucha memoria, porque son muchas las cosas. No es una remera, un short… Atrás de eso tenés, una pavada, no te podés olvidar la cinta de capitán, tenés que estar en el detalle del hielo, la bebida; ése es tu trabajo. La palabra es útil. De ahí viene utilero".
Mario De Stéfano es otro de los trabajadores silenciosos detrás de las luces que irradian las estrellas que, por cierto, lo adoran. Es uno de los utileros de la Selección, uno de los encargados de que los futbolistas se dediquen a lo que mejor hacen: jugar.
Claro que nadie nace sabiendo. Y que, para que todo funcione, alguna vez el sistema debió fallar. Marito, tal como lo conoce todo el mundo en el complejo de Ezeiza, contó con el respaldo de los jugadores cuando cometió errores. Porque de eso se trata un equipo, del apoyo recíproco. Y, en la estructura de la Selección, el utilero también juega su papel.
"Arranqué haciendo miles de cagadas. Torneo L'Alcudia, en Valencia (juvenil), pleno verano, 40 y pico de grados. Termina el partido… y me olvidé todos los toallones en el hotel. A los jugadores les di tres toallas chiquitas, se pusieron la chomba arriba del cuerpo mojado… Por eso digo que los jugadores son unos grandes. Todos los jugadores, todos. Ojalá la gente supiera y estuviera acá adentro para conocerlos uno por uno", extiende el agradecimiento.
Al fin y al cabo, De Stéfano es el custodio del manto sagrado: la camiseta de la Selección. Él más que nadie, sabe lo que vale. Y lo que la codician en todas partes del mundo. "País al que vas, quieren la camiseta de la Selección, todos los colegas vienen a cambiar. ¿Quién no la quiere?¿Quién no te dice, che, Marito, no tenés una camiseta? No te piden un short, te piden la camiseta. Es linda la camiseta de la Selección Argentina…", concluye.