El pequeño Leandro, tres años mayor que su hermano Franco, sueña con ser delantero, goleador. La lógica de relación entre el más grande y el más chico genera que Leandro se imponga y obligue al pequeño Franquito a transformarse en arquero circunstancial. Ellos no lo saben, pero aquel inocente juego en las calles de Casilda será fundamental tres décadas más tarde para que uno de ellos sea parte del Mundial 2018.
Franco Armani apareció con 5 años por las instalaciones de Aprendices Casildenses, donde su abuelo era el canchero del lugar. "¿Vos de qué jugás?", lo consultó Oscar Torres, el técnico. "De arquero", respondió sin dudar ese chiquito rubio con el buzo verde que le había pedido a su madre que le compre para parecerse al Pato Fillol.
Casi 30 años más tarde, ese nenito se transformó en una de las grandes sorpresas de la lista de 23 convocados de –su vecino– Jorge Sampaoli para el Mundial de Rusia 2018.
"Lo tuve de chiquito. Tenía 5 años. Ya directamente era arquero. El hermano lo instó bastante a que sea arquero. No jugó nunca en otro puesto: lo ponía ahí y lo cagaba a pelotazos". Infobae rastrea al descubridor del pibe que nació arquero. Torres, su primer técnico, responde con orgullo y palabras de elogios.
Leandro, el primero que saltó a la fama como delantero de Tiro Federal y Newell's, terminó siendo clave en el duro recorrido de su hermano hasta consagrarse. El actual dueño de los tres palos del Monumental se quedó durante diez años en Aprendices Casildenses hasta que emigró a otro club de la ciudad, Alumni.
Allí, ya con 15 años, se reencontró con Torres. "A los 16 años lo hice debutar en primera. Era un proyecto modesto del club. Ponerlo en primera no fue fácil, tuve que hablar con la mamá. El único loco que pensaba que podía atajar era yo", rememora sobre la prueba de fuego que le hizo pasar.
"Era muy chiquito y acá juega gente grande. Era un riesgo. No hicimos una buena campaña pero él con 16 años terminó siendo el mejor arquero de la liga a criterio de todos", asegura. Allí compartía plantel con el ex Rosario central Damián Musto: "Musto, que era pícaro en esa época, por ahí lo enfrentaba en los ejercicios de definición, lo esperaba hasta ultimo momento, se la picaba y él se envenenaba".
Un periplo por las inferiores de Central Córdoba y Estudiantes de La Plata fueron la puerta de ingreso al fútbol profesional. En 2007, con 21 años, llegó la primera oportunidad con un mensaje tácito: el camino sería espinoso.
Firmó con Ferro en la B Nacional persiguiendo el sueño del debut. Eso llegó en abril del 2008, con una derrota 0-4 ante Atlético Rafaela. Debut y despedida. El club no le pagaba el sueldo y Armani hacía equilibrio sobre sus delgadas finanzas para sobrevivir. Había tomado la decisión de seguir viviendo en la pensión de Estudiantes para ahorrar dinero. Junto a tres compañeros compartían un auto y realizaban cerca de 120 kilómetros a diario para entrenar y volver.
Con apenas un partido como profesional decidió bajar una categoría ante el llamado de Felipe de la Riva, una especie de mesías del renacimiento en su carrera. Le dio confianza absoluta: lo puso debajo de los tres palos de Deportivo Merlo y él la devolvió logrando el ascenso en la B Metropolitana; y posteriormente fue pieza clave para sostener la permanencia en la segunda categoría del fútbol argentino. ¿El premio? El club le compró un humilde auto para que su traslado diario sea más ameno.
"Vos vas a ser el arquero de la Selección. Es más: si hubiese que hacer la lista ahora, no hay tres arqueros argentinos mejores que vos. El problema es que jugás en Deportivo Merlo, pero no te preocupes: el tiempo va a poner las cosas en su lugar". El presagio lo emitió de la Riva por entonces y se conoció en las últimas semanas como una inesperada percepción del técnico hace una década atrás, cuando Armani era un apellido más del ascenso local.
El golpe de suerte le dio su carta de presentación un 21 de enero del 2010: Atlético Nacional de Colombia estaba realizando la pretemporada en Argentina y eligió a Merlo como rival de un amistoso en el Hindu Club. Armani la rompió en el 1-1 y su nombre quedó en la lista de posibles refuerzos.
En el siguiente semestre el club colombiano lo contrató con 23 años y el deseo de que se convierta en el sucesor de su compatriota Gastón Pezzuti en el futuro, por entonces indiscutido en el arco y referente para la hinchada. Lo haría con creces, pero antes tendría que enfrentar a cientos de fantasmas.
El ex Racing casi no dejaba espacio para que Armani se mostrara y para entonces era considerado tercer o cuarto arquero de la plantilla. "Digamos que estuve de vacaciones. Hacía turismo y de noche me la pasaba llorando… jugué un solo partido a fin de año y fuimos a definición por penales, y no atajé ni uno", recordó en una entrevista que realizó con El Gráfico en 2017, sobre aquella presentación ante Itagüi por Copa Colombia en la que su equipo niveló la serie con un heroico triunfo por 5-1 pero fue eliminado en los penales.
Todavía faltaba bastante tiempo hasta que alcance el mote de leyenda del club. Debía sobreponerse a algunos desafíos. Dos años alternando entre la suplencia y la titularidad lo hicieron titubear cuando recibió un llamado para regresar a Merlo. Estaba por empezar el armado del bolso cuando el 12 de julio del 2012 una desgracia de Pezzuti le abrió la puerta del éxito: el titular se lesionó durante la final de la Superliga local ante Junior y él saltó desde el banco.
En una acción desafortunada se rompió los ligamentos de la rodilla pero no claudicó: atajó más de 40 minutos con la grave lesión y colaboró para el título de su equipo. Los hinchas comenzaron a amarlo. "Yo creo que ahí empezó todo. Si me hubiera ido a Merlo, no creo que mi vida deportiva hubiese sido mejor. Las cosas pasan por algo. Dios me puso esa lesión para decirme 'no te vayas de Nacional, que vienen cosas muy buenas para vos'. Fue el camino", reconoció en una entrevista.
Sin embargo, todavía debía convivir con un capítulo más de su dificultoso camino. El momento clave. Una vez que las cosas habían salido bien, debía frenar por un semestre para recuperarse. Su moral se arruinó. Su confianza se resquebrajó y parecía imposible de reconstruir. Empezó a evitar las tareas de rehabilitación. Iba por la tarde al club para seguir durmiendo durante la mañana. Llegaba y utilizaba la camilla de kinesiología como su segunda cama. Parecía que era el punto final para su trayectoria. Decidió entregarse a la fe y se acercó a Dios.
La resiliencia tuvo su merecida recompensa. Volvió. Se hizo amo y señor del arco del club cafetero. Conquistó, en total, 13 títulos con la camiseta de Atlético Nacional y alcanzó el mote del futbolista más ganador en la historia de la institución. ¿Lo más recordado? Su triple atajada contra Rosario Central en la Copa Libertadores 2016 que ganaron los colombianos y le abrió la puerta del mercado argentino.
River peleó por él con esmero. Ya no era aquel desconocido que se había marchado del país en el 2010 en silencio: era el arquero del momento en el continente. Una leyenda del fútbol colombiano. "River está contratando al mejor arquero que hay hoy en día en América Latina. Las condiciones que tiene este muchacho son inmensas", advirtió el histórico René Higuita tras celebrar la emotiva despedida de Armani del club.
Con apenas 20 partidos defendiendo la camiseta de River, 10 goles recibidos y un título ante Boca, Sampaoli dio el golpe sobre la mesa: lo metió entre los 23 seleccionados para el Mundial.