Pensar algo original sobre Lionel Messi es aceptar la derrota antes de comenzar el partido.
Buscar la frase diferente es tan estéril, como cada cruce de los defensores que se toman el atrevimiento de intentar detenerlo ante sus gambetas.
Ser creativo es imposible, con él todo ya se ha dicho. Buscar algún nuevo adjetivo no tiene sentido, cualquiera podrá parecer exagerado y pequeño a la vez ante tamaña expresión artística, porque lo que la Pulga hace es arte, nada es suficiente.
En todo caso lo mejor que se puede hacer es disfrutarlo. Admirar cómo lleva la pelota pegada al botín como si un hilo invisible los conectara. Aplaudir cada uno de sus pases como si su visión periférica hablara de un ser humano con ojos en la nuca.
Sorprenderse frente a esos arranques veloces y frenéticos en los que sus rivales quedan ridiculizados frente a sus destrezas y toda la atmósfera se carga de una energía diferente. O tan solo aguardar a que cualquiera de esos récords que lo desafían a toda hora, sigan cayendo ante tamaña bestia competitiva.
Jugar al fútbol es fácil, pero jugar fácil al fútbol es realmente difícil. Messi lo hace simple, lógico, natural. En ese envase de ciento setenta centímetros, lo extraordinario se vuelve normal, por eso todo parece sencillo.
No necesita elevar la voz para ejercer su liderazgo. Su idioma se expresa en el campo y allí domina toda la escena. En Barcelona, en donde ganó todo, lo aman con locura. En la Argentina, las vueltas olímpicas se le niegan como un extraño capricho del destino y el éxito parece ser un adversario invencible.
Obstinado, perfeccionista y voraz lo seguirá intentando hasta lograr el objetivo. Si cuando tenía apenas 13 años se inyectaba hormonas para el crecimiento, cualquier otro reto no parece imposible para saciar sus deseos.
Heredero del trono de un rey que nació en Fiorito, Rosario parió a un nuevo monarca frente al cual el planeta fútbol se rinde a sus pies.
Dios creó al hombre y a la mujer. A los mares y a la tierra. A los peces y a las aves. Al sol y a la luna.
Cuando llegó el séptimo día finalmente descansó. Inventó el fútbol y para disfrutar se puso a ver jugar a Leo Messi.
Y ese hombrecito al que, por talla y edad, cuando era un niño, le vedaban el polvoriento potrero por miedo a lastimarlo, hoy es el máximo representante del terreno lúdico, el del juego, el de los sueños. Y abre su Alma de Potrero para todos sus fanáticos.