El avión se mueve y no por las turbulencias. Ese racimo de hombres que soportaron una concentración interminable, que superaron las críticas, que volvieron a ganar la Copa del Mundo para Argentina no paran de bailar, de moverse, de cantar. El "dale campeón" atrona constante, inclemente, hasta peligroso.
"Tanto nos pusimos a gritar y a saltar en el avión que el comandante nos dijo: 'Si no paran, se cae el avión'", contó Oscar Ruggeri, con la sonrisa del que evoca un momento feliz.
Un momento por el que lucharon y al que le dedicaron galones de sudor. Porque, más allá del camino, Argentina debió vencer el karma de Alemania para alzar el trofeo, en una final con vaivenes.
Sucedió el 29 de junio de 1986, en el Estadio Azteca. La Selección se colocó dos goles arriba, gracias a los tantos de José Luis Brown y Jorge Valdano. Tal vez impulsada por una arenga que invitó a avasallar al adversario. "Se terminó el himno, nos abrazamos todos y dijimos: 'Vamos que a estos los pasamos por arriba'. Y los pasamos por arriba", comentó el Tata.
Claro que los germanos no se rindieron. Karl-Heinz Rummenigge y Rudi Völler, a nueve minutos del epílogo, aportaron el suspenso con el empate. Pero en la mística el destino ya estaba jugado. Jorge Burruchaga cerró el círculo. "Cuando te ponés la camiseta para jugar el Mundial… Te lo quisiera contar, y no hay palabras, es una sensación única, porque ahí sí estamos todo juntos", intentó poner en contexto el Cabezón.
"Terminó el partido y me puse en el banco a ver la locura. Creo que nos sentimos campeones cuando llegamos a Argentina. El paso del tiempo lo va potenciando… Es muy difícil salir campeón del mundo", cerró Julio Olarticoechea con una frase que rebosa de verdad.