Si uno no supiera de quien se trata, cuesta creer que estemos frente al mismo personaje.
Vestido de civil jamás un comentario fuera de sintonía. Afuera del campo nunca una palabra destemplada. En cada encuentro informal, siempre una pausa para meditar cada respuesta.
Adentro de la cancha, un guerrero medieval. En cada cruce un espartano fervoroso. En todas las batallas un general calificado. Quizá por sus orígenes, no le cuesta nada ponerse el traje de combate y salir a dar rienda suelta a su generoso despliegue, mezcla de adrenalina y coraje en dosis difíciles de precisar, pero siempre emocionantes.
Nacido en San Lorenzo, una localidad santafesina distante algo más de veinte kilómetros de Rosario, que da nombre a la batalla en donde el general José de San Martín tuvo su bautismo de fuego con su Regimiento de Granaderos a Caballo batiendo a las tropas realistas en 1813, trae desde la cuna ese espíritu guerrero que con los años lo transformó en una marca registrada de la Selección Argentina.
Su esfuerzo resulta siempre conmovedor y con la bandera en lo alto y la albiceleste en el pecho, avanza a paso redoblado.
Producto de un capricho más causal que casual, el calendario lo consagró como el primer jugador en la historia en debutar primero en la Selección antes que en su club, cuando en 2003 jugó un amistoso frente a Uruguay antes de vestir la camiseta de River.
Campeón olímpico en los Juegos de Atenas 2004 y Beijing 2008, referente absoluto en todos los planteles juveniles, su gran asignatura pendiente como todos los integrantes de su generación, es levantar un trofeo con la mayor.
La herida de la derrota ante Alemania en el Mundial de Brasil es una marca que quedará grabada a fuego para siempre, pero también el incentivo para seguir dando todo por el escudo nacional.
Su nombre es sinónimo de Selección. Su imagen es respetada y reconocida en todo el mundo. Inteligente, versátil y laborioso, su esfuerzo para ahogar el remate del holandés Robben en la semifinal de la Copa del Mundo es una postal que recorrió el mundo, tanto como sus palabras de aliento para Sergio Romero antes de la definición desde el punto penal.
Dicen que los líderes no necesitan levantar la voz ni hablar demasiado, sino que se los escuche cuando tienen algo que decir.
Silencio por favor: habla Javier Mascherano, la primera figura de la Selección de ayer, de hoy, de siempre, que abre de par en par su Alma de Potrero, ante el micrófono de Diego Korol.