"No hay duda. Lamentablemente esta Copa está armada para Brasil. No tenemos que ser parte de esta corrupción, de esta falta de respeto durante toda la Copa. Nos vamos con la sensación de que estábamos para más. Hicimos los dos mejores partidos del campeonato, fuimos en crecimiento y no nos dejaron estar en la final. La corrupción y los árbitros no permiten que la gente disfrute del fútbol, del show y arruinan todo esto".
Las palabras de Lionel Messi adquirieron la onda expansiva que imprime su figura de impacto mundial. Sonaron con fuerza tras el 0-2 de la Selección ante Brasil en la semifinal disputada en el estadio Mineirao, donde el árbitro Roddy Zambrano no sancionó dos penales (uno a Sergio Agüero y otro a Nicolás Otamendi) y el VAR no lo corrigió. Y se repitieron tras el 2-1 a Chile en el cotejo por el tercer puesto, cuando fue expulsado por un encontronazo con Gary Medel que se resolvía con una amarilla. "Por lo que dije capaz que me pasó factura y (el juez) fue mandado", reforzó, apuntando al accionar del árbitro paraguayo Mario Díaz de Vivar. Incluso lo hizo mantener un contrapunto con su amigo Dani Alves, que juzgó desafortunadas sus expresiones.
La controversia llegó a una protesta formal de la Asociación del Fútbol Argentino, pedido de renuncia incluido a Wilson Seneme, titular de la Comisión de Árbitros de la Confederación Sudamericana. Y le dio pie a las negociaciones para evitar una sanción fuerte al astro rosarino, de 32 años, con el comienzo de las Eliminatorias de cara a Qatar 2022 agendado para marzo.
Ahora bien, ¿por qué explotó Messi, un futbolista históricamente correcto, más allá de que, sin Mascherano y con la cinta de capitán en su brazo, resulta lógico que asuma el rol de enfrentar a los medios? ¿Qué factores lo llevaron a expresarse en un tono jamás empleado, exponiéndose a una pena fuerte, más allá del cosquilleo que le generó la injusticia?
"Estamos para campeones". Según pudo averiguar Infobae, Messi repitió varias veces la frase en la intimidad de la concentración. A sus compañeros, a los allegados, a quien quisiera escucharlo. Se basaba en el crecimiento del equipo, en que a partir del encuentro ante Qatar había visto rasgos de una fisonomía definida, con el tridente ofensivo junto a Lautaro Martínez y Sergio Agüero, con la presión adelantada. Y en que no veía un "cuco" entre los adversarios. Ni en Brasil ni en Uruguay. Según su óptica, al seleccionado que veía mejor parado, el rival "a vencer", era Chile.
"Lo que dijo en público también lo comentó con el grupo. Él sabía que no estaba del todo bien en la Copa, que no le estaba pegando a la pelota como en el Barcelona. Pero veía bien al equipo, que generaba sin depender de él. Y sentía que en algún momento las cosas le iban a salir", le apuntó a Infobae un integrante de la delegación.
Una autocrítica similar hizo frente a los micrófonos tras el triunfo 2-0 contra Venezuela. "No está siendo mi mejor Copa América ni la que esperaba, pero son partidos que se dan de esa manera. No se puede jugar mucho, es complicado para nosotros que queremos atacar. A la hora de conducir, eludir a un rival. También se te junta mucha gente en el medio en todos los partidos", dijo entonces. "Todas las canchas son muy malas. No te permiten conducir. Vas conduciendo y parece un conejo, va para cualquier lado. También cuesta para acomodarte para patear. Si bien no favorece al buen juego, es lo que hay en esta Copa América", completó.
Pero fue contra Brasil cuando su magia afloró. Ya en la previa dio señales de que estaba seguro de que Argentina jugaría la final. Con sus compañeros solo hablaba de regresar el domingo 7 (la AFA dispuso un charter para que la Selección volviera apenas finalizara el último encuentro); nunca el sábado. De hecho, había hecho sus arreglos para trasladarse a Rosario para descansar al final del último día de competencia.
Las declaraciones del astro rosarino tras la expulsión frente a Chile
Argentina pegó dos tiros en los palos (uno, el propio Lionel), sufrió el oportunismo de Brasil y, lo dicho, no le sancionaron dos penales a favor. Pero más allá de los errores arbitrales de trazo grueso, fueron otros los detalles que le dieron "mala espina" a Messi y a varios jugadores de la Selección. Por ejemplo, según la óptica de la delegación albiceleste, el "excesivo celo" a la hora de sancionarle faltas al mediocampo de la Selección, las amarillas a Tagliafico y Acuña en el primer tiempo y, la "permisividad" hacia Casemiro.
Según explican desde su entorno, la "Pulga" entiende que el mediocampista central del Real Madrid, con el que mantuvo varios duelos en los clásicos de España, debió haber sido amonestado por una patada que le aplicó en la primera etapa. Y que luego le cometió más infracciones (le hizo un seguimiento casi personal) que, por reiteración de faltas, podría haber derivado en una segunda tarjeta y la consecuente roja. Casemiro se fue impoluto del estadio Mineirao.
La confianza de campeón, la bronca por los distintos detalles que lo llevaron a sentirse estafado, lo hicieron explotar como nunca en su carrera. Messi habló de "corrupción", sus impresiones le dejaron una marca indeleble a la Copa América. Un torneo en el que había visto todas las condiciones para romper la sequía de títulos que la Selección Mayor acarrea desde 1993, que ya le hizo pasar por cuatro finales sin corona.
La expulsión por su encontronazo con Gary Medel: una amarilla para cada lado hubiera sido suficiente
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