Una noche Messi fue Maradona. Escupió su bronca a lo Diego. Hasta con palabras de él. "Se cansaron de cobrar boludeces en la Copa América y esta vez no fueron nunca al VAR… Increíble. Se cobraron manos boludas, foules boludos, penales pelotudos y ahora ni siquiera revisaron las jugadas… El árbitro me decía que estuviera tranquilo, que me iba a cuidar. Pero al contrario: nos faltó el respeto con su arbitraje. Acá maneja todo Brasil". Su enojo tiene una razón que es la madre del error: el problema no es el VAR sino quienes lo usan mal o -peor aún- los que deciden no utilizarlo. Nada explica por qué Zambrano no chequeó los dos penales para Argentina, aun cuando en la jugada de Agüero alguna cámara lo haga discutible. La tecnología no roba la pasión ni distorsiona el deporte. Ese arrebato lo pueden hacer otros que ahora quedan más expuestos que antes. La noche de Belo Horizonte pareció una fea repetición de aquella en el Monumental, cuando no se fue a revisar el penal de Pinola a Martín Benítez en River-Independiente por la Libertadores. Como también hubiera dicho Diego, al árbitro se le escapó la tortuga.
Este Messi generó más identificación. No sólo por cómo declaró o por cantar el Himno, algo que se le reclamó hasta el absurdo. Fue el líder del equipo durante toda la Copa América. Se comportó así en el vestuario hasta la última charla para los más jóvenes después de la eliminación. Eso sí: en la cancha mostró su mejor versión recién contra Brasil. En los otros partidos fue un crack apagado. Desde ese punto se entra en el juego. No se puede dejar de lado el VAR para analizar el partido. Aunque no se debe hablar sólo del VAR para repensar el futuro de la Selección. En los dos goles hay errores argentinos más allá del poderío ofensivo rival y de que Dani Alves sea un crack total. Gabriel Jesús definió solo en el 1-0. Foyth se quedó parado en la contra del segundo gol y después pagaron Pezzella y Otamendi hasta que la empujó Firmino. Esos dos errores con Brasil te hacen ver una final por TV. Las fallas, la falta de contundencia y la poca suerte explican el resultado. De todos modos, hay otra mirada: Argentina no era candidata a ganar la Copa más allá del escudo. Perder con Brasil era posible porque tiene trabajo y más jugadores en cantidad. Cuando uno lleva a Messi no es un torneo de prueba sino que se va a ganar, pero lo más importante son las Eliminatorias y el Mundial. El gran desafío ahora es leer la derrota con capacidad para definir el camino que se viene.
La evaluación de Scaloni debe ir más allá de la eliminación y de la última imagen. El equipo tuvo su mejor partido con Brasil. Igual no se vio a lo largo de la Copa una línea definida de juego. El entrenador falló generalmente en sus lecturas para modificar durante los partidos y después del debut gestionó mal la salida de Agüero. A su favor juega el hallazgo de De Paul, la revelación de Argentina en la Copa América. Darle más minutos a Lautaro Martínez, la cara de la renovación por encima de Icardi y de Dybala, a quienes se los espera desde la eliminación del Mundial de Rusia. De todos modos, siempre se vuelve al principio: el último ciclo de Messi en la Selección debería tener a un entrenador probado, de elite, el mejor posible. Scaloni tal vez con los años sea un monstruo pero no se arranca por Argentina. Un punto que deben revisar los dirigentes que armaron un casting en vivo esperando ganar y tapar la falta de un plan. Tal vez Menotti -evaluador de Scaloni a la distancia- ahora asuma de hecho y se defina el proyecto que se anuncia desde enero. Sabe que Messi va a volver a intentarlo. Sería bueno darle un marco de contención general para no seguir explicando derrotas de Argentina como hace años. Quedarse en que Messi se rebeló como Diego sería otra vez regalar el tiempo.