Lo que más asombró aquel día en Goiania al joven Alfaro Moreno no fueron las particularidades de Carlos Bilardo, la personalidad de Oscar Ruggeri o la presión de moverse dentro del plantel campeón del mundo. Para el "Beto" todo se detuvo por un instante cuando irrumpió en el medio del comedor Diego Armando Maradona durante el almuerzo. El hombre que había accedido al Olimpo de los dioses futboleros tres años antes en México y revalidaba su condición de todopoderoso mes a mes en Nápoles entró con su aura a cuestas, encaró directo a la mesa de los más pibes y se sentó con ellos como uno más sin mediar demasiados diálogos.
— "¡Eh, Alfarito, qué campeonato hicieron con el Rojo…".
Bilardo afrontaba un proceso de renovación. Combinaba las glorias del Mundial 86 con las nuevas promesas durante esa Copa América en Brasil de 1989, la primera en esas tierras luego de 40 años. "Estábamos ansiosos porque llegaba Diego, que venía de ganar todo en Nápoles. Nosotros habíamos viajado con la delegación que venía de Argentina y algunos se incorporaban directo en Goiania. Cuando llegó Diego, a la hora del almuerzo, se vino a sentar en la mesa con nosotros, los más jóvenes. Sabía absolutamente todo de cada uno. Eso me impactó. La sencillez con la que se manejaba el mejor jugador del mundo con nosotros. Era un sueño", relata Alfaro Moreno a Infobae.
"¡Nosotros estábamos quietos, esperábamos que hable el maestro!", rememora el atacante que con 25 años había recientemente explotado todo su potencial en el Independiente campeón de Bochini.
José Basualdo también tenía la misma edad y había llegado a ese equipo desde Deportivo Mandiyú como parte de la transformación generacional. Aunque él se enteraría tiempo más tarde, Carlos Bilardo lo seguía de cerca desde su inicio en Villa Dálmine: "No la esperaba la citación. Menos pensé que en la Selección había jugadores del Interior. Cuando me convocó me enteré la historia. Cuando estaba en la B, él se iba a ver a San Lorenzo a Rosario y yo jugaba contra Racing. Él paró en Campana, miró el primer tiempo y siguió viaje a Rosario. Todos me decían 'estaba Bilardo y preguntó por vos'. Me siguió, me siguió y apenas ascendí a primera con Mandiyú me convocó".
El "Beto" y el "Pepe" hacían sus primeras armas junto con otros pibes como Roberto Sensini, Pedro Troglio o Claudio Paul Caniggia –había jugado la Copa América 87–, entre otros. Argentina comenzó con un triunfo ante Chile, empató con Ecuador y Bolivia pero sumó otra victoria contra Uruguay en la primera fase. Aquel encuentro cambió el destino de Basualdo: "En ese partido el técnico del Stuttgart se fijó en mí, siempre va a quedar en el recuerdo. Habían vendido a (Srecko) Katanec a la Sampdoria y necesitaban un mediocampista. Me salió todo muy bien, le ganamos a Uruguay con uno menos y ahí dijo me gusta ese jugador. Terminó la Copa América, llegué a Argentina y el presidente de Mandiyú me avisó que estaba vendido a Alemania. Fue todo de golpe: venir de Corrientes acá, y de golpe ser vendido a Alemania".
Contra ese rival, algunos días más tarde y ya por la segunda fase del torneo, casi es testigo de un gol de antología de Maradona. "Yo estaba al lado cuando le pegó desde la mitad de la cancha al travesaño. Dijo: '¡Este año no me va a salir ninguna!'. El árbitro no sabía si aplaudir, abrazarlo… La gente estuvo 10 minutos aplaudiendo la jugada. Diego venía de la pelea con el Napoli, que se quería ir; no venía bien, pero Diego es Diego. Haber estado al lado de él en ciertos momentos es un privilegio", describe ante este medio.
Maradona vivía, por entonces, sus primeras horas de turbulencia real en Italia. Coqueteaba con la salida al Olympique de Marsella y convivía con algunas dolencias físicas que, como fue una regla en su carrera, no le impedían ponerse la celeste y blanca. Así lo relata Alfaro Moreno: "Él se infiltraba para jugar contra Bolivia o contra Ecuador. No quería faltar a un partido. Cantar el himno para él era ponerse la bandera encima. Recuerdo que lo agarrábamos en la camilla porque el doc (Raúl) Madero lo infiltraba. Estaba con una carga en la espalda. '¡Agarrame, agarrame que no me mueva!', nos decía por el dolor".
"Jugar en la Selección era un maestrado. El ritmo interancional era diferente. Enfrentábamaos al Brasil de Romario, Bebeto y Taffael; a Uruguay de Rubén Paz, Ruben Sosa y Enzo Francescoli. A la Paraguay de Rogelio Delgado. ¡Eran batallas de otro nivel! Vivías aprendiendo. Jugábamos con Burru, Giusti, Brown, Ruggeri, Diego… Estábamos con los ojos abiertos. Vivíamos como campeones del mundo. Para Diego era muy difícil ser él. Llegábamos de una ciudad a la otra, bajábamos nosotros con el bolso y aparecía Diego que lo seguían 100 u 200 personas. Era una locura", recuerda aquellos días de mediados de 1990 Alfaro Moreno. "Nos queda la humildad que tenían a pesar de haber salido campeones. Ellos se bajaban a nuestro nivel. Teníamos una convivencia espectacular. Los mirábamos en los entrenamientos y tratabas de aprovechar, sacarle el jugo a esos jugadores", coincide Basualdo.
Compartir con Diego era un torneo aparte para todos ellos. "Los entrenamientos era estar en un show de primera fila. Él se ponía a patear después de la práctica y decía 'ahora va al ángulo', pum y al ángulo. También los malabares que hacía o que jugaba sin cordones. Cuando él se iba queríamos jugar como él y nuestros botines se iban para cualquier lado; los dedos se iban para cualquier lado. ¡Cómo podía ser que jugara así!", especifica el Pepe.
"A Diego lo veíamos ahí cumpliendo horarios en la cena, en los desayunos, en los entrenamientos. Me impactó que era uno más. El contagio que tenía, en la charla técnica, el hambre de gloria de no querer faltar a un partido. Para todos nosotros era especial jugar en Brasil: nosotros teníamos que demostrar que éramos hombres de Selección y los grandes, que eran campeones de mundo", reflexiona el Beto.
La segunda ronda, que tuvo como finalistas a Uruguay, Paraguay, Argentina y Brasil, se jugó completa en el Estadio Maracaná. El viejo Maracaná: "Era antes de ser remodelado. Una maravilla, ¡El Coliseo Romano! Había 100 mil personas. Pero el jugador argentino disfruta esas cosas. Lo veías a Ruggeri, a los grandes, y te contagiaban ese espíritu ganador. Inflabas el pecho –recuerda Alfaro". Basualdo se acopla: "¡Las cosas que hizo Diego ahí! Había 100 mil personas, seguro; todavía no estaban las butacas y estaban todos parados. Verlo jugar a Diego era increíble".
La primera presentación en la ronda final del elenco de Bilardo fue contra el local en ese mítico recinto. "Había presión de jugar en Brasil, era algo muy especial. Ellos tenían una selección bárbara. La base del que fue campeón en 1994. La realidad es que nos dominaron todo el partido. Bebeto hizo un golazo. Ellos comenzaron a tener la sensación que iban a ser campeones ese día. La disputa de Brasil era con Argentina, que era campeón del mundo y tenía a Diego. Sabían que ganándonos a nosotros daban un paso gigante al campeonato". Si bien Pumpido tuvo una destacada actuación, no pudo evitar el 2-0 en contra, con una gol de tijera de Bebeto incluido y el otro tras un gran arranque de Romario.
Los delanteros tenían el arco cerrado durante ese certamen y la próxima parada era en Italia 90. Bilardo estaba desesperado. Las críticas llovían. Jorge Valdano, que se había retirado de la actividad a raíz de una hepatitis B en 1987, había transformado su carrera: estaba en Brasil para comentar el torneo en diversos medios españoles. Llevaba dos años alejado de las redes, pero al "Narigón" eso no le importó y lo tentó para regresar. El goleador devenido en periodista dudó. Meses más tarde, se cruzaron en el casamiento de Maradona en el Luna Park y el operativo retorno se inició, más allá de que luego se truncaría.
Es cierto que aquella Copa América fue agria para Argentina. La última de Diego con la camiseta Argentina. La última chance desperdiciada por el Diez de apoderarse de un título que jamás conquistaría tras disputar sin suerte las ediciones 79 y 87. La oportunidad de quebrar con 30 años de sequía en dicho torneo. El equipo superó la primera ronda con apenas dos goles a favor y ninguno en contra; no volvería a hacer un tanto: la Selección pasó más de 700 minutos hasta que volvió a gritar un gol semanas antes del Mundial 1990 en un amistoso. Pero esa sería ya otra historia…
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