Argentina perdió un año. No usó el tiempo. Lo regaló. Con frases vacías y proyectos repletos de humo los dirigentes pidieron paciencia. Prometieron armar una especie de cumbre de talentos para definir la mejor propuesta después del desastre de Sampaoli en Rusia. Una farsa. Nadie delineó un plan sólido ni intentó seriamente reunirse con Simeone, Pochettino o Gallardo. Dejaron morir los días. Y cuando el mundo del fútbol sólo hablaba del Boca-River de la Copa Libertadores ratificaron a Scaloni. Ahí empezó todo.
El problema no fue que él aceptara quedarse ante la oportunidad de su vida. Claudio Tapia, el presidente de la AFA, es responsable de subestimar la capacidad que se necesita para un rol tan importante. No se hace experiencia en la Selección. Hoy, consecuencia de esa nueva argentineada, de creer que se puede ganar porque tenemos a Messi de nuestro lado, se hacen cuentas contra Qatar para pasar la primera fase de la Copa América. Peor aún: sin una línea de juego, sin una política para gestionar la renovación de nombres y con un técnico gastado al segundo partido.
Scaloni jugó en su contra. El frenó el empuje de su equipo. La inexperiencia se paga en estas competencias. Ser el entrenador de Argentina es surfear un tsunami de decisiones. El propio Sampaoli -por momentos- pareció un principiante en el armado del equipo y el manejo del grupo. De otro modo es imposible encontrarle una explicación al cambio de Di María por Lautaro Martínez. Cuando sumó al Kun al ataque de Messi-Lautaro metió en su área al equipo de Berizzo. Llegó el 1-1 gracias a un penal de VAR. Y ahí el entrenador desarmó lo mejor de Argentina. Por mala lectura o por temor -por aferrarse a un empate- volvió a poner un volante por un delantero. Ni siquiera pudo sostener su coartada para zafar del cuestionamiento masivo. En la conferencia explicó que Lautaro había salido por lesión sin saber que el jugador había dicho lo contrario unos minutos… Quedó en offside. Del mismo modo sorprendió que uno de los nuevos haya mostrado su fastidio tan de frente a las cámaras. ¿Lautaro le habría pegado tantas veces al piso con una botellita si en el banco estaba un Simeone o un Gallardo?
El plan de juego antes y después de ese buen rato no se vio nítido. Se cambiaron cuatro jugadores y él equipo no rindió. En el primer tiempo no pateó al arco. Armani por primera vez fue el arquero determinante de River y atajó una penal en momento de oscuridad. Ocultó su blooper del inicio cuando la paró mal en tres cuartos de cancha y le salvó la ropa a Otamendi después de un penal repleto de ingenuidad. Un jugador de su reputación no puede ir al piso así en el área. Se notó otra vez la falta de un 5 de corte. Almirón lo sacó a pasear a Tucu Pereyra en una carrera impresionante antes el primer gol. Lo Celso repitió el pase intrascendente. Messi fue otra vez el mejor ahuyentando el fantasma del penal contra Islandia.
Menotti es ahora el jurado unipersonal de Scaloni y todas esas situaciones de juego. A la distancia, porque una enfermedad aún no le permitió viajar a Brasil. No se sabe bien qué piensa más allá de una columna en un diario español. "El fútbol es orden y aventura. Si sospechamos que vamos a lograr ganar sólo a través de la aventura mágica de algunos futbolistas no vamos a encontrar el resultado", escribió antes del segundo golpazo. El tema es que por ahora no hay orden, aventura ni resultados. Scaloni desaprobó en la evaluación de su arranque en la Copa América y nadie sabe si podrá levantar esa calificación en los próximos partidos. Eso sería un problema para él y peor aún para Argentina. Más que perder una Copa sería ratificar que se perdió un año.
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