Gustavo Oberman fue uno de los jugadores con mayor proyección durante el Mundial Sub 20 que se disputó en Países Bajos en 2005. Cachete compartió la ofensiva junto a Lionel Messi y juntos llevaron a la Albiceleste a ganar el título juvenil en la recordada final ante Nigeria. Su paso por Argentinos, donde también fue campeón, su fanatismo por River, su vida en Rumania y la exótica experiencia por la India fueron algunos de los temas que habló en diálogo con Infobae.
—¿Cuáles son los primeros recuerdos que tenés del Mundial Sub 20 en los Países Bajos?
—Ir a un Mundial es un proceso que tiene muchos momentos. Desde que empecé en las juveniles me costó mucho llegar al seleccionado. Si bien me podía destacar, no tenía la suerte de ser convocado. Recién en la etapa final, con 19 años, me llamaron por primera vez y sabía que tenía que aprovechar la oportunidad. Fue muy emotiva esa primera convocatoria, que fue para un amistoso en Panamá, aunque no pude ir porque Argentinos me necesitaba para jugar los partidos del torneo. Después tuve la suerte de estar en el Mundial y lo disfruté desde el primer día hasta el último. Me encantaron los entrenamientos, los partidos y el tiempo libre que teníamos con los chicos en Europa.
—¿Cómo fue ese llamado de Pancho Ferraro?
—Apenas corté con él, se lo dije a mis viejos y a mis hermanos. Normalmente la citación llegaba de forma oficial al club a través de un fax, pero cuando me dijeron que me iban a convocar todos mis compañeros me felicitaron. Yo quería volver rápido a mi casa para estar con mi familia. Fue muy parecido a la vez que me convocaron para concentrar con el plantel profesional. Es algo único, porque te acordás de lo que estabas haciendo ese día.
—¿Y qué estabas haciendo?
—Fue en un entrenamiento y los compañeros me empezaron a cargar. Me decían que era un canchero, porque me iba a ir a la Selección.
—En ese plantel de Argentinos había muchos jugadores de experiencia…
—Sí, siempre escuchaba lo que me decían los más grandes. Como yo iba a las prácticas con el Cabezón Marini, hablaba siempre con él. Era re loco, porque cuando estábamos solos me daba buenos consejos, pero cuando estábamos en grupo me gastaba. Lo adoraba a él y a Carlos Galván, quienes se preocupaban mucho por mí.
—Eran jugadores de marca, me imagino que en los entrenamientos te deben haber dado alguna que otra patada…
—Sí, Galván era áspero y en las prácticas no cambiaba. Como los dos éramos titulares, jugábamos para el mismo equipo; pero hubo un día que estaba sancionado por llegar a la quinta amarilla y jugó para los suplentes. Ese día le pedí que no me pegara tanto y él me decía que me quedara tranquilo; pero hubo una jugada en la que me iba mano a mano y me terminó bajando como un animal. Cuando me levanté le recriminé lo que había hecho y me dijo que no se pudo contener.
—En ese Mundial de los Países Bajos, ¿el Kun Agüero era el personaje que todos conocimos después?
—En ese momento era de los más chicos, porque tenía tres años menos que la mayoría. Estaba tranquilo en esas concentraciones.
—¿Quiénes eran los que más bromas hacían?
—Ustari, Zabaleta y Biglia, que eran los que hicieron todas las juveniles juntos, desde la Sub 15 hasta la Sub 20. Eran los referentes del grupo, los más maduros.
—¿Cómo era ese Messi adolescente que llegaba del Barcelona?
—Muy tranquilo. No era tímido, sino muy reservado. Siempre fue muy humilde. Nunca quiso ostentar que venía de Europa. Igual que los chicos que ya estaban jugando en River o en Boca. Estuvimos siempre muy unidos con la misión de lograr el objetivo.
—El comienzo no fue bueno, ¿cómo lograron reponerse de la derrota con Estados Unidos en el debut?
—Fue raro ese partido. Nosotros veníamos con el equipo armado, pero en la última práctica José Sosa se fracturó la mano y eso nos dio un golpe anímico. El Principito venía jugando muy bien y era muy importante para nosotros. Cuando Pancho decidió ponerme a mí y no a Messi, nos confundió a todos.
—¿En ese momento ya se veía que Messi era un crack distinto?
—Sí, obvio. Tanto él como el Kun (Agüero). También había un gran equipo y todos hicieron unas carreras impresionantes. Pero Leo y el Kun hacían todo fácil. Se divertían haciendo lo más difícil. Se sacaban las marcas de encima de una manera que no lo podía creer. Hoy mis hijos no me creen que jugué con Messi.
—Vos también tenías condiciones…
—Yo me sentía muy bien. Desde mi humilde lugar, no me sentía menos que ninguno. Compartía la delantera con Pablo Vitti. Y sabía que si lo demostraba, podía ganarme un lugar. Igualmente, cuando se lesionó José Sosa, el cambio normal era que hubiese entrado Messi, porque era puesto por puesto. Los dos jugaban de media punta en esa época.
—En esa fase de grupos lograron reponerse con un triunfo contra Egipto, pero llegaron al último partido con la obligación de ganarle a Alemania para no quedar eliminados, ¿cómo vivieron esos días?
—Fue un torneo en el que les ganamos a las selecciones más duras del mundo. Después de Alemania, vinieron España, Colombia, Brasil y Nigeria. Creo que fuimos contundentes y logramos superar a todos.
—¿Cuál fue el partido más complejo?
—El de España. Tenían una base de jugadores que 5 años después fueron campeones en Sudáfrica con la Mayor. Además, tuve la suerte de hacer un gol. Fue una felicidad enorme para mí y mi familia.
—¿Cómo era el espacio del entretenimiento en los tiempos libres?
—En ese momento estaba la PlayStation 2. Se jugaba mucho, pero algunos eran muy buenos. A mí me gustaba jugar, pero cuando tenía que enfrentar a Messi me bailaba. Me aburría porque no podía agarrar la pelota. Claramente no era para mí. Nada que ver a los partidos que jugaba con mis amigos.
—Entonces, ¿Messi hacía en la cancha lo mismo que en la PlayStation?
—Sí, era un atrevido. Muy alevoso, porque no me dejaba ni patear al arco. De verdad, que me aburría. En un momento les dije que no jugaba más, porque eran muy buenos. Otros que se destacaban eran Garay, Formica y el Kun.
—En ese plantel también estaba Gago, ¿ya se veía el potencial de entrenador que tiene hoy?
—Él era de la misma forma que habla en las conferencias de prensa de Racing. Muy tranquilo, tratando de buscar las palabras justas. Siempre muy correcto en su comportamiento. Era de los más serios, no como nosotros que a veces nos poníamos a romper la bolas. Por suerte con el Trofeo de Campeones se sacó la espina del torneo, porque está haciendo un gran trabajo.
—¿Vos con quién compartías la habitación?
—Con Pablo Vitti, que era uno de los más serios. Se quedaba siempre en el cuarto y no se sumaba mucho al grupo. Hay que pensar que no había la conectividad que hay en la actualidad. Con la familia hablábamos cada 3 o 4 días, porque había que pagar las llamadas. No teníamos WhatsApp como ahora. Yo ni tenía computadora cuando me fui, me tuve que comprar una allá y no sabía instalarle los programas. Se extrañaba mucho. Estábamos bastante aislados.
—Pero también estaban en un país en el que su capital es reconocida por su zona roja y la venta legal de marihuana, ¿nunca se les dio por ir a pasear por el lugar en el tiempo libre?
—Estábamos muy focalizados en el torneo. No nos importaba otra cosa. Un Mundial es muy agotador y te quita las ganas de salir a divertirte. Jugás cada 3 o 4 días partidos que es a todo o nada. Ni siquiera tuvimos la suerte de jugar el último partidos de la zona de grupos con la comodidad de haber estado clasificados. Nunca nos pudimos relajar, porque terminábamos muy cansados y golpeados. Nos distraíamos jugando al pool, a las cartas y tomando algo en el hotel. Además, nos hospedamos en Utrecht, que es una ciudad más alejada de Ámsterdam.
—En River lo tuviste a Passarella como entrenador, ¿era muy estricto?
—Con el tiempo fue cambiando su perfil. Yo cuando jugué en River tenía el pelo largo y no me lo hizo cortar, como pedía en la Selección. Es una persona imponente, sobre todo para el club, porque en ese momento todavía no había pasado lo del descenso. Hoy no sé cómo está su relación con el mundo River, pero creo que todavía debe generar admiración. A mí me tocó tenerlo con un cuerpo técnico en el que estaba Sabella. Les tenía un respeto tremendo.
—¿Fue injusto el fútbol con Passarella?
—No lo sé. Injusticia es si sucede algo injusto, pero durante su mandato como presidente River terminó en el descenso. Salvo algunos fallos arbitrales que perjudicaron, hubo situaciones en las que no se hicieron bien las cosas. Es el club más importante de Argentina y no merecía ese final. Como jugador no hay nada que reprocharle, porque es uno de los centrales más importantes de la historia del fútbol mundial, pero como directivo entiendo el dolor que siente el hincha de River.
—En ese River también fuiste compañero de Marcelo Gallardo, ¿te imaginabas todo lo que logró como entrenador?
—Me sorprendió un poco, porque en esa época yo tenía 20 años y no pensaba en esas cosas. Era muy joven, pero entendía que era un gran conductor por cómo se manejaba con el grupo. En ese torneo perdimos muchos puntos en el final y cuando quedaban 5 o 6 fechas para ser campeones teníamos que ganar todos los partidos y esperar que el puntero empate uno. Yo venía de un equipo que no peleaba torneos y era muy joven, entonces en una concentración le comenté a Marcelo que estábamos afuera del campeonato. Él me miró, dejó de tomar mates y me dijo: “Estamos en River, siempre tenemos que ganar todos los partidos. Para nosotros el año no terminó”. Me lo dijo tan serio que no sabía si reirme o meterme abajo de la silla. Esa es una mentalidad que seguramente se la habrá transmitido a sus jugadores durante todos estos años. Fue un gran compañero y conmigo siempre se portó muy bien.
—También estaban el Pipita Higuaín y Radamel Falcao. Te tenías que esforzar mucho para ganarte un lugar…
—Éramos muy chicos. Siempre tuvimos muy buena relación. Me sorprendió mucho el crecimiento físico que tuvieron cuando se fueron a Europa. Sobre todo el Pipa, que en el Real Madrid adquirió una potencia que le permitió permanecer tantos años en la élite del fútbol. Cuando estaba Mostaza (Merlo) yo era titular, pero en un partido con Independiente me preguntó si estaba cansado y si prefería descansar. Le dije que no, porque sabía que tenía a esas dos bestias de delanteros. Igualmente lo puso a Falcao, que fue el debut del Tigre. Metió dos golazos y cuando lo vi me di cuenta de que me había ganado el puesto. Claramente no tenía que descansar.
—¿Quién era el encargado de imitar el vozarrón de Mostaza?
—(Risas) No, Merlo es un personaje muy particular, al que respeto mucho porque me puso en muchos partidos. Lo valoro mucho. Disfruté un montón tenerlo de entrenador. En el Ascenso nos volvimos a encontrar, y nos dimos un abrazo. Tanto él como el Polaco Daulte me dejaron muy buenos recuerdos. Igualmente siempre hay alguien que lo imitaba, como pasaba con todos los técnicos. En ese grupo les salía bien a varios.
—Tuviste una experiencia en el exterior muy llamativa, imagino que en España el cambio cultural no fue tan grande como el que tuviste en Rumania o India…
—Fue un cambio que parecía muy simple. Cuando me fui a España, tenía 21 años y estaba solo. Al poco tiempo tuve a mi primer hijo y gracias a Dios se dio todo muy bien. Hay muchos que se van y vuelven rápido, porque no se pueden adaptar. Para algunos es un fracaso, pero no lo veo así, porque es muy complejo estar lejos de la familia de tan joven. Se complica trabajar de la misma manera y la misma intensidad sin el sostén de cada uno. La mayoría de la gente que se va a vivir al exterior es más grande, con estudios y que ha probado suerte en el país y no le fue bien o no se sintió cómoda. Hay adultos de 30 años que se van, y a los futbolistas les toca en una etapa de casi adolescentes.
—¿Cómo fue vivir en Rumania?
—Fue más difícil, porque no jugaba. Me faltaba esa motivación. Cuando no jugás, tenés pensamientos negativos. Traté de adaptarme al lugar y no que la ciudad se adapte a mí.
—¿Qué fue lo que encontraste?
—Traté de recorrer mucho. Como no tenía continuidad, hacía mucho turismo. Con mi señora y mi hijo viajábamos los fines de semana. Ahí aprendí a esquiar. No quería quedarme en mi casa sufriendo porque no tenía lugar en el equipo. Aprovechamos para conocer Hungría o visitar España. De todos modos, tuve ganas de irme 2 o 3 veces. En la ciudad cuando veían que era argentino me trataban bien, porque desprecian a los españoles o italianos. Como muchos rumanos se van a vivir a esos países y son explotados laboralmente, cuando los europeos van a Rumania no los reciben muy bien. Hay mucho conflicto interno en Europa. De todos modos, también me cargaban por el Mundial del 94, cuando nos dejaron afuera con el gol de Hagi.
—¿Y en la India cómo te fue?
—Fue muy raro. Fue impactante el choque, porque hay muchas desigualdades. Yo me fui a vivir a un hotel 5 estrellas y desde la ventana se veían las carpas de la gente humilde. Ni siquiera se podrían comparar con los barrios emergentes que tenemos en Buenos Aires. Ahí eran asentamientos que no tenían luz, ni agua. Se veían los fueguitos prendidos para calentar la comida. No estaban urbanizados. Y el tránsito también me pareció caótico.
—¿Tu vida era del hotel a los entrenamientos o te hacías un tiempo para recorrer?
—Salía bastante. Quería conocer en profundidad cómo vivía esa gente. Además estaba solo, sin mi familia.
—No había punto de comparación con La Paternal, donde volviste para ser campeón con Argentinos…
—Ese plantel era una familia. Nos sentíamos como hermanos. Dicen que para que algo funcione tiene que haber buen clima y nosotros disfrutábamos de los entrenamientos. Llegábamos más temprano y nos íbamos una o dos horas más tarde, porque la pasábamos muy bien. Había reuniones, con mates de por medio, en el que nos contábamos todo. El campeonato lo ganamos en la anteúltima fecha, pero si no se hubiera dado el resultado tendría el mismo recuerdo, porque fue un grupo espectacular.
—Aquel partido con Independiente fue una locura…
—Sí. Iban 35 minutos del segundo tiempo y perdíamos 3-1. Son esas cosas del fútbol, que terminamos ganando 4-3. Ahí nos dimos cuenta de que podíamos ser campeones. Fue un desahogo muy grande. Terminamos todos llorando, porque no podíamos creer lo que había pasado. En ese plantel, los únicos que habían tenido la posibilidad de ser campeones eran Calderón, Raymonda y Facu Coria. El resto no teníamos esa experiencia.
—Después volviste a festejar en Dock Sud, donde en teoría seguís jugando…
—Sí, por suerte se dio. Igualmente no lo anuncié, pero te lo digo a vos: yo ya me retiré (risas). Ahora estoy asesorando a jugadores desde el aspecto de la comunicación y la imagen.
—¿En qué consiste este nuevo rol?
—Hay que construir la imagen de cada jugador, que se hace con declaraciones, posteos en redes sociales y profesionalismo. La idea es que el futbolista cuente quién es, qué es lo que le pasa y por qué. Cuando uno es jugador, no te enseñan a declarar y las repercusiones que puedan tener tus palabras. Es una ayuda para progresar. Saber los momentos para dar entrevistas o cuándo tener un perfil más moderado. Hoy con las redes sociales hay que tener mucho cuidado. Hay que saber usarlas.
—¿Te hubiera gustado tener a alguien que te asesore durante tus días como futbolista?
—Sí, claro. Una vez me mandé una macana que por suerte no me perjudicó. Cuando empecé a jugar en Primera y a tener buenos partidos, tuve mayor exposición en los medios. Y una vez, contra Boca, tuve uno de los partidos más lindos de mi carrera. Hice un gol, me hicieron un penal y la cancha estaba llena. Al otro día me vinieron a hacer una nota del diario deportivo y sin que me preguntaran les dije que no podría jugar en Boca, porque era hincha de River. Cuando se publicó, mi representante casi me mata, porque estaba negociando mi pase con los dirigentes de Boca, porque estaban buscando un reemplazante para Rodrigo Palacio. Yo solito me cerré esa puerta. Hoy no sé si hubiera aceptado jugar ahí, porque de verdad tenía un sentimiento con River, pero si hubiese ido mi familia me habría acompañado. Por eso es importante tener a alguien que te asesore. Y eso es lo que hago con la gente de Vanquish.
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