La expectativa que produce el sorteo de un Mundial siempre es grande. Mucho más cuando uno es local. En los últimos campeonatos, la FIFA determinó que la ubicación en los copones se hiciera en virtud del ranking que hace unos años hace la entidad. Pero antes determinar los cabezas de serie y quienes integraban cada copón desataba batallas diplomáticas y grandes tensiones. El caso del Mundial 78 es un gran ejemplo. El sorteo y la lucha por sacar ventajas hizo que nadie se diera cuenta que en esas negociaciones se puso el germen de una de las grandes polémicas de la historia de los mundiales: el 6 a 0 de Argentina a Perú.
Hasta pocos días antes del sorteo del Mundial 78 se daba casi como un hecho que Italia sería cabeza de serie. Y en todas las especulaciones, el grupo de Argentina se suponía más que accesible. Los pronósticos ubicaban a Polonia en el grupo del local y a Holanda en el de Italia. El almirante Lacoste, vicepresidente del EAM 78 y hombre fuerte del Mundial, el emisario de la Junta Militar, se había encargado de que varios de sus voceros, sin nombrarlo, sugirieran que él había negociado con éxito que los cuatro equipos más atractivos para el público argentino no se enfrentaran en primera rueda cayendo uno en cada grupo. Así, según los trascendidos previos -que luego no se verificaron en los hechos- Argentina, Brasil, España e Italia iría cada uno a una zona distinta. Italia y España, se sabía, llevarían mucha gente a los estadios por la gran cantidad de inmigrantes y sus descendientes que había en el país. Brasil, por la proximidad geográfica y por su gran tradición futbolera. “Corren insistentes rumores en el sentido de que tal sorteo no será sino una farsa, y que los grupos ya están formados. La credibilidad de estos pronósticos nace, precisamente, de que el comité organizador, la FIFA, el Gobierno argentino y las selecciones participantes están enormemente interesadas en que se den esas dos premisas citadas: garantía de éxito económico y de equilibrio deportivo”, escribió Alfredo Relaño en El País de España, dos semanas antes del sorteo.
El Comité Ejecutivo de la FIFA se reunió el 13 de enero a las 9 horas en el Teatro General San Martín. Un día y medio antes del sorteo de las zonas del Mundial. Se preveía una reunión larga y agobiante. El orden del día tenía 54 puntos. Pero las grandes potencias estaban interesadas en un punto en particular: la designación de las selecciones que serían cabeza de serie en los grupos. Esa era la batalla a librar. El presidente de la Federación Alemana, Hermann Neuberger, uno de los hombres con más peso en la UEFA, lideraba las tratativas. Quería imponer su criterio. En la FIFA los europeos seguían teniendo un gran poder, a pesar de que por primera vez en la historia no la presidían. Havelange se mantenía distante. Era su primer mundial como presidente y su poder no estaba todavía consolidado: no quería que un falso movimiento en la conformación de los grupos perjudicara su posición.
Tal vez sólo para ganar tiempo y mostrar una presunta debilidad, Neuberger introdujo una propuesta que desvió el foco de atención. Pidió que los jugadores que trajeran alguna amarilla de las eliminatorias la mantuvieran para el Mundial. Esto significaba que a la primera amonestación varias figuras serían suspendidas, además de una ventaja para Alemania y Argentina que no disputaron la etapa clasificatoria. Esta discusión desgastó a los miembros del Comité. Y dejó una falsa imagen del alemán: algunos creyeron que estaba derrotado. Pero su batalla era otra. La conformación de los grupos. Su postura: los cuatro semifinalistas de Alemania 74 debían ser cabezas de serie. Alemania, Holanda, Polonia y Brasil. Sólo aceptaba que terciara Argentina en esa discusión. Si Argentina era nombrada cabeza de serie en función de su localía se debía sortear entre Polonia y Holanda quien iba al grupo de Argentina. El presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, como representante de la Confederación Sudamericana, estaba encargado de defender los intereses de nuestro país. Cuando la situación se puso demasiado complicada se involucró Lacoste. Entre los dos no lograron torcer la voluntad de los europeos pero, al menos consiguieron, un cuarto intermedio justo en el momento en que Neuberger apuraba la votación. Las negociaciones fuera de la sala tomaron una velocidad y una temperatura insospechadas. Todos trataban de sacar ventajas.
Artemio Franchi, presidente de la Federación italiana y de la UEFA, elevó la voz. Hasta ese momento inactivo, hizo valer su poder. Ante la imposibilidad de colocar a Italia como cabeza de serie, su objetivo se convirtió en el mismo que el de Argentina: esquivar a Holanda en la zona de grupos.
Decidieron votar. Pero la propuesta en consideración es distinta que la presentada por Neuberger. La moción, en medio de tantos tironeos, se había modificado: Argentina e Italia sin sorteo al Grupo 1 y los otros cabezas de serie serían Alemania, Holanda y Brasil. Se deben realizar varias votaciones, aducen errores en el recuento de los (pocos) votos. Neuberger se abstuvo, derrotado. Aunque todavía tuviera alguna carta más para jugar.
La determinación de quienes encabezaban los diferentes grupos tenía también implicancias ulteriores. Los países poderosos querían evitar en segunda rueda a dos selecciones. A Brasil y a Holanda. Con resultados lógicos (que nunca se dan completamente), el ordenamiento debía impedir que en segunda rueda quedaran en el mismo grupo Alemania, Brasil y Holanda: finalmente eso no ocurrió porque increíblemente los cuatro cabezas de serie quedaron segundos en sus grupos. El pacto tácito era que los europeos se eliminaran entre sí y los sudamericanos por su lado. Saliendo cada uno primero en su zona, la segunda rueda enfrentaría a Argentina con Brasil y a Alemania con Holanda.
Definidos las cabezas de serie y ubicada Italia, la otra discusión se dio por cómo se iban a integrar los cuatro copones o estratos de sorteos. Argentina y Brasil no se animaban, para no herir susceptibilidades latinoamericanas, a promover que Perú y México integraran el cuarto “copón” junto a Irán y Túnez. Dejando los copones 2 y 3 para los restantes países europeos. Guillermo Cañedo, hombre fuerte de México y de Televisa, aducía que Austria y Francia hacía décadas que no disputaban un Mundial.
Esas deliberaciones y tráfico de influencias determinaron que los emparejamientos fueran:
Copón 1: Argentina, Alemania, Brasil y Holanda.
Copón 2: Italia (ubicado sin sorteo en el grupo de Argentina), Polonia, España y Escocia.
Copón 3: Francia, Suecia, Perú y México.
Copón 4: Hungría, Túnez, Austria e Irán.
Este ordenamiento implicaba un riesgo más para Argentina y Brasil. Al principio de las discusiones, antes de que el clima empezara a foguearse y antes de que los delegados de los diferentes países procuraran sacar ventajas, se había establecido casi con inocencia un principio que en un punto parecía lógico: Perú y México, como equipos americanos, no podrían cruzarse en primera ronda con Argentina y Brasil. Esta cuestión se resolvió con celeridad. Havelange y Lacoste no percibieron riesgo alguno. Al contrario, Perú y México a priori aparecían como rivales de mayor cuidado que Irán y Túnez, los presuntos compañeros de copón. Lo que nadie se imaginaba era el giro que Neuberger le iba a dar a los ordenamientos previos (se supone que con acuerdo de Cañedo tratando de acomodar a México) y que ponía a Brasil y a Argentina ante el riesgo de enfrentar sólo a selecciones europeas en la fase previa. Eso fue lo que finalmente sucedió.
Se sabe: los sorteos de los Mundiales tienen poco de azar. Lo de sorteo, muchas veces, es un mero eufemismo. Los locales suelen tener o mucha suerte o un guiño cómplice de la FIFA, según el nivel de ingenuidad de quien desee mirar. Las bolillas se muestran benignas con los países organizadores. Los dos mundiales previos al de Argentina ejercen de cabal demostración. En 1970, México compartió grupo con U.R.S.S., Bélgica y El Salvador (única vez en la historia que dos países de CONCACAF compartieron grupo). En 1974, Alemania Federal tuvo que lidiar con países con poca tradición mundialista como Australia, Alemania Democrática y Chile. Otro grupo muy accesible, como los que posteriormente le tocarían a España, México, Italia y USA en los campeonatos que organizaron. También Francia, Corea, Japón y Alemania tuvieron zonas iniciales favorables en sus mundiales. Pero se debe reconocer que ya con 32 países participantes, la fase de grupos de los mundiales propicia que existan algunos grupos sin mayor paridad. Sudáfrica en 2010 debe haber sido el primer equipo local que enfrentó tres rivales de peligro como Francia, Uruguay y México. De hecho, no logró superar esa etapa.
Las especulaciones previas y las expresiones de deseos de hinchas y periodistas argentinos –en épocas mundialistas, muchas veces, la distinción se hace compleja- ubicaban a Suecia e Irán en la zona del local e Italia. Quienes no creían en conspiraciones ni arreglos rogaban para que no tocaran los rivales que todos querían esquivar de los tambores 3 y 4, teniendo en cuenta que el más complicado del tambor 2, Italia, ya había sido puesto a dedo en el Grupo I. Francia y Hungría eran los equipos con los que nadie quería cruzarse.
Esa misma tarde se realizó un ensayo general del sorteo. Había que ajustar la coreografía, las cámaras y el mecanismo general. En ese simulacro el Grupo 1 quedó conformado con Argentina, Italia, Francia y Hungría. Los dirigentes argentinos suspiraron aliviados de que sólo se tratara de un ensayo.
Ese 13 de enero, entre muchas otras decisiones administrativas, los miembros de FIFA aprobaron, muy rápidamente y sin discusión alguna, una moción que pasó desapercibida en el momento pero que, luego, tuvo una influencia extraordinaria en el desarrollo del Mundial. Nadie le dio demasiada importancia al tema: el asunto del día eran los tironeos por el sorteo. Se decidió que los días de partidos se jugaría en dos horarios, a las 13.45 hs. y a las 16.45 hs. Las únicas excepciones serían el partido inaugural, el del tercer y cuarto puesto y la final. Había otra excepción: todos los partidos en los que participara Argentina se jugarían a las 19.15 hs. Tanto los de la primera rueda, como los de una eventual segunda fase. Este fue un pedido del EAM 78 que, por más que alguno quiso después del torneo arrogarse ciertos méritos, nada tuvo que ver en su génesis con la búsqueda de una ventaja deportiva. Los horarios del resto de los partidos estaban motivados por la necesidad que se emitieran en Europa en un horario atractivo a pesar de la diferencia horaria. El pedido de Argentina tenía un antecedente en lo que hizo Alemania en el Mundial anterior. Como locales también jugaron varios partidos en diferentes horarios al de sus rivales. Eso permitió, por ejemplo, que Alemania Federal en su Mundial perdiera muy oportunamente con Alemania Democrática en la última fecha de la zona de grupos lo que posibilitó que le tocara una segunda fase mucha más sencilla. Con esa derrota logró evitar a Brasil, Holanda y Argentina.
La decisión se había tomado unos meses antes. Lo había negociado directamente Lacoste con dirigentes de la FIFA en su último viaje a Europa para ultimar detalles de la organización. Con el antecedente del Mundial de Alemania a nadie le pareció mala idea. Se debe tener en cuenta otro dato importante. La venta anticipada de entradas en el exterior había sido muy magra, muy alejada de las desmesuradas expectativas de los organizadores. El argumento fue (o al menos pareció en ese momento) contundente y nadie lo contradijo. Si Argentina jugaba a la misma hora que otros, esos partidos tendrían un público muy escaso, un marco no deseado por la FIFA en un Mundial.
Como el tema ya se había hablado, y el temor a las tribunas despobladas era importante, este tema de los horarios se aprobó con rapidez y sin deliberación alguna. Ninguno de los delegados debe haber imaginado, cuando levantó la mano votando afirmativamente, la importancia que tendría en la resolución del torneo que Argentina llegara a la última fecha de la segunda zona, el famoso partido con Perú, conociendo la cantidad de goles que debía hacer para clasificar finalista.
Al día siguiente, el 14 de enero fue el sorteo. El lugar elegido fue el Teatro General San Martín. Se acondicionó una de las salas para que los dirigentes de FIFA, los de los países clasificados, sus directores técnicos y periodistas de todo el mundo presenciaran el acto. Entre los cuatro paneles que representaban a cada uno de los grupos se formaba la palabra FIFA. En el escenario, dieciséis chicos argentinos vestidos con ropas autóctonas de los países participantes.
Los periodistas argentinos contaron que Tore Brodd, presidente de la Federación Sueca de Fútbol, ingresó al salón de pésimo humor. Y que le decía a quien quisiera escuchar que su selección sería puesta a dedo en el grupo de Argentina.
Los nombres de los países empezaron a salir. De a uno. En un marco de tensión y prolijidad extrema. Cada vez que aparecía la bolilla con el nombre de un país, una joven ataviada con ropas típicas de esa nación y un joven portando una pancarta con el nombre de ese país se aproximaban al escenario y se ubicaban bajo el panel del grupo que les había correspondido.
Cuando en la sala se escuchó “Hungría”: un murmullo incómodo. Pero cuando el nombre del país que completaba la zona apareció, la reacción fue casi escandalosa. Toda la formalidad, las sonrisas impostadas y el orden trabajado durante días por el EAM 78, quedaron a un lado por unos momentos. Se escucharon gritos, algunas risotadas, suspiros alivios de potenciales rivales. Argentina jugaría en la zona más complicada. La Zona de la Muerte (o Grupo de Hierro cómo se lo llamaba entonces). Brasil tampoco la tenía sencilla. También debía enfrentar tres europeos pero todos de menos tradición y de peor presente que los del grupo del local.
“Empezamos mal. Es la zona más difícil. Mi único consuelo es que Menotti quedó tan mal como yo. Esto estuvo muy mal diagramado desde el principio para Argentina. Y nosotros nos vimos arrastrados en esa vorágine”, declaró Enzo Bearzot, el técnico italiano.
La Alemania de Neuberger, el que parecía derrotado el día anterior, participaba en el grupo más sencillo. Su clasificación sería un mero trámite. Las fotos del evento muestran al dirigente alemán exultante. Sabía (y quería hacer saber) que había ganado una batalla importante.
La tapa de la Revista El Gráfico ilustraba el estado de ánimo de un país. Se lo veía muy serio a César Menotti contra el panel en el que estaba el grupo argentino.
Lo que nadie sabía en ese momento que en las negociaciones del día anterior se había obtenido una ventaja que resultaría decisiva seis meses más adelante: Argentina jugaría conociendo los resultados de los demás partidos.
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