–Geleri, Geleri, ¿en qué selección querés jugar, decime, en qué selección?
-¿Cómo, Carlos?
-Lo que escuchaste, ¿en qué selección querés jugar?
-En Argentina, Carlos
-¿Y por qué tenés la bandera de Brasil? No puede ser. De Argentina o de Brasil?
-Pero, Carlos, son así las ojotas, es la marca
-Pero tenés que elegir, tenés que elegir, tapala, tapala
Geleri (que no es otro que Marcos Angeleri) se encontró con el planteo cuando paseaba por el Balneario 12, en un alto de la pretemporada de Estudiantes, en el verano de 2004. Un Carlos Bilardo embadurnado en protector solar (al punto que los jugadores, por lo bajo, lo bautizaron como "el guasón") le recriminó al defensor, uno de sus protegidos en su gestión, la falta de apego a la patria de su calzado. Resignado, Angeleri se retiró a los vestuarios del lugar y volvió la playa con un trozo de cinta tapando la banderita brasileña que adorna las ojotas de la afamada marca.
Fue allá por el 2003, cuando el promedio comenzaba a inquietar a Estudiantes de La Plata, su Estudiantes, cuando Carlos Salvador Bilardo, aguijoneado por la comunidad pincharrata no pudo negarse al destino. “Vino el Flaco Poletti, me llamaron la Brujita Verón desde Inglaterra y Martín Palermo desde España”, reveló ya con el buzo. A los 65 años, asumió por cuarta vez como orientador del club platense con el que supo conquistar el título en el Metropolitano de 1982, que lo catapultó a la Selección. Fue la última etapa del Doctor en el banco de suplentes, más allá de que luego continuó ligado al fútbol como manager del combinado nacional y periodista, además de abrevar en otras actividades, como la política y la actuación.
Fiel a su estilo, potenciado por los años y sus obsesiones, Bilardo derramó ocurrencias y locuras con su sello, pero también cumplió con el objetivo de dejar a Estudiantes en Primera y de dejar una base con varios juveniles que, en 2006, se terminarían consagrando campeón en Primera bajo la tutela de Diego Simeone como entrenador. Jugadores como Marcelo Carrusca, Marcos Gelabert, José Sosa o Mariano Pavone pasaron por sus manos. Y disfrutaron (y padecieron) sus particulares métodos. En el día del cumpleaños N° 84 del Doctor, algunas imperdibles historias de su última etapa como director técnico.
UNA PRETEMPORADA BASADA EN LA AUSTERIDAD
Los futbolistas de Estudiantes bajaban del micro con cautela, observando el panorama con cierta incredulidad. El plantel llegaba a Mar del Plata para la pretemporada y frente a ellos estaba el Hotel Varna, dos estrellas, dos pisos, 21 habitaciones. Humilde, pero acogedor. Allí se iban a alojar para los trabajos de base para la vuelta a la competencia.
"Estamos bien, un poco apretados, pero bien", aseguró Bilardo ante los medios que realizaron la cobertura en Punta Mogotes, más acostumbrados al confort que rodea a los clubes de élite en sus viajes. Del micro bajaron varios televisores que confirmaron la presunción: las habitaciones no tenían TV; sí el lobby contaba con un 29 pulgadas frente a un generoso sillón, para compartir los momentos de ocio. A un costado, una clásica heladera Siam ofrecía un detalle vintage.
La primera impresión les sirvió a los futbolistas para acostumbrarse. Muchas veces hasta se trasladaban corriendo hasta el predio donde se entrenaban, en la zona del puerto de La Feliz. El micro retozaba en la puerta del hotel. Y si algún desprevenido entraba al alojamiento en horario nocturno, en el mostrador del lobby, en lugar de un empleado, lo encontraba a Bilardo con el teléfono, saliendo al aire para su programa radial, con la misma naturalidad con la que lo hacía desde el estudio. El día se lo dedicaba completo al plantel y su preparación. Si algún periodista deseaba una entrevista con desarrollo con el Narigón, debía pautarla… de madrugada. Narigón full time.
DE NOCHE SE ENTRENA MEJOR
La anécdota pertenece a Gonzalo Klusener y la contó en La Voz del Interior. “Cuando volvimos de Mar del Plata, Bilardo estaba desesperado pidiendo delanteros y no se los traían. Un jueves, después de un doble turno en el que terminamos ‘fusilados’, me dijo: ‘Ruso, hoy a las 22.30, ya cenados, tienen que estar acá con Eloy (Colombano) y (Dante) Senger’. Así que como a las 19, después del entrenamiento, nos fuimos a la pensión y a eso de las 22.20 nos volvieron a llevar a la cancha. Nos preguntábamos con qué nos saldría éste (por Bilardo). Llegamos a la puerta de la concentración y al ratito cayeron en un par de autos Bilardo, Brown, Lemme y el preparador físico”, prologó la historia.
“‘Vengan, entren. Vamos a ver por la tele el partido entre River y Racing’”, nos dijo. Ese día jugaba la Gata (Gastón) Fernández, que había pasado de River a Racing, e hizo un gol. En el primer tiempo nos fue marcando los movimientos de los delanteros y, cuando llegó el entretiempo, nos indicó que nos fuéramos a cambiar al vestuario. No entendíamos nada. Cuando llegamos estaba la ropa, con los botines abajo. ‘¿Botines?’, le preguntamos al utilero. ‘Sí, el Doctor pidió que se los dejara’, respondió. Nos cambiamos y volvimos a la oficina. ‘Siéntense. Vemos el segundo tiempo y después vamos a entrenar’, dijo Bilardo. Nos miramos con los chicos y pensábamos que estaba loco. A la medianoche no había una cancha iluminada para entrenar. Nos llevó a una punta del country, en el que apenas se veía, entramos en calor y después los paró a Lemme, a Brown y al profe en una línea de tres, para enseñarnos cómo teníamos que movernos y sortear una defensa con esa disposición. ¡Eran las 12 de la noche! Estuvimos como una hora y pico ahí, y él enseñándonos cómo levantarles la pelota a los defensores a la altura de las rodillas, y no por los costados, para superarlos y que nos cometieran penal. Bilardo es así. Un personaje”, concluyó.
LAS MARATONES MUSICALES DE DJ BILARDO
Los Auténticos Decadentes, Bersuit Vergarabat, La Mosca, Banda XXI. Bilardo manejaba los ejercicios tácticos y también la bandeja del DJ, multifacético. En Estudiantes, Carlos Salvador patentó las “maratones musicales de entrenamiento”. Prácticas que duraban entre siete y 11 horas, algunas más numerosas y otras menos; con trabajos más específicos o generales. Y, de fondo, la música, alegre, motivante, con playlist a elección de un bailarín experto que hasta supo mostrar sus bondades en los carnavales.
"La música es para romper la monotonía en el Country y motivar un poco a los jugadores", señaló sobre su peculiar método. La más extensa de sus maratones comenzó a las 9 de la mañana y finalizó pasadas las 20. Cada futbolista atravesó 10 ensayos a lo largo de aquella agotadora jornada. "No te podés cansar, porque hacés lo que te gusta", argumentó el Narigón, bajándole línea a su tropa.
EL AUTODESPIDO Y LA PRISIÓN DE CITY BELL
Febrero de 2004. Estudiantes perdió 4-1 ante Independiente en su estadio de 1 y 57. Para Bilardo, un entrenador que en pleno festejo por el título en México 86 no se permitía celebrar por los goles sufridos en la final ante Alemania, la derrota representaba una puñalada profunda, imposible de cicatrizar. Tanta carga emocional, tal nivel de autocrítica, lo empujó a hacer una declaración célebre.
"La culpa de la derrota la tengo yo. Es más: si fuera el presidente del club me llamo y me digo: 'váyase'. Es que cuatro goles así no te pueden hacer, y si te sale todo mal entonces la culpa la tiene el técnico, que en este caso soy yo. Si yo fuera el presidente, me echo", soltó, ante las carcajadas contenidas ante el sincericidio.
“Después que conseguimos un córner a favor no te pueden hacer un gol, eso es algo que nunca me había pasado. Un gol, bueno, vaya y pase, pero cuatro…”, siguió autoflagelándose. Bilardo no se autodespidió, pero sí se aplicó un castigo: se encerró en el country de City Bell para “no perder tiempo en los viajes”. Allí lo veían los serenos, caminando por las canchas a oscuras, después de presentar su programa de radio por teléfono buscando soluciones de madrugada ante el arrollo del insomnio.
ANGELERI, EL CANTANTE FRUSTRADO
Marcos Angeleri fue protagonista de otra de las locuras del Doctor. Miguel Ángel Lemme, su ayudante de campo, se encargó de relatar la puesta en escena. “En la concentración estaba la habitación de Carlos, después venía la mía, y la de Angeleri. Le había enseñado el utilero a tocar la guitarra. Yo lo hacía cantar a Angeleri. Una vez se enojó Carlos, salió corriendo y ganamos. Y le dije a Carlos que había que hacerlo otra vez, porque habíamos ganado. Entonces yo lo hacía cantar a Angeleri, él le gritaba y salía corriendo el pibito”, detalló la coreografía, que se repitió como un loop. “Son cosas lindas que vivimos al lado del maestro”, completó el Cabezón, al que hasta las cábalas le generan nostalgia.
LA VÍA MÁGICA
Bilardo, un ícono de Estudiantes, estaba dispuesto a ofrecer todo su conocimiento y su artillería esotérica para que el club se mantuviera en la élite. “Salíamos a correr afuera del Country, yendo para el lado opuesto a Camino Negro. Cuando cruzamos una vía, había una vía muerta y sobresalía una punta. Y él se paraba ahí siempre cuando volvíamos de correr. Y un domingo me dice: ‘Vení, vamos a buscar a un muchacho’. Había hablado con el utilero y trajeron a un empleado que tenía autógena. Cortó un pedazo de vía y la puso abajo de la cama donde dormía, hasta que nos salvamos del descenso. Y después se la llevó a la casa. Porque decía que las vías traían suerte. Un pedazo de vía de un metro, eh, doblada en la punta”, describió el increíble movimiento el Cabezón Lemme, sin asombrarse porque, claro, conocía todo su repertorio.
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