Larga y difícil fue la transfusión desde Diego Maradona a Leo Messi. Parecidos y diferentes, Diego y Leo tienen algo en común: el salto a la primera cuando eran chicos. En las inferiores de Argentinos Juniors se reunía mucha gente para ver a los cebollitas y su perla, el niño Maradona. La excelencia del de Soldati, el encanto de las palabras veloces con puro manejo y libertad tiraba más que los titulares del campeonato grande . Y Leo, llevado por los padres a La Masía del Barcelona donde se modelan los futuros profesionales como en una cocina casera que puede conducir al tesoro buscado para saltar un día al Camp Nou. Con un tratamiento para alcanzar los cinco centímetros de altura que se juzgaron necesarios y 25.000 dólares que los Messi debieron pagar en cuotas rigurosas. Lo mismo, pero en ámbitos diferentes, se convirtieron en seres de una especie con ejemplares raros: los prodigios.
Maradona empezó en las calles de tierra, una pobreza que entre una cosa y otra zafaba, y dale con los otros a patear sin descanso. Hasta que un ojos de halcón de gran puntería lo encontró, como a Riquelme, como a Tévez. Jorge Messi, en tanto, vislumbró su aptitud endemoniada cuando era un chiquitín nacido para las cúspides. Con el it que no se aprende. Jorge, trabajador en la industria en Rosario y luego sostenedor de un club modesto por afición y afinidad con la pelota, se dio cuenta y el Barça se interesó . A los trece, a Catalunya, con Jorge desde entonces administrados y mánager del hijo. Lo hizo muy bien, no hace falta decirlo.
Apegado a su familia, Diego se alejó necesariamente del barrio y villa llamado para ser crack mayúsculo, en gran medida porque no siempre se recibe con amor a los que suben y triunfan. Se llama rencor. Se llama envidia. Se supone que quien rompe el esquema social averiado tiene que ser amamantado y asociarse con los demás, Hay otras palabras para dejar el alambrado de pertenencia, pero sería mejor para sociólogos, politólogos y psicólogos ya que están por todas partes. En los hechos pelados, resulta de ese modo. El parto y título del socorrido aquello de nace una estrella , no tiene vuelta. Maradona no volvió a Soldati. Conocedor del paño, tenía más para perder que para ganar.
Y de ese modo Diego se hizo el centro de una idolatría rendida por su calidad de futbolista asombroso, apellido pasaporte en cualquier lugar, una personalidad desafiante, el héroe capaz de cambiar cualquier partido: cargarse el equipo al hombro. Capaz, pongan ustedes, de ganar el Mundial con un gol prohibido: si tienen ganas escuchen “La mano de Dios”, el cuarteto de Rodrigo Bueno. Hace pocas horas sonó en el estadio ya sin él en esta Tierra durante el partido ardiente entre Juventus y Nápoles. Así, Maradó, Maradó, invocación y letanía. El Cid que lucha desde la muerte contra la postergación, anticareta justo para la tribuna más brava.
Casi todo se sabe ya del desaforado y cautivante ser, del cuco de poderosos variados de cualquier clase que se lo comieron crudo a él – midió mal- , bufón a sueldo de cualquier dictador bananero y de cualquier interés de grado o por fuerza de políticos con pinta corriente pero nunca se sabe, intereses, muñeco de ventrílocuo, fuerza amorosa del marginal, víctima enferma de la adicción como quizás de instrumento del negocio , mito, endiosamiento de la muchedumbre que reverenciaba pero también exigía: proximidad. Desde la cancha, lejos, Maradona abrazaba y besaba al aire popular, pero nunca pudo vencer al miedo a ser rodeado, estrujado, ¿robado? Que no se acercaran, por favor. En el principio las ganas de acariciarle los rulitos como señal de cariño y amuleto viviente. En el terrible final, paseado entre vivo y muerto por el pasto de Gimnasia donde simulaba ser director técnico , ya en el centro de una presunta conspiración letal, un hombre en sombra.
Como se trata de algunas ciudades ( la venta del Barça al Napoli se hizo en la suma que serían hoy siete millones de euros, por entonces descomunal), se verá que la de Nápoles y la de Barcelona juegan un papel importante. Diego convirtió a los napolitanos en campeones y en santo laico capaz de pulsear con San Genaro, y Leo fue y sigue siendo amado por los catalanes , único club hasta estos días sin que importara chapurrear el idioma cultural y patrimonial que entiende pero no habla. Con plena consciencia de romper moldes y convenciones, Maradona se abrazó con la Camorra, produjo hijos que negó y aceptó en ocasiones fuera de su primer matrimonio , tuvo una vida sexual por decir lo mínimo versátil , expuso su inteligencia física y cognitiva con relampagueantes frases que se incorporaron a la lengua general como si fueran refranes. En cualquier momento cualquiera de nosotros puede decir de alguien que se le escapó la tortuga.
Algunas pequeñas diferencias
Generoso en capítulos de un documental o un ensayo sobre Diego y su circunstancia que podrían ampliarse siempre, Messi alcanzó la fama insuperable y el reinado de mejor del mundo aunque en una línea plana. Botines de oro, campeonatos, goles inverosímiles, su historia no ocupa como con Diego la tensión y el dramatismo de los campos de juego y en la vida personal. A Diego se le alcanzó desde que empezó el perdón garantizado: nada pudo ser alcanzado por sonidos de un ritmo existencial tan rico en caer y levantarse. Invulnerable, aunque sin calma con excepción de períodos breves y centro de un culto que , a veces símbolo lo mismo de magia como por sobreactuación, siempre fue se mantuvo a distancia de la kryptonita.
Leo es el chico de pocas palabras, susceptible de náuseas, en encrucijadas complejas del juego, un síntoma tan extraño como lo es en sus silencios cada vez menos prisioneros: desde la Copa América se transformó . La deuda que buscó con sed para ser aceptado por la Argentina . No fue un flechazo, de ninguna manera. ”Pecho frio, jugaba en Europa pero no metía en la batalla lo que lleva entre las piernas, distraído”, todo eso y más a lo largo de una montaña de meses, de años, hasta que rompió la mala disposición y se produjo el hechizo. En en ese punto, los amantes distantes, las hojas muertas, se unieron con la sangre alborotada. La transfusión desde Maradona hasta Messi fluyó . Los buscadores del gran arte encontraron a admirar pero no en modo Maradona. Notaron que Messi advertía el encuentro. Que verlo caminar y observar cómo marcha el juego es producto de astucia y comprensión de lo que pasa . Fueron muchísimos a verlo con público a la espera de lo segundos en que Leo Messi destapa el frasquito de las esencias y hace lo que ningún otro puede hacer.
En las tribunas muchas mujeres, muchos adolescentes de buena manera. Un cambio claro. Desde el escenario hasta los contempladores empezó otro tiempo. Ya no es el de Maradona – no el olvido, no el Maradó que seguirá-sino una alquimia social diferente. Un cambio de piel. ¿Política? Tal vez, quién sabe. Ya son otras aguas y otro aire en el vínculo entre la Selección y el público en metamorfosis. La transfusión emocional se ha producido.
SEGUIR LEYENDO