Ariel “El Kuko” Bruno nació el 12 febrero de 1997 y creció en Jacarandá, uno de los tantos barrios humildes del partido bonaerense de Berazategui, en el seno de una familia de clase media-baja. Desde muy temprana edad tuvo que sobreponerse a los duros golpes que le dio la vida y que fueron forjando su personalidad: cuando tenía tan solo 9 años, su padre murió de cáncer y a los 14, su madre falleció por la misma enfermedad.
Ya huérfano y siendo apenas un adolescente, quedó al cuidado de sus abuelos, quienes se ocuparon de que siguiera yendo a la escuela, pero le permitieron intercalar los estudios con una pasión que empezaba a florecer en su interior, el deporte.
Luego de muchos esfuerzos, disciplina y entrenamientos, el joven logró destacarse en el kick boxing, consagrándose campeón nacional y regional. Recientemente fue convocado para disputar un título mundial en México, pero para competir necesita recaudar en poco más de dos semanas el dinero necesario para pagar el boleto del avión que lo lleve a tierras aztecas.
“Como todo chico, yo arranqué jugando a la pelota. Pasé por diferentes clubes, pero también tenía un compañero de colegio que hacía artes marciales, mi primo también practicaba y por eso la lucha es algo que siempre estuvo presente en mi vida, aunque en ese momento no se me ocurría que fuera algo para mí”, le explicó “El Kuko” a Infobae.
Sin embargo, cuando cumplió 13 años, un familiar lo llevó a una clase de kick boxing y se anotó “como para hacer una actividad más, sin saber si iba a volver al otro día”, pero con el tiempo le encontró “el gustito” y no lo quiso dejar.
Fue entonces cuando se le presentó “el primer dilema”, uno que cambiaría su vida para siempre, ya que tuvo que decidir si continuar apostando por el fútbol o intentar algo nuevo. Eligió la segunda opción.
“A los 14, cuando se me fue mi vieja, yo me sentía un poco solo. Por más que ahí estaban mis abuelos, que siempre me acompañaron, uno se siente vulnerable y un poco tirado a la suerte. Ahí fue cuando decidí meterme más en el gimnasio”, continuó relatando.
Comenzó su preparación física en un establecimiento de Jacarandá, donde conoció a muchas personas que lo acompañaron y que “fueron un sostén” para él: “Pasaba más tiempo con ellos que en mi casa. Cuando estaba ahí, ayudaba a limpiar, a acomodar las cosas y también esquivaba, inconscientemente, otras cosas. Yo vivía en un barrio muy humilde, quizá mis juntas no eran las mejores y estar ahí me alejó de todo eso”, destacó.
Junto a su profesor de ese momento, Juan Díaz, empezó a “tomarle el gustito a la competición”, hasta que, sin imaginar todo lo que vendría después, se vio “haciendo bien lo que hacía”. Así, lo que en un principio fue “un refugio”, se terminó convirtiendo en su “motivo de vida”.
Cuando cumplió 16 años se planteó la meta de profesionalizarse. Le recomendaron continuar las prácticas en un gimnasio de Banfield y, a pesar de las distancias, Bruno consideró que esa era lo mejor para su carrera.
El joven se tomaba todos los días el transporte público para ir desde su casa, en Berazategui, hasta su nuevo centro de entrenamiento, un viaje que le demandaba cerca de tres horas, tanto a la ida como a la vuelta.
Sin embargo, el esfuerzo no fue en vano porque en ese establecimiento. según contó el propio “Kuko”, le enseñaron “sobre disciplina” y “terminaron de explotar” su lado competitivo. No solo eso, sino que el gimnasio también se convirtió en su hogar, literalmente.
Sucedió que Jorge Gionco, su actual profesor y encargado del local, al ver el tiempo que perdía su alumno en ir y venir desde Berazategui, le ofreció mudarse a una pieza que había en el fondo del establecimiento. Bruno aceptó y vivió allí cuatro años.
“No me la dejaban gratis. Yo nunca tuve nada gratis. Durante ese tiempo yo mantenía el lugar, pagaba la luz, ese era como mi alquiler. Además, paralelamente trabajaba de lo que podía para llevar algo de plata”, recordó el joven.
En su época de amateur salió varias veces campeón en su categoría, hasta que, pelea a pelea, lo “empezaron a subir de nivel” en las competencias, a medida que “se iban acabando los rivales”.
“Es un proceso. Tenés varias etapas. Empecé como amateur, después tomé confianza y a los 18 años debuté profesionalmente. Pasó mucho tiempo hasta que a los 20 volví a pelear de manera profesional y ahí ya le dediqué más tiempo, porque como todo deporte, se necesita dedicación para llegar lejos. Fue un proyecto, pero en un momento sentí que ya había madurado y que estaba en condiciones para aspirar a más. Arranco de ese modo, lento”, detalló.
Al hablar de la parte negativa del deporte que practica, Bruno señaló que es un ambiente en el que las cosas se hacen “todo a pulmón”, ya que no tiene tantos auspiciantes como otras artes marciales mixtas.
“No hay tantas empresas que inviertan en esto, como pasa, quizá, con el boxeo. Para una pelea me banco todo yo: la preparación individual, los viáticos, los entrenamientos. Es una lista de cosas y, sumando todo a fin de mes, yo creo que pocos tienen la posibilidad de dedicarse únicamente a esto”, precisó.
Lo más crudo de esta situación la está padeciendo ahora, luego de haber recibido un comunicado del Consejo Mundial de Kick Boxing (WKC, por sus siglas en inglés), en el que le informaron que había sido seleccionado para competir por el título internacional de esta federación, en la categoría 57,500 kilos.
En ese texto, los organizadores le remarcaron que para eso, debe estar el próximo 19 de agosto en la Ciudad de México para someterse a un pesaje al día siguiente y presentarse a pelear al otro. Los gastos del viaje corren por su cuenta.
“La estadía me la bancan ellos, pero el pasaje de avión, no. Estamos hablando de unas 300 lucas en adelante, y semana a semana va a aumentando. Es imposible que yo consiga ese dinero, son cifras que no me entran en la cabeza, directamente”, se lamentó.
Con el apoyo del periodista deportivo César Merlo, comenzó una campaña en las redes sociales para conseguir un sponsor que pueda realizar esa inversión y, por su parte, “El Kuko” decidió hacer una rifa en la que se sortean premios que fueron donados por familiares y amigos.
A pesar de que tiene poco más de dos semanas para reunir el dinero, el joven de 24 años no pierde las esperanzas y sabe que “hay entidades a las que un vuelo no les cambia en absoluto su economía”, por lo que “es solamente dar con la persona adecuada”.
Si logra ese objetivo, Bruno sería el primer argentino en disputar ese título de la WKC. “Compito contra el campeón local, Jair Facto. Voy de súper visitante. Sabemos que el show está hecho para ellos y por eso tenés que ir a ganar por nocaut, no queda otra. El mexicano es bueno, pero ya lo estamos estudiando. Estoy trabajando con el campeón mundial, Martín Blanco, que fue a pelear a Japón y ganó en la categoría de 54 kilos”, agregó.
Ilusionado con este nuevo desafío, el luchador reconoció que, “más allá del orgullo” que le genera representar al país en el exterior, también siente “un poco de miedo y de presión, porque también está la posibilidad de defraudar, de fracasar”.
Pero nada de eso lo frena, porque también está “confiado” de lo que está haciendo y de “los profesionales de primera” que lo acompañan, y siempre aseguró que “el argentino pelea con hambre, con pasión, y cuando sale a representar, lo hace con garra porque tiene hambre de gloria”.
“Agradezco la ayuda del gimnasio de Banfield, de Jorge Gionco, que es uno de los causantes de que yo esté hoy acá al darme un espacio para vivir, y de mi novia, que es mi compañera y quien me ayuda en todo, desde decirme ‘loco, andá a entrenar, levantate’, hasta con las dietas. Uno piensa que puede con todo y la verdad es que no, es todo un equipo el que está, no atrás tuyo, sino al lado. Todo el barrio me apoya y me da su cariño”, cerró.
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