Profundo dolor en el fútbol argentino. Alejandro Sabella murió este martes a los 66 años a causa de un virus intrahospitalario que complicó su cuadro de cardiopatía aguda. En las últimas horas su salud se había complicado y no podía respirar por sí mismo. Finalmente, después de una leve mejoría, perdió la vida tras luchar en su internación que empezó el pasado 25 de noviembre, el día del adiós a Diego Armando Maradona.
Desde el ICBA Instituto Cardiovascular informaron a través de un parte médico que “falleció (...) como consecuencia de su diagnóstico de cardiopatía dilatada secundaria a enfermedad coronaria y cardiotoxicidad de larga data”.
Si hay una coincidencia general en el ambiente del fútbol es que Sabella, de una zurda exquisita como jugador hasta haberse acercado demasiado al título mundial con la selección argentina antes de caer en el alargue ante Alemania en Brasil 2014 como entrenador, es alguien muy respetado por sus actos a lo largo del tiempo, y tratando siempre de mantener un bajo perfil.
Nacido el 5 de noviembre de 1954 en Buenos Aires, con origen de clase media (padre ingeniero agrónomo y madre maestra de escuela), reconoce que nunca tuvo que trabajar y que pudo dedicarse a estudiar y llegó hasta segundo año de Abogacía en la Universidad de Buenos Aires (UBA) cuando su ingreso al profesionalismo en el fútbol le quitó tiempo para continuar. “En verdad me gustaba más la medicina, pero me metí en Derecho porque me permitía estudiar en mi casa”, se sinceró una vez.
“El primer coche que tuvimos fue un jeep, después un Renault 4 pero a comer afuera no íbamos nunca y la ropa en general la hacía mi mamá comprando telas. No trabajé pero tampoco sobraba nada”, contó sobre su hogar sobre la calle Vidt, a la altura de Paraguay, en Barrio Norte. “Vidt es una cortadita y en esa época pasaban pocos coches, estaba el tranvía y vivíamos en la calle jugando con la pelota “Pulpo”, la de goma. Jugábamos un “cabeza”, o de vereda a vereda, un picado cuando había más gente, o a embocar en mi balcón, porque yo vivía en la planta baja”, recordó.
Su acercamiento al fútbol aumentó cuando aún antes de ingresar al colegio primario, lo asociaron al club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) y con el tiempo, ingresó a jugar en sus tradicionales torneos internos, al igual que su hermano. “Nuestro equipo estuvo como cinco años sin perder un solo partido. Con mi familia, íbamos sábados y domingos, era religioso. Y cuando terminábamos y nos bañábamos, como mi mamá se demoraba más tiempos en las duchas, la esperábamos en el auto, y mientras tanto jugábamos, con la iluminación que hacía mi papá con los faroles del coche y allí íbamos los tres: uno atajaba, otro tiraba centros y otro pateaba. Llegábamos a la casa y teníamos que bañarnos de nuevo”, rememoró. Los que lo trataron por esos tiempos cuentan que solía colocarse como arquero y que relataba los remates mientras atajaba y se imaginaba siendo Antonio Roma, el arquero de Boca Juniors de ese tiempo.
“A mí me encantaba tener la pelota y gambetear y mi papá, que jugaba de 10 ó de 11 en los torneos internos y le pegaba con las dos piernas pero jamás eludía a nadie, me pedía que largara la pelota. Él jugó hasta muy viejito y cuando se retiró, dejó un mensaje titulado ‘Carta a los muchachos de los picados de los jueves’ y a esa carta la llevo siempre encima y les agradecía a quienes habían compartido los picados con él por aguantarlo, tenerle paciencia y cuidarlo”, se emocionaba.
Al poco tiempo pudo conseguir una prueba en River Plate gracias a que el padre de uno de sus amigos era delegado en ese club, aunque dijo que era de clase 1955 porque buscaban de esa edad, cuando era un año mayor. “Lo pude decir porque era de físico esmirriado y me creyeron pero cuando me aceptaron y se enteraron de mi verdadera edad, casi me matan. Me terminó fichando el ex jugador de los años Cuarenta Bruno Rodolfi”.
En 1974, mismo año de su debut en la Primera de River, el periodista Marcelo Araujo fue quien lo apodó Pachorra en un Sudamericano juvenil en Chile. “Lo hizo porque me gustaba dormir la siesta, algo que me gusta, pero que quede claro que no tuvo nada que ver con que no corriera”, aclaró en una larga entrevista con la revista El Gráfico. También recibió otro sobrenombre, el de “Mago”. “Jugamos con River un amistoso en Misiones bajo un diluvio impresionante. Vino un centro, me tiré en palomita, la pelota me quedó atrás y le di de taco y luego en el vestuario, creo que fue (Roberto) Perfumo empezó con lo de “mago” y fue quedando”.
En River jugó cuatro años, y participó en el plantel que consiguió el título de campeón tras 18 años de sequía, si bien tuvo por delante, en su posición, a Norberto Alonso y a Carlos Ángel López. Allí desarrolló una larga amistad con Daniel Passarella y logró tres títulos, Metropolitano 1975 y 1977 y Nacional 1975.
Sin embargo, la gran frustración de esta etapa con Ángel Labruna como director técnico fue la de no haber podido ganar la Copa Libertadores, pese a haber llegado a la final ante Cruzeiro en 1976. “Estuve en los tres partidos, incluso en el desempate en Santiago, cuando nos ganaron 3-2 sobre la hora, cuando llegamos sin varios titulares. La amargura fue muy grande pero recién cobré real dimensión de la derrota al año siguiente, cuando Boca pudo ganar la Copa ante el mismo Cruzeiro. Ahí se agrandó la frustración”.
Tras 118 partidos y 4 goles en River, su pase fue adquirido por el Sheffield United, que militaba en la Segunda División inglesa, aunque tras dos temporadas, su estética generó que pasara a otro equipo de la zona, el Leeds United (al que hoy dirige Marcelo Bielsa) de la Primera División.
“Sé que cuando el Sheffield vino a ficharme, buscaron primero a Mario Zanabria pero él estaba bien en Boca y no arregló, y entonces Antonio Ubaldo Rattín, que era el representante del Sheffield en Sudamérica, me ofreció el puesto y me interesó porque en River casi no jugaba. Me fueron a ver a un River-Boca por la Copa Libertadores, y anduve bien, al punto que El Gráfico tituló ‘Sabella no mereció perder’. Esa noche arreglamos, y me fui. Me podía haber ido mejor. Descendimos a Tercera pero en lo individual, me pusieron en el “Equipo del Siglo” en 2000 aunque es cierto que estas elecciones son discutibles, porque tiene más peso lo de los últimos años, pero al menos eso significa que algo hice”, comentó al hacer un balance de esta etapa, de la que destacó el ambiente tan distinto al argentino.
“Cuando descendimos a Tercera, la gente entró para sacarnos en andas y nos decían que en la temporada que viene ascenderíamos. Lo contás y no te lo creen”. Del Sheffield se llevó otro recuerdo: “Tuve un entrenador, Harry Haslan, que nos mató un día que íbamos ganando 4-0 en el primer tiempo y no hicimos nada en el segundo, y en el vestuario nos dijo que lo que hicimos había sido una falta de respeto al público”.
En Leeds United, en cambio, jugó entre 1980 y 1981, pero tuvo un problema adicional: “El entrenador que me llevó duró cinco partidos, y al que lo reemplazó le gustaba el fútbol a un toque y todos los entrenamientos eran así y a mí me gustaba tener la pelota. No lo critico, sólo digo que eso iba contra mi estilo, así que mucho no jugué”.
A fines de 1981, llegó Bilardo con toda la intención de llevárselo de regreso para Estudiantes de La Plata, que había recaudado buenos fondos luego de transferir a su figura, Patricio Hernández, al Torino italiano. “Carlos vino con muy poco dinero y si no recuerdo mal, me pidió algo prestado. Con eso, se la peleamos y les lloramos bastante a los dirigentes del Leeds. Habíamos jugado un sábado y después fui a buscar a Carlos a una estación de tren, lo dejé en el hotel y el domingo lo pasé a buscar y nos reunimos con el manager y su asistente. Y era domingo, que para ellos es sagrado y querían ir a pasear con sus mujeres. Yo hice de traductor y Carlos llevó unos recortes de diarios con la crisis económica que había en la Argentina y dijo que Estudiantes estaba haciendo un gran esfuerzo. Y los convenció”.
En Estudiantes, integró un equipo que se fue consolidando durante 1982. Ya en el primero de los dos torneos, el Nacional, llegó a semifinales, en las que fue derrotado por Quilmes, aunque Sabella se lesionó en el partido de ida, y luego, ganó el Metropolitano con un juego vistoso y con un mediocampo que se recordaba de memoria: José Daniel Ponce, Miguel Russo, Marcelo Trobbiani y Alejandro Sabella. Fue el año de la Guerra de Malvinas, y justo se había ido de Inglaterra medio año antes.
En 1983, ya dirigido por Eduardo Luján Manera, Estudiantes, con Sabella como una de sus principales figuras en la creación y manija del equipo, volvió a ser campeón, ahora del Nacional, e intentó proyectarse a la ansiada Copa Libertadores que no ganaba desde 1970, pero fue eliminado por el poderoso Gremio de Porto Alegre, posteriormente ganador del título, dirigido por Valdir Espinosa y con jugadores de la talla del uruguayo Hugo De León, Tita, Caio y Renato Gaúcho (actual entrenador).
Precisamente ante Gremio, un 8 de julio de 1983, en La Plata, se produjo una de las actuaciones épicas de la historia de Estudiantes, que consiguió empatarle 3-3 tras ir perdiendo 3-1, con apenas siete jugadores por causa de cuatro expulsiones (Trobbiani, Ponce, Camino y Hugo Tévez) decididas por el árbitro uruguayo Da Rosa. Los goles los convirtieron Sergio Gurrieri y Russo, con un remate de media distancia, en una magistral noche del ahora entrenador de Boca, Sabella y Rubén Agüero.
Sabella recordaba este partido con una anécdota, que solía contar de manera graciosa y hasta actuando las situaciones: “Cuando estábamos ya con ocho jugadores, Manera le dice a Tévez que ya lo va a hacer entrar. ‘Te pido solamente una cosa: calmá los ánimos’. El vestuario de Estudiantes estaba debajo de una tribuna, Camino se estaba duchando y escucha la voz del estadio que anuncia el ingreso de Tévez, escucha pasos y lo ve a su lado y le pregunta ‘qué hacés acá? ¿No debías entrar?’ “‘Es que ya me echaron’, le respondió”.
Manera se hizo cargo del plantel de Estudiantes desde 1983 porque Bilardo pasó a dirigir a la selección argentina tras el Mundial de España, y eso parecía que podía favorecer a Sabella para ser convocado, pero tuvo que pelear un lugar nada menos que otra vez con Alonso, y también con Ricardo Bochini, Jorge Burruchaga y más tarde, con Daniel Carlos Tapia y mucho peor, con Diego Maradona. Alcanzó a jugar cuatro partidos con la camiseta albiceleste durante la Copa América de 1983.
En 1985 fue transferido al Gremio y allí se reencontró con varios de aquellos adversarios de 1983 y hasta el mismo DT Espinosa. “De él me quedó una frase: ‘El fútbol es una lucha por los espacios. El que mejor y más rápido los ocupa, gana’”. También tuvo como entrenador a Rubens Minelli, “que se enojaba cuando perdíamos la pelota y no pateábamos al arco”. Ganó dos torneos gaúchos en 1985 y 1986 y marcó cinco goles en 60 partidos. “Fui con 30 años y pensé ¿por fin voy a entrenarme menos, voy a divertirme’. ¡Para qué! Fui al sur de Brasil, a territorio gaúcho. Llegué, fui a la revisación médica y había tres brasileños en camillas, con cicatrices de veinte centímetros, todos operados de ligamentos cruzados. Nunca me entrené tanto en mi vida como allí, doble turnos todos los días. Antes del segundo partido, tenía que subir la escalera caracol de la concentración y lo hice casi de rodillas usando las manos y los pies”.
Volvió a Estudiantes en 1986/87 aunque sin el mismo suceso, y pasó por Ferro (1987/88) y el Irapuato de México (1988/89) hasta su retiro definitivo, cuando le ofrecieron dirigir a la Reserva de River, pero al poco tiempo, su amigo Passarella lo convocó para formar parte del cuerpo técnico de la selección argentina como segundo ayudante, junto a Américo Gallego, apuntando hacia el Mundial de Francia 1998, y luego seguiría con él en la selección uruguaya, el Parma, Monterrey, Corinthians y River hasta que el Kaiser se lanzó a la presidencia de los Millonarios y entonces entendió que era el momento de lanzarse como director técnico con su propio equipo, y llamó como colaboradores a sus ex compañeros de Estudiantes, Julián Camino y Claudio Gugnali.
“Tenía ganas de dirigir, sobre todo por mi vocación pedagógica, por la posibilidad de transmitir, más allá del tema económico. Siempre me gustó la idea de volcar las cosas que me enseñaron, sentirme útil desde ese punto de vista”, comentó y recordó el contexto de aquel Estudiantes. “Bilardo había declarado, cuando se fue como DT Roberto Sensini, o por lo menos es lo que leí, que teníamos que agarrar Trobbiani y yo como dupla técnica”.
Ya había estado cerca de ser el DT de Estudiantes en 2004. Se había ido Bilardo y fue llamado por el secretario, Arias Navarro, pero fue cuando tenía casi todo arreglado con Passarella para ir al América de México. “Tenía dos valijas armadas en la puerta de mi casa esperando el llamado para viajar cuando sonó el teléfono. Les agradecí y les comenté que tenía un compromiso”.
Su primera experiencia como DT tuvo lugar un domingo de 2009. “Jugábamos el jueves por la Copa y llevé una camiseta de Estudiantes en mi mano, porque quería inculcarles desde el primer día lo que yo sentía por el club y lo que significaba la Copa en la historia de la entidad. Quería hacerles ver que llegaba uno como ellos. Aposté a la mística de entrada. Y después, sí, les di unos conceptos futbolísticos, qué pretendía del equipo en el tema táctico, pero sobre todo le apunté a lo mental, porque como en cualquier orden de la vida, la mente es el motor de todo”.
Su debut como DT ocurrió exactamente un 15 de marzo de 2009 y en la Copa Libertadores no pudo empezar peor en la fase de grupos. Una derrota por 3-0 ante el Cruzeiro en el Mineirao, aunque pudieron imponerse por 4-0 en la revancha y los dos se clasificaron a las fases finales. “Las conclusiones del cuerpo técnico fueron dos: 1) Ojalá no tengamos que jugar nunca más contra este equipo, 2) Estos van a llegar a la final. Nos pareció un equipazo, más allá del 4-0 para nosotros, que nos pareció medio mentiroso. Yo le decía La marea azul y pedía que no se cruzaran con nosotros. Y cuando nos tocó en la final, me acordé de que la única vez que había disputado una final de Copa Libertadores había sido en 1976 y contra el Cruzeiro, y la había perdido”.
La ida terminó 0-0 en La Plata pero Estudiantes pudo conseguir la Copa por cuarta vez al vencer 2-1 en el Mineirao luego de estar perdiendo 1-0 a los 6 minutos del segundo tiempo con un gol de Henrique, pero a los 11 lo empató La Gata Fernández y a los 27 minutos lo dio vuelta Mauro Boselli. “Tras la ida no estábamos muertos, pero sí golpeados aunque también fuertes. Influyó mucho la experiencia que el grupo había vivido el año anterior en el estadio Beira Río, cuando revirtieron una serie contra el Inter y eso les jugó en su cabeza, sin duda”.
“La segunda final la pensé como si fuera un partido de rugby –le explicó Sabella en un extenso y riquísimo diálogo con el periodista Máximo Randrup, uno de los que más conoce los resquicios de Estudiantes, para el libro “Yo conocí a Pincharrata”, de su padre Dickie Randrup-. Como la cancha era grande y ellos tenían mucha movilidad, consideré que lo mejor era hacer un desarrollo lento, estar ordenados y que hubiera muchas formaciones fijas”. Terminó siendo, como bien se señala en el texto, un 4-4-2 con una defensa sólida, un doble cinco mixto, un mediocampista externo con despliegue y otro, talentoso, un nueve y un segunda punta.
Una vez festejado el éxito de la Copa Libertadores, llegaba otro desafío, el del Mundial de Clubes, y nada menos que contra el mejor Barcelona de Pep Guardiola y con Lionel Messi como estandarte, que venía de imponerse en Roma al Manchester United en la final de la Champions League, y que había ganado todos los títulos de la temporada.
Sin embargo, Estudiantes soportó con estoicismo el toque de los catalanes y a los 37 minutos, Mauro Boselli puso en ventaja a los argentinos, que aguantaron hasta el final y cuando ya parecía que se concretaba la hazaña, empató Pedro a un minuto del cierre y obligó a un alargue en el que Messi, de pecho, y a los 5 minutos del segundo tiempo, marcó la diferencia en Abu Dhabi.
“Si alguien me hubiera dicho que llegaríamos hasta ahí, les habría dicho que tenían una gran imaginación o varias copas encima”, confesó Sabella a la revista El Gráfico meses más tarde. Sin embargo, llegado el momento y la definición, reconoció que “más que bronca, sentí amargura. Si uno mira los 120 minutos, el Barcelona fue un justo ganador, pero siempre se caracterizó por minimizar a su rival, y nosotros, sobre todo en el primer tiempo, le cortamos los circuitos y su habitual superioridad abrumadora no aconteció. Hicimos un partido extraordinario y nos ganamos el respeto del mundo. No creo haber visto en los últimos diez años un equipo de la categoría del Barcelona. Es como una marea que lleva la pelota y te va arrasando”.
Estudiantes sería vencido en 2010 por Liga de Quito en la Recopa Sudamericana, pero acabó ganando el Torneo Clausura argentino pese a haber transferido en ese tiempo a José Sosa, Boselli, Marcos Angeleri, Christian Cellay, Clemente Rodríguez y Marcelo Carrusca. Pero en febrero de 2011, Sabella presentó la renuncia debido a su disconformidad con los dirigentes, aunque hubo rumores, desmentidos rotundamente por ambas partes, de ciertos desacuerdos con la figura del equipo, Juan Sebastián Verón. Antes, hubo un gesto del plantel que emocionó mucho al DT, cuando los jugadores aparecieron con una bandera de apoyo tras la muerte de su padre. “No lo esperaba y fue uno de los momentos más felices que viví en una cancha, un momento incomparable. Mi papá falleció un sábado, el día anterior del clásico ante Gimnasia, yo me fui al velatorio y volví para el entrenamiento y quedé concentrado. El domingo a la mañana fui al entierro y vine para el partido. Antes de salir, los jugadores me dijeron “hoy todos estamos de luto” y salieron con la bandera de apoyo. Fue una sensación mixta, de tremenda tristeza, y de gran emoción”.
Estando libre, y tras la eliminación de la selección argentina en la Copa América de 2011 como local en los cuartos de final y con la salida de Sergio Batista como DT, fue convocado para el puesto, pero justo había firmado un contrato para dirigir al Al Jazira Sporting Club en Emiratos Árabes Unidos, por lo que la AFA tuvo que iniciar gestiones especiales. Pocos meses antes, pudo ser el entrenador de la selección chilena porque había quedado como uno de los candidatos a suceder a su compatriota Marcelo Bielsa.
Fue presentado en el predio de Ezeiza el 6 de agosto de 2011 y entendió que era el momento de un discurso que apelara a lo patriótico, haciendo alusión a valores como “el bien común, la generosidad, el sentido de pertenencia y la humildad” como pilares de su nuevo proyecto y hasta citó al doctor Manuel Belgrano como “ejemplo a seguir” y se mostró “honrado” por “alcanzar lo máximo en la dirección técnica”.
“Allí tenemos la bandera (dentro de la sala de conferencias del predio de la AFA) fundada por Belgrano. Él dio todo por la patria, dejó su sueldo, murió pobre. Es el ejemplo a seguir. El de poner el bien común por encima del individuo”, señaló, invitó “a recorrer el camino con generosidad y diferentes responsabilidades” y subrayó la necesidad de hacerlo “a través de un sentimiento común hacia la camiseta y los colores, con humildad y amplitud para escucharlos a todos”.
Sabella, que también utilizó conceptos como “Equilibrio” y “Sentido de pertenencia hacia la patria, el país y la Selección”, decidió entregarle la capitanía a Lionel Messi, tras haber conversado sobre esta conveniencia con el anterior portador de la cinta, Javier Mascherano. “Creo en la búsqueda de un estadio superior como ser humano. Eso es lo que te da un plus si uno logra ser mejor persona”, concluyó. En su primer partido, venció a Venezuela por 1-0 con gol de Nicolás Otamendi tras un centro de Messi, y tras un comienzo dubitativo en la clasificación al Mundial de Brasil 2014, él mismo reconoció luego, en el libro “Messi”, de Guillem Balagué, que hubo “un clic” tras la victoria en el calor y la humedad de Barranquilla, ante Colombia, y el equipo llegó sin problemas a la gran cita mundialista, con un esquema que apelaba al contragolpe a toda velocidad con “los cuatro fantásticos”, Messi, Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín y Ángel Di María, respaldados por un gran Mascherano en el medio.
Sin embargo, el equipo no pudo repetir el mismo rendimiento en el Mundial, debido a las lesiones, como la de Agüero, o la de Di María antes de la final, pese a lo cual, pudo estar cerca del título en el Maracaná, ante Alemania, cuando Higuaín y Rodrigo Palacio desperdiciaron claras situaciones de gol antes de caer en tiempo suplementario, cuando ya el estado físico no era el mismo ante un rival que no se había desgastado en semifinales durante la impactante goleada de 7-1 a los locales.
Durante ese Mundial, Sabella había partido con un planteo conservador ante Bosnia en el Maracaná, marcando con cinco defensores, pero debió alterar el esquema cuando Messi se quejó públicamente por el esquema, en tanto que muchos criticaron cierta falta de autoridad cuando Ezequiel Lavezzi le arrojó un balde de agua en tono de broma.
Tras el Mundial, renunció a la dirección técnica de la selección argentina cuando todo indicaba que el ciclo podía continuar, por el respeto que se había ganado en el ambiente, los resultados de su trabajo, que derivaron en la primera final de Mundial desde Italia 1990, y su bajo perfil, pero se supo luego que había estado afectado por un cáncer de laringe y luego tuvo problemas cardíacos que obligaron a que en diciembre de 2015 le realizaran una angioplastia por un cuadro de hipertensión y síndrome coronario agudo y acaso por estas razones rechazó una oferta para dirigir a la selección de Arabia Saudita en ese mismo año. Ya en 2016 tuvo algunas apariciones públicas por el nuevo estadio de Estudiantes y recibió varios homenajes, hasta que se conoció que ingresó en una etapa de recuperación.
Definido políticamente como “progresista”, manifestó que el último referente político con el que se sintió identificado fue con Carlos “Chacho” Álvarez aunque tuvo acercamientos al kirchnerismo.
Está casado en segundas nupcias con Silvina Rossi, con quien vivía en Tolosa, cerca de La Plata, y tiene con ella dos hijos, Alejo y María Alejandra, quien como bailarina llegó a danzar con Iñaki Urlezaga, y otras dos hijas de un anterior matrimonio, Flavia y Vanessa.
El casamiento se llevó a cabo en 2018, en una ceremonia de muy bajo perfil en la que su mujer –maestra, directora de escuela, y profesora de niños con deficiencia en el aprendizaje– vistió la camiseta de Estudiantes.
Sin haberlo conocido demasiado, la muerte de Diego Maradona lo movilizó de una manera especial, según relataron sus propios familiares, y el día de su velatorio debió ser trasladado para chequeos exhaustivos a una clínica del barrio de Belgrano, en Buenos Aires. “Tuve poca relación con él. Nos enfrentamos en un River-Argentinos Juniors y también compartimos un par de entrenamientos con la Selección. La primera vez que practiqué con él fue un bajón. Me volví a mi casa totalmente deprimido, pensando que yo no sabía jugar al fútbol. Un tiempo después, cuando Diego le metió los dos goles a los ingleses y escuché a (Jorge) Valdano, me sentí identificado cuando contó que Maradona le dijo que mientras eludía ingleses lo miraba de reojo y dijo ‘encima de la jugada que se mandó tuvo tiempo para mirarme’. Y yo sentí algo parecido. Me veía practicar a mí y Diego era de otro planeta. La última vez que lo vi fue cuando vino al country a hablar con Sebastián (Verón). Me saludó y charlamos unos minutos”, le contó al periodista Diego Borinsky.
Con la certeza de que “nunca dirigiría a Gimnasia ni a Boca”, encontró un adjetivo para Messi: “Inmessionante”.
“Tenés que ser inteligente y abierto, tenés que dar libertad y escuchar mucho, tenés que consensuar si es necesario, tenés que ser un jugador más sin serlo y tenés que dar ejemplos de vida. Con hechos, porque a las palabras se las lleva el viento. Y si te equivocás, por ejemplo, pedirles perdón a los jugadores. Les pido disculpas, hoy hice mal los cambios, no los ayudé como debía”, sostuvo sobre la profesión de director técnico. Tal vez sea la clave para comprender el por qué del respeto ganado en tantos años de profesión.
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