“Fui un trabajador del fútbol que tuvo la suerte de jugar en el club del que es hincha, que dejó todo por la profesión y por los clubes en los que me tocó estar, más allá de que me tocara jugar o no”.
Así cerró esta entrevista Bernardo Leyenda. Y si bien esa fue la frase de despedida, la misma sirve como introducción para entender un poco más la carrera que tuvo y de qué manera la afrontó durante más de 14 años como futbolista profesional.
Al leer su nombre, la asociación del hincha de fútbol promedio es obvia y hasta malintencionada, dependiendo del tono que se utilice al esbozar el pensamiento: “el arquero suplente”. Esa fama que se ganó el ex portero puede estar respaldada por las estadísticas, ya que en los diez clubes por los que le tocó pasar durante su carrera, se paró poco más de 100 veces debajo de los tres palos. Sin embargo, esos números no muestran el trabajo físico y -sobre todo- mental que debió hacer el jugador para convivir con ello. Esto último es en lo que va a estar centrada la mayor parte de la casi una hora de charla que tuvo con Infobae.
- ¿Arquero se nace o se hace?
- Es complicado... creo que se nace con algunas condiciones físicas, psicológicas y técnicas, que vienen de la cuna, pero después se va puliendo. Podés tener un chico con un talento espectacular como Messi, pero si no hubiese trabajado muchísimo, le hubiese costado ser Messi. Todo va de la mano. Hay condiciones iniciales que son esenciales, pero después viene todo el profesionalismo y la ayuda que le brinden los formadores al arquero.
- Hay una frase hecha en el fútbol que dice que “el puesto de arquero es ingrato” debido a que puede quedar más expuesto en la derrota. ¿Es así?
- No y no me gusta esa palabra. Es un puesto hermoso, mediante el que vivís sensaciones que son únicas en el fútbol y que solo el que tuvo la suerte de ocupar un arco sabe lo que se siente. A veces puede llegar a ser injusto, pero por la mirada del otro hacia el arquero, que puede ser el hincha, el técnico o sus propios compañeros. Eso es algo que se tiene que enseñar y trabajar con los chicos que están en formación del puesto. No es ingrato para nada, es el puesto más lindo que tiene el fútbol, aunque puede ser injusta la profesión.
- ¿Para vos, no son más los castigos que uno recibe en las frustraciones que las felicitaciones en los aciertos que se tienen en el puesto?
- Sí, seguramente. Por eso digo que la palabra adecuada es injusto por la forma en la que se lo ve al arquero. Uno desde chico sabe que el fútbol a veces es un deporte de errores y que uno como arquero puede cometerlos. Hay que saber afrontar eso, pero te aseguro que no hay nada más lindo que la sensación de descolgar un centro y escuchar ese murmullo de alivio por parte de la gente. Eso hace que, a pesar de todas las injusticias que puede haber, el puesto sea hermoso.
- Otro vox populi es el de “todos los arqueros son raros o hasta locos”. ¿Qué pensás al respecto?
- Sí, hay casos, ja. Quizá la palabra no es loco, sino excéntricos. El más emblemático quizá fue el Loco Gatti y eso ha hecho que se marque a los arqueros como distintos. Está el hecho de que somos los únicos que agarramos la pelota con las manos, que nos vestimos distinto, pero no somos raros. Es más, puedo asegurar que el arquero está un punto más alto intelectualmente que el resto de los jugadores. Debe llevar una responsabilidad distinta que ningún otro tiene y tiene que estar preparado para eso. El arquero termina desarrollando una visión táctica muy aguda porque ve el juego desde atrás. Es un puesto en el que hay que ser mucho más centrado y consciente que el resto y quizá por eso dicen que está loco. Es un deporte dentro de otro deporte, básicamente.
- ¿Te considerabas excéntrico en tu época de jugador?
- No... bueno, quizá de chico tenía una personalidad más fuerte. Distinta a la que tengo hoy y la que cambié cuando fui madurando. Mis compañeros en juveniles me decían el Loco Ley y tenía eso, pero después fui más perfil bajo. En mi adolescencia era más explosivo, me gustaba pelear y ese tipo de cosas.
El Loco Ley, ese fue el apodo de Bernardo a lo largo de sus juveniles en Vélez Sarsfield. Aquel pibe que sacaba de sus casillas a todos por “hacer varios chistes” y el que “tenía mecha corta” a la hora de entrar a una cancha. “Me peleaba, discutía y gritaba mucho desde el arco. Fue un período corto, hasta los 23 años, después me asenté un poquito”, confiesa con una carcajada.
Quizá ese “me asenté” fue un lo asentaron, ya que cuando subió al plantel de Primera se encontró con nombres como los de José Luis Chilavert, Sebastián Mendez, Claudio Husaín, Omas Asad y Mauricio Pellegrino. “Tenía que tener respeto y adecuarme al manejo de ese ámbito. Mirá si me iba a hacer el loco ahí, ja. Ahí me educaron”, explica quien además destaca a dos entrenadores que lo marcaron como Julio César Falcioni y Óscar Washington Tabárez.
Claro que el recuerdo más valioso de sus primeros pasos como profesional fue el de poder compartir los entrenamientos con el portero paraguayo, su máximo ídolo. “Para mí, junto con el Pato Filliol, fue el mejor arquero de la historia del fútbol mundial”, asegura convencido. Fue así que se la pasaba observándolo en los entrenamientos y hasta se convirtió en su sparring personal a la hora de practicar la pelota parada. “Me encantaba verlo entrenar, pateaba como 200 balones por día para después clavar uno en el ángulo los días de partido. No aprendí nada, ja, pero lo miraba”, bromea al mismo tiempo que se teletransporta hacia aquellos días dorados. Más allá del talento de Chila, no duda en poner por encima su factor humano, producto de varios pares de guantes y botines que recibió como regalo. “Un tipo muy generoso”, describe.
- ¿Cómo se convive con la suplencia?
- Es complicado. No es fácil porque todos queremos jugar. Creo que la forma es ser profesional y no perder la pasión por el puesto. La realidad es que yo disfrutaba hasta el entrenamiento físico, que quizás es lo más aburrido. A mí me generaba adrenalina todo eso y me permitía seguir adelante cuando no tenía posibilidades de jugar. Una vez, en un centro de entrenamiento, me encontré con el Flaco Gustavo Campagnuolo que estaba en el final de su carrera. Me contó que lo habían llamado de un club para estar en el plantel, pero que quizá no iba a jugar, y él les dijo que no le tenían que aclarar nada, que era un profesional del día a día. Imaginate, si eso decía Campagnuolo... fue una enseñanza que me quedó.
- Te definiste como una persona de perfil bajo. ¿Pensás que esa actitud te ayudó a la hora de tener que aceptar no ser titular?
- Hay que tener un grado de egoísmo para ocupar un puesto que solo le pertenece a un jugador. Sí, en una parte eso me ayudó, pero también vengo de una familia de laburantes y sabía que lo que hacía era parte de mi profesión. A mi me pagaban un sueldo por el trabajo que hacía día a día, no solo los domingos de partido. Esa cultura del trabajo que tengo desde la cuna es lo que te hace seguir y seguir, mientras te consideres un profesional de la actividad que realizás.
- Más allá del profesionalismo, ¿hay un trabajo mental que se debe hacer para poder afrontar que te toque mirar desde el banco todos los partidos?
- Sí, eso desde el inicio. Al principio es lógico que querés jugar. Cuando tu equipo gana y están todos festejando, uno piensa ‘yo qué carajo festejo, si no le pude aportar nada al equipo'. Por eso hay que trabajar lo mental, hay que ver las cosas de otra manera como, por ejemplo, a cuánta gente le gustaría estar en mi posición. Hubo momentos en los que la rebeldía de querer jugar te hace no entender que te toca sentarte en el banco, pero con los años lo entendí.
- ¿Llegas a sufrir por no jugar?
Sí, lo sufrí, pero deportivamente. Nunca un sufrimiento personal, sufrir es otra cosa. Siempre disfruté mucho de la profesión.
Tras cuatro años en el club que lo vio nacer y con la intención de ganar continuidad, Leyenda tuvo un breve paso por el Leganés de España, entonces en Segunda División, hasta que recaló en Banfield. Allí, una buena campaña del equipo en la Copa Libertadores de 2005 le permitió al arquero sumar minutos en el torneo local en reemplazo de Mariano Barbosa, certamen del que quedarían como subcampeones detrás del Vélez de Miguel Ángel Russo.
Casi como un amuleto luego de tenerlo en el Fortín y en el Taladro, el Emperador Falcioni se lo llevó a Independiente. Y lo que empezó siendo un sueño al ganarse la titularidad en un equipo grande a, quizá, su peor experiencia en un equipo. No por los resultados deportivos, sino por el trato del hincha.
- ¿Cómo recordás tu paso por Independiente?
- Desde lo futbolístico creo que fue normal. Está la visión de que fui horrible, pero no fue así. Creo que tuve un desempeño discreto cuando me tocó atajar, con errores pero también con partidos buenos. Me encontré con la presencia de un monstruo como Oscar Ustari y con la gente que quería que atajara él. Me parecía lógico y fue lo que terminó pasando. No recuerdo mi paso con resentimiento, todo lo contrario estoy muy agradecido de haber pasado por el club.
- ¿Te insultaron bastante durante esa etapa?
Sí, fue mucho el agravio, pero lo digo de buena manera porque nunca recibí ningún tipo de agresión mala o algún apriete. Fue solo el insulto del hincha, que prácticamente duró todo el año que estuve en Independiente. Son de las cosas que te tenés que acostumbrar a vivir al ser futbolista, te puede pasar. Como en Banfield o en Vélez tienen un buen recuerdo, en otros lugares no. Hoy me cruzo hinchas de Independiente que me dicen ‘Bernardo, yo te bancaba’ y otros que me dicen ‘horrible’ o ‘muerto’, pero más que nada por redes sociales.
- ¿Recordás algún insulto puntual que te dijeron?
- En la cancha no me acuerdo ninguno puntual, pero una vez me puteó la Pantera Rosa. Estaba caminando por Palermo con un amigo y de repente aparece un trencito de la alegría con tipos grandes que se ve que estaban de festejo. A la media cuadra se ve que la Pantera Rosa se asoma por la puerta y me grita ‘Leyenda la concha de tu madre'. No se de qué cuadro era, pero capaz era de Independiente, ja.
- ¿Te acordás de la bandera? (NdR: en un partido de local le colgaron una bandera que decía ‘Leyenda autolesionate').
- Las banderas, porque fueron algunas, no una sola. La verdad es que en el momento del partido no me di cuenta, pero después me calenté con algunas cargadas. Hoy ya pasó, hasta bromeamos con mis amigos, el chiste de ‘autolesionate’ lo usamos mucho en el grupo del Whatsapp. Es algo del fútbol, es del folclore. Tenés que entender que el juego es así, no deja de ser la opinión de otro. Eso no implica que yo piense que el que escribió la bandera tiene razón, todo lo contrario. Pero no hay que molestarse por eso.
En total, alcanzó a sumar diez partidos con la camiseta del Rojo, nueve de ellos apenas llegó a Avellaneda para disputar el Apertura 2005 hasta que una derrota por 3-1 frente a River y la presión del público hicieron que le cediera su lugar al joven Ustari.
Al año y sin renovar su vínculo con el Rey de Copas, Daniel Passarella le ofreció sumarse al Millonario, que andaba en busca de un tercer portero ante la salida de Juan Carlos Olave. Sin dudarlo, Leyenda aceptó la oferta, con la ilusión de pelear el puesto con Germán Lux y Juan Pablo Carrizo, además de poder conocer en carne propia lo que es ser un jugador del elenco de Núñez.
“La gente no debe ni de acordarse que estuve, pero fue una sensación linda. River es el Real Madrid, es fino. Tiene una composición distinta, de elegancia y es distinto a todos. Fue fantástico”, rememora. En el Monumental estuvo 18 meses y no pudo sumar ni un minuto. Pese a que lamente no haber tenido su chance, da las gracias de poder haber pasado por ahí y darse el lujo de conocer Japón y Corea del Sur debido a la Copa de la Paz a la que viajó con el equipo en 2007.
Luego, pasó a Racing, donde corrió la misma suerte y no le tocó jugar durante su estadía. Probó suerte en Defensa y Justicia en 2009, que por entonces militaba en la B Nacional, y en Nacional de Potosí. En 2011, volvió al país y recaló en All Boys durante la época de Nicolás Cambiasso, dueño absoluto del arco de Floresta. No se desanimó, todo lo contrario: se dio el lujo de alternar sus dos pasiones al formar una banda de rock.
- ¿Qué pasó con la música?
- Ya no existe más, pero estuve un tiempo en una banda. ‘Corbatas Ajustadas’ se llamaba y tocamos casi cinco años. Llegamos a tocar en Makena, que si bien no es Cemento, hoy por hoy es un lugar importante. Fue una experiencia fantástica, me apasiona mucho la música. Mi mejor amigo es el baterista y cuando estaban formando la banda me dijo que les faltaba una guitarra y ahí me metí.
- ¿Cómo hacías para que convivieran los dos mundos?
- Con el respeto que había que hacerlo. Igual hay mucho mito detrás de la banda de rock, se cree que uno está todo el día tomando cerveza y con droga, pero no. Tener una banda e intentar tocar lleva mucho trabajo, mucho estudio de un instrumento y hay que estar enfocado para poder hacerlo. A mí por suerte me respetaban mis tiempos de laburo y tocábamos cuando se podía, en los fines de semana libres o en vacaciones. Así la fuimos llevando. Y cuando me retiré, le pudimos meter más y ahí tocamos en Makena. Fue una experiencia muy linda y apasionante. No se explica lo que es estar arriba de un escenario, es casi tan apasionante como estar adentro de una cancha.
Antes de cerrar la entrevista, Leyenda deja el mate que tiene en la mano y toma una guitarra eléctrica que tiene detrás y confiesa que esta cuarentena le sirvió para redescubrir la música de los años ’80, aunque no ve la hora de volver a entrenar. A la hora de recomendar una banda, no lo duda: “Led Zeppelin, los Beatles y Stevie Ray Vaughan son mis tres favoritas”.
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