Sobre Carlos Salvador Bilardo y su filosofía futbolística se podrían escribir miles de artículos, centenares de libros o, incluso, hacer una serie televisiva para las plataformas de moda, como está en negociación. El trabajo hecho por el Narigón al frente de la Selección argentina fue sobresaliente y tan solo una sola estadística alcanza para respaldarlo: en las dos Copas del Mundo que dirigió jugó los 14 partidos posibles y solo perdió dos. Ambos en la cita de Italia de 1990, que este año conmemora su 30º aniversario.
Del trastabillado andar de la Albiceleste por aquel Mundial, del horripilante debut ante Camerún, del milagro de Maradona y Caniggia ante Brasil o de las heroicas actuaciones de Goycochea en la serie de penales ante Yugoslavia e Italia ya se dijo todo. También se exprimió al máximo cada pincelada de Diego en aquel certamen, la final perdida ante Alemania, el penal que no se cobró para Argentina y el que sí para los germanos. Hasta el árbitro Edgardo Codesal tiene cientos de litros de tinta impresos sobre periódicos y revistas.
Sin embargo, hay una pequeña historia que salió a la luz en los últimos días. Apenas una pequeña migaja de toda esta travesía que culminó con el subcampeonato del seleccionado, pero que refleja a la perfección la esencia del Doctor, aquella a la que se aferró siempre y se mantuvo firme.
El autor y uno de los protagonistas principales de esta anécdota es Oscar Ruggeri, quien por entonces se disponía a disputar se segunda Copa del Mundo tras el éxito de México. Un zaguero que ya era una fija en el once del DT y que se imponía como uno de los referentes de aquel plantel argentino, pero con una particularidad: el 2 de abril de aquel año, su esposa Nancy había dado a luz a su hija Daiana. Fue así que el Cabezón apenas dispuso de unos pocos días para conocer a la recién nacida, ya que en mayo se unió al equipo de manera permanente con el objetivo de ponerse a punto para el certamen más importante del deporte de la pelota.
“A Bilardo podías hablarle de tus temas personales, de tus problemas, pero no le importaba nada. A él le importaba la Selección. Le decías que te peleabas con tu novia y el te decía ‘está bien, mañana a las 8 en Ezeiza’", fue la frase que soltó el ex jugador, de 58 años, a modo de prólogo en una entrevista íntima con el programa 90 Minutos, de Fox Sports.
Fue ahí que contó una confidencia que vivió en carne propia con el entrenador. “En ese entonces no teníamos teléfono, entonces Nancy me mandó un VHS. Me llegó en pleno Mundial, así que me levanté una noche tarde y me fui solito a la sala de video para ver a mi hija. Se me caían las lágrimas, imaginate. La bebé iba creciendo y yo no existía... Y viste que él siempre te aparecía a la madrugada porque tomaba pastillas. Bueno, apareció con los ojos rojos, todo despeinado, en chancletas, medias y calzoncillos largos, de la nada. Me vio y me dijo ‘¿Qué hacés?’, y yo ‘mirá, Carlos, me llegó un video de mi hija que nació el 2 de abril. Mirá que grande que está’. ‘Apagá eso y anda a dormir que mañana tenemos que entrenar. Viene un partido importante. Sabés el tiempo que vas a tener con tu hija después...’ y me mandó a dormir”, rememoró el ex Boca, River y Real Madrid.
“Esas eran las cosas de Bilardo por las que en ese momento lo querías matar y después decías que sí, estaba bien, jugamos dos finales del mundo en ocho años con el tipo. Fue lindo. Perdí por un lado cosas muy lindas como mis hijos, pero cuando dejé de jugar pude recuperar ese camino”, remató Ruggeri, reconociendo que con el tiempo pudo entender la bajada de línea que imponía el Narigón como cabeza de grupo.
El palmarés del Doctor no será frondoso, pero sí muy valioso: un campeonato con Estudiantes de La Plata en 1982 y el título del mundo con la Selección bastaron para que el estratega marcara una era, revolucionara la disciplina a través de la táctica y desarrollra una forma de vida tan particular como interesante.
El camino recorrido por Bilardo va más allá de los laureles y pese a que una de sus frases de cabecera sea “de los segundos no se acuerda nadie”, sus dirigidos no piensan lo mismo. “No fue nuestro entrenador, fue nuestro educador. Nos agarró de pibes, 21 años tenía yo cuando fui a la Selección. Nos educó en la vida, nos enseñó lo que era la responsabilidad, a ser humildes. Si el entrenamiento era a las 8, no era a las 8.15. Empezaba puntual y si llegabas 5 minutos tarde, a uno le daba vergüenza ir corriendo y que ya estén todos entrenando. Salimos campeones del mundo y al otro día usábamos la misma ropa y mirábamos a la gente de la misma manera. Nos enseñó a no pasar por encima a nadie, más allá de nuestro apellido. Lo voy a recordar siempre por eso”, expresó en más de una oportunidad Ruggeri.
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